A la luz del principio copernicano, consideremos qué podríamos hacer para mejorar las expectativas de supervivencia de nuestra especie. Las colonias espaciales autosuficientes representarían un seguro de vida frente a las catástrofes que podrían ocurrir en la Tierra, un planeta cubierto de fósiles de especies extinguidas. El objetivo del programa espacial debería ser incrementar la supervivencia a largo plazo de nuestra especie mediante la colonización del espacio.
Los griegos almacenaron sus libros en la Biblioteca de Alejandría. Estoy seguro de que estaban muy bien guardados pero, al final, sucumbieron todos juntos. Afortunadamente, algunas copias de las tragedias de Sófocles se hallaban en otros lugares y ésas son las que han sobrevivido (tan sólo siete de sus ciento veinte dramas). Según la teoría del caos, es imposible predecir hoy la causa específica de nuestra desaparición final como especie. Por definición, cualquiera que sea esa causa, será algo distinto a todo lo que hemos experimentado hasta ahora. Simplemente no somos lo bastante inteligentes como para saber en qué invertir nuestro dinero en la Tierra para garantizar una probabilidad de supervivencia óptima. Podría darse que lo invirtiéramos en algo tan aparentemente loable como preservar un área forestal que, en el futuro, podría generar un virus que acabara con todos nosotros. Lo que es seguro es que gastar dinero en establecer colonias en el espacio nos da más oportunidades como especie, y equivale a almacenar algunas obras de Sófocles fuera de la Biblioteca de Alejandría.
¿Cuánto tiempo es probable que dure el programa de viajes espaciales tripulados? En mi artículo de Nature del 27 de mayo de 1993, señalaba que el mencionado programa sólo tenía treinta y dos años y predecía con el 95% de confianza que duraría al menos otros diez meses, pero menos de mil doscientos cincuenta años. Tras la publicación del artículo, el programa espacial continuó durante más de diez meses, lo cual demostró que la mitad de mi predicción era ya correcta.
Algunos piensan que, aunque nuestro interés por el espacio esté en franco retroceso en la actualidad y el programa espacial se interrumpa, tal vez en los siglos venideros lo abordemos de nuevo con tecnologías más avanzadas que hagan los viajes espaciales más baratos, Comparan el paseo lunar de Neil Armstrong con el viaje de Leif Ericson a Norteamérica, una visita con varios siglos de antelación. La invasión vikinga de América se frustró pero, cinco siglos después, Colón cruzó el Atlántico otra vez. Según este modelo, renunciaríamos a los viajes espaciales en el siglo XXI, para retornar a ellos en el siglo XXVI, iniciando una era de colonizaciones que nos llevaría primero a Marte y luego a extendemos por toda la galaxia en los siguientes mil millones de años.
Pero el principio copernicano nos dice que ese escenario no es probable. Vivimos actualmente en una época de viajes espaciales tripulados. Si existieran dos épocas de esta clase, una corta y una larga, ¿a cuál sería más probable que perteneciésemos? ¡A la más larga, por supuesto! El número total de años en el futuro en los que el ser humano realizaría viaj es espaciales sería probablemente inferior a mil doscientos cincuenta, ya fuera en un único periodo o distribuidos en varios. Esto se debió a que el momento en que se publicó mi artículo (1993) se supone ubicado al azar en la lista cronológica de todos los años en los que ha habido o habrá viajes espaciales tripulados.
Así pues, sólo es probable la existencia de una época relativamente breve en la que se realicen viajes de esta clase, un corto intervalo en el que dispondríamos de la oportunidad de establecer colonias fuera de la Tierra, Si no logramos colonizar el espacio durante ese periodo, permaneceremos varados en nuestro planeta y expuestos a todos los sucesos que sistemáticamente han causado la extinción de sus especies.
Dado que es escaso el tiempo disponible, deberíamos concentrar nuestros esfuerzos en establecer cuanto antes la primera colonia espacial autosuficiente. El que sea autosuficiente es fundamental, porque permitiría su supervivencia incluso si se cancelara la financiación de futuros lanzamientos desde la Tierra. La existencia de una simple colonia auto-suficiente en el espacio podría incluso duplicar las expectativas de supervivencia a largo plazo para nuestra especie, por el mero hecho de proporcionamos dos oportunidades independientes en lugar de una sola.
Tal vez debiéramos acometer el programa Marte Directo, propuesto por el experto norteamericano Robert Zubrin. Pero, en lugar de traer de nuevo a la Tierra a los astronautas, los dejaríamos en Marte para que se multiplicaran, abasteciéndose de materiales indígenas. Los necesitamos allí; es en el planeta rojo donde son útiles para la supervivencia de la especie humana. Zubrin ha apuntado que un vehículo de lanzamiento del tipo del Saturno y puede transportar una carga útil de 28,6 toneladas hasta la superficie marciana. Según sus cálculos, mediante dos lanzamientos de esta clase se podría llevar a cuatro astronautas hasta la superficie de Marte y traerlos de vuelta a la Tierra. En la misma línea, Gerard O’Neill, de Princeton, estimó que una colonia espacial autosuficiente, dotada de un ecosistema cerrado, requeriría alrededor de cincuenta toneladas de biosfera por persona. Así pues, para crear una colonia autosuficiente de ocho personas en Marte serían necesarios como mínimo unos dieciocho lanzamientos del tipo del Saturno V; dos para llevar a los astronautas, dos con las naves de retomo para caso de emergencia (que, con un poco de suene, nunca se usarían) y catorce para transportar las cuatrocientas toneladas de materiales necesarios para producir la biosfera de la colonia. Sólo serían dos cohetes más que los dieciséis Saturno V empleados en el programa Apolo.
Muchos dudarían antes de embarcarse en un viaje sin billete de vuelta a Marte, pero lo alentador es que solamente hay que encontrar ocho aventureros voluntariosos, ocho personas que emplearían el resto de sus vidas en explorar Marte y fundar una nueva civilización en lugar de regresar y desfilar entre aplausos por la Quinta Avenida. La misión de esos colonizadores durante los siguientes treinta años sería tener dieciséis hijos y triplicar el tamaño de su hábitat utilizando materiales marcianos (para garantizar la diversidad genética, se podrían llevar allí óvulos y esperma congelados). Si la colonia continuara duplicando su tamaño cada treinta años, en seiscientos años la población tendría nada menos que ocho millones de individuos. A muy largo plazo, según indica el astrofísico Christopher McKay, de la NASA, el propio planeta Marte podría ser acondicionado artificialmente (terraformado, en palabras de Zubrin) para que tuviera un clima y una atmósfera más parecidos a los de la Tierra. No trato de decir que todo esto sea fácil —el principio copernicano sugiere precisamente lo contrario—, pero es algo que deberíamos estar ya intentando.
Las colonias son un negocio rentable. Bastaría con enviar unos pocos astronautas y ellos se multiplicarían sin coste adicional alguno para nosotros: los colonizadores harían todo el trabajo. Las colonias también podrían dar lugar a otras colonias. Al fin y al cabo, las primeras palabras pronunciadas en la Luna fueron en inglés, no porque Inglaterra enviara astronautas a nuestro satélite, sino porque ese país estableció una colonia en Norteamérica que sí lo hizo. Situando una colonia en Marte duplicaríamos también nuestras posibilidades de llegar algún día a Alfa Centauro, ya que, dentro de mil años, ¿quién sabe si los habitantes de la Tierra o los de Marte estarían más capacitados para enviar una expedición a esa estrella?
Establecer una colonia en Marte requeriría probablemente que, en el futuro, la raza humana invirtiera una cantidad de dinero en viajes espaciales tripulados equiparable a la que ha invertido en el pasado y a lo largo de un periodo temporal similar; por lo tanto, no hablamos de algo completamente inasumible. La verdadera carrera espacial consiste en demostrar que somos capaces de colonizar el espacio con éxito antes de que los fondos dedicados a la exploración espacial se agoten. Si perdemos esta carrera, quedaremos anclados en la Tierra, donde con toda seguridad acabaremos extinguiéndonos, probablemente antes de que transcurran ocho millones de años.
Los proyectos tecnológicos de gran envergadura a menudo decaen o mueren cuando las causas que los sustentan se desvanecen. En su libro El enigma de las pirámides, Kurt Mendelssohn describe la estructura económica que rodeó a la construcción de las pirámides y la compara con el programa espacial. El propósito aparente de las pirámides era fabricar una tumba para el faraón. Pero la edificación de esos gigantescos mausoleos floreció inmediatamente después de la unificación del Alto y Bajo Egipto en un único estado, un momento en el que las grandes obras públicas contribuían a mantener unido el nuevo país. De hecho, Mendelssohn argumenta que ése fue el verdadero motivo de su construcción. Una vez el nuevo estado alcanzó la estabilidad, la causa desapareció. El tiempo transcurrido desde la edificación de la primera —la pirámide escalonada de Saqqara, de 43 metros de altura— hasta que se erigió la más alta —la de Keops, con sus 147 metros— fue de apenas noventa años. Tras ella se construyeron pirámides más pequeñas y de inferior calidad hasta que, al cabo de unos mil años, su construcción cesó por completo. Los faraones posteriores fueron enterrados en tumbas más económicas, como las del Valle de los Reyes.
Aunque el motivo aparente de enviar hombres a la Luna fuera la exploración del espacio, la verdadera causa se hallaba en la guerra fría. Las grandes hazañas espaciales, comenzando por el Sputnik y el vuelo de Yuri Gagarin, eran la forma en la que Kruschev demostraba que la Unión Soviética disponía de una tecnología capaz de enviar una carga nuclear a cualquier punto del planeta, sin llegar a hacerlo realmente. Kennedy respondió marcándose el objetivo de enviar un hombre a la Luna. Desde que acabó la guerra fría, los viajes espaciales peligran. En el vigésimo quinto aniversario del primer alunizaje, durante una entrevista televisiva para la CNBC, afirmé: «Me temo que llegará el día en que nadie se acuerde de quiénes pisaron la Luna». Será un día muy triste y, para muchos, sorprendente. Pero sospecho que será vivido con nostálgica resignación y no con un ansia renovada de regresar a nuestro satélite e, incluso, ir más allá. La gente comentará, probablemente: «¡Qué tiempos aquéllos y qué hazañas más extraordinarias se realizaban entonces! No me imagino hoy en día haciendo esas cosas». Seremos como los últimos egipcios contemplando embelesados las antiguas pirámides.
En la década de los sesenta se decía que viajar a la Luna era demasiado caro, y además había otras necesidades más urgentes, como el hambre en el mundo, la guerra de Vietnam, los derechos humanos y muchos otros problemas, y que simplemente debíamos esperar hasta los años noventa, cuando la tecnología abarataría el coste. Pero lo cierto es que, en la actualidad, es mucho más difícil conseguir fondos para realizar viajes espaciales. Afortunadamente, fuimos a la Luna en los sesenta, cuando tuvimos la oportunidad. Si hubiésemos esperado, habríamos perdido esa oportunidad y tal vez aún no habríamos visitado nuestro satélite.
En 1969, Wemher von Braun, ingeniero jefe del programa Apolo, tenía planes para enviar un hombre a Marte en 1982, algo que no pudo ser. Richard Nixon decidió no ir a Marte, cancelar prematuramente el programa Apolo y desmantelar la línea de montaje del Saturno V. Enfrentado a los planes de Von Braun, decidió ir marcha atrás. Tres cohetes Saturno V que ya habían sido construidos nunca fueron lanzados y se convirtieron en piezas de museo. Los útiles de fabricación del Saturno y fueron destruidos. Se dejó extinguir ese cohete maravilloso para ser reemplazado por el pequeño transbordador espacial. En 1989, el presidente George Bush prometió enviar un hombre a Marte en el año 2019. En vez de estar cada vez más cerca, Marte se halla cada vez más lejos. Las cosas no siempre se van haciendo más fáciles con el paso del tiempo y los proyectos caros son a menudo abandonados tras un periodo inicial.
En la misma línea, Timothy Ferris ha subrayado el hecho de que la China del siglo XV abandonó de pronto todas sus exploraciones navales, justamente después de haber llegado hasta Africa. Hay muchos otros ejemplos. Hacia 1630, el sha Yahan construyó el Taj Mahal en memoria de su esposa, Muntaz Mahal, que había muerto al dar a luz a su decimocuarto hijo. Cubierto de mármol blanco, para muchos de los que lo han contemplado —entre los que me incluyo— es el edificio más bello del mundo. Según la leyenda popular, el sha Yahan había previsto construir también su propia tumba: un edificio gemelo en mármol negro, al otro lado del río. Los dos estarían unidos por un deslumbrador puente de mármol de ambos colores. ¡Qué increíble panorama hubiera sido! Pero el sueño no se cumpliría. El hijo de Yahan, Aurangzeb, usurpó el trono y encarceló a su padre. El Taj Mahal negro nunca fue construido. El momento adecuado hubiera sido durante la vida del sha Yahan pues todos los artesanos se hallaban reunidos allí, al igual que la experiencia y los medios económicos. Es obvio que la gente conocía la historia y podría haber retomado el proyecto con posterioridad, pero no fue así.
Si no actuamos cuando tenemos la oportunidad, esa oportunidad puede no presentarse de nuevo. Si abandonamos los viajes espaciales, recuperar la tecnología puede ser tan difícil como construir el Taj Mahal negro hoy día.
Así pues, deberíamos estar viajando fuera de la Tierra y extendiéndonos por el cosmos ahora, mientras existe la posibilidad. Debemos considerar dos hechos nada alentadores: nuestra especie no tiene una historia demasiado larga (sólo doscientos mil años sobre un total de trece mil millones) y está confinada en un área geográfica diminuta (un minúsculo planeta en un universo enorme). Ambos están seguramente relacionados: las especies distribuidas en un área geográfica reducida perduran menos que las que se extienden por amplias zonas simplemente porque estas últimas son más difíciles de erradicar. Una especie confinada en una isla siempre se halla en peligro de extinción, y en el universo, la Tierra es justamente eso: una isla diminuta. Permanecemos en ella corriendo un riesgo. Y, lo que es peor, la advertencia lleva implícito el presagio de que no será atendida. ¿Por qué? Pues porque hemos nacido en la Tierra y, por ello, de todos los seres humanos pasados, presentes y futuros, una fracción mayoritaria también habrá nacido en ella (o, en caso contrario, seríamos especiales). Esto quiere decir que no es probable que la raza humana haga caso del aviso y escape de la Tierra, distribuyéndose por el cosmos. Y esta circunstancia podría muy bien ser la razón de nuestra probable y temprana extinción como especie. Abandonar el programa de vuelos espaciales tripulados sería un trágico error, aunque sea un error que probablemente cometamos.