Capítulo 2

Fin de semana. Álex nunca había lamentado tanto tener que pasar dos días sin ir al colegio. Los Olmos era su única conexión con Dora, y necesitaba desesperadamente hablar con ella… Solo ella podía volver a ponerle en contacto con Erik.

Pero no sabía dónde vivía Dora, y eso significaba tener que esperar dos días interminables para poder hacer algo. Dos días más sin Jana. No podía hacerse a la idea de que ella hubiese desaparecido, de que hubiese quedado atrapada en el reino de los muertos…

El sábado a última hora de la mañana, después de intentar distraerse inútilmente montando una maqueta de aeromodelismo que su madre le había regalado por su cumpleaños, decidió ir a hablar con David.

Iba a ser duro. David no tenía ni idea de lo que le había ocurrido a su hermana, y él había rehuido contárselo hasta ese momento… Pero no podía seguir ocultándoselo. Además, David podía colaborar.

Quizá él tuviese la dirección de Dora, o su teléfono… Tal vez pudiese ayudarle a localizarla.

David salió a abrirle la puerta en pijama, con el pelo revuelto y los ojos soñolientos.

—Lo siento —se disculpó, apartándose para dejarle pasar—. Ayer me quedé hasta tarde haciendo unos bocetos. No podía dormir… ¿Sabes algo de Jana?

—Sí —Álex tragó saliva—. Es largo de contar… ¿Me invitas a un café?

Con un gesto, David le pidió que avanzase hacia la cocina, y lo siguió después de cerrar la puerta tras él.

Mientras David preparaba el café en la nueva cafetera eléctrica que Jana había comprado recientemente, David contempló distraído la puerta trasera, con su cortinilla de tela blanca y traslúcida a través de la cual se filtraba el resplandor verdoso del jardín.

David le tendió una taza larga y transparente y se sirvió otra idéntica. Los dos sorbieron en silencio sus respectivas bebidas antes de que Álex se decidiese a hablar.

—Muchos Medu creen que Erik ha vuelto, que se ha proclamado rey y que ha establecido su corte en una ciudad secreta llamada Polgar. Pero no es él. No es Erik… Se trata de un medio hermano suyo que lleva sangre Írida y que ha decidido suplantarlo.

David lo miró con la boca abierta, estupefacto.

—¿Erik tenía un hermano Írido? Estás de broma…

—Espera, eso es solo el principio. Resulta que, hace poco, recibí un mensaje del verdadero Erik. Tú sabes lo que está pasando desde que leímos el Libro de la Creación. Las fronteras entre el reino de los vivos y el reino de los muertos se han vuelto… no sé cómo decirlo; permeables… Y el mundo se ha llenado de espíritus inquietos que vagan de un lado a otro intentando arrebatarles a los humanos la magia.

—Sí. Todos vuelven menos Erik. Lo de la profecía ha resultado ser un fiasco, ¿verdad? Y su hermano lo ha aprovechado… ¡Qué listo!

—Como te decía, Erik me pidió que le ayudase a cerrar la Puerta de Plata, una especie de enclave mágico por donde tiene lugar la comunicación entre los dos mundos. Pero su hermano, que por lo visto se llama Edgar, tenía otros planes. No quería cerrar la puerta, sino controlarla: pedirles a los espíritus una especie de «peaje» por dejarlos pasar… De ese modo esperaba recuperar la magia para los Medu.

—Es una buena idea —dijo David, pensativo—. El tal Edgar no parece ningún tonto.

—Fue lo bastante listo como para convencer a tu hermana de que lo ayudara. Pero algo salió mal, David… Jana fue arrastrada a través de la Puerta de Plata hasta el reino de los muertos, y ha… ha quedado atrapada allí.

Con la taza en la mano, David se quedó mirando a Álex tan inmóvil como una estatua.

—No… No estarás intentado decirme que mi hermana está muerta —murmuró finalmente.

A Álex se le hizo un nudo en la garganta.

—No lo sé, David —logró contestar—. Yo no estaba allí. Ella no me dijo nada acerca de lo que se proponía. Claro que yo tampoco le dije nada sobre lo de Erik…

—¿Crees que… crees que él ha tenido algo que ver con lo que le ha pasado a Jana? Estaba loco por ella. Quizá la haya arrastrado hasta el reino de los muertos para estar con ella y no volver a perderla jamás, como en ese antiguo mito griego. Ya sabes, ese en el que Hades, el dios de los muertos, rapta a Perséfone…

—No creo que haya sido Erik, David. Él no le haría eso a Jana. No sé quién ha sido, pero es posible que Pértinax haya tenido algo que ver. Fue a verle para pedirle el conjuro capaz de abrir las puertas. Y Edgar me contó que había visto un extraño fantasma justo antes de lo que le ocurrió a Jana, un fantasma que parecía una muñeca antigua.

—Urd…

—Sí. Quizá haya sido su forma de vengarse de Jana.

David meneó la cabeza, escéptico.

—No; Jana no se dejaría vencer por Urd. Si ha sido ella, no estaba sola. Alguien ha tenido que ayudarla.

Álex sorbió el último tercio de su café en silencio. Cuando dejó la taza vacía en la mesa, los ojos de David seguían fijos en él.

—¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó el muchacho.

—Desde ayer por la tarde.

—¿Lo sabes desde ayer por la tarde y no me has dicho nada? Álex…

—Lo siento —Álex sentía realmente un profundo malestar, una molestia física que le atenazaba el pecho y el estómago—. No sabía cómo decírtelo.

Se instaló entre ellos un silencio hostil, incómodo. Se oía el tictac del reloj de madera de la cocina, y los aspersores de riego de un jardín cercano.

—Voy a buscarla, David. No me mires así; estoy decidido a atravesar esa puerta maldita si hace falta. Pero antes necesito trazarme un plan. No va a ser fácil…

—¿Estás hablando de ir a buscarla? —David sonrió con amargura—. No seas idiota, Álex. No se ha ido de vacaciones. Está muerta… Está atrapada en el Otro Mundo.

—Todavía me quedan algunos poderes. Además, las fronteras entre los dos mundos nunca han sido tan fáciles de atravesar como ahora.

—Cruzar desde el reino de los vivos al de los muertos siempre ha sido bastante fácil. Lo difícil es cruzar en la otra dirección…

—Muchos lo están haciendo.

David se estremeció.

—Sí. Pero ya no son humanos. Son otra cosa. Y no me gustaría ver a Jana…

—Cállate. La recuperaremos. Aunque sea lo último que haga en esta vida.

David asintió, pero con tal expresión de derrota, que era evidente lo poco que confiaba en aquella declaración de intenciones.

—Si puedo hacer algo, dímelo —murmuró, mirando distraídamente hacia la ventana—. Cualquier cosa. Puedo ir contigo… ¿Sabes cómo llegar hasta esas puertas?

—¿La Puerta de Plata? No, pero Edgar, el hermano de Erik, sí lo sabe. Estaba con Jana cuando ella desapareció.

—Quizá haya tenido algo que ver…

—No lo sé; no me parece muy probable. Es un tipo bastante complicado, hasta retorcido, si me apuras, pero no le creo capaz de eso.

Volvieron a callarse. Álex aspiró el intenso aroma del café y tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse a llorar. El olor le recordaba la mañana en que se despertó por primera vez en casa de Jana. La mañana en que David le hizo aquel tatuaje…

Aquel día se había forjado entre ellos un vínculo indestructible. O, al menos, así lo había creído Álex hasta entonces. Pero había algo que podía destruir hasta los lazos más fuertes: la muerte.

La muerte le había arrebatado a Jana, y él estaba allí, en su cocina, bebiendo café y mirando al vacío como un estúpido.

Levantó la vista hacia David, que parecía abstraído en sus propios pensamientos.

—Necesito que me ayudes a encontrar a Dora.

El otro lo miró desorientado.

—¿A Dora, la de mi clase? —repitió—. No entiendo…

—Dora fue la que me puso en contacto con Erik la otra vez. Necesito que vuelva a hacerlo, pero hasta el lunes no la veré en el colegio… ¿Tú sabes dónde vive?

David asintió, y alargó la mano para coger su móvil de encima de la mesa.

—Apunté su dirección en la agenda del teléfono. La tengo aquí… ¿Quieres que te la diga?

—No. Quiero que vengas conmigo. Estamos juntos en esto, ¿no? Necesito tu ayuda… Sois amigos, y sé que Dora confía en ti.

La casa de Dora era una vivienda unifamiliar situada en una urbanización moderna, a escasa distancia de la playa. Había un par de tablas de surf en el jardín y una piscina hinchable, de bebé, aunque estaba vacía. Ya no era época de bañarse al aire libre…

Salió a abrirles una joven de unos veintitantos años, con el pelo rubio platino, corto y rizado. Sus ojos verdes y oblicuos recordaban a los de un felino. Llevaba una camiseta de rayas y unos leggins negros, y se quedó mirando a sus dos visitantes con aire inquisitivo.

—¿Está Dora en casa? —preguntó David, adelantándose—. Soy un compañero de clase. La he telefoneado, pero no me contesta.

—Soy Elena, su hermana. ¿Habíais quedado? —preguntó la chica con desconfianza.

—Para hacer un trabajo —improvisó David, sosteniendo ingenuamente la mirada de Elena—. Espero que no esté enferma…

—Pues la verdad es que no se encuentra muy bien. Ni siquiera se ha levantado de la cama. No ha dicho nada de ningún trabajo; debe de habérsele olvidado.

Se oyó el llanto de un niño en algún lugar remoto de la casa.

—Es mi hijo. Tengo que ir a ver qué le pasa. Está muy inquieto, el pobre. Han empezado a salirle los dientes. Si me disculpáis…

—Por nosotros no te preocupes —dijo David.

—Dora está arriba, en su habitación —dijo Elena, alejándose ya por un largo pasillo hacia el fondo de la vivienda—. ¿Sabéis dónde es? La segunda a la izquierda…

Aquello equivalía prácticamente a un permiso para entrar en la casa, así que Álex y David no se lo hicieron repetir dos veces y subieron rápidamente las escaleras.

La puerta de la habitación de Dora estaba cerrada. Pegado sobre ella había un cartel de una bailarina suspendida en el aire en una grácil pirueta en medio de la oscuridad. Era un recorte de una vieja revista.

Álex se acercó a la fotografía para observar el rostro de la bailarina. Se trataba de la propia Dora, aunque debía de ser casi una niña cuando se tomó aquella foto.

David llamó con los nudillos.

—Dije que no quería que me molestaseis —dijo una voz desganada desde el interior de la habitación—. ¿Qué queréis ahora?

—Soy David. He venido con Álex… Necesitamos verte.

Se oyeron pasos rápidos aproximándose a la puerta, y esta se abrió apenas unos segundos después.

Dora estaba muy pálida. Llevaba puestas unas mallas negras, unas medias del mismo color y sus viejas zapatillas rosas de baile.

—Pasad…

—¿Estabas ensayando? —Preguntó David—. Tu hermana nos ha dicho que estabas enferma…

—¿Elena? Para ella, alguien que se pasa horas bailando es una persona enferma. Es verdad que me duele la cabeza, pero estoy bien… Exageré un poco en el desayuno para que me dejaran en paz. Me persiguen continuamente, no me dejan ni a sol ni a sombra… Y el crío, aunque es muy lindo, no para de llorar. Me pone nerviosa.

En la habitación, la pared opuesta a la de la cama estaba cubierta por un gran espejo, y debajo de la ventana había una barra de ejercicios.

También había algo más; algo que a Álex le llamó poderosamente la atención. Clavadas a la pared con chinchetas azules vio varias fotos de Erik recortadas de antiguos periódicos. En una estaba con Óber, sonriéndoles seductoramente a las cámaras. En otra se le veía tomando parte en una ceremonia oficial de los Drakul. Y otra era una foto de grupo de hacía un par de cursos, en el patio de Los Olmos.

Al notar que Álex estaba mirando aquellas fotos, Dora enrojeció.

—Quería… quería saber cómo era cuando estaba vivo, así que empecé a rebuscar en periódicos y revistas viejas. Y también en los archivos del colegio.

David parecía perplejo, y también levemente descorazonado.

—No sabía que Erik te interesara tanto —murmuró—. Nunca me lo habías dicho.

—Es un poco difícil de explicar, David. Y nunca he encontrado el momento de contártelo.

—Dora conoció a Erik mientras estuvo en coma —dijo Álex, acudiendo en su ayuda—. Si no hubiera sido por Erik, ella no se habría recuperado.

—Entiendo —dijo David con lentitud—. Erik, siempre Erik… Bueno, no me importa que me quite a la chica que me gusta si a cambio me devuelve a mi hermana.

Dora lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿De qué estás hablando?

—No le hagas caso —intervino Álex—. Es verdad que Jana ha desaparecido, pero Erik no ha tenido nada que ver, estoy seguro. Es una broma de David…

—Lo de que me gustas también es una broma —dijo el aludido, sin el más leve atisbo de sonrisa.

Álex frunció el ceño. Dora se había sentado en la cama, y los miraba alternativamente a uno y a otro sin entender nada.

—Necesito que me ayudes a entrar en contacto con Erik otra vez —dijo Álex—. Jana ha quedado atrapada en el Otro Mundo.

Dora alzó las cejas.

—No me digas… que ha sufrido un accidente…

—Es algo un poco más complicado que eso —explicó David—. Por lo visto, mi hermana se fue de excursión con unos cuantos Drakul por una senda secreta que lleva hasta la Puerta de Plata. Y allí, según parece, la obligaron a cruzarla…

—¿Los Drakul?

—No. No sabemos quién. Justamente por eso necesitamos la ayuda de Erik, para averiguar qué fue exactamente lo que pasó. Y rescatarla…

—¿Del otro lado? —Dora sonrió melancólicamente—. Eso no es posible, Álex. Nadie puede regresar del reino de los muertos al reino de los vivos.

—Pero tú regresaste —objetó David.

—Yo no estaba muerta, estaba en coma… Me encontraba en la frontera, en una especie de reino intermedio, que es el mismo lugar en el que se encuentra Erik. Jana, por lo que me decís, cruzó la Puerta de Plata. Eso significa que está muerta de verdad. Lo siento… sé que es muy duro, pero si os diera esperanzas de que es posible recuperarla os estaría mintiendo.

—De todas formas, quiero hablar con Erik —insistió Álex—. Él sabe mejor que nadie lo que se puede y lo que no se puede hacer.

—Yo no estaría tan segura —dijo Dora—. Él no está con los otros, ya te lo he dicho. De todas formas, no vas a poder preguntarle. He perdido la conexión, Álex… Se ha ido debilitando hasta que la he perdido definitivamente.

Había tanto dolor en aquella confesión, que los ojos de Álex no pudieron evitar fijarse en las fotografías de Erik clavadas a la pared.

—Creía que eso no podía ocurrir. El vínculo entre vosotros…

—Cuanto más tiempo pasa, más débil es el vínculo. Él me lo advirtió; me dijo que ocurriría… Pero yo no puedo aceptarlo. Erik… Él es la persona más importante para mí. Me da igual dónde esté, si está vivo o muerto. Es decir, no me da igual, pero mientras sentía que existía un lazo entre nosotros, era como tenerle cerca. Ahora, el lazo se ha roto. Así que no puedo ayudarte, Álex.

—¿No puedes hacer nada? Por favor, Dora, intentémoslo —suplicó el muchacho—. Jana significa mucho para mí. Quiero que vuelva…

Dora le clavó sus grandes ojos tristes.

—Y yo quiero estar con Erik. Pero ni lo uno ni lo otro es posible. Lo siento, lo siento de verdad… Haría lo que fuera por ayudarte, pero no puedo hacer nada.

—Quieres a Erik —murmuró David, sentándose en el suelo frente a Dora y alzando los ojos hacia ella—. Estás loca por él. Y dices que has perdido la conexión… Pero seguro que te pasas horas aquí encerrada, pensando en la manera de recuperarla.

Dora le sostuvo un instante la mirada y asintió con la cabeza.

—Sí, es verdad —reconoció—. Aunque no me sirve de mucho…

—Pero seguramente habrás hecho planes; habrás pensado en posibles formas de actuar, de conseguir lo que quieres.

—Sí. Lo siento, no veo adónde quieres ir a parar…

—Cuéntanoslos —pidió David con voz firme—. Todos esos planes, por disparatados que sean. No tenemos nada mejor. Y tú has estado con él. Si alguien sabe cómo llegar hasta Erik, tienes que ser tú.

Dora desvió la mirada desde el rostro de David hasta el de Álex, que asintió imperceptiblemente.

—Está bien —comenzó la muchacha—. A veces, cuando creo que no voy a poder soportar estar sin él el resto de mi vida, empiezo a imaginar tonterías. Pienso que, si volviese a acercarme a donde él se encuentra, quizá conseguiría recuperar la conexión. El vínculo se ha aflojado porque estoy rodeada de vida. Si estuviese rodeada de muerte…

—¿Tú también estás pensando en cruzar la Puerta de Plata? —dedujo Álex.

—Al menos, pienso en acercarme a ella. En alejarme de los vivos por un tiempo, a ver si así consigo volver a comunicarme con él. Es como si toda esta vida que hay a mi alrededor crease interferencias, ¿comprendéis?

Los dos chicos asintieron.

—Puedo conseguir el mapa de una senda mágica Drakul que conduce a las puertas —Álex miró a David—. Edgar se siente tan culpable que me lo dará. Podemos usarlo para ir hasta la Puerta de Plata, Dora, y desde allí, intentar la conexión con Erik.

—¿Quién es Edgar? —preguntó la muchacha.

Álex comprendió que había metido la pata al mencionar al hermano de Erik.

—Es alguien con mucha influencia en el mundo de los Drakul —explicó en tono evasivo—. El caso es que nos conseguirá el mapa. La Senda de la Oca, creo que se llama.

—¿Es la misma que usó Jana? —quiso saber Dora.

—La misma, sí.

—Eso significa que no resulta segura. Pensadlo, chicos.

—Dora tiene razón —murmuró David—. Una sombra la arrastró al otro lado de la puerta. Con nosotros podría hacer lo mismo. Y está el fantasma de Urd… Podrían seguir vigilando. A lo mejor es justamente lo que esperan, que tú vayas a rescatarla para atraparte a ti también —añadió mirando a Álex.

—Pues si es así, me enfrentaré a ellos, sean quienes sean —contestó este en tono decidido—. Antes o después tendré que hacerlo, ¿no? Además, no hay otra alternativa…

—Sí la hay —dijo Dora.

Los dos muchachos la miraron.

—¿A qué te refieres? —preguntó David.

—Los Drakul no son el único clan que controla los caminos entre la vida y la muerte. Los Varulf también tenemos los nuestros… He estado estudiando el tema. Hay otra puerta que los Drakul no conocen. En los documentos antiguos de mi clan figura como «la Puerta de Sombra». Y existe un camino mágico que conduce hasta ella y que los chamanes Varulf pueden recorrer a voluntad. La llaman la Senda del Cuervo… Sean quienes sean vuestros enemigos, no os buscarán en ella.

—La Senda del Cuervo —repitió Álex, fascinado—. ¿Sabes dónde está?

—Ese es el problema, que todavía no he podido averiguarlo. Pero estoy en ello. Quizá pueda decirles algo de aquí a unos días.

—¿Y mientras tanto? —La voz de Álex era casi un quejido de angustia—. Jana está allí atrapada, sola.

Tiene que haber algo que yo pueda hacer…

—Solo puedes hacer una cosa, Álex —dijo Dora—: Armarte de paciencia y esperar.