La noche fijada por Railix para la misión de rescate en Magic Land soplaba un viento deshilachado cuyas heladas rachas parecían un anticipo del invierno. Apoyada en uno de los muros del parque, Jana contemplaba fascinada la danza de las hojas muertas que el vendaval arrancaba y hacía girar en remolinos en torno a las copas de los árboles, convertidas en frágiles sombras incapaces de reflejar el resplandor mortecino de la luna.
No muy lejos de ella, Álex recorría a grandes zancadas el sendero de arena que los había conducido hasta aquella parte del muro, a apenas un centenar de pasos de las puertas que utilizaban los trabajadores del parque temático.
Railix les había asegurado que no encontrarían vigilancia ni dentro del parque ni en los alrededores.
Tanto en las puertas como en los accesos a las principales atracciones había cámaras que lo grababan todo, y un sofisticado sistema de alarmas conectadas directamente a la comisaría central de la ciudad protegía los tornos de entrada y el edificio de control. Pero nadie les impediría escalar el muro y colarse dentro sin ser detectados.
—Railix se retrasa —dijo Álex, acercándose—. En serio, no sé si es muy buena idea contar con él para esto. Quizá deberíamos haber venido solos.
—El conoce este lugar mejor que nosotros; ha estado aquí antes —replicó Jana, cansada de tener que repetir aquel argumento una vez más, e incapaz de comprender el nerviosismo de Álex—. He estado informándome, y es un agente Drakul con mucha experiencia. Será una buena ayuda. Además, ésta también es su misión, no lo olvides.
—Railix no es quien me preocupa; solo cumple órdenes. Me gustaría saber cuáles son las órdenes que ha recibido, eso es todo.
En ese instante un haz de luz atravesó oblicuamente los árboles, y el ronquido suave y fluido de un motor de última generación llegó a sus oídos un momento antes de que vieran aparecer un coche negro.
El coche se detuvo justo a su lado con sus grandes faros redondos encendidos, y Railix emergió inmediatamente del asiento del acompañante. Al mismo tiempo se abrieron las puertas traseras. Por una de ellas salió Issy seguida de Lilieth, mientras por la otra se apeaba Athanambar, el muchacho rubio al que habían visto con Railix en el gimnasio de Polgar.
—Bonito equipo —gruñó Álex—. Son unos críos…
—Nosotros también —Jana sondeó su rostro en la oscuridad, intentando descifrar su expresión—. ¿Qué te pasa? Todos estamos del mismo lado. Kinow y Pórtal eran sus amigos.
Antes de que Railix y sus compañeros llegasen hasta donde ellos estaban, el coche arrancó de nuevo con un gemido casi inaudible y se alejó despacio por el sendero de arena.
Railix se giró para seguir su trayectoria hasta verlo desaparecer detrás de los árboles. Luego volvió a darse la vuelta.
—Bueno, ha llegado el momento —murmuró, frotándose las manos y mirando alternativamente a Jana y a Álex—. Espero que esta vez tengamos más suerte que la anterior. Para eso estáis vosotros aquí, me figuro…
—¿Qué ocurrió exactamente la otra vez? —preguntó Álex, suspicaz.
Issy, que se estaba recogiendo el pelo detrás de la nuca con una especie de pasador metálico, contestó en lugar de Railix.
—No ocurrió nada; eso es lo que pasó. Ruidos extraños, una especie de aullido que te ponía los pelos de punta… Efectos especiales, los llamaría yo. Pero de Kinow y Pórtal, ni rastro. No estaban por ninguna parte.
—No creo que sigan aquí —dijo Athanambar, mirando a Jana con interés a través de sus gafas de montura dorada—. Se los habrán llevado a otro lugar. No tendría sentido que los hubiesen dejado aquí; ningún sentido…
—Olvidas que no les resulta fácil operar en el plano material —dijo Railix, lanzando una ojeada distraída a los remolinos de hojas que bailaban junto al muro—. Son espíritus, Athan. Pueden matar a un hombre o arrastrarlo a la locura, pero no pueden hacer desaparecer un cuerpo así como así.
—Tal vez ahora sí puedan —observó Jana pensativa—. Ahora tienen nuestra magia…
—Sí; sí, tienen nuestra magia. Y parece que la seguirán teniendo, al menos durante un tiempo… ¿Qué le has dicho a Su Majestad, muchacho? —preguntó, mirando a Álex con gesto sombrío—. Esta misión no iba a limitarse a rescatar a mis chicos. Había una segunda parte. Su Majestad lo había ordenado así; teníamos que llegar hasta las puertas…
—¿Y ya no vamos a hacerlo? —Jana se giró hacia Álex, sin comprender qué tenía que ver él con aquel cambio de planes.
—Después de hablar con tu amigo, el rey cambió de opinión —explicó Railix con rencor—. Por el momento, la segunda parte de la operación queda aplazada. ¿Para cuándo, me pregunto yo? Cada vez son más poderosos. Llegará un momento en que no podamos hacerles frente.
—Vamos, Railix, no hables así —dijo Issy en tono ligero—. Solo son espíritus, tú mismo lo has dicho. Están muertos…
—Eso no les impide robarnos la magia. Sé que no resultaría fácil, pero al menos tendríamos que intentarlo. En fin, otra vez será… Ahora, vamos a concentrarnos en encontrar a Pórtal y a Kinow.
Lilieth y Athanambar ya habían comenzado a fijar sobre el muro los tacos autoperforantes que debían ayudarles en la escalada. Lilieth iba colocándolos y su compañero los aseguraba golpeándolos con un martillo de escalador. Ambos trabajaban con rapidez y perfectamente coordinados. Resultaba evidente que no era la primera vez que hacían aquello.
Mientras la pareja terminaba de encajar los anclajes, Issy les tendió a Álex y a Jana unas zapatillas negras con las suelas de goma.
—Se llaman «pies de gato» —explicó en voz baja mientras procedía, sentada en el suelo, a ponerse las suyas—. La goma tiene bandas adherentes, y llevan horma de calcetín, lo que significa que son bastante cómodas. Pero tienen que ajustarse bien al pie, eso sí. ¿Os quedan bien? Railix las encargó ayer en un taller especializado. Es un milagro que las hayan tenido a tiempo…
—Se ajustan como un guante —dijo Álex, poniéndose en pie y dando un par de saltos para adaptarse al nuevo calzado—. Y sí que son cómodas…
—No os confiéis —rezongó Railix mientras comprobaba los anclajes del muro—. Hace falta un pie resistente para soportar este calzado mucho tiempo. Bueno, allá vamos…
Empezaron a escalar, con Railix a la cabeza. Athanambar y Lilieth le siguieron, y Jana los oyó aterrizar con un salto limpio y sin una sola exclamación al otro lado de la pared de piedra.
—Tu turno —le dijo Issy—. Veamos qué tal se te da esto…
Jana afianzó el pie derecho sobre el primer anclaje mientras se aferraba al tercero con la mano. Al impulsarse hacia arriba, notó la forma del perno bajo la flexible suela de su zapatilla. Sin detenerse a pensar, buscó con el pie izquierdo el siguiente anclaje. Sabía que, si se paraba a reflexionar sobre lo que estaba haciendo, le entraría miedo y empezaría a temblar, lo que no haría sino complicar la subida.
Al llegar a la parte de arriba miró hacia el interior del parque temático. Athan y Lilieth, sentados en la hierba húmeda, alzaron los ojos hacia ella. Iban completamente vestidos de negro, pero los ojos de Athanambar brillaban como lentejuelas de plata a la luz de la luna.
—Vamos, salta —le urgió Railix—. La tierra está mullida bajo la hierba, no te harás daño.
Jana saltó, y cayó mal, apoyando casi todo el peso del cuerpo sobre la pierna derecha y torciéndose un tobillo.
Ahogó un gemido de dolor.
—¿Ves? Esto es lo que pasa cuando se trabaja con aficionados —dijo Lilieth, acercándose a ella con preocupación—. Railix, te dije que no era buena idea…
—No ha sido decisión mía, sino de Su Majestad. ¿Puedes continuar? —El mercenario miraba a Jana desde arriba sin molestarse en ocultar su irritación por la torpeza de la muchacha—. Si quieres darte la vuelta, aún estás a tiempo. Piénsalo bien, porque luego, durante la misión, no podremos estar pendientes de tu pie. Si te duele, es mejor que lo dejes ahora…
—No lo dejará —dijo Álex desde arriba del muro.
Sin esperar respuesta, dobló un poco las rodillas y saltó, cayendo a un par de metros de Jana.
Encogiéndose de hombros, Railix se apartó y fijó su vista en Issy, que se disponía a saltar.
—¿Estás bien? —Susurró Álex, acercándose a Jana—. Espero no haber metido la pata. No quiero que nos tomen por unos blandos.
—Me he hecho daño de verdad, Álex —se quejó Jana en voz baja, frotándose con suavidad el tobillo dolorido—. No sé si voy a poder caminar…
—Podrás. Esto es importante. No podemos darnos la vuelta.
—Sí, ya veo que para ti es muy importante —replicó Jana, mirándole con fijeza—. ¿Qué te traes entre manos, Álex? Railix dice que has hablado con Erik… ¿Es verdad?
Álex rehuyó su mirada.
—No podía resistir la curiosidad —dijo en tono vago—. Seguro que a ti te pasa lo mismo…
—Seguro. La diferencia es que a mí no se me ocurriría intentar hablar con él a tus espaldas.
Lentamente, los ojos de Álex regresaron de su vagabundeo para enfrentarse a los de Jana. En la penumbra de la noche, ella apenas podía distinguir su expresión.
—Piensa lo que quieras —replicó él—. No he hecho nada que pueda perjudicarte.
Su tono de voz no era tan indiferente como intentaba aparentar. Jana adivinaba la culpabilidad que latía bajo aquel disfraz de perfecta calma.
—Me estáis ocultando algo —murmuró—. Los dos… ¡A veces consigues que te odie, Álex!
—¿Por qué dices eso?
El tono dolido de su voz merecía una respuesta, pero Railix se acercó a ellos en ese momento, interrumpiendo la conversación.
—Tenemos que ir por ahí, en dirección a la gran montaña rusa. La llaman «El Precipicio»… Antes de llegar hay un lago artificial, y fue junto a ese lago donde perdimos a Kinow Kuud.
Todos echaron a andar en silencio por un camino asfaltado que conducía, a través de un falso bosque encantado, hacia la montaña rusa. Álex había aprovechado el momento para alejarse de Jana y entablar conversación con Athanambar.
Los dos iban en cabeza del grupo, seguidos de cerca por Railix y Lilieth. Jana se había quedado al final, por detrás de Issy.
Estaba claro que Álex intentaba rehuirla. Todavía no podía creer lo que acababa de averiguar acerca de su conversación con Erik. Al principio, cuando se enteró del regreso de su amigo, no parecía nada contento, sino más bien preocupado. Y luego, a espaldas de Jana, había concertado una entrevista con él. ¿Qué se habrían dicho?
A juzgar por las palabras de Railix, Álex había hecho que Erik cambiase de planes, y que ya no desease buscar el control de la Puerta de Plata. Pero ¿cómo era posible? Una vez más, cuando los Medu empezaban a organizarse para reconquistar el poder que habían perdido, Álex se cruzaba en su camino y arruinaba sus planes. Un verdadero guardián no lo habría hecho mejor… ¿Por qué tenía ese empeño en impedir que los Medu recuperasen su antigua grandeza?
Mientras caminaba por el sendero bañado en la luz de la luna con pasos de autómata, Jana no podía apartar la vista de la espalda de su amigo. Qué poco lo conocía en realidad. A pesar de todo lo que habían vivido juntos, a pesar de las aventuras que habían compartido, Álex seguía siendo un extraño para ella. Se había engañado a sí misma convenciéndose de que lo más importante para él era la relación que existía entre ambos, pero no era cierto. Aunque estuviese enamorado de ella, Álex tenía sus propias preocupaciones, sus propios objetivos. Parecía obsesionado con evitar que los Medu volviesen a ser lo que fueron en otros tiempos. Y Jana, como una idiota, le había seguido el juego… lo mismo que Erik, que de la noche a la mañana se había dejado persuadir por los argumentos de su viejo amigo.
Tenía que hablar con Erik. Ella podía influir sobre el nuevo rey Drakul tanto como Álex, o incluso más.
Además, los dos estaban en el mismo bando. A Jana ya no le importaba que el mérito de una nueva era dorada para los Medu se lo llevasen los Drakul. Sabía que ya ni siquiera los Agmar confiaban en ella.
Muchos la veían como una fracasada; algunos, como una traidora… Intentar cambiar su opinión habría resultado una pérdida de tiempo. En realidad, hacía muchos meses que había renunciado a sus ambiciones personales en relación con la jefatura de los Agmar. Lo único que quería era que los Medu pudiesen salir definitivamente de las sombras donde Álex los había arrinconado. Que volvieran a ejercer un dominio absoluto sobre la magia que, por culpa de Álex, se había dispersado por el mundo.
En definitiva, que volviesen a ser lo que nunca debieron dejar de ser. Y si la gloria de esa recuperación se la llevaba Erik, le parecía bien… Al fin y al cabo, era digno de llevársela, y lo suficientemente sensato como para no dejar que se le subiese a la cabeza.
Jana ardía en deseos de volver a ver a su viejo amigo, pero, al mismo tiempo, sentía cierta angustia al pensar en el reencuentro. ¿Habría cambiado? Tenía que haberse transformado, a la fuerza. Había pasado mucho tiempo más allá de la frontera entre la vida y la muerte, y eso tenía que haber dejado una huella imborrable en su espíritu. Quizá todo aquello por lo que él y su padre habían luchado le pareciese ahora vacío y sin sentido. Y eso incluía sus sentimientos hacia ella. Porque Erik la había amado…
Un carraspeo de Issy la sacó bruscamente de sus reflexiones.
—¿Te encuentras bien? —Le preguntó la joven Drakul—. Este sitio impresiona de noche, y aún más con este viento.
Jana miró a su alrededor. Casi había olvidado dónde estaban… Era verdad que Magic Land ofrecía un aspecto entre romántico y siniestro a la luz de la luna. Los brillantes colores pastel que lo convertían en una especie de gigantesco mostrador de confitería durante las horas de luz se transformaban, bajo aquel fulgor fantasmagórico, en tenues sombras plateadas, y los gigantescos árboles de cartón-piedra del bosque encantado parecían mágicos de verdad. Todo el lugar se encontraba envuelto en una sutil atmósfera de fantasía, de hechizo…
A lo lejos, por encima de las copas de los falsos árboles, se veía un fragmento de la gran montaña rusa.
Un poco por delante, se alzaba una noria gigante de barquillas en forma de flores o frutos.
—La llaman «La Rueda de la Fortuna» —explicó Issy siguiendo la dirección de su mirada—. ¿Nunca has venido aquí de día? Hace unos años, cuando era pequeña, la Rueda de la Fortuna era una de mis atracciones favoritas. Desde arriba se puede ver toda la ciudad.
—¿También la Antigua Colonia?
—También, al menos una parte —Issy la miró de reojo—. Tú vives allí, ¿no? Con tu hermano…
Jana asintió.
—Mis padres murieron y nos quedamos solos —fue lo único que se le ocurrió decir.
—Debió de ser muy duro. No puedo imaginarme en una situación así… Aunque, gracias a Railix, la verdad es que no me costaría demasiado trabajo cuidar de mí misma, o incluso de mi hermano, si hiciera falta.
—¿Hace mucho que trabajas para él?
En lugar de contestar directamente, Issy hizo un gesto ambiguo con las manos.
—Es todo un honor que Railix confíe en ti. Esta misión, por ejemplo… Más de uno se habría jugado el cuello por participar.
Pero nos eligió a nosotros… Fue una lástima que todo terminase tan mal.
—¿Qué fue lo que pasó exactamente?
Issy se apartó un mechón de pelo que le caía sobre la cara y se lo sujetó por detrás de la oreja.
—No lo sabemos —murmuró, bajando la voz—. Teníamos que llegar a ese lugar mágico, a la Puerta de Plata. Al principio todo parecía normal, como ahora; un parque temático desierto y nada más… Pero de pronto, no sé cómo, las cosas empezaron a cambiar.
—¿Empezaron a cambiar?
Issy continuaba caminando a su lado con la vista clavada en el suelo.
—Sí; no sé cómo explicar lo que pasó. Se levantó un viento extraño, que te llenaba los ojos de arenilla. De repente, nos costaba muchísimo avanzar. Era como si el aire se hubiese vuelto más denso, aunque ya sé que parece una tontería.
—A mí no me lo parece. ¿Qué pasó después?
—¿Después? —Issy se encogió de hombros—. No lo sé. Cada uno luchaba con su propio cansancio. Recuerdo que empezó a dolerme mucho la cabeza. No podía pensar en nada más que en volver a casa y tomarme una aspirina… Y luego, miré a mi alrededor y no vi a Kinow. Pórtal tampoco estaba. Al principio no me preocupé. Supuse que se habrían adelantado, porque los demás íbamos muy despacio. Cuando Railix nos ordenó que nos diéramos la vuelta, ni siquiera se me pasó por la cabeza que la orden tuviera algo que ver con la desaparición de Kinow y de Pórtal. No entendí lo que había sucedido hasta más tarde… en el taxi que me llevaba de regreso a casa.
—Suena todo muy confuso —murmuró Jana—. ¿Quiénes más estaban contigo? Alguien tuvo que ver lo que les pasó a Pórtal y a Kinow Kuud…
—Eso es lo curioso, que nadie los vio. A todos les ocurrió más o menos lo mismo que a mí. Durante un buen rato no pudieron hacer mucho más que luchar contra su propio cansancio; y luego, cuando se quisieron dar cuenta, estábamos fuera… Y nuestros compañeros habían desaparecido.
Railix se había detenido para esperar a las dos chicas, mientras Lilieth seguía su camino.
—Ya empieza —murmuró el viejo agente mirando a su alrededor con mal disimulada aprensión—. Están aquí, ¿no lo notáis?
No hacía falta que fuese más explícito; Jana entendió de inmediato a quiénes se refería. Tal y como había dicho Issy un momento antes, el aire parecía haberse espesado de repente. Era como si a su alrededor respiraran miles de criaturas invisibles, incorporando su aliento caliente y húmedo a la atmósfera en la que flotaban.
Jana notó un calor repentino en la nuca, seguido de una cuchillada de viento helado. Álex se había detenido en mitad del camino y la miraba con fijeza. También él había captado algo, se le veía en la cara.
Señaló con el índice a algún punto indeterminado del bosque artificial, a su derecha.
—Viene de ahí —pronunciaron sus labios sin emitir ningún sonido.
Jana hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Sí, también ella lo había captado: una fuerza imposible de resistir tiraba de ella hacia aquel lugar del bosque, tratando de apartarla de su camino. Issy, Athanambar y Lilieth caminaban como zombis en aquella dirección.
Railix, sujetándose a un falso tronco de árbol junto al camino, tenía cerrados los ojos, y su expresión era la de alguien que sufre intensamente.
—Jana —dijo entre dientes—. Jana, ayúdame. Y a ellos…
Jana cerró los ojos y concentró su mente en la imagen del zafiro de Sarasvati. Hacía tiempo que el poder de aquella joya mágica latía en su interior. Formaba parte de ella, y podía encontrar en su sobrenatural luz azulada la fuerza necesaria para neutralizar aquel extraño hechizo que no comprendía y liberar a sus compañeros. Bastaba con que no se distrajese…
Permaneció en pie con los ojos cerrados mientras el viento se arremolinaba en sus cabellos. El zafiro brillaba tanto dentro de su mente que parecía un objeto completamente real. Poco a poco fue notando cómo la ordenada estructura de su red cristalina disolvía el caos a su alrededor, liberando a Issy y a los demás de la telaraña de espejismos que los envolvía.
Pero el esfuerzo de mantener la concentración durante tanto tiempo resultó excesivo para ella. Ya no tenía la misma capacidad para soportar el peso de la magia que solía tener en el pasado. Había perdido resistencia. Quizá ellos, los espíritus del otro lado, le habían arrebatado una parte de la fuerza que le permitía resistir sus ataques…
Las piernas se le doblaron y cayó al suelo, extenuada. Oyó a pocos pasos la voz de Issy, que sonaba remota e incomprensible.
—Ya vuelve —dijo Álex en un susurro—. Aprovechad ahora para seguir avanzando. Jana se queda conmigo. Entre los dos los mantendremos a distancia…
—No. No vale la pena —era Lilieth quien hablaba—. Caerán sobre nosotros, como la otra vez. Además, nada de esto tiene sentido. Ni Kinow ni Pórtal están aquí. No pueden estar aquí…
—Te equivocas —todavía temblando y con los ojos desencajados, como una sonámbula, Jana apuntó hacia la noria, cuyas barquillas en forma de flores y frutas se balanceaban en el viento emitiendo chirridos siniestros—. Kinow está ahí. Ha estado ahí todo este tiempo.
—No es cierto —Railix miró a Jana con el ceño fruncido—. Registramos todas las atracciones palmo a palmo. Te aseguro que Kinow no está ahí…
Jana entrecerró los ojos y siguió mirando la noria hasta que su silueta se confundió con la imagen del zafiro de Sarasvati, que aún ardía como un fuego espectral dentro de su mente. La noria empezó a girar con un lúgubre quejido de sus engranajes de hierro. Jana apretó los párpados hasta que su campo visual se pobló de estrellas multicolores; no necesitaba seguir mirando a la Rueda de la Fortuna para saber que sus barquillas habían comenzado a dar vueltas mientras oscilaban salvajemente en el aire.
Los giros de la vieja atracción de feria fueron haciéndose más y más rápidos. Y al mismo tiempo, el mundo entero parecía estar girando dentro de la mente de Jana, en un torbellino tan veloz e imparable que por un instante pensó que no podría resistirse a él.
Entonces oyó un grito. Un grito largo, lastimero, seguido del ruido sordo de algo pesado que chocaba contra el suelo.
Cuando abrió los ojos vio un bulto encogido en medio de la gran explanada de baldosas blancas que bordeaba el lago, al final del sendero. El bulto se estremecía de cuando en cuando, como una cría de pájaro que acabase de caer de su nido.
Un penacho de azul llameante resbalaba desde aquella masa oscura hasta las baldosas de mármol. Cabellos…
Jana recordó que Kinow Kuud llevaba el pelo de ese color el día de la inauguración del curso, en el viejo Salón de Actos de Los Olmos.