Capítulo 6

Al principio, Álex pensó que lo del «rey» debía de ser un apodo que Lilieth empleaba para referirse a Railix. Ella debía de saber que lo habían seguido hasta allí, y por eso bromeaba con el asunto. No podía estar hablando de otra cosa. Era demasiado absurdo…

Pero Jana no opinaba lo mismo. Se había puesto pálida como la muerte, y Álex no recordaba haber visto nunca en su rostro una expresión tan parecida al miedo.

—¿Quién… quién es el rey? —preguntó, después de unos segundos.

Impresionada por la reacción de Jana, Lilieth dio un paso atrás, cobijándose en una esquina del tenderete de adivinación.

—Oye, yo… Será mejor que se lo preguntes a Railix. Él recibe órdenes directas de Su Majestad. Él sabrá lo que tiene que hacer.

Álex tragó saliva. Era Jana la que estaba en lo cierto: había realmente un rey Medu en aquella ciudad, y Jana acababa de enterarse. Como jefa del clan de los Agmar, debería haber recibido alguna información, al menos indirecta… Pero todo aquello era tan nuevo para ella como para él. Álex podía imaginarse la mezcla de asombro y desasosiego que debía de estar sintiendo su novia en ese momento.

—Con Railix hablaremos después —contestó Jana en un tono que no admitía réplica—. Ahora te estoy preguntando a ti… ¿Quién es ese que se llama a sí mismo el rey de los Medu? No puedo creer que el regente Drakul haya tenido la osadía de ocupar el trono vacío.

—¿Quién, Harold? —Lilieth se echó a reír, pero la mirada amenazante de Jana le hizo recuperar rápidamente la seriedad—. No se trata de Harold —añadió con ojos asustados—. Se trata de nuestro rey legítimo, que ha regresado de la muerte.

—¿Erik?

En la pregunta de Jana había angustia y esperanza a la vez. Pero cuando Lilieth asintió con la cabeza, la esperanza pareció ganarle la partida a la angustia, y una tímida sonrisa afloró a sus labios.

El corazón de Álex comenzó latir desordenadamente, y con tanta fuerza que cada latido le golpeaba el pecho con un latigazo de dolor.

No era posible. El nuevo rey no podía ser Erik. Erik no había regresado de la muerte. No podía regresar…

El propio Erik se lo había dicho.

—Jana, todo esto puede ser una trampa Drakul —se atrevió a sugerir—. Si Erik hubiese regresado de verdad, ¿no crees que los primeros en saberlo habríamos sido nosotros? Al fin y al cabo, nosotros fuimos los que abrimos las puertas leyendo ese libro, ¿no?

—Sí, pero quizá no nos esté muy agradecido por eso. Erik no quería volver. Su mensajero, Garo, vino a decírmelo antes de que yo consiguiera liberarte del Nosferatu, allá en Venecia. Me dijo claramente que Erik no quería despertar. Me advirtió de que, si leíamos el Libro de la Creación, un mal de efectos devastadores se extendería por el mundo. Que es exactamente lo que ha ocurrido…

—No tuvimos elección —murmuró Álex, acariciando el pelo de Jana y obligándola a mirarle a la cara—. El otro mal era aún peor. Era la destrucción de todo aquello por lo que los hombres y los Medu hemos vivido. En comparación con eso, la liberación de unos cuantos espectros ni siquiera me parece un precio demasiado alto.

Jana se desprendió con suavidad de la caricia de Álex.

—Es verdad, pero eso no cambia el hecho de que Erik no quisiera volver. Es lógico que esté enfadado con nosotros… Por eso no nos ha avisado de su regreso.

—Aun así, él tenía que saber que antes o después nos enteraríamos… ¿eh, adónde vas?

Álex le había dirigido aquella última pregunta a Lilieth, quien, aprovechando el momento de distracción de los dos jóvenes, había intentado deslizarse hacia el exterior del tenderete. Al ver que Álex le cortaba el paso, la muchacha alzó hacia él sus ojos serios e inteligentes.

—Iba a advertir a Railix —reconoció—. Pero como veo que no estáis dispuestos a separarse de mí, podéis acompañarme si queréis. Supongo que lo encontraremos en la Unidad de Entrenamiento… Venid conmigo.

Jana y Álex salieron tras Lilieth al aire denso y saturado de aromas del mercadillo. Millares de estrellas fosforescentes parpadeaban en el techo de la cueva, proyectando sus cambiantes reflejos sobre las frutas y hortalizas de los tenderetes y sobre las caras de los vendedores. Al final de una de las hileras de puestos, una mujer de largos cabellos rizados y vestida con una raída túnica Pindar cantaba una canción antigua acompañándose de un laúd. De cuando en cuando dejaba de tocar para señalar, con una sonrisa, el cuenco de barro que había a sus pies, dentro del cual brillaban un par de monedas de escaso valor.

—Hasta tenéis mendigos aquí —murmuró Jana con amargura—. Los mendigos Medu se han enterado antes de la existencia de este lugar que la jefa del clan de los Agmar.

Lilieth, que caminaba delante de ellos, se volvió a mirar a Jana con una sonrisa compasiva.

—Tómatelo como un cumplido —dijo—. Los Drakul todavía os temen lo suficiente como para tener secretos con vosotros.

—En cambio, los Íridos os lleváis muy bien con ellos últimamente, por lo que veo…

—No todos los Íridos. Digamos que yo… voy por libre. Mi padre dirige una organización de mercenarios que ha trabajado para los Drakul durante muchos años. Ni él ni yo tenemos demasiada relación con los dirigentes de nuestro clan.

—Eres muy joven para andar metida en conspiraciones de este nivel, ¿no? —Intervino Álex—. No solo diriges tú sola un negocio, sino que encima lo utilizas de tapadera para tus otras actividades con el equipo de Railix…

Lilieth emitió una breve carcajada y reanudó la marcha.

—¿Crees que no sé lo que intentas? —Dijo, mirando a Álex de reojo—. No voy a contarte nada sobre la gente de Railix. Estoy acostumbrada a guardar secretos… Forma parte de mi trabajo.

—¿Has visto al rey alguna vez? —Preguntó Jana, adelantándose para caminar al lado de la joven Írida—. ¿Ha habido alguna ceremonia oficial de coronación? Los Drakul han sido muy hábiles; todavía no puedo entender cómo se las han arreglado para mantener todo esto en secreto.

—Es fácil de entender —contestó Lilieth con gravedad—. Quien los dirige sabe más que ninguno de nosotros. Y es prácticamente invencible… No olvides que ha regresado de la muerte.

—¿Cómo voy a olvidarlo? —murmuró Jana con voz casi inaudible.

Continuaron caminando sin hablar durante un buen trecho, hasta que llegaron a una amplia avenida excavada en la roca cuya bóveda era algo menos elevada que la de la zona que acababan de dejar atrás.

Allí no se habían construido edificios, ni se permitía establecer puestos de comida o de ropa. Estaba claro que se trataba de una zona de tránsito.

Había menos gente en aquella parte de la ciudad, y casi todos los que iban y venían llevaban las túnicas ceremoniales púrpura típicas de los Drakul.

—No has contestado a la primera pregunta de Jana —observó Álex, rompiendo finalmente el silencio—. ¿Lo has visto?

Lilieth le miró un instante, sin variar el ritmo vivo de sus pasos.

—¿A Su Majestad? Un par de veces, en actos ceremoniales. Yo no estaba muy cerca de él, claro. Más bien en las últimas filas…

—¿Estás segura de que era él? Tú debes de acordarte bien de Erik. Aunque no fueras a nuestro curso, tienes que haberlo visto en el colegio…

—No he ido mucho al colegio en los últimos años, Álex. He estado ocupada, y estudiaba a distancia. Pero, de todas formas, él venía de vez en cuando por La Rosa Oscura. No era un chico que pasara desapercibido. Tan alto, con esos ojos tan azules… A todas mis amigas les gustaba. Era guapísimo.

Bueno, y lo sigue siendo, porque la verdad es que no ha cambiado nada.

—Pero lo has visto de lejos —insistió Álex—. Y hacía mucho tiempo que no lo veías…

—Déjalo, Álex —Jana le sonrió con expresión cansada—. Ningún Drakul habría tenido el atrevimiento de ocupar el trono vacío haciéndose pasar por Erik, ¿no lo entiendes? Ese trono provoca una especie de terror supersticioso entre los Medu… Erik es el único que tiene derecho a ocuparlo. Ha vuelto, y se ha cumplido la profecía. Ha vuelto… ¡Casi no puedo creerlo!

—Ni yo tampoco —gruñó Álex en voz muy baja.

—Hemos llegado —intervino Lilieth señalando una especie de carpa circense instalada al final de la galería—. Esa es la sede de la Unidad de Entrenamiento. Será mejor que entre yo delante para avisar a Railix. No tengo ni idea de cómo reaccionará cuando le diga que estáis aquí. Espero que no me eche la bronca…

—Dile que llegamos hasta aquí siguiéndole a él desde La Rosa Oscura —replicó Jana—. Si tiene que culpar a alguien, que se culpe a sí mismo por su exceso de confianza.

Lilieth asintió con una sonrisa y se acercó a la cortina entreabierta qué daba acceso al interior de la carpa. Parecía un lugar muy poco discreto para entrenar a una unidad especial de operaciones como la que supuestamente dirigía Railix, pero todo en la ciudad de Polgar era, en cierto modo, diferente de lo que cabía esperar.

Álex se estaba preparando mentalmente para una larga espera, cuando Railix en persona apareció en la entrada de la carpa-gimnasio.

—Entrad —dijo secamente—. Tengo que hablar con vosotros.

Lo siguieron a través de una especie de escenario de varias pistas, en cada una de las cuales había un equipo de personas entrenándose en una disciplina diferente. El primero de ellos practicaba el tiro con arco, apuntando a una diana que se desplazaba mágicamente de un lado a otro si adivinaba la intención del movimiento del tirador. Lilieth se había unido a ellos, y esperaba su turno tensando la cuerda de su arma con tal concentración, que ni siquiera levantó la cabeza cuando ellos pasaron.

En la segunda pista, media docena de chicos y chicas practicaban extrañas acrobacias colgados de altos trapecios. Aquello parecía más un espectáculo circense que una sesión de ejercicios militares…

La última pista que atravesaron estaba ocupada por una chica que sorteaba obstáculos invisibles con una moto silenciosa. Era Issy… Con una sonrisa, levantó una mano del manillar para saludarlos, y eso le hizo perder la concentración, porque al instante siguiente se oyó un estruendo de cristales rotos y la moto cayó pesadamente al suelo, lanzándola a ella por los aires.

—¿Estás bien, Issy? —le gritó Railix, que no parecía excesivamente preocupado.

—Perfectamente —fue la respuesta de la joven—. Tengo que practicar más con barreras curvas, eso es todo.

Álex siguió a Issy con la mirada mientras ella ponía la moto en pie y volvía a subirse a ella.

—¿Qué son las barreras curvas? —preguntó—. Yo no veo nada…

—Esa es justamente la gracia que tienen; que no se ven —contestó Railix lacónicamente—. ¿Crees que Issy se estrellaría contra una barrera que se viera? No es tan idiota… Venid conmigo; por aquí.

Dejaron las pistas y atravesaron un vestuario de baldosas rojas, verdes y plateadas. El suelo estaba mojado, como si alguien hubiese utilizado las duchas y lo hubiese salpicado todo de agua.

Al otro lado de los vestuarios había un despacho. Era una habitación cuadrada y agobiante, con media docena de archivadores alineados contra la pared y una valiosa mesa de escritorio que ocupaba casi la mitad de la habitación.

De pie junto a la mesa, consultando con mucha atención unos informes forrados de plástico, había un hombre. Era un joven rubio, con gafas de montura dorada y un jersey de anchas mangas negras. El pecho y la espalda del jersey se hallaban divididos en cuatro cuadrados: dos púrpuras y dos negros…

Un diseño que recordaba mucho al traje ceremonial de los antiguos bardos.

—¿Sigues aquí? —Preguntó Railix alzando las cejas—. Te dije que podías dejarlo por hoy, Athanambar. Esta es Jana, la princesa de los Agmar, y este es su amigo Álex. Os presento a Athanambar, uno de los jóvenes más prometedores de mi equipo.

—¿Vienes aquí a entrenarte? —preguntó Jana sonriendo—. No pareces uno de ellos…

—No parezco un guerrero, es verdad —dijo Athanambar. Su tono era agradable, un poco tímido, pero firme—. Sin embargo, lo soy… aunque también soy otras muchas cosas.

—El talento de Athanambar para pintar motivos mágicos es único entre los Drakul —comentó Railix con orgullo—. Aunque no sé si es prudente contarle esto a la jefa de un clan rival…

—He oído hablar de tu hermano David —intervino Athanambar sonriéndole a Jana—. Y he visto algunos de los tatuajes que hace. Son impresionantes… Yo no soy tan bueno con los tatuajes, pero apostaría a que le supero en el arte del grabado.

Jana le devolvió la sonrisa.

—Tengo que hablar a solas con ellos, hijo —dijo Railix, poniéndole una mano en el hombro derecho al joven artista—. Luego seguiremos con esto… Mientras tanto, vete si quieres a charlar un rato con Lilieth. Está con los tiradores.

No hizo falta que se lo dijeran dos veces. Athanambar salió como un vendaval hacia los vestuarios, y sus rápidos pasos dejaron de oírse cuando llegó al suelo arenoso de la carpa.

En cuanto el muchacho salió, Railix les hizo un gesto a sus invitados para que ocupasen las sillas de cuero que había a un lado de la mesa. Él se sentó en el lado opuesto, en un confortable sillón de directivo.

—Eso que has dicho acerca de un clan rival… Ya no son tiempos para andarnos con rivalidades, Railix —comenzó Jana, sin esperar a que él hablase—. No soy una enemiga de los Drakul. Ya no… Por eso no entiendo que me hayáis ocultado durante tanto tiempo el regreso de Erik.

—Eran las órdenes de Su Majestad —contestó Railix diplomáticamente—. Todavía no sé cómo reaccionará cuando se entere de que habéis estado aquí… Polgar es su baluarte, su fortaleza. Lo que ha conseguido hacer con este lugar en poco más de cuatro meses resulta asombroso.

—¿Cuatro meses? ¿Tanto tiempo? —preguntó Jana, asombrada—. Cuatro meses, y no ha querido vernos… ¿Tanto nos odia?

—Yo no soy quien para interpretar las órdenes de Su Majestad —replicó Railix, dejando traslucir cierta irritación en sus palabras—. Me limito a cumplirlas… Y ahora, si no os importa, seré yo quien haga las preguntas. ¿Por qué me habéis seguido? Os dije que ese asunto de los chicos desaparecidos no debía preocuparlos. Yo sé cuidar de mi gente…

—¿Los has encontrado? —quiso saber Álex.

La cicatriz que atravesaba el párpado izquierdo de Railix se contrajo bruscamente, curvando hacia abajo su espesa ceja oscura. Aquello confirió a su rostro una momentánea expresión de ferocidad, que él se esforzó en suavizar de inmediato.

—No es tan sencillo —dijo, en tono deliberadamente calmado—. Pero los encontraré… Decidle a vuestra directora que puede estar tranquila, y que, aunque sus intenciones son buenas, los Drakul preferimos que no se meta en esto.

—Quizá sería preferible que se lo dijeras tú —observó Álex sosteniendo la mirada del entrenador—. Ella quiere complacer a los Drakul por encima de todo. Vuestros argumentos la convencerán mucho más que los nuestros. Si se lo decimos nosotros, pensará que nos estamos inventando una excusa para no colaborar en la búsqueda de esos chicos.

—Solo está buscando un pretexto para echarnos de Los Olmos —añadió Jana—. Por mucho que Erik se haya distanciado de nosotros, no creo que quiera que nos expulsen del colegio… Es imposible que haya cambiado tanto.

—¿Por qué no le dices que queremos hablar con él? —propuso Álex, desafiante—. Ahora que sabemos que ha vuelto, no tiene sentido que siga escondiéndose de nosotros. Dile que no tiene nada que temer, que no le haremos daño…

—¡Álex!

Jana lo miraba con expresión de reproche, y Railix, apretando sus enormes puños, parecía a punto de lanzarse sobre él.

—¿Para eso has venido? ¿Para provocarme burlándote en mi cara de Su Majestad? Ya me habían dicho que eras de esa clase. No respetas nada, ¿verdad? Él te salvó la vida…

—Razón de más para que no me tenga miedo —replicó Álex, imperturbable—. Le estoy agradecido.

Railix le dio un empujón a la mesa, hasta golpear con el borde al muchacho.

—¿Quién te crees que eres? —Vociferó, perdiendo los estribos—. ¿Te crees que puedes venir aquí, a esta fortaleza que tanto trabajo nos ha costado construir para sustituir a la que tú destruiste, solo para burlarte de nosotros? Eres un miserable. Haré que te encierren y que te despellejen. Quiero ver cómo te tragas tus palabras…

—Lo siento —dijo Álex sin perder la calma—. Mi intención no era ofenderos ni a ti ni a los de tu clan. Solo te estaba dando argumentos para que convenzas a «Su Majestad» de que debe recibirnos. Quiero que el rey entienda que no tiene nada que temer de nosotros. Pero si se niega a recibirnos la gente pensará que nos tiene miedo, y su liderazgo podría empezar a agrietarse.

Esta vez, la reacción de Railix fue una seca carcajada.

—Debes de estar loco para hablarme así —dijo, cuando logró dominar los últimos ecos de su risa—. Está claro que no sabes quién soy, ni lo que he hecho en el pasado. Ella tal vez sí lo sepa… Al menos no es tan descarada como para burlarse de su legítimo rey.

—Álex no conoce nuestras costumbres —murmuró Jana, evitando la mirada de su amigo—. Su intención no era provocar, créeme. Se ha expresado mal, eso es todo… Lo único que quería decir es que nos sentiríamos muy agradecidos si Erik accediese a recibirnos. Le debemos mucho. Se lo debemos todo, en realidad… Y él tal vez no haya olvidado que una vez fue nuestro amigo.

Railix se echó hacia atrás en su sillón y cerró los ojos un instante. Parecía extrañamente apesadumbrado.

—Se lo diré —murmuró—. Sé que se siente solo… y también sé que, en el fondo, os aprecia. Aunque, la verdad, no consigo entender por qué —añadió, mirando a Álex con resentimiento—. No le habéis traído más que problemas.

—¿Está bien? —preguntó Jana con un ligero temblor en la voz.

Railix asintió, aunque no con tanta energía como Álex esperaba.

—Antes de que me llamase para colaborar en la fundación de Polgar yo no lo había tratado mucho. Mi jefe directo solía ser su padre, Óber. Yo respondía ante él… Cuando Óber murió, hubo un momento en que temí que toda su obra se desmoronase. Harold tenía buenas intenciones, pero no es ni ha sido nunca un hombre de acción. Cometía errores. Nos dejó de lado a muchos… A todos los que podríamos haberle ayudado a recuperar la grandeza perdida de los Drakul. Por suerte, hasta él ha tenido que rectificar después del regreso de nuestro señor Erik. Volvemos a tener un jefe decidido y valiente. Y con él, seremos más fuertes que nunca.

Railix se detuvo, jadeante. Estaba claro que hablar no era lo suyo, y el esfuerzo que había supuesto para él soltar aquel pequeño discurso le había dejado completamente exhausto.

Sin embargo, Jana no parecía satisfecha con su larga explicación.

—Todo eso es estupendo, pero no has contestado a lo que te preguntaba —insistió—. ¿Él está bien, Railix? ¿Se siente feliz? ¿Ha cambiado?

Por primera vez, una sombra de incertidumbre empañó los rasgos del entrenador.

—Ya te he dicho que no lo conocía demasiado, antes —murmuró—. Además, es muy reservado… Siempre se muestra a la altura de lo que esperamos de él, y eso es mucho decir; porque son enormes las esperanzas que hemos puesto en su regreso. Pero él siempre es mejor que los que le rodean: más tranquilo, más digno, más templado…

—Es Erik, no hay duda —murmuró Jana con una sonrisa cargada de nostalgia—. Pero no me has dicho si parece feliz…

—¿Feliz? —Railix meneó la cabeza sombríamente—. No, no parece feliz. Pero un rey no necesita parecer feliz para guiar a su pueblo. Además, él ha visto horrores que los demás ni siquiera podemos imaginar. Ha estado al otro lado del Gran Muro, y ha mirado cara a cara a la muerte.

—Es cierto —murmuró Jana—. Es imposible que eso no le haya cambiado.

—Por eso me han sacado de mis casillas esas insinuaciones acerca de que podría tener miedo —añadió Railix mirando de nuevo a Álex—. Después de lo que él ha visto, nada humano parece darle miedo. Os lo digo en serio: he conocido a muchos valientes en mi vida, pero él… Es como si no tuviera límites.

—Dile que queremos verle, Railix, te lo ruego —suplicó Jana, alzando hacia el entrenador unos ojos brillantes de lágrimas—. Dile que nunca hemos podido olvidarle, y que necesitamos que nos perdone. Dile que necesitamos explicarle muchas cosas; por favor…

Railix clavó una mirada interrogante en Álex.

—¿Tú también me lo pides por favor? —preguntó con aspereza.

Álex comprendió que no era el momento de dejar traslucir su escepticismo.

—Sí, te lo pido por favor —murmuró—. Puede que no lo creas, pero yo también quería a Erik.

Railix apoyó los codos en la mesa y hundió un momento el rostro entre las manos. Cuando lo alzó de nuevo, sus rasgos parecían tallados en piedra, y resultaba imposible adivinar lo que estaba pensando.

—Está bien. No me corresponde a mí juzgar. Que Su Majestad decida… Le plantearé al rey vuestra petición. Mañana por la tarde, a eso de las siete, esperadme en La Rosa Oscura. Creo que para entonces ya tendré su respuesta… aunque tal vez no sea la que vosotros esperáis.