Capítulo 2

La casa de Jana en la Antigua Colonia estaba exactamente igual que la noche en que Álex la visitó por primera vez. Sin embargo, alrededor de ella habían cambiado algunas cosas: habían colocado andamios en la casa contigua y las columnas estaban envueltas en plástico para evitar que se mancharan de pintura. Además, los árboles de los jardines, exceptuando algunas palmeras y cipreses, componían una estampa típicamente otoñal, un brillante mosaico de hojas rojas y amarillas…

Álex no podía cruzar el umbral de aquella casa sin recordar, con la piel erizada, el primer beso que Jana y él se habían dado allí mismo, en las escaleras. ¡Qué lejana le parecía aquella noche! La noche de la fiesta del Molino Negro… Erik lo había recogido en su casa, y los acompañaban dos chicas. Se había subido a aquel coche pensando tan solo en pasar un buen rato… ¡Cuántas cosas habían pasado desde entonces!

—No está en su habitación —dijo Jana bajando de dos en dos las escaleras—. ¿Has mirado en la cocina?

Álex hizo un gesto negativo. Se había quedado inmóvil como una planta delante del retrato de la bisabuela de Jana, aquel cuadro que tanto le había impresionado en su primera visita.

—A lo mejor no deberíamos involucrarlo —se atrevió a observar cuando Jana se le acercó—. Ya le hemos causado suficientes problemas.

—No vamos a involucrarlo. Solo vamos a preguntarle si sabe algo sobre esos alumnos desaparecidos. Él se relaciona más que nosotros en el colegio, Álex. Odio tener que darle la razón a la directora, pero es cierto que en Los Olmos no somos precisamente populares. Nos han cogido miedo…

—Pues si así están las cosas, me estás dando la razón. Cuanto menos relacionen a tu hermano con nosotros, mejor para él.

—David es de confianza; le podemos preguntar cualquier cosa sin correr el menor riesgo. Y tiene un don especial para captar todos los detalles de lo que sucede a su alrededor. ¿De cuántas personas más puedes decir lo mismo, Álex? No le des más vueltas. Lo necesitamos, y tú lo sabes.

Álex entró detrás de Jana en la vieja y destartalada cocina. Olía a queso requemado bajo el gratinador del horno, y había restos de macarrones en una olla, sobre la encimera. Alguien se había dejado una enorme botella de refresco de limón sin cerrar encima de la placa de vitrocerámica.

Jana cogió la botella y leyó la etiqueta con gran concentración. Era como si no pudiera dar crédito a la presencia de aquel elemento extraño en su cocina.

—Refresco de limón —murmuró—. En mi vida he visto a David tomando un refresco de limón. Qué raro…

Justo en ese momento la puerta del jardín se abrió bruscamente, y el propio David apareció en el umbral con un vaso de plástico lleno de moras recién cosechadas.

Detrás de David había una chica. Era aproximadamente de su misma estatura, y tenía unos ojos tranquilos, oscuros y aterciopelados.

—Os presento a Dora —anunció David con solemnidad—. Dora, esta es mi hermana Jana, y este es Álex… Dora es nueva en la clase. Briggs, el de Biología, nos ha pedido un trabajo sobre plantas de jardín.

Sin dejarse acobardar por aquella torpe presentación, Dora le tendió la mano a Álex, y luego a Jana.

—Me alegro de conoceros —dijo—. David se pasa la vida hablando de vosotros.

La expresión de la muchacha reflejaba una intensa curiosidad. Jana se había fijado en ella un par de veces desde el comienzo del curso, en el patio de Los Olmos. Siempre llevaba tops ajustados y faldas vaporosas, y se movía con la elasticidad y la elegancia de una bailarina.

—¿Eres nueva en la ciudad? —Preguntó Jana, decidida a mostrarse amable, pues se daba cuenta de que a David debía de importarle bastante aquella chica para haberla invitado a su casa—. Los Olmos es un sitio bastante agradable, cuando te acostumbras…

—En realidad, siempre he vivido aquí —contestó Dora, interrumpiéndola.

—¿A qué colegio ibas el año pasado? —preguntó Álex.

Ella lo miró pensativa antes de contestar.

—No iba a ningún colegio —dijo—. A ninguno.

Se hizo un incómodo silencio, que David se apresuró a romper.

—Dora tuvo un accidente de coche muy grave, y ha estado en coma cuatro años —explicó—. Despertó en el mes de julio… Por eso no iba a ningún colegio.

Jana arqueó levemente las cejas.

—Yo… Lo siento —balbuceó—. No he debido sacar el tema.

—No te preocupes, es normal preguntar —la atajó Dora con una sonrisa—. Y a mí no me importa hablar de ello, de verdad. Al menos, no con David… ni con vosotros.

Álex tuvo la sensación de que los ojos de Dora se detenían durante un tiempo excesivamente largo en el rostro de Jana antes de seguir hablando.

—Mis padres dicen que ha sido un milagro —añadió, frunciendo ligeramente el ceño—. Habían perdido la esperanza. Los médicos les habían dicho que, probablemente, no despertaría nunca. Y los chamanes del clan opinaban igual.

—¿De qué clan eres, por cierto? —Preguntó Álex—. Lo siento, no soy Medu y a veces me cuesta distinguir…

—Sé quién eres —le interrumpió Dora, estudiando su expresión con la cabeza ladeada—. Álex, el último descendiente de los Kuriles… He oído hablar de tus poderes.

Álex no pudo evitar volverse hacia David, pero este agitó las manos para subrayar su negativa.

—No me mires a mí, no se lo he dicho yo —dijo—. Ten en cuenta que, en los últimos meses, te has vuelto bastante famoso, Álex.

—Es cierto —Dora se mordió el labio inferior, como si temiese haber cometido una indiscreción—. Perdona si te he incomodado; pensé que estarías acostumbrado a que te reconociesen… En cuanto a lo de mi clan, soy una Varulf —añadió, apartándose el cabello castaño por detrás de la oreja izquierda para dejar al descubierto el tatuaje de una pequeña libélula.

Varulf —repitió Jana, sorprendida—. No tenemos muchos amigos Varulf

—No tenemos muchos amigos de ningún clan, Jana; ni siquiera del nuestro —observó David en tono ligero, aunque tras aquella ligereza se adivinaba cierta amargura—. Este curso menos que nunca. Ya le he explicado a Dora que, si le interesa convertirse en un personaje popular en el instituto, no debería siquiera dirigirme la palabra. En la clase casi nadie lo hace…

—No me interesa ser popular —aclaró Dora fijando en David sus grandes ojos oscuros.

David alargó el brazo hacia el pelo de la muchacha. Fue una caricia tan rápida, que cuando ella empezó a ruborizarse el muchacho ya se había dado la vuelta y estaba sirviendo refresco de limón en unos vasos altos.

Jana y Álex intercambiaron una mirada.

—Bueno, ha sido un placer conocerte, Dora —dijo Jana—. David, luego, si te parece, hablamos…

David se giró a mirar a su hermana con un vaso de cristal azul en la mano y una pajita transparente en la otra.

—¿Quieres hablar? Debe de haber pasado algo grave —dijo, mirando alternativamente a su hermana y a Álex—. Claro, por eso estáis aquí a estas horas. Álex no viene nunca… Contadme, ¿qué pasa?

Jana miró de reojo a Dora.

—No corre prisa; luego hablaremos —contestó, sonriendo para suavizar su respuesta.

Esperaba no tener que añadir nada más para que su hermano entendiese que no iba a contarle absolutamente nada en presencia de una extraña.

Sin embargo, David reaccionó de un modo que ni Álex ni Jana esperaban. Continuó insistiendo…

Parecía ofendido por las reservas de Jana, y pronto quedó claro que estaba decidido a incluir a Dora en aquella conversación que su hermana parecía considerar tan importante.

—Luego no podremos hablar —dijo en tono resuelto—. Ya te he dicho que tenemos que terminar un trabajo, y nos va a llevar toda la tarde y buena parte de la noche. Si tenéis algo que contarme, tendrá que ser ahora, antes de que empecemos. Así que vosotros veréis. De todas formas, si se trata de un secreto, prefiero no saberlo.

—No… no es ningún secreto —murmuró Jana, deteniendo a su hermano cuando se disponía a salir de nuevo al jardín con los vasos de refresco que acababa de servir—. Pero son cosas familiares, y seguro que a Dora no le interesan…

—Todo lo que tiene que ver con David me interesa —replicó instantáneamente Dora—. Es mi único amigo en Los Olmos… No soy una persona indiscreta, os lo aseguro. Y, además, nadie en el colegio parece demasiado interesado en escucharme, así que por mí no tenéis que preocuparse, de verdad.

Álex torció el gesto. Era muy poco delicado por parte de aquella chica obligar a Jana a incluirla en unas confidencias que no tenían nada que ver con ella. Pero Dora no parecía en absoluto turbada… David la miraba complacido por lo que acababa de decir, y ella le sonreía.

Jana se derrumbó sobre una silla y apoyó ambos codos en la mesa. Sus ojos sostuvieron durante unos instantes la mirada de su hermano.

—Está bien —suspiró—. Como queráis; supongo que, después de todo, no importa demasiado… ¿Habéis oído lo de esos dos Drakul de Los Olmos que han desaparecido?

—Kinow y Pórtal —dijo David de inmediato—. Pórtal fue a mi clase en los dos últimos cursos de primaria. Nunca llegamos a ser amigos, pero tampoco me caía mal. El tipo iba a su bola… No sé si me entendéis.

—Sí… Como tú, más o menos —dijo Jana, irritada—. ¿Qué más sabes sobre él?

—Su madre murió al nacer él, y a su padre lo mataron. Él nunca hablaba de eso, como te puedes imaginar. No tenía muchos amigos en Los Olmos… Hasta que empezó a andar con el grupo de Railix.

—¿Railix? ¿Quién es Railix? —Preguntó Álex—. En qué curso…

—¿Estás de broma? —David lo miró con cara de pasmo—. ¿No sabes quién es Railix? Tú y Jana debéis de vivir en otro planeta. Es el tío más popular del colegio… Aunque la edad de estudiar se le pasó hace tiempo.

—No entiendo —Jana parecía molesta con el tono burlón de su hermano—. Si no estudia en Los Olmos, ¿por qué es tan popular?

—Porque tiene la moto más impresionante de la ciudad, y probablemente de todo el universo. Has tenido que fijarte en ella alguna vez, a la salida. Viene por lo menos un par de veces a la semana a recoger a Issy… Todo el mundo le gasta bromas a Issy sobre su amigo, pero ella se hace la tonta y no cuenta nada. Cuesta trabajo imaginar la relación que existe entre esos dos… ¿A Issy la conocéis? Está en mi curso, en el grupo C.

—La directora la mencionó al hablar de Kinow Kuud, la otra desaparecida —recordó Álex—. Dijo que eran amigas, creo… ¿Y ahora resulta que también está relacionada con Pórtal?

—No es que sean uña y carne, pero Pórtal y Kinow se unían a veces al grupo de Railix a la salida de clase —explicó David—. Tienes que haberte fijado en Railix alguna vez, Jana. Un tipo atlético, con una cicatriz que le cruza la mejilla… Supuestamente dirige un gimnasio de entrenamiento Drakul, pero por ahí dicen que eso del gimnasio es solo una tapadera.

—¿Qué edad tiene? —preguntó Álex.

David se encogió de hombros.

—No lo sé; aparenta unos treinta años, pero quizá sea mayor. Por lo visto, algunos estudiantes Drakul van a entrenar sus poderes a su gimnasio por las tardes. Es una especie de actividad extraescolar.

—Deberíamos montar algo parecido en nuestro clan —murmuró Jana con ironía—. Tú podrías ser el entrenador, David… Nos vendría bien algo así entre los Agmar. O sea, que entrena a estudiantes…

—Eso es lo que él dice. Pero también he oído que recibe órdenes directas del regente Drakul para realizar «misiones especiales», y que no responde más que ante él.

—¿Dónde está su gimnasio? —preguntó Álex.

—No tengo ni idea. Ya sabéis que la red de túneles Drakul bajo la parte moderna de la ciudad es un verdadero laberinto. Pero lo que sí sé es que él y sus chicos van mucho por esa cafetería… La Rosa Oscura.

—La Rosa Oscura —intervino Dora con los ojos fijos en su vaso—. Mi hermana solía ir por allí, creo… Es uno de los pocos locales Medu donde admiten a gente de cualquier clan sin hacer preguntas.

—He estado un par de veces —dijo Jana con indiferencia—. Hacen unas hamburguesas bastante buenas, pero el local no me gusta demasiado. Es… opresivo.

—Un buen sitio para empezar a buscar —dijo Álex—. ¿Hay algo más que puedas decirnos sobre Kinow Kuud o sobre Pórtal, David?

—Nada aparte de lo que habéis comentado. Kinow es amiga de Issy, y también, por lo visto, se entrenaba con Railix. Qué se yo, a lo mejor se les ha ido un entrenamiento de las manos y se han hecho daño de verdad… Ya sabéis cómo son los Drakul: tontean con las fuerzas de la naturaleza e intentan dominarlas a través de la mente. Literalmente, juegan con fuego… Es normal que a veces se quemen.

—Con fuego, con hielo, con el poder de la tierra y del agua… Tienes razón —murmuró Jana—. Es la magia más peligrosa que existe. Quizá hayan sufrido un accidente.

Hizo una mueca y se puso en pie, dando a entender que la conversación había terminado.

—Será mejor que os dejemos solos —dijo en tono burlón mirando a David—. Necesitáis concentraros para hacer ese trabajo.

—Espera, espera —David le sujetó una muñeca cuando ella fue a coger la mochila que colgaba del respaldo de su silla—. ¿No vais a explicarme a qué viene tanta curiosidad por esos Drakul? Será mejor que me cuentes lo que está pasando.

—No tiene nada que ver contigo, David —replicó ella soltándose—. Cuanto menos sepas, mejor.

—Eso dices siempre. —David, con el cuerpo inclinado hacia delante y apoyándose en la mesa con los brazos, la contemplaba con la frente arrugada—. Y luego resulta que siempre es al contrario. Cuanto menos sé, peor me va, Jana. ¿Es que todavía tengo que demostrarte que puedes confiar en mí, a estas alturas?

Jana miró a Dora, y luego de nuevo a David.

—Ahora estáis ocupados —dijo—. Ya hablaremos cuando tengas tiempo…

—No. Ahora.

En vista de que David no iba a conformarse con una respuesta a medias, Jana volvió a sentarse. Álex, apoyado en la encimera, seguía la conversación un poco apartado de los demás.

—Está bien —dijo Jana—. La directora Lynn nos ha llamado a su despacho.

—¿A los dos?

—A Álex y a mí, sí —confirmó Jana—. Nos amenazó con expulsarnos si no la ayudamos a encontrar a esos dos estudiantes Drakul desaparecidos. ¿Estás satisfecho?

David tardó una eternidad en contestar.

—De acuerdo —gruñó finalmente—. Si me entero de algo más, os lo haré saber.

—Pareces decepcionado —observó Álex sonriendo.

El hermano de Jana se encogió de hombros.

—Sí —admitió—. Supongo que esperaba algo más… romántico. Una orden de la directora… ¡A vosotros, los lectores del Libro de la Creación!

Jana y Álex lo miraron alarmados, pero David ni siquiera pareció inmutarse.

—¿Es que creéis que Dora no lo sabe? De verdad, no sé cómo, siendo tan listos y tan poderosos, conseguís arreglároslas para no enteraros de nada. Todo el mundo lo sabe. ¡Sois una especie de estrellas del mundo Medu!

Álex asintió, tratando de adoptar un aire despreocupado. Quizá supieran muchas cosas sobre ellos, pero había algo que ni siquiera David sabía: desde agosto, sus poderes no habían hecho más que debilitarse continuamente… Por fortuna, habían conseguido mantener en secreto aquella debilidad, pero antes o después la gente acabaría enterándose también de aquello.

Jana se despidió de Dora con un beso en la mejilla.

—Espero verte por aquí alguna otra vez —dijo; la sinceridad de su tono sorprendió incluso a David—. Dile a mi hermano que te enseñe su estudio. Es un artista, y hace cosas impresionantes. Nos vamos…

Jana ya había salido al pasillo, y Álex estaba en la puerta cuando se oyó un estallido de cristales rotos.

Dora dejó escapar un grito.

—¡¡¡Ay!!!

Al volverse a mirar, Álex vio un goterón de sangre que se deslizaba por el dorso de la mano de la muchacha. Al parecer, el vaso se le había caído al suelo. Dora estaba muy pálida.

—Tráeme un desinfectante, rápido —le pidió a David con temblorosa—. Mi sistema inmune está muy debilitado desde que salí del coma. Una infección podría matarme…

David salió en tromba de la cocina.

—Jana, ¿dónde hay alcohol? O betadine, o lo que sea… ¿Tenemos botiquín?

—En tu estudio, para los tatuajes… —dijo Jana, alejándose por el pasillo.

—Ya no —David parecía aún más nervioso que Dora—. Lo tiré todo cuando Heru me destrozó la mano. Pensé que ya no volvería a necesitarlo.

—Arriba entonces, en el baño. Ven conmigo…

Álex oyó los pasos de Jana y David subiendo por las escaleras de madera. Cuando miró a Dora, se dio cuenta de que la expresión de esta había cambiado por completo. Parecía serena, y estaba buscando algo en un bolso que había dejado sobre la mesa con gestos rápidos y precisos de su mano sana.

—Aquí está —susurró la muchacha, sacando algo de una de las cremalleras interiores del bolso y tendiéndoselo a Álex—. Necesitaba quedarme a solas contigo para darte esto. Por favor, no se lo enseñes a Jana. Pronto entenderás por qué. Confía en mí…

Álex cogió, aturdido, el pequeño objeto que Dora le tendía. Era un alfiler dorado rematado por un ala tallada en azabache.

—¿Qué demonios…?

—Chist. Guárdalo. Ya vienen…

Sin pensarlo, Álex se guardó el alfiler en el bolsillo. Justo en ese momento entró David con un frasco de alcohol en una mano y un algodón empapado de betadine en la otra.

Dora le tendió con expresión lánguida la mano herida y dejó que el muchacho le aplicase sucesivamente los dos desinfectantes.

—No os preocupéis por mí —dijo, alzando los ojos hacía Álex—. La sangre me ha asustado, pero estoy bien… Y David, como veis, es un buen enfermero.

—¿Seguro que no necesitas nada? —preguntó Jana, preocupada—. Puedo acercarme a una farmacia si hace falta…

—No, no te preocupes —contestó Dora mirándola con sus inocentes ojos de terciopelo oscuro—. No me hace falta nada más.