Capítulo 3

Álex escudriñó la oscuridad que le rodeaba, en la que apenas lograba distinguir la silueta de Erik.

—¿A dónde ha ido Arawn? —preguntó.

—No lo sé —repuso su amigo en voz baja—. Ni siquiera estoy seguro de que haya estado realmente aquí.

—Pero lo hemos visto los dos. No puede haber sido una ilusión…

—Lo que hemos visto era una representación, un símbolo. De alguna forma que no sabría explicar, el espíritu de Arawn nos ha ayudado a ganar esta batalla… Pero el resultado casi me asusta tanto como una derrota.

Álex buscó la mirada de su amigo acercándose a él.

—¿Qué quieres decir?

Los ojos azules de Erik brillaban como lámparas en la penumbra de aquella noche interminable en la que se encontraban sumergidos.

—Argo ha atravesado la Puerta de Plata. Para huir de nosotros, se ha refugiado en el mundo de los vivos —explicó—. Y eso solo complica las cosas…

—¿Qué cosas?

Erik suspiró.

—Quiero cerrar esa puerta, Álex, ya te lo he dicho. Quiero cerrarla y retener toda la magia de este lado, para impedir que esos espectros que se escapan sigan haciendo daño ahí fuera. Pero con Argo al otro lado, me resultará mucho más difícil hacerlo. Tratará de impedírmelo… Si une sus fuerzas a las de los Olvidados no tendré ninguna oportunidad de vencerles.

Avanzaron unos pasos en la oscuridad. Ya no estaban dentro de un edificio, sino al aire libre, envueltos en una neblina de plomo que amortiguaba sus voces, y que parecía aislarlos del resto del universo.

Hacía frío, un frío húmedo y desapacible. Probablemente se tratase de un frío interior, provocado por la separación del mundo de los vivos. Y no existía ninguna forma de protegerse de él…

Oyó la voz de Jana antes de distinguir su silueta en la opaca bruma que los rodeaba.

—¿Estáis ahí? —preguntó—. Por favor…

—¡Jana!

Álex echó a correr en la dirección de la que procedía la voz. A medida que corría, la bruma se iba deshaciendo en jirones oscuros, y de ella brotaban nuevamente fragmentos de un paisaje desierto, aunque ya no se trataba de una ciudad, como antes, sino de una especie de bosque invernal formado por altos árboles de ramas desnudas.

Casi tropezó con el cuerpo frágil y tembloroso de Jana. Se abrazaron. No quería soltarla, le daba igual cuanto tiempo transcurriese. Entre sus brazos podía sentir su cuerpo rígido, helado, como si hubiese permanecido muchas horas caminando sin abrigo en medio de una tormenta de nieve.

—No podremos salir de aquí —susurró Jana, ahogando un sollozo—. Es el final de todo…

—Sí podemos. —Álex separó un poco su rostro del de ella para mirarla a los ojos—. Corvino me lo explicó: este lugar, toda esta muerte se ha metido dentro de nosotros. Pero podemos echarla. Podemos salir. Basta con tener una confianza ciega, con combatir ese impulso de dejar de luchar. Corvino me lo dijo…

—Me da miedo hacerme ilusiones, Álex. No sé cuánto tiempo llevo aquí atrapada, pero ha sido demasiado. Esto no es ninguna visión, no es algo que esté dentro de mi mente. Es real…

—Pero no es tan real como la vida. Créeme.

Se dio cuenta de que Jana apartaba los ojos de su rostro y los clavaba en algún punto por detrás de él.

Comprendió que acababa de descubrir a Erik.

—Erik; gracias —murmuró—. Me habéis salvado otra vez; los dos…

—Tenéis que iros —dijo Erik, sombrío—. Ahora que Argo está ahí fuera, no puedo seguir esperando el momento idóneo. Tengo que cerrar la Puerta de Plata cuanto antes.

—¿Y cómo vas a asegurarte de atraer antes toda la magia hacia aquí? —Preguntó Álex—. Ellos, los fantasmas de fuera, son muchísimos. Casi un ejército. Y tú estás solo…

—Te olvidas de un pequeño detalle: soy Erik, el hijo mayor de Óber, el último heredero del linaje real de los Drakul. Eso tiene que significar algo…

—¿Qué podemos hacer para ayudarte? —preguntó Jana.

Erik meneó la cabeza, inseguro.

—No lo sé. Tal vez podáis hacer algo desde fuera —dijo—. Luchad contra ellos si veis que se agolpan a las puertas cuando estén a punto de cerrarse. Y si no lo consigo… Bueno, tal vez más adelante podríais volver a intentarlo.

—Podríamos hacer más desde dentro —murmuró Álex—. Quedándonos contigo…

—No —Erik sonrió, pero su tono había sido tajante—. Lo siento, no voy a consentirlo. Esa puerta va a quedar cerrada para siempre, ¿entendéis? Significa que ya no habrá un lugar de paso mágico entre el mundo de los vivos y el de los muertos. La única forma de entrar aquí será muriendo de verdad. Y en cuanto a salir… Bueno, nadie podrá hacerlo.

Caminaron en medio de la niebla durante un buen rato, callados. Álex sabía que se dirigían hacia la Puerta de Plata, aunque aún no podía distinguir sus contornos.

—Ven con nosotros —dijo Jana de pronto—. Erik, lucharemos mejor del otro lado. Este lugar me da miedo, aquí nada depende de nuestra voluntad. Conseguiremos vencerlos ahí fuera y devolverlos al lugar del que nunca debieron salir. En el mundo de los vivos tendremos más oportunidades…

—Te olvidas de un pequeño detalle, Jana: ya no pertenezco al mundo de los vivos.

—Estabas fuera de los dos mundos, en un lugar intermedio, pero al final has tenido que abandonarlo —intervino Álex—. Este no es tu lugar, Erik. No deberías estar aquí. Jana tiene razón, ¿por qué no vienes con nosotros?

Bajo las alargadas sombras de los árboles invernales, le pareció que Erik temblaba ligeramente.

—Vosotros acabáis de abandonar la vida. Yo llevo muchos meses muerto. He cambiado —murmuró Erik con tristeza—. Ya no recuerdo bien cómo era el mundo ahí fuera. Me he acostumbrado a esta ausencia de sensaciones, de dolor… Quedarme de este lado no es un sacrificio para mí, os lo aseguro. El sacrificio sería salir ahí fuera.

—Pues sacrifícate —exigió Jana con suavidad—. Piensa en tu hermano, en la carga que va a tener que soportar. Está ocupando tu lugar, y es muy joven. No está preparado.

—Además, en cualquier momento podrían descubrir su engaño —añadió Álex—. Piensa en lo que le harían los Drakul si supiesen quién es en realidad. Creerían que todo lo que ha hecho ha sido por orden de los Íridos. Se desataría una guerra entre clanes.

—Edgar es muy inteligente; se las arreglará sin mí. Además, si yo me fuera, ¿quién se ocuparía de cerrar las puertas y de mantener la magia aquí encerrada? Creéis que lo que me propongo es una locura, pero lo he pensado mucho y sé que es lo único que puede salvar lo poco que queda de la tradición Medu. Con la magia en poder de los espectros, y estos campando a sus anchas en el mundo de los vivos, ¿cuánto tiempo creéis que tardarán los humanos corrientes en echarnos a nosotros la culpa? Habrá persecuciones, pero, esta vez, los nuestros no tendrán ningún arma con la que defenderse. Su magia ya no es suficiente… Creedme, hay que cerrar esa puerta.

La mano de Erik señaló hacia delante, y al seguir la dirección de su mirada Álex comprobó que, efectivamente, la Puerta de Plata volvía a ser visible. Desde ese lado, su aspecto era muy distinto al que tenía del lado de la vida; parecía una especie de negativo fotográfico… porque la puerta formaba una gran abertura negra en forma de arco ojival en medio de un altísimo muro de plata.

—¿Y Dora? —preguntó, mirando a su amigo.

Las pupilas de Erik, que seguían fijas en aquel muro, se contrajeron levemente.

—¿Qué pasa con Dora? —dijo en tono evasivo.

—Está claro que siente algo por ti. Quería entrar, encontrarse otra vez contigo. Es alguien muy especial, Erik.

Erik tardó en contestar unos segundos.

—Lo sé —murmuró finalmente—. Pensé que devolverle la vida era lo mejor que podía hacer por ella. Si las cosas hubiesen sido distintas… Ojalá la hubiese conocido antes.

—Todavía no es tarde —dijo Jana—. Aún podéis vivir muchas cosas juntos.

—Jana tiene razón, Erik. —Álex puso una mano sobre el hombro derecho de su amigo—. Ven con nosotros…

Erik se volvió hacia él con expresión cansada.

—No. Lo siento, Álex. Lo siento por Dora, por vosotros, por mi hermano… pero no puedo volver. Cerrar esa puerta es de vital importancia. Es el mayor reto al que me he enfrentado nunca. Y no puedo rehuirlo, ¿entendéis? Es mi deber, y solo yo puedo hacerlo.

—Pero tú solo… —Álex meneó la cabeza, desalentado—. No lo conseguirás.

—Es probable que no. De todas formas, alguien debe intentarlo.

Los ojos de Álex se encontraron con los del joven Drakul, que estaban empañados de lágrimas. Recordó el instante en que Erik se había lanzado a salvarlo en la Caverna, justo a tiempo para impedir el sacrificio de Jana. Y también recordó el respetuoso silencio que guardaban los jefes de los clanes el día de sus funerales…

Aunque Erik decidiese no regresar nunca al mundo de los vivos, su leyenda nunca moriría.

Sin embargo, debajo de esa leyenda seguía estando su viejo amigo de la infancia; aquel chico alto, seguro de sí mismo y protector con los más débiles. Erik, que había intentado animarlo cuando perdió a su padre; que había vigilado de cerca sus pasos cuando todos temían que llegase a convertirse en el último guardián; que había seguido creyendo en él incluso cuando todos los demás dudaban…

Una idea terrible comenzó a abrirse paso en su interior, y supo que no sería capaz de ignorarla: acababa de darse cuenta de que no podía abandonar una vez más a Erik. Ya le había dado la espalda antes, y era algo de lo que se arrepentiría el resto de su vida.

No podía caer otra vez en el mismo error… Si dejaba a Erik allí solo, nunca se lo perdonaría a sí mismo.

Debía quedarse con él… No tenía otra alternativa.

Pero ¿y Jana? Se había quedado un poco por detrás de ellos dos, con la mirada perdida, balanceándose de un modo extraño mientras cambiaba el peso de una pierna a la otra una y otra vez.

Álex sintió que algo se le rompía por dentro al verla así, tan frágil, tan vulnerable. Él había cambiado su vida para siempre, le había hecho perder su prestigio dentro del clan de los Agmar, y la confianza de la mayor parte de los Medu. Había pagado un alto precio por su relación… Pero no se quejaba. Siempre intentaba parecer más fuerte de lo que realmente era. Y ahora estaba muy cerca de él, destrozada por todo el horror que acababa de vivir, y llena de ganas de abandonar aquel lugar siniestro y desolado. Le preocupaba Erik, desde luego; ella también le tenía cariño… Pero si algo tenía claro Álex era que no pensaba incluirla en su sacrificio. Jana tenía que vivir; tenía que cruzar aquellas puertas antes de que se cerrasen y disfrutar de todo lo bueno que podía ofrecer el mundo al otro lado.

La muchacha captó su mirada triste sobre ella y le sonrió. Álex tuvo que hacer un gran esfuerzo para devolverle la sonrisa. Enseguida apartó la mirada; no podía arriesgarse a que Jana adivinase lo que estaba pensando. Porque si lo adivinaba se empeñaría en quedarse ella también, y no iba a consentirlo…

En realidad, necesitaba que se fuera para tener una buena razón por la que quedarse con Erik. Saber que Jana estaba viva, intentando reconstruir su mundo al otro lado del muro, le daría fuerzas para hacer lo que tenía que hacer. Lo haría no solo por su hermana, por su madre, por toda la gente que apreciaba y que se veía amenazada por los desequilibrios que él y Jana habían provocado; lo haría también por ella.

—Vamos —dijo sin volverse a mirarla—. Si Erik no va a venir, será mejor que crucemos esa puerta cuanto antes.

—Es cierto, no hay tiempo que perder —le apoyó Erik—. Cada segundo cuenta…

Su amigo, era evidente, no tenía ni la menor idea de lo que se proponía hacer. Mejor así; los mantendría engañados a los dos hasta el último momento.

Caminaron lentamente hacia el arco oscuro que los miraba como un ojo gigantesco desde el muro de plata. Cada paso que daban les costaba un esfuerzo mayor, aunque Álex no habría sabido explicar por qué.

Después de unos minutos lo entendió. La resistencia a avanzar era algo que estaba dentro de ellos, tal y como le había advertido Corvino. Todo ocurría dentro de su mente. Estaba muy cansado, mortalmente cansado de luchar día a día para seguir sobreviviendo. Allí, al menos, no se sentía amenazado. Sabía que podría acostumbrarse fácilmente a aquella paz. No le preocupaban aquellas sensaciones, porque había tomado la decisión de quedarse mucho antes de acercarse a la puerta; pero sí le inquietaban por Jana. ¿Y si ella estaba sintiendo lo mismo? ¿Y si se dejaba arrastrar por aquellos sentimientos y, en el último momento, no encontraba en su interior la energía necesaria para salir?

Estaban ya muy cerca de la Puerta de Plata. Lo que se veía al otro lado era una especie de torbellino gris y amenazador. En cambio, allí dentro todo era calma. Le venían a la mente imágenes de cuando era pequeño, recuerdos muy lejanos. Como aquel día con su padre, aprendiendo una apertura de ajedrez. O la tarde en la que fue con toda su familia al cine, a ver una película de animación, y su hermana pequeña lloraba porque uno de los personajes le daba miedo…

En el mismo instante, le pareció captar un intenso olor a palomitas de maíz. ¿A qué venía todo aquello? ¿Qué le estaba haciendo aquel lugar a su pensamiento? Era como si intentase atraparlo en un círculo interminable de recuerdos.

—No os dejéis envolver. —No son más que sensaciones oyó que decía Erik—. Vamos, tenéis que atravesar… ¡Ahora!

Jana le cogió de la mano.

—Vamos, Álex —dijo—. Ahora o nunca…

Él no retiró la mano de entre sus dedos. Ella habría notado que algo no iba bien; así que dejó que lo condujese hasta el umbral mismo de la puerta, e incluso un par de pasos más allá.

Entonces, cuando ya podían ver la luz del amanecer al otro lado, la soltó.

—¿Qué pasa, Álex? —Jana le estaba mirando. Un viento furioso y desordenado agitaba el cabello y las ropas de los dos. En la expresión de Jana no había verdadera alarma.

—Sigue tú. Necesito decirle a Erik una última cosa. Sigue, no podemos quedarnos aquí, el viento nos matará. Ahora vuelvo…

Lo último que vio antes de darle la espalda fue su mirada perpleja, su cara de no saber qué hacer.

Temió que no le hiciera caso, que se quedase allí plantada, esperándole; o, peor aún, que lo siguiese…

Pero ella no querría parecer preocupada. No querría que Álex pensase que desconfiaba de él, y por eso haría lo que él le había dicho. Álex apretó los párpados hasta que su campo visual se llenó de estrellas blancas, notó el golpeteo doloroso del corazón dentro de su pecho, y mientras desandaba el camino que lo separaba de Erik, suplicó interiormente que Jana hubiese decidido seguir sus instrucciones. Que hubiese atravesado la puerta…

Tenía que saberlo. Así que, cuando se encontró a una distancia prudencial del enorme arco negro, volvió la vista atrás.

El arco estaba desierto, y se abría ante él enorme y amenazador como la boca de un monstruo. No se veía a Jana por ninguna parte… Había desaparecido.