Capítulo 7

Cuando se encontraban en el patio del colegio o en alguno de sus edificios, Álex y su hermana se limitaban, por lo general, a saludarse con una sonrisa o con un empujón cariñoso al pasar. No se paraban a hablar, y a veces podían pasarse días enteros sin cruzarse mientras estaban en Los Olmos. Incluso volvían a casa en autobuses distintos.

Sin embargo, al día siguiente del descubrimiento de Polgar Álex decidió romper aquella regla no escrita, y entre la primera clase y la segunda se escabulló escaleras abajo hasta el pasillo del primer piso, donde sabía que encontraría a Laura.

Al ver aparecer a su hermano en el umbral del aula, buscándola con la mirada, Laura se puso en pie tan deprisa que estuvo a punto de derribar su pupitre.

—¿Le pasa algo a mamá? —Preguntó, casi a gritos—. Álex, no me asustes.

Álex, incómodo por la atención que había atraído la pregunta de Laura, le hizo un signo a la muchacha para que le acompañase fuera.

—¿Tan grave es? —Laura parecía a punto de echarse a llorar al decir aquello.

—¿Por qué te pones así? Solo vengo a pedirte un favor…

La expresión alarmada de Laura se transformó instantáneamente en una sonrisa de incredulidad.

—Imposible —dijo en voz baja—. Mi todopoderoso hermano me necesita…

—Me gustaría que no bromeases con eso. El timbre va a sonar, te lo explico lo más rápido posible. Lo que quiero es que, al salir al recreo, busques a Jana, te la lleves y la entretengas. ¿Me has entendido? Invéntate cualquier excusa: que necesitas ayuda para un trabajo, que quieres entrevistarla… Lo que sea. Necesito que la mantengas ocupada por lo menos veinte minutos.

Los ojos de Laura se fueron agrandando al escuchar la petición de Álex.

—A ver si lo he entendido bien. ¿Quieres que te libre un rato de tu novia? Álex…

Álex frunció el ceño, decidido a no dejarse impresionar por la mirada reprobadora de Laura.

—Oye, no es lo que crees. No voy a engañarla ni nada parecido —explicó—. Y tampoco es que me haya cansado de ella, ¿vale?

—Vale —se miraron en silencio unos segundos antes de que Laura se decidiera nuevamente a hablar—. Entonces, ¿qué es?

—No tengo tiempo para explicártelo ahora —Álex le echó una ojeada al gran reloj de agujas que colgaba de la pared del vestíbulo, al final del pasillo—. Solo hazlo, por favor…

—No lo haré si no me explicas por qué es tan importante —replicó Laura con firmeza—. Jana me cae bien. Casi nos hemos hecho amigas…

—¡Pero si no te estoy pidiendo nada malo! —La interrumpió Álex desesperado—. Tengo que hablar con una persona, y es una conversación confidencial.

—¿Con qué persona?

—No la conoces. Es una chica nueva, se llama Dora. Va a la clase de David… ¿Qué pasa?

Laura se había cruzado de brazos y lo miraba con expresión ceñuda.

—O sea, que es una chica. Y quieres hablar con ella sin que se entere Jana. Y esperas que yo te ayude… Pues conmigo no cuentes.

Laura se dio la vuelta para volver a la clase, y casi en el mismo instante sonó de nuevo el timbre.

—Laura, por favor —suplicó Álex, deteniendo a su hermana y asiéndola por el hombro para obligarla a mirarle—. Laura, no es por mí. Es por Erik… Se lo debo a él, ¿de acuerdo?

Laura lo miró muy sería.

—No utilizarías a Erik para hacerme tragar una mentira —dijo lentamente—. No serías capaz de eso.

—Entonces, ¿me crees?

Laura se encogió de hombros.

—Más o menos —varios alumnos habían cruzado a su lado para entrar en la clase, y ella parecía ansiosa por imitarlos—. De acuerdo, Álex, tú ganas… Por esta vez, te ayudaré.

A la hora del recreo, Álex temió por un momento que Laura hubiese olvidado su promesa, porque pasaban los minutos y no aparecía por ninguna parte. Jana y él se habían sentado en un banco debajo del olmo más antiguo del patio, como hacían siempre. Había visto pasar a Dora de camino al gimnasio con sus zapatillas de danza en la mano. Lo tenía todo calculado: sabía que ella utilizaba siempre los recreos para ensayar, y que eso le permitiría hablarle de Erik a solas.

Había intentado usar el alfiler mágico de Dora para establecer una nueva comunicación con su amigo la noche anterior, pero no lo había logrado. Quizá el descubrimiento de que alguien estaba usurpando el lugar de Erik para hacerse pasar por el rey de los Medu le hubiese puesto nervioso. Necesitaba más que nunca contarle a Erik lo que estaba pasando, averiguar si él sabía quién podía encontrarse detrás de aquella superchería. Pero por más que apretó el alfiler dentro de su mano, no consiguió tejer a su alrededor el velo de oscuridad y sangre que la otra vez, había diluido momentáneamente los obstáculos entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

Por eso era tan importante que viera a Dora. Si no podía comunicarse con Erik, al menos la tenía a ella.

Venía del mismo lugar en el que Erik estaba, conocía los dos mundos, y tal vez pudiese explicarle qué había fallado la noche anterior al usar el alfiler.

Jana, por su parte, no parecía haberse dado cuenta de la ansiedad que le agitaba por dentro. El descubrimiento de la ciudad secreta de la Resistencia Medu y del supuesto regreso de Erik parecía ocupar todo su pensamiento, sin dejar espacio para nada más.

—¿Tú crees que nos recibirá? —Le estaba preguntando a Álex cuando Laura surgió finalmente en una de las puertas laterales del colegio—. No puede guardarnos tanto rencor. Tiene que saber todo lo que hemos pasado…

—¿De quién me estás hablando? —Álex, distraído, no podía apartar los ojos de su hermana, que venía a su encuentro con una lentitud exasperante.

Jana torció el gesto, enfadada.

—No me estabas escuchando. Te estaba hablando de Erik, ¿de quién si no? No hago más que pensar en él desde ayer por la tarde. No puedo quitármelo de la cabeza…

Por fortuna para Álex, en ese instante Laura llegó por fin hasta el banco donde estaban sentados e interrumpió las reflexiones de Jana sin la menor consideración.

—Te estaba buscando —dijo con su mejor sonrisa—. Necesito que vengas un momento. Tengo un problema…

Hicieron falta un par de minutos más de explicaciones para que Jana se pusiese al fin de pie y siguiese sin demasiado entusiasmo a Laura hacia su aula, después de despedirse de Álex con un mohín de resignación. Álex no podía contener su impaciencia por ver desaparecer a las dos chicas dentro del edificio. Mientras las miraba alejarse, el corazón le latía tan deprisa como si estuviese a punto de cometer un delito.

Se escabulló en dirección al gimnasio tan pronto como la puerta del colegio se cerró tras su hermana.

Tenía que aprovechar cada minuto, porque Jana podía regresar a buscarlo antes de tiempo con cualquier pretexto.

Cuando Álex abrió la puerta del gimnasio, un haz de luz atravesó el parquet, reflejándose en las innumerables partículas de polvo que danzaban en el aire.

Sonaba una grabación de música de piano. La calidad del sonido no era demasiado buena. Al final de la barra, frente al espejo, Dora practicaba sus puntas haciendo bajar y subir sus talones en una secuencia rapidísima de movimientos repetidos.

Aún siguió subiendo y bajando durante unos segundos después de ver aparecer a su visitante. Era como si le costase trabajo abandonar los ejercicios. Álex vio cómo, finalmente, se dirigía hacia él con la cabeza muy alta, caminando como una bailarina.

Del extremo de la barra colgaba una chaqueta negra. Dora la cogió y se la puso sobre las mallas de color rosa desvaído, anudándose el cinturón justo por encima de la vaporosa falda de tul que le cubría las piernas hasta las rodillas.

Aún no había terminado de ajustarse el lazo cuando se sentó en el parquet, invitando a Álex a hacer lo mismo.

—Siento interrumpirte —se disculpó el muchacho—. Necesitaba hablar contigo a solas.

Dora asintió, y dejó que su mirada vagase un momento por las espalderas polvorientas del gimnasio antes de detenerse en él.

—Esto era lo que más echaba de menos allí —comentó, agachando la cabeza y fijando los ojos en una de las zapatillas de baile mientras, con las dos manos, se frotaba la punta—. Esto, el baile. Antes del accidente, me esforzaba mucho, y me gustaba, pero no era tan importante para mí como ahora. Ahora, lo es todo.

Había terminado de frotarse la punta del pie derecho, y pasó a hacer lo mismo con el pie izquierdo.

—Supongo que es porque no me queda nada más —añadió en tono inexpresivo.

—¿Cómo que no? —Álex se había olvidado por un momento de sus propios problemas—. Tienes todo lo que tenías antes. Tu familia, por ejemplo. Estarán muy contentos de haberte recuperado…

—Sí, sí lo están —una sonrisa marchita afloró a los labios de Dora—. Mi madre tiene tanto miedo de que me pase algo que no me deja en paz. Y mi hermana ya no me toma el pelo como antes del accidente. Es como si le diera miedo… Sí, creo que hay algo en mí que le da miedo.

—No hables así. Eso es solo una impresión tuya, seguro. Sé lo que se siente cuando has vivido cosas que no puedes compartir con tus seres queridos; sé que no es nada fácil… Se siente uno muy solo.

Dora estudió un momento el rostro de Álex, como si estuviese buscando algo por debajo de la comprensión y la simpatía que reflejaba en ese instante.

—¿Usaste el alfiler? —Preguntó, ladeando un poco la cabeza—. ¿Funcionó?

—La primera vez sí. Ayer lo intenté de nuevo, pero no conseguí ver a Erik. Tengo que hablar con él, Dora. Es muy importante que hable con él. Erik quería decirme algo, pero no le dio tiempo. Y ahora, además, hay una cosa importante que debo contarle. ¿Qué tengo que hacer para que el alfiler vuelva a funcionar?

Dora estaba examinando con gran atención un punto suelto de su media rosada.

—El alfiler no volverá a funcionar. No es algo que dependa de un objeto. Un objeto no puede crear los puentes por sí solo. Tiene que estar impregnado de la mente y los sentimientos de una persona. De una persona que haya estado en los dos mundos; aquí y allí…

—O sea, tú.

Dora levantó los ojos hacia él.

—Yo soy el vínculo, sí. Soy el puente. Para eso me devolvió Erik a la vida. Eso te da una idea de lo importante que es para él recuperar la conexión contigo.

—Supongo que yo soy otro enlace más —murmuró Álex—. Lo que quiere, en realidad, es recuperar la conexión con el mundo.

—No es tan sencillo —murmuró Dora. Sus mejillas se colorearon ligeramente—. Él podría haber vuelto si hubiera querido. Podría haber salido, pero se negó.

Álex la miró con curiosidad.

—¿Lo conoces bien? —preguntó.

Dora hizo un gesto ambiguo con la cabeza; un gesto que podía querer decir que sí o que no.

—Allí el tiempo no existe —explicó en voz baja—. Ni tampoco la materia. Solo su sombra… No tuvimos más remedio que conocernos, supongo. Aunque tal vez el Erik que yo conocí no tenga mucho que ver con el que fue tu amigo.

—¿Tanto… tanto se cambia en ese lugar?

—Se cambia —los ojos de Dora se oscurecieron de pronto, volviéndose profundos y peligrosos como pozos—. Es muy triste ser una sombra. Y esa tristeza se te mete dentro y no te deja volver a ver las cosas como las veías antes. Lo que era importante para ti deja de serlo. Quieres desesperadamente volver a existir y, al mismo tiempo, sabes que es inútil, que ni siquiera eso te devolverá la esperanza.

—No puede ser tan malo —murmuró Álex, impresionado.

Dora se encogió de hombros.

—Recuerda que Erik y yo estábamos atrapados en la frontera. Es el peor lugar. No perteneces ni a un mundo ni al otro. Pobre Erik…

—Si es tan espantoso, ¿por qué no quiso volver?

—Eso debe contártelo él. Está convencido de que debe cumplir una misión. No ha tenido suficiente con sacrificarse una vez… Quiere volver a hacerlo.

Álex captó la irritación latente en el tono suave e irónico de Dora.

—Te importa —murmuró, sorprendido—. Él te importa…

Ella intentó sonreír, pero no pudo.

—Me había acostumbrado a él. Después de tanta soledad, él se convirtió en una parte de mi vida. No podrías entenderlo, aunque lo intentaras. Allí no había nada más… Solo nosotros, rodeados de sombras aterradoras que nos ignoraban. Yo ya había perdido la capacidad de recordar, de razonar como los seres humanos. Él me devolvió todo eso. Me arrancó de la muerte. No se dejó asustar por aquella indiferencia inhumana que se había apoderado de mí. Y te aseguro que no hay nada más aterrador que esa indiferencia. Es lo que hace verdaderamente temibles a los fantasmas.

—Muchos han vuelto —observó Álex, mirándola con atención—. ¿Tú puedes verlos?

Dora clavó los ojos nuevamente en sus zapatillas.

—Los ignoro —dijo—. Quiero olvidar lo cerca que estuve de convertirme en eso. Aunque no todos son iguales… Pero tú no has venido aquí para hablar sobre mí, me imagino. Lo que quieres es volver a hablar con Erik.

—¿Tú puedes ayudarme?

Dora dejó transcurrir unos segundos en silencio. Luego, sin mirar a Álex, comenzó a desanudarse las cintas de la zapatilla izquierda.

—Para ayudarte, tengo que darte un objeto íntimamente conectado conmigo. Esto servirá —añadió, tendiéndole la zapatilla—. Servirá incluso mejor que el alfiler. Una parte de mi alma vive a través de mis pies cuando bailo. Pero no tardes mucho en utilizarla. Cuanto más tiempo pase, más difícil será establecer la conexión. Además, necesito mi zapatilla —concluyó sonriendo.

Álex cogió la zapatilla de raso con las puntas reforzadas y la giró entre sus manos. Él tampoco podía esperar a intentarlo. Necesitaba hablar con Erik lo antes posible.

—¿Sabes si hay clase aquí ahora, después del recreo? —preguntó.

—Este sitio solo se utiliza después del horario escolar, para las actividades complementarias. Pero tengo que devolver la llave…

—Devuélvela —dijo Álex, mirándola con los ojos brillantes—. Pero deja la puerta abierta, por favor.

Siempre puedes decir que se te olvidó cerrar…

—¿Vas a quedarte? ¿No te echarán de menos en clase?

Álex sonrió.

—Ya me inventaré algo. Cuando termine, dejaré la zapatilla ahí mismo, debajo de la barra.

—Podrías pasar por mi clase para dármela…

—No —la sonrisa de Álex se disolvió en un gesto preocupado—. David va a tu clase… y sé por experiencia que es peligroso jugar con la curiosidad de David.