Capítulo 2

—Tienes que saber dónde has estado —la voz de Issy vibraba de un modo extraño en la oscuridad del parque desierto—. Kinow, haz un esfuerzo… Nadie puede estar desaparecido tanto tiempo sin enterarse.

Kinow Kuud miró a su amiga con expresión ausente. Jana se preguntó por un momento si el rostro de Issy se habría vuelto transparente para ella, porque sus ojos parecían fijos en un punto por detrás de la cabeza de su amiga, como si algo les llamase poderosamente la atención a la altura de la garita que daba acceso a la noria.

—Déjala —intervino Railix en tono cansado—. Es la quinta vez que le preguntas lo mismo. Ni siquiera te oye, ¿no lo ves?

Una chispa de lucidez atravesó fugazmente los ojos de la muchacha del pelo azul.

—Railix —murmuró, pronunciando muy despacio cada sílaba—. ¿Dónde estamos?

—¿Lo has olvidado? Estamos en Magic Land, Kinow —contestó Railix obligándose a sonreír—. Vinimos en busca de la Puerta de Plata. Lo ordenó Su Majestad… ¿Lo recuerdas ahora?

—Su Majestad… ¿Desde cuándo tenemos un rey? Desde la muerte del último de los Kuriles, no ha habido un rey entre los Medu.

Railix e Issy intercambiaron una mirada de frustración. Jana también buscó los ojos de Álex, esperando algún signo de complicidad. Pero Álex no la miraba… No la había mirado en ningún momento desde la brusca aparición del cuerpo de Kinow en el sendero que conducía hacia la noria. En realidad, estaba casi tan ausente como la propia Kinow. Parecía abstraído en sus propios pensamientos… que debían de ser bastante sombríos, a juzgar por la expresión de su rostro.

—Es un milagro que no tenga ningún hueso roto —dijo entonces Athanambar. Se mantenía un poco apartado del banco de madera en el que habían tendido a Kinow, y atravesaba una y otra vez, a grandes zancadas, los cuatro metros de asfalto del camino, sin sacar en ningún momento las manos de los bolsillos—. ¿La habéis visto caer, o han sido imaginaciones mías? Lo normal sería que se hubiese matado…

—No fue una caída natural —observó Álex con voz apagada—. Creo que hemos compartido una especie de visión, pero ella no ha caído realmente.

—Entonces, según tú, ¿no estaba en esa noria? —preguntó Issy, alzando los ojos hacia él—. Pero, entonces, ¿dónde estaba? No tiene ni pies ni cabeza…

—No sé dónde estaba, Issy —Álex meneó la cabeza—. No entiendo nada de todo esto. Y lo que menos entiendo es cómo Jana…

Se detuvo sin llegar a completar la frase. Jana creyó que por fin iba a mirarla, pero se equivocó de nuevo. Álex rehuía sus ojos. ¿Por qué? Tal vez se había dado cuenta. Era la única explicación posible. Sí, él parecía ser el único que lo había notado…

Jana no había liberado a Kinow sin más. Se la había arrebatado a algo; a alguien… Se había medido con ese alguien que la retenía y había vencido. Y, al vencer, le había arrebatado a aquel ser toda su magia.

Desde el mismo momento en que reconoció la melena azul de Kinow en medio de la noche, notó aquel nuevo poder en su interior. No sabía a qué se había enfrentado. No sabía cómo había ganado aquella batalla. Pero una fuerza oculta en su mente había luchado en su nombre, y el resultado era aquel flujo de magia desde el mundo inmaterial de los muertos hasta ella, una criatura frágil y viva.

Lo que eso significaba estaba claro: Erik tenía razón. Los Medu podían recuperar la magia perdida si unían sus fuerzas para llegar a controlar la Puerta de Plata. Podían arrebatarles el poder a los espíritus de los muertos que se habían aventurado a regresar a la Tierra. Si ella los había vencido sin darse cuenta de lo que hacía, quería decir que no se trataba de algo difícil.

—No es difícil para ti —murmuró Álex, que se había acercado a Jana mientras los demás volvían a concentrar toda su atención en Kinow, que había empezado a llorar derramando gruesas lágrimas en silencio—. Pero tú no eres una Medu normal y corriente. Tú eres especial, cielo.

Aquella proximidad repentina de Álex, unida a sus extrañas palabras, hizo que a Jana se le erizase la piel del cuello y de los brazos.

—¿Qué pasa? ¿Ahora puedes leerme el pensamiento?

Sus ojos se encontraron por fin con los del muchacho. Él se encogió de hombros.

—Hay lazos entre nosotros —contestó, esbozando una sonrisa—. Estamos unidos. Si aumenta tu poder, el mío también, supongo.

«Ya», pensó Jana, dándose la vuelta para que Álex no pudiese distinguir la expresión de su rostro. Entonces, ¿cómo era que ella no podía leer en su mente, a pesar de toda la magia que había recuperado?

En realidad no era algo nuevo. Siempre, casi desde el principio, le había sucedido lo mismo con él. Un muro de silencio se interponía entre sus pensamientos y los de Álex. Un muro que rara vez llegaba a romperse… y que él reconstruía de inmediato.

Aunque tal vez no fuese culpa suya. Tal vez el muro no estaba ahí por su voluntad, o porque él pensase que debía protegerse de Jana. Quizá aquel muro fuese un producto de su formación con los guardianes, en aquellos meses en los que estuvo desaparecido. O quizá fuese un legado de su antepasados Kuriles

Probablemente nunca llegaría a saberlo.

Aún molesta por aquella desigualdad, por el hecho de que él pudiese adivinar lo que pensaba mientras ella se devanaba los sesos intentando adivinar lo que pensaba él sin ningún éxito, decidió concentrar toda su atención en Kinow y en lo que sucedía a su alrededor. Así, Álex no tendría ningún secreto que descubrir. Más tarde, cuando estuviera sola, podría dedicarse a sacar conclusiones sin temor a ser espiada.

Kinow se había sentado en el banco y, con los brazos en alto, rotaba las muñecas a un lado y a otro, sorprendida, al parecer, de poder ejecutar aquel sencillo movimiento.

—Es como si tuviese que acostumbrarse de nuevo a tener un cuerpo —murmuró Issy—. Me pone los pelos de punta…

—Lo importante es que está mejor —dijo Railix—. Poco a poco, vuelve a ser la de siempre.

—A lo mejor ya le ha vuelto la memoria —sugirió Athanambar—. Anda, Railix, ¿por qué no le preguntas si sabe dónde está Pórtal?

Un relámpago de miedo iluminó, durante breves instantes, los ojos de la muchacha.

—Quiero… quiero irme de aquí —murmuró—. ¿Dónde está mi abuelo? ¿Por qué no ha venido a buscarme?

A Jana no le pasó inadvertida la expresión de alarma que asomó a los ojos de Railix.

—Kinow, tu abuelo no puede venir. Hace tiempo que no sabemos dónde está, ¿lo recuerdas? Tienes que recordarlo. Es por lo que te uniste a mi equipo. Yo quería a ese viejo. Fue mi mentor, y después mi amigo…

—¿De qué están hablando? —preguntó Jana en voz baja, mirando a Issy.

La muchacha tenía el ceño fruncido, y parecía estar haciendo esfuerzos para no echarse a llorar ella también.

—Amunkur, el abuelo de Kinow, lleva desaparecido mucho tiempo —explicó en el mismo tono que había empleado Jana—. Kinow lo adoraba. Él era la persona más importante de su vida. No puede haber olvidado lo que le ocurrió…

Álex se aproximó al banco casi con timidez y se quedó mirando a Railix mientras este, sentado junto a Kinow, le cogía la mano a la chica para intentar reconfortarla.

—No ganaremos nada presionándola —murmuró—. Railix, es mejor que la dejemos descansar. Quizá se recupere cuando pase algo de tiempo. Es todo muy reciente…

Railix asintió de mala gana.

—Tienes razón —gruñó—. Ahora lo importante es encontrar a Portal. Issy, por favor, quédate tú con Kinow… Nosotros seguiremos con esto.

—¡Pero no es justo! —Protestó Issy—. Aquí no pinto nada, y sabes que lo mío es ir a donde está la acción…

—Esta vez no —la interrumpió Railix con sequedad—. Vete con ella si quieres. Sabes cómo llamar para que os recojan. O, si lo prefieres, puedes esperarnos aquí… Esa condenada Agmar parece saber muy bien lo que se hace, así que es posible que no tardemos en regresar con Pórtal.

Jana, que había oído la despectiva alusión de Railix a sus poderes, estuvo a punto de ofrecerse para cuidar de Kinow en lugar de Issy. No tenía ningunas ganas de seguir con aquello. Al fin y al cabo, ¿qué había conseguido? Había liberado a Kinow, pero nadie le había dado las gracias por ello. Al contrario; la miraban con más hostilidad aún que antes. Y también, quizá, con cierto temor… No se merecían que siguiese ayudándolos.

Pero casi en el mismo instante en que esos pensamientos invadieron su mente, Jana recordó la mirada desafiante de la directora Lynn el día en que había amenazado con expulsarlos, a Álex y a ella, del colegio. No tenía más remedio que ayudar a aquellos Drakul. Además, Erik era su jefe, aunque él no formase parte de la expedición. Y Erik lo había sacrificado todo por ella. Todo, hasta la vida…

—¿Por dónde vamos ahora? —preguntó en tono indiferente.

Si algo tenía claro, era que no pensaba dejar que aquellos Drakul notasen lo herida que se sentía por la forma en que la estaban tratando.

Railix señaló hacia una altísima montaña rusa que se veía en el otro extremo del Parque. La llamaban «La Caída del Ángel», y era la atracción estrella de Magic Land.

—Tengo el pálpito de que podríamos encontrarlo allí —dijo—. Aunque tú, seguramente, lo sabrás mejor. Si has podido encontrar a la chica, seguro que también sabes cómo localizar a Pórtal.

Comenzaron a caminar en silencio por el sendero asfaltado que conducía hacia la Caída del Ángel, con Railix y Athanambar en cabeza y Álex y Jana detrás.

El viento se enredaba en los recortes de césped que separaban unas atracciones de otras. Estaban atravesando un falso paisaje volcánico decorado con calderas gigantes que, de día, emitían continuamente humo de diferentes colores y fétidos olores. Era Wicked Island, el país de las brujas.

Sus árboles artificiales alzaban sus ramas desnudas contra el cielo nocturno sin responder a la caricia del viento.

—¿Cómo lo has hecho? —preguntó Álex después de un rato.

Se habían quedado un poco rezagados con respecto a los dos Drakul que lideraban la marcha, de modo que nadie, aparte de Jana, podía haber oído la pregunta.

—No lo sé —contestó la muchacha después de un momento—. De verdad, Álex, no tengo ni idea de cómo ha ocurrido. Ha sido mi subconsciente, supongo. Yo no recuerdo haber visto ni oído nada especial. Solo fue una sensación. Una sensación rara, que daba miedo…

—Todo esto da bastante miedo, si te paras a pensarlo.

Jana asintió, pero no dijo nada más. El miedo no era una sensación a la que estuviera acostumbrada, y prefería no detenerse a reflexionar demasiado sobre ella. Tener miedo era un lujo que, durante la mayor parte de su vida, no se había podido permitir. Pero también debía admitir que nunca antes se había enfrentado a algo tan hostil, tan desconocido como aquello. Salvo, quizá, el Nosferatu… Claro que, entonces, ella había sabido todo el tiempo que dentro de aquel monstruo de piel tatuada se encontraba prisionero el espíritu de Álex. En cambio, nada en aquellas sombras procedentes del mundo de los muertos le resultaba familiar. Por eso eran tan peligrosos; porque resultaba imposible ponerse en su lugar, tratar de imaginar sus pensamientos y sus deseos. Tal vez fuesen humanos en otro tiempo, pero ya no lo eran. Se habían convertido en otra cosa: en almas errantes y llenas de odio, en seres de la oscuridad…

Fue justo al llegar a la salida del falso reino de las brujas cuando notó de nuevo su presencia. Involuntariamente, apretó la mano de Álex.

—Están cerca —murmuró—. Los siento… No, no llames a Railix —añadió, al ver que su amigo se disponía a gritarles a los Drakul que volviesen sobre sus pasos—. Solo serán una molestia. Viene de allí…

—¿Del barco pirata?

—Creo que sí, aunque no estoy segura.

Se habían detenido en una encrucijada con varios carteles en forma de garras de madera indicando las atracciones a las que se dirigían los seis caminos que allí se encontraban. El cartel que señalaba hacia el barco llevaba la inscripción de «Playa del Corsario».

Antes de que su voluntad pudiese intervenir, sus pies ya habían comenzado a avanzar en aquella dirección. Álex tardó unos instantes en seguirla, unos instantes que a Jana se le hicieron eternos. Ella no podía retroceder, aunque quisiera. Una fuerza más poderosa que la de sus decisiones la atraía como un imán hacia el viejo galeón anclado en la orilla del lago. Sus cañones parecían extraños dedos rígidos que surgían del casco de la embarcación como si este fuese un guante de madera. Las velas estaban recogidas y formaban estrechas franjas de lona blanca suspendidas de los palos. Durante las horas en las que el parque estaba abierto, aquel era un barco fantasma. Los visitantes bajaban a las bodegas en grupos y contemplaban, con una mezcla de asombro y deleite, un sofisticado espectáculo de hologramas donde no faltaban los esqueletos danzarines, los estallidos de pólvora y las espadas manchadas de sangre. Pero durante la noche, el galeón podía verse como lo que realmente era: un gran escenario vacío, tan falso como un decorado de teatro.

Un puente de cuerdas conducía desde los tornos de entrada de la atracción hasta la cubierta del barco.

Jana saltó el torno sin acordarse de las alarmas que podían estar conectadas a él, pero afortunadamente estas no se dispararon. Oyó a Álex saltar detrás de ella, pero no se giró a mirarlo. Necesitaba toda su concentración para avanzar por el tembloroso puente sin perder el equilibrio.

Una vaharada de calor húmedo le azotó el rostro, y supo que eran ellos.

De buena gana se habría dado la vuelta y habría salido corriendo de aquel mundo mágico de cartón piedra sin mirar atrás, pero sus piernas ya no la obedecían. Una fuerza interior que no podía controlar la impulsaba a seguir adelante, a pesar de que podía sentir con toda claridad la cercanía de aquellas sombras malignas, invisibles. La sensación que le producía su proximidad era una repugnancia parecida a la que se siente en presencia de algo corrompido, descompuesto. Todo, en aquellos seres, tendía hacia el desorden y la putrefacción. Necesitaban desesperadamente la magia de los vivos para no disolverse en aquel caos de destrucción y desaparecer definitivamente. Por eso se acercaban a ella; era como si la estuvieran olisqueando, igual que hacen los perros de caza antes de lanzarse en busca de una presa.

Era tan intensa la repugnancia que le inspiraban que no podía percibir ninguna otra cosa. Si Pórtal estaba allí, atrapado en medio de aquella decadencia, ella no lo sentía. Pero los otros, en cambio, se le aproximaban cada vez más, tanto que en algunos momentos llegaba a sentir su contacto. Un contacto blando, como cuando el dedo se hunde al tocar una fruta podrida y mohosa…

Y en uno de esos contactos, de repente, tuvo una visión. Pero no era una visión compuesta de imágenes o de elementos visuales. Era, más bien, una idea. Una certeza repentina…

Había reconocido a alguien en aquella telaraña invisible de espíritus muertos. Por un momento, él había logrado despegarse de los demás, volviendo a ser un individuo aislado. Solo por un momento…

Lo suficiente como para reconocer, bajo su máscara de decrepitud y podredumbre, el poderoso rostro de Óber, el padre de Erik.