Tal vez vivamos en un momento especial

Toda especie comienza con un pequeño número de ejemplares, alcanza una población máxima en cierto momento y luego suele declinar hasta que quedan unos pocos individuos, para finalmente extinguirse. ¿En qué punto de la curva de la población cabe pensar que nos hallamos? Cerca del máximo, por supuesto, ya que es ahí donde vive la mayoría de los individuos, con lo que ni ellos ni nosotros somos especiales. Según el principio copernicano, es probable que hayamos nacido en un siglo con una población más alta que la media a lo largo del tiempo. ¿Por qué? Por la misma razón por la que es probable que hayamos nacido en un país con una población mayor que la población media entre los diversos países: simplemente porque la mayor parte de la gente se halla en el mismo caso. Cien de los ciento noventa países del mundo tienen una población inferior a los 5,8 millones de habitantes, pero el 97% de la población mundial vive en países cuya población supera la media. Del mismo modo, la mayoría de la gente vivirá en siglos muy poblados y es probable que nosotros nos hallemos en ese grupo. De hecho, los siglos XX y XXI son los más poblados hasta la fecha.

Muchos piensan que somos especiales —y afortunados— por haber nacido en una época notable en la que se han hecho grandes descubrimientos como los viajes espaciales, la energía atómica y la ingeniería genética. No obstante, el principio copernicano ya anuncia que muy posiblemente pertenezcamos a un siglo de alta población y, dado que son las personas las que hacen los descubrimientos, es probable que nos hallemos en un siglo interesante en el que haya grandes descubrimientos. Sin embargo, es mínima la probabilidad de que hayamos nacido doscientos mil años después de iniciarse nuestro linaje inteligente, en el siglo en el que tenga lugar un descubrimiento trascendental que garantice a dicho linaje un futuro de, digamos, mil millones de años, ya que tras ese descubrimiento nacerían miles de millones de observadores inteligentes más y lo más probable es que seamos uno de ellos.

Es factible, pues, que vivamos cerca de un máximo de la población, en una época de superpoblación en la que los humanos hayan cubierto prácticamente su nicho ecológico. En su libro ¿Cuánta población puede sostener la Tierra?, Joel Cohen indica que, según los expertos, nuestro planeta podría albergar como máximo unos doce mil millones de habitantes. La población actual de la Tierra, seis mil millones, representa la mitad de esa cifra. Probablemente vivamos tras la ocurrencia de un suceso (como el descubrimiento de la agricultura) que ha hecho crecer la población, pero previamente al descubrimiento de otro que hará que ésta disminuya. Así pues, deberíamos tomar en serio a quienes advierten sobre una reducción de la población mundial en el futuro. Esta reducción podría deberse a un desastre ecológico o tecnológico, a una epidemia o a una guerra nuclear o bacteriológica, o simplemente a que un alto porcentaje de la población decida tener menos hijos. Si las parejas tuvieran sólo un hijo como media, esto haría que la población disminuyera en un factor de 1.000 en 300 años. Pasar de una población mundial de seis mil millones a tan sólo seis millones de habitantes suena catastrófico, pero no resultaría más desagradable que viajar desde Nueva Jersey (donde la densidad de población es de mil habitantes por milla cuadrada) a Alaska (donde la densidad es de sólo una persona en la misma superficie).

Aun así, una disminución de ese calibre resultaría peligrosa. La extinción de una especie no tiene por qué estar causada por un único suceso. Un suceso determinado puede provocar una caída significativa de la población, haciendo que la especie sea más vulnerable a los efectos de un segundo suceso no relacionado con el primero, el cual da lugar a la extinción final. Una gráfica histórica de la población de nuestra especie presentaría, pues, niveles bajos durante la etapa del hombre cazador-recolector, seguidos de un breve pico que alcanzaría los doce mil millones debido a la civilización y de una caída a los niveles de la primera etapa. Es más probable que nos hallemos en la zona del pico, simplemente porque la mayoría de los humanos estarían ahí. La civilización (con las ciudades y la escritura) sólo lleva en marcha cinco mil quinientos años, lo que permite afirmar con un 95% de confianza que durará otros ciento cuarenta años más, pero menos de doscientos catorce mil. Caracterizada por los rápidos cambios, la civilización podría ser inestable a largo plazo, eclipsándose rápidamente frente a la duración de la especie en su conjunto. Como hasta ahora sólo hemos observado un pico de población en la historia de nuestra especie, el principio copernicano nos dice que no es probable que existan muchos (es decir, más de 39) en el futuro. Y podríamos estar viviendo en el único pico existente.

¿Cuánta gente es probable que nazca en el futuro? El principio copernicano indica que hay una probabilidad del 95% de que nos encontremos en el 95% central de la lista cronológica de todos los seres humanos.[55]

Dado que, según los estudios sobre la población pasada, habrían nacido unos setenta mil millones de individuos en los doscientos mil años de historia de nuestra especie, cabe afirmar con el 95% de confianza que en el futuro nacerán al menos otros mil ochocientos millones, pero menos de 2,7 billones de individuos.

En cierta ocasión, tras la publicación de mi artículo en Nature, un locutor de radio me planteó: «¿Nunca se ha preguntado si no sería alguien especial por haber descubierto algo maravilloso —es decir, que el principio copernicano puede ser utilizado para predecir el futuro—?». Me esperaba una pregunta así. Le dije que había ido a la Biblioteca de Investigación de la Población en Princeton para recopilar todos los artículos en los que se hacían estimaciones sobre la población futura. Muchos predecían que la población mundial crecería en el próximo siglo hasta alcanzar los doce mil millones, para luego estabilizarse en ese nivel y permanecer a partir de entonces casi constante. Ninguno parecía darse cuenta de que tales escenarios contradecían el principio copernicano. Si existiera un breve periodo de crecimiento exponencial, seguido de una larga meseta de alta población, casi todo el mundo habría nacido en este último periodo, pero nosotros no, lo cual nos haría especiales. Me extrañaba que nadie más que yo hubiera caído en la cuenta. El propio principio copernicano me recordaba que yo no era especial: otros debían de haber pensado lo mismo. Pero ¿por qué no encontraba documento alguno al respecto? Sabía que la historia está llena de casos famosos de científicos —Newton, Darwin y Copérnico, entre otros— que hicieron importantes, aunque polémicos, descubrimientos y fueron reacios a publicarlos. Por otra parte, estaba mi propio caso: había descubierto el principio copernicano en 1969, cuando lo usé para predecir el futuro del Muro de Berlín. Aunque lo había comentado con muchos amigos en charlas de café, sólo me decidí a publicarlo a raíz de la caída del propio Muro. Recuerdo haber pensado que, a pesar de esa ausencia de artículos sobre el tema, otros debían de haber llegado a la misma conclusión que yo, sólo que no lo habían publicado o lo habían hecho en un medio de difusión más restringida. Esto me hacía menos especial.

Mi razonamiento resultó ser conecto. Cuando envié el artículo a Nature, uno de los expertos a los que fue remitido era Brandon Carter, el máximo especialista mundial en el principio antrópico (en lugares habitables del universo se hallarán necesariamente observadores inteligentes). Los expertos se mantienen normalmente en el anonimato, pero pueden revelar su identidad si lo desean. Brandon Carter lo hizo y aprobó entusiasmado mi artículo. Carter indicó que, en lo relativo a la población futura, su punto de vista era coincidente, es decir, le parecía improbable que perteneciésemos a la primera y minúscula fracción de todos los seres humanos de la historia. Había expresado esas ideas en 1983 al concluir una conferencia pública sobre el principio antrópico, pero no había llegado a publicarlas. Posteriormente, el célebre filósofo canadiense John Leslie tuvo noticia de la conferencia de Carter y, convencido de la idea y de su importancia, publicó algunos comentarios sobre ella en el Boletín de la Sociedad Nuclear Canadiense, en 1989, en The Philosophical Quarterly, en 1990, y en Mind, en 1992. Carter indicaba que el físico danés Holgar Nielsen había llegado a conclusiones parecidas sobre la población futura en un artículo publicado en 1989 en Acta Physica Polonica. Añadí encantado a mi artículo todas esas referencias.

Sin mencionar explícitamente el principio copemicano, Nielsen concluía, como yo, que cabría esperar estar situados al azar en la lista cronológica de los seres humanos. Argumentaba con acierto que esto implica que el número probable de individuos futuros sea del mismo orden que el de individuos pasados, y que sería improbable que perteneciésemos a la primera y diminuta fracción de la lista. Consideraba dos modelos de extinción: 1) extinción súbita, por la cual la población crecería de forma sostenida para caer a cero repentinamente y 2) disminución gradual, en la que la reducción que tendría lugar una vez superado el máximo sería una imagen especular de la fase de crecimiento. En el caso de extinción súbita, llegaba a la conclusión de que el fin de la especie estaría cerca, ya que, dada la alta población actual, no transcurrirían muchos siglos hasta que se acumulara un número de individuos en el futuro equivalente al de los nacidos en el pasado. En el modelo de disminución gradual, Nielsen indicaba que, aunque nuestra especie perdurara tanto como lo que ha durado hasta el presente, el escenario podría ser también poco halagüeño: dado que el crecimiento de la población ha sido relativamente rápido en el pasado, su imagen especulas hacia el futuro daría lugar a una disminución de proporciones casi catastróficas.

Estoy de acuerdo en que, en el modelo de extinción súbita, los observadores se agruparían preferentemente cerca del final. En mi artículo indicaba que si la población creciera sostenidamente hasta encontrar un final repentino, se debería reducir el límite superior de 7,8 millones a sólo 19.000 años. Pero admitía también que ése era el modelo poblacional más pesimista. Si la población cayera simplemente a un nivel más bajo en lugar de extinguirse de repente, el futuro podría ser tan largo como el pasado. Supongamos que la disminución tras el máximo fuera una imagen especulas del pasado, pero alargada en el tiempo. El límite superior para la duración de la raza humana con un nivel de confianza del 95% seguiría siendo 7,8 millones de años, dado que, si el descenso en la población durara 39 veces lo que duró el crecimiento, tras el máximo habrían nacido 39/40 de los individuos. Como no tenemos datos sobre ciclos de población de otras especies inteligentes, parece razonable suponer que el pico de población actual corresponde a un momento aleatorio de la historia de la raza humana; una hipótesis que abarca muchos escenarios poblacionales posibles en vez de limitarse al más pesimista (la extinción súbita). Si vivimos en ese pico y éste tiene lugar en un instante al azar, entonces los límites para la longevidad futura de nuestra especie son los ya conocidos: más de 5.100, pero menos de 7,8 millones de años (de hecho, el nacimiento de la agricultura, que es el origen del pico citado, parece haber sido propiciado por un suceso climatológico aleatorio: el fin de una glaciación). En general, es posible usar el tiempo transcurrido para predecir el tiempo restante y el número de individuos en el pasado para predecir el de individuos futuros.

Carter y Leslie abordaron el futuro de la población humana desde la perspectiva de la estadística bayesiana, un enfoque estadístico bastante diferente con el que llegaron a conclusiones semejantes. La estadística bayesiana, denominada así en honor del reverendo Thomas Bayes (1702-1761), es la base de gran parte de la moderna teoría de la probabilidad y establece el modo en que los supuestos previos deben ser revisados ante las evidencias procedentes de las observaciones. El teorema de Bayes dice que nuestras estimaciones de partida sobre las posibilidades a favor de dos hipótesis han de ser revisadas, multiplicándolas por la probabilidad de observar los hechos que tenemos ante nosotros si partiéramos de cada una de las dos hipótesis. El punto de vista bayesiano llevó a Carter y a Leslie a argumentar que es improbable que pertenezcamos al primer 0,01% de todos los seres humanos nacidos y por nacer. Lo improbable que puede resaltar depende de los supuestos de partida para el futuro de la especie humana. Como no disponemos de datos actuariales sobre otras civilizaciones inteligentes que nos puedan auxiliar en los cálculos, creo que, en lugar de basarnos en premisas subjetivas sobre la raza humana, sería preferible adoptar lo que se denomina un juicio previo bayesiano impreciso, una premisa más bien agnóstica sobre el tamaño que la población humana podría llegar a tener, contemplando como válida a priori cualquier estimación en cuanto a orden de magnitud y revisando luego esas cifras frente al hecho, proveniente de la observación, de que antes de nosotros han nacido ya setenta mil millones de individuos. Sir Harold Jeffreys, de la Universidad de Cambridge, fue el precursor de esta técnica en 1939. En un artículo en Nature de 1994, tuve la oportunidad de demostrar que combinando el tratamiento bayesiano y los métodos de Jeffreys se obtenían exactamente los mismos limites que con la fórmula copernicana para un nivel de confianza del 95%. Parece razonable que ambos procedimientos concuerden, pues los dos evitan utilizar hipótesis en las que sea improbable lo que estemos observando sea improbable.[56]