—¿Cómo pueden estar tan amarillos los árboles? —murmuró Jana con la vista perdida en el bosquecillo de hayas que se extendía al otro lado del campo de rugby del colegio—. Estamos a mediados de septiembre. Ni siquiera ha comenzado el otoño…
—El tiempo pasa cada vez más deprisa —comentó Álex sonriendo—. No sé, pero esa es la sensación que tengo yo.
Caminaban por el jardín trasero de Los Olmos, y acababan de bordear el aparcamiento privado de los profesores. Solo había tres coches estacionados en él. Álex recordaba haberlo visto siempre abarrotado; algunos miembros del personal docente del colegio tenían que aparcar sus vehículos fuera del recinto escolar porque no encontraban sitio allí. Eso también había cambiado, por lo visto.
La dirección había rescindido el contrato a media docena de profesores. Con el descenso de matrículas al comienzo del nuevo curso, no podían mantener en nómina a toda la plantilla. Al menos, esa era la explicación oficial que habían ofrecido.
—¿Qué crees que querrá de nosotros la nueva directora? —Preguntó Jana—. A David le dio clase de Historia el año pasado. Como profesora, dicen que no es mala, pero tiene fama de dura…
—Seguramente querrá felicitarnos —contestó Álex en tono burlón—. Todo el mundo sabe que formamos un gran equipo.
Jana se detuvo sobre la gravilla blanca para mirar a su compañero.
—No te lo tomes a broma, por favor. Ya tengo suficiente con las ironías de mi hermano. Lo que hicimos en Venecia fue maravilloso. ¿Cómo íbamos a saber entonces las consecuencias que traería? Además, Argo no nos dejó elección…
—Siempre hay elección. —Álex, que se había detenido un momento junto a Jana, reanudó la marcha.
Caminaba con la cabeza gacha, mirando al suelo con tanta atención como si esperase encontrar entre los guijarros una moneda de oro. —De todas formas, ya no tiene remedio. ¿Sabes lo que me habría gustado?
Sus ojos se encontraron con los de Jana.
—Me habría gustado seguir en la casa de la playa, contigo, con mi madre, con Laura. No tener que volver aquí. Este sitio es odioso… Ojalá hubiese podido convencer a mi madre de que me matriculase en otro centro.
—Seguramente, la directora Lynn te lo habría agradecido —replicó Jana con ironía—. David dice que nos echan la culpa de la pérdida de alumnos.
—¿A ti y a mí? —Álex sonrió, incrédulo.
—A nosotros, sí. Nos tienen miedo. Recuerda cómo eran las cosas cuando volvimos de Venecia. Era como si caminásemos envueltos en magia… Eso asusta a la gente.
—¿Incluso a los Medu?
—Especialmente a los Medu. Muchos siguen considerándote un enemigo, el culpable de que perdiésemos buena parte de nuestros poderes. Y yo, por estar contigo, también soy sospechosa.
—En realidad, no saben nada de lo que pasó. Solo se lo imaginan. No tienen ni idea…
—En eso te equivocas. Saben que leímos el libro de la Creación y que eso, durante un tiempo, nos volvió muy poderosos. Saben que, desde que leímos el libro, nada ha vuelto a ser igual… Y que muchas cosas han empeorado.
Sin mirar a Jana, Álex hizo un gesto de negación con la cabeza.
—No pueden culparnos de eso. Ni siquiera nosotros estamos seguros de que haya alguna relación…
—Vamos, Álex. La hay —el tono de Jana era apagado, como si su voz hubiese perdido la musicalidad y el brillo de otros tiempos—. Todo ha empeorado por nuestra culpa. La gente está asustada, y no me extraña, la verdad. Incluso a mí me asustan los fantasmas… ¿Quién iba a pensar que lo que hicimos alteraría de esa forma las fronteras entre la vida y la muerte?
—Échale la culpa, entonces, a vuestra maldita profecía. Todo aquello sobre el regreso del rey… ¿Qué era, una broma o un engaño? Parece que el único muerto que no tiene ningún interés en regresar a la vida es nuestro amigo Erik.
Un escalofrío estremeció los hombros de Jana.
—No hables así de él. Seguramente habría regresado si dependiese de su voluntad. Pero nadie parece entender por qué las puertas de la muerte se han abierto para unos y para otros no. Y en cuanto a la profecía… quién sabe. Quizá la interpretamos mal.
Álex buscó una respuesta para aquella reflexión de Jana, pero no la encontró. Durante un buen rato caminaron sin dirigirse la palabra hacia el edificio administrativo de Los Olmos. El ruido de sus pasos al aplastar la gravilla quebraba con su ritmo cálido y familiar el triste silencio del jardín.
La puerta de cristal estaba bien engrasada y no chirrió cuando Álex la empujó para abrirla. En el interior del edificio reinaba una penumbra polvorienta y helada. Todavía no habían encendido la calefacción. En teoría, seguían estando en verano…
Mientras subían las escaleras, Álex se fijó en que Jana iba abrochándose, uno a uno, los botones plateados de su chaqueta negra.
No esperaban un buen recibimiento de la directora Lynn, y no lo tuvieron. Ella los vio en el umbral de su despacho antes de que tuviesen tiempo de llamar a la puerta.
—Adelante —dijo. Su tono era cansado, desabrido—. Supongo que no es la primera vez que entráis aquí. Por supuesto, he hecho varios cambios… A algunos compañeros míos no les gustan mis peces. Creen que están fuera de lugar entre tanto mueble antiguo. Pero los peces quedan bien en todas partes. ¿No estáis de acuerdo?
Jana asintió sin mucha convicción. Bajo la luz blanca del fluorescente del techo, el acuario que ocupaba el centro de la estancia tenía un aspecto opaco y siniestro. Entre sus cuatro paredes transparentes, media docena de peces tropicales languidecían en un agua no demasiado limpia. El acuario había sido la principal aportación de la nueva directora de Los Olmos al mobiliario de aquel viejo despacho, compuesto por sólidos muebles ingleses del siglo XIX, un sofá Chester de cuero rojo y un estilizado reloj de péndulo. También había hecho instalar dos feos archivadores metálicos detrás de su escritorio, en los que guardaba todos los informes heredados de sus antecesores en el cargo, distribuidos en cientos de carpetas.
—Llegáis tarde —continuó la directora haciéndoles una seña para que se sentaran. Luego, ella misma se dejó caer pesadamente en su sillón giratorio de cuero marrón—. Diez minutos tarde, para ser precisos. Habíamos quedado a las cuatro y media. Pero, claro, me imagino que es lo que ocurre con las celebridades… Les gusta hacerse esperar.
El tono irónico de aquella última frase desagradó profundamente a Álex. Iba a replicar, cuando captó la mirada de advertencia de Jana. Se trataba de una provocación, y no debían caer en ella. Eso era lo que los ojos de Jana trataban de decirle.
—¿Para qué quería vernos, doctora Lynn? —Preguntó Jana, afectando indiferencia—. ¿Podemos ayudarla en algo?
—¿Ayudarme? —Barbara Lynn clavó en la muchacha sus ojos azules, orlados de una espesa y mal distribuida máscara de pestañas. Eran el único rasgo destacable del rostro de la directora, y Álex recordaba haberse fijado en ellos en otras ocasiones. Siempre irritados y llorosos, parecían canicas azules atrapadas en una telaraña de hilillos sangrientos—. Es una forma de decirlo, sí. Podríais ayudarme dejando de crear problemas en Los Olmos. Ya habéis perjudicado lo suficiente a esta institución.
Álex y Jana se miraron.
—¿Se puede saber qué hemos hecho? —Preguntó Jana sin perder la calma—. Que yo sepa, no faltamos a clase, y ningún profesor se ha quejado de nosotros…
—Esa no es la cuestión. Vuestra sola presencia alborota el colegio —Barbara Lynn se pasó una mano nerviosa por sus cabellos color miel, cuyo aspecto deslucido y encrespado contrastaba de un modo sorprendente con la pulcritud de su traje de chaqueta negro—. Sí, sí, no me miréis así. Sabéis perfectamente de lo que hablo. Aquí ya no quedan humanos corrientes, gracias, en buena medida, a vosotros. Y todos los Medu están enterados de vuestras… ¿cómo llamarlas? ¿Proezas? Libros mágicos, tumbas malditas, estatuas que cobran vida…
—No todo lo que cuenta la gente es verdad, directora —la interrumpió Álex, impaciente—. Además, desde que empezó el curso hemos procurado llamar la atención lo menos posible. Para que la gente se olvide de todas esas historias…
—No intentes decirme lo que debo creer y lo que no —el tono de la directora Lynn se volvía más incisivo por momentos, y su mirada más acusadora—. Mi exmarido es un agente Zenkai en activo. Sé dónde buscar la información cuando me interesa… Puede que seáis unos aliados recomendables cuando se trata de zanjar una lucha entre clanes. Pero aquí, en los Olmos, no queremos enfrentamientos, sino tranquilidad. Los padres han oído cosas sobre lo que ocurrió en Venecia. Saben que sois muy poderosos, y tienen miedo… No voy a mentirles. Si de mí dependiese, ya os habría expulsado del colegio.
—Pero no hay ningún motivo —comenzó Jana—. Usted lo sabe…
—Yo no necesito motivos. Sería una simple precaución. Por desgracia, en el Consejo Escolar sigue habiendo gente excesivamente escrupulosa con este tipo de cosas. No puedo echarlos sin contar con su aprobación. Así que, ya que no tengo más remedio que soportarlos aquí, he pensado que sería mejor poner las cartas sobre la mesa.
Asqueada por el tono insultante de la directora, Jana se levantó de su silla.
—De acuerdo, ya lo ha hecho —dijo, sosteniendo con fiereza la mirada acuosa de Barbara—. Nos ha dejado muy claro que no nos puede ni ver. No se preocupe, no crearemos ningún problema. Lo único que queremos los dos es descansar un poco… y llevar una vida lo más normal posible.
—¿Como este verano, en la playa de Lockheart?
Álex se mordió el labio inferior para controlarse. ¿Sabía la directora que Jana había pasado un mes con él y su familia en un apartamento de la costa? ¿Habría oído lo de la contaminación mágica del puerto, la huida de los bancos de peces y todo lo demás? Quizá también lo de los espectros…
Jana y él parecían atraerlos como la miel a las moscas. David, el hermano de Jana, aseguraba que no era algo casual. Los muertos necesitaban acaparar toda la magia posible para mantenerse anclados a este mundo, y ellos tenían mucha… aunque cada día les iba quedando un poco menos.
En los apartamentos de Lockheart habían organizado bastante revuelo. Había mucha gente corriente pasando las vacaciones; gente que lo único que quería era descansar, tomar el sol y nadar en el mar sin tener que pensar en nada serio. Y esa gente, sin saber cómo, se había visto de pronto sumida en una especie de película de terror. Gritos desgarrados en la noche, objetos que se movían solos, rostros medio disueltos en la oscuridad… Los muertos utilizaban su miedo para presionar a Álex y a Jana, para absorber su poder sin que ellos se atreviesen a defenderse. ¡Pobre Laura! Ella también estaba aterrorizada. Al final, Álex había tenido que escuchar de labios de su madre que sería mejor que él y su novia se fueran.
¿Quién le habría contado todo aquello a la directora? No podía ser David, aunque él estaba al corriente de lo que había sucedido. Ni tampoco Laura… Nunca se le habría ocurrido chismorrear sobre su hermano.
Mientras Álex intentaba encontrar una respuesta a aquella pregunta, Jana había vuelto a sentarse y miraba con aire desafiante a la directora.
—Álex y yo no tenemos la culpa de ser… especiales —dijo—. Mucha gente en Los Olmos lo es. Por eso estamos estudiando en este centro y no en cualquier otro. Cuando entramos aquí, nuestros padres confiaban en que nos encontraríamos con gente tolerante… Pensaban que aquí, al menos, nadie nos discriminaría por nuestras rarezas.
—No te confundas, Jana. Los Olmos ha sido desde su fundación una institución Medu. Cuando los Medu acaparábamos buena parte de la magia de este mundo, la magia era algo normal por aquí. Pero tu amigo Álex hizo que eso cambiara. Gracias a sus esfuerzos por arrebatarnos nuestro poder, ahora, en Los Olmos, la magia es, como tú dices, una rareza.
—Lo que no entiendo es a qué viene restregarnos todo eso ahora. —En vista de que la directora iba volviéndose más desagradable a medida que hablaba, Álex había decidido pagarle con la misma moneda—. Si lo que intenta es que nos sintamos incómodos en el colegio y que nos vayamos por nuestra propia voluntad sin que tenga que tomarse la molestia de expulsarnos, ya le digo desde ahora que pierde el tiempo. Jana y yo estamos en el último curso. Solo tiene que tener un poco de paciencia. El año que viene iremos a la Universidad y no volveremos a pisar este lugar.
—Desgraciadamente, no puedo esperar tanto —la directora hundió un momento la barbilla entre sus manos, pensativa. Luego, con un gesto brusco, giró un busto de mármol que adornaba el escritorio hacia Jana.
La muchacha contuvo una exclamación al fijarse en los rasgos de mármol del busto. Representaba a Óber, el padre de Erik… El último gran jefe Drakul.
Cuando ambos estaban vivos, Jana nunca había encontrado demasiado parecido entre Erik y su padre.
Sin embargo, aquel retrato de un Óber joven y enérgico le trajo a la memoria el rostro noble e inteligente de su amigo perdido. La misma nariz recta, el mentón firme, la frente despejada y levemente fruncida…
—¿Te recuerda a tu compañero? —Preguntó la directora, espiando la reacción de Jana sin molestarse en ocultar su curiosidad—. Fue una gran pérdida para todos nosotros… No hablo de Los Olmos, sino de la comunidad Medu en general.
—¿A quién se refiere, a Erik o a su padre? —preguntó Álex.
La directora meditó su respuesta durante unos instantes.
—A los dos, supongo —dijo finalmente con una sonrisa—. ¿Sabéis que Óber ha sido el mayor benefactor de Los Olmos en toda su historia? Aún gestionamos parte de su legado, a través de una fundación que lleva su nombre.
—¿Adónde quiere ir a parar? —Jana parecía a punto de perder la paciencia—. No nos ha hecho venir solo para acusarnos sin pruebas de ser un problema para el colegio. Me figuro que querrá algo… ¿Tiene que ver con los Drakul?
—En cierto modo. Supongo que no ignoráis que la mayor parte de los alumnos que conservamos pertenecen a ese clan. El consejo de sabios Drakul ha concedido medio centenar de becas a algunos de sus jóvenes más prometedores para que estudien aquí. De no ser por esa iniciativa, este curso nos habríamos encontrado con serios problemas de financiación. En esas circunstancias, comprenderéis que les estemos muy agradecidos…
—¿Y?
Álex se inclinó hacia delante al formular su breve pregunta.
—No podemos permitirnos quedar mal con los Drakul. Lo peor que le podría ocurrir a Los Olmos es perder su apoyo. Y estamos a punto de perderlo.
La directora hizo una pausa, esperando quizá que alguno de los dos jóvenes la interrogara. Ambos la miraban expectantes, pero no estaban dispuestos a darle la satisfacción de manifestar en voz alta su curiosidad.
—Sabemos que la situación es delicada para nosotros en cualquier parte del mundo —continuó Barbara Lynn finalmente—. Sabemos que las fuerzas del Más Allá que se han desencadenado desde la pasada primavera esperan obtener de nosotros la magia que necesitan para anclarse de nuevo al mundo de la materia. Precisamente por eso es tan importante que Los Olmos sean considerados un lugar un poco más seguro para los Medu que el resto del planeta. Supuestamente lo es, y la gente lo sabe… Pero empezarán a dudar cuando se enteren de que hemos perdido a dos alumnos.
Esta última afirmación consiguió sorprender a Álex y a Jana.
—¿Qué… qué alumnos hemos perdido? —preguntó el primero, olvidándose de su fingida reserva.
En lugar de responder, la directora se puso en pie y se dirigió a los archivadores de la pared, castigando el parquet con sus altos tacones de aguja.
Después de rebuscar un rato en uno de los cajones, extrajo una carpeta de cartulina azul celeste. Aún tuvo que revolver unos segundos más antes de encontrar la segunda carpeta.
Con un informe en cada mano y una sonrisa satisfecha, la directora regresó a su sillón ergonómico detrás del escritorio.
—Aquí tengo los informes —explicó, abriendo una de las carpetas azules—. Este es el de Kinow Kuud… La última en desaparecer, la semana pasada.
—¿Ocurrió en el centro? —preguntó Jana.
—Claro que no. Empezó a faltar, y después de una semana la tutora nos dio el aviso. Nadie la ha visto desde el martes pasado. Esa tarde no acudió al ensayo de las animadoras. ¿Sabéis que este es el primer curso en el que Los Olmos tendrá un equipo de animadoras? La primera vez en toda la historia de nuestra institución…
—¿Tiene eso algo que ver con la desaparición de la chica? —gruñó Álex.
—No, claro que no. La chica es una Drakul bastante bien considerada en el círculo de Issy. No sé si la conocéis. Es una de las delegadas de primero.
—Yo sí sé quién es —dijo Jana—. Suele venir a clase en moto. Tiene una Harley que despierta muchas envidias.
—En efecto. Kinow Kuud era una de sus mejores amigas…
La directora volvió a repasar rápidamente las líneas del informe.
—El año pasado estaba matriculada en el bachillerato a distancia —explicó a medida que iba leyendo—. Pero recibió una de esas becas Drakul de las que os hablaba antes y este año se inscribió en un curso normal. Pelo liso, bastante largo, teñido de azul… Quizá la hayáis visto ensayando en las pistas.
Barbara Lynn volvió a meter cuidadosamente el informe en su carpeta y buscó la mirada de Jana.
—¿Por qué nos lo cuenta a nosotros? —preguntó esta.
—Porque quiero que lleguemos a un acuerdo: yo os dejo en paz y no vuelvo a plantear vuestra expulsión en el Consejo Escolar. A cambio, vosotros me ayudáis a localizar a los dos desaparecidos. Estoy segura de que no les ha ocurrido nada grave. Esa chica ha corrido mucho mundo y sabe defenderse sola, según me han dicho. Seguramente habrá encontrado algo que le interese más que el estudio y se ha largado sin dar explicaciones. Pero es la segunda Drakul que desaparece, y no puedo permitirme que cunda el pánico entre los padres.
—La segunda, ha dicho… ¿Quién fue la primera? —preguntó Álex.
—El primero, en realidad —le corrigió Bárbara, abriendo la carpeta que contenía el segundo informe—. Desapareció a mediados del mes pasado. Se trata de un chico bastante peculiar. Se llama Pórtal… Su padre murió en extrañas circunstancias y, según consta en el informe, alguien se molestó en construir para Pórtal una tumba al lado de la de su padre. Una broma muy pesada, y costosa. No resulta barato encargar una lápida y un monumento funerario en un cementerio Drakul.
—¿Han hablado con su familia? —quiso saber Jana.
—Su único pariente vivo es un tío suyo, y últimamente, por lo visto, no tenían muy buena relación. Contactamos con él, por supuesto. Hace más de un año que no ve a su sobrino. La última vez que hablaron por teléfono fue en el mes de junio… Desde entonces, no ha tenido noticias de él.
—A ver si lo entiendo —Álex fijó una mirada distraída en el rostro de mármol de Óber—. Lo que en realidad quiere es que la ayudemos a descubrir el paradero de esos dos Drakul desaparecidos…
—Si no fuera así, no os lo estaría contando —le interrumpió la directora clavándole sus ojos enrojecidos—. Demostradme que os importa esta institución… A cambio, dejaré que terminéis el curso en Los Olmos.
—No hacía falta que nos amenazara para conseguir nuestra colaboración —murmuró Jana levantándose—. No somos de esa clase…
—Todo el mundo es de esa clase hoy en día, querida. —La directora también se puso en pie, y sus descoloridos labios se estiraron en un intento de sonrisa—. Supongo que eso equivale a un sí… ¿Los buscaréis?
—Por la forma en que nos ha tratado no se merece un sí —dijo Álex, estrechando de mala gana la mano que la directora Lynn le tendía—. Pero, a pesar de todo, puede contar con nosotros.