La predicción de nuestro futuro

Me voy a permitir hacer algunas predicciones sobre usted, lector. Es muy probable que no haya nacido el 1 de enero. Es probable que se halle en el 95% central de la guía telefónica de su ciudad (en Estados Unidos esto significa tener un apellido comprendido entre Aona y Wilson.[53] También es probable que haya nacido en un país cuya población supera los 5,8 millones de habitantes. ¿Son correctas la mayoría de esas predicciones? ¿Todas quizás? He hecho esas conjeturas basándome simplemente en que no hay nada especial en relación con su nacimiento.

Toda hipótesis científica que se precie debe ser verificable y el principio copernicano no es una excepción. Afortunadamente, proporciona numerosas predicciones que pueden ser comprobadas (muchas de ellas en la vida diaria).

El día que mi artículo se publicó en Nature, el 27 de mayo de 1993, busqué en The New Yorker todas las obras de teatro y musicales que se estaban representando en aquel momento; encontré cuarenta y cuatro. Telefoneando a cada una de las salas, averigüé cuánto tiempo llevaba cada una de ellas en cartel. Luego me limité a esperar para ver cuánto tiempo más permanecían. Elegí obras de teatro como elemento de estudio, básicamente por dos razones. En primer lugar, como la mayoría de ellas no llevaban mucho tiempo representándose, parecía probable que obtuviera resultados interesantes sin tener que esperar demasiados años. En segundo, la permanencia en cartel de las, comedias de Broadway es notoriamente difícil de predecir. Puede morir el protagonista, o arder el teatro o que el inesperado éxito de un actor hasta entonces desconocido prorrogue la obra. Las obras de teatro están sujetas a incertidumbres caóticas, al igual que las especies. Así pues, son un terreno de prueba excelente.

Treinta y siete de esas obras teatrales y musicales se hallan fuera de cartel en la actualidad, en perfecta correspondencia con las predicciones de un nivel de confianza del 95% realizadas mediante mi fórmula. Por ejemplo, Will Rogers Follies, que llevaba en cartel setecientos cincuenta y siete días, fue retirada ciento un días después y El beso de la mujer araña, que llevaba sólo veinticuatro días, permaneció setecientos sesenta y cinco días más. En ambos casos, la longevidad futura se halló dentro del margen comprendido entre 1/39 y 39 veces la longevidad pasada, según lo esperado.

¿Cuánto pensaba la gente que permanecerían en cartel nas obras? —o, al menos ¿cuánto tiempo sugerían los anuncios publicitarios que durarían?— En la prensa, los anuncios de El beso de la mujer araña prometían: «El beso que perdura para siempre». Pero poco antes de que la obra fuera retirada, nuevos anuncios ofrecían «El último beso». Los de Cats decían por aquel entonces: «Cats, ahora y siempre». Cuando se publicó mi artículo, la obra llevaba en cartel 10,6 años. Fue retirada 7,3 años después. ¿Cómo supe que Cats no duraría eternamente? Si hubiese durado para siempre, a todos los observadores, excepto a una fracción infinitesimal de ellos, les hubiera parecido casi tan antigua como el propio universo y entonces mi percepción de que la obra era muchos órdenes de magnitud más joven que el universo haría que el momento de mi observación resultara muy especial.

La misma clase de razonamiento nos lleva a pensar que el Homo sapiens (presumiblemente, la primera especie inteligente sobre la Tierra, es decir, la primera capaz de plantearse una cuestión como ésta) y sus descendientes inteligentes, si los hay, no durarán eternamente. Sabemos que nuestro linaje tiene una antigüedad de 200.000 años en un universo que tiene 13.000 millones. La proporción entre ambas magnitudes es de 1:65.000. Pero supongamos que el destino del ser humano y el de sus descendientes inteligentes fuese perdurar eternamente. La gente que hubiera dentro de un billón de años constataría una edad de 1.000.000.200.000 años para su linaje y otra de 1.013.000.000.000 para el universo. El cociente entre ambas cifras es 0,987, un número próximo a 1. La infinita cantidad de gente que viviera después constataría una proporción todavía más cercana a la unidad. Así pues, silos humanos y sus descendientes inteligentes duraran eternamente, todos excepto una fracción infinitesimal de ellos observarían que esa proporción vale prácticamente 1. Sin embargo, nosotros observamos 1/65.000, un número mucho más pequeño, lo que nos conviene en algo muy especial (figura 32). Por lo tanto, parece que ni la especie humana ni sus descendientes inteligentes están llamados a durar eternamente. Sabiendo, pues, que existe un final para ellos, podemos decir con un 95% de confianza cuándo tendrá lugar ese final: entre 5.100 y 7,8 millones de años hacia el futuro. En todos los casos partimos del concepto copernicano de que nuestra observación no es probable que resulte especial entre otras observaciones similares.

FIGURA 32. Por qué no es probable que duremos eternamente.

Si el destino de los humanos y el de sus descendientes inteligentes fuese a durar para siempre, todos, excepto una fracción infinitesimal, observarían (ver diagrama superior) que su linaje (la parte sombreada) es casi tan antiguo como el propio universo hasta el big bang. Pero lo cierto es que hoy día observarnos (diagrama de abajo) que nuestro linaje os mucho más joven. Esta circunstancia nos haría muy especiales, lo cual no es probable.

En septiembre de 1993, P. T. Landsberg, J. N. Dewynne y C. P. Please utilizaron mi fórmula en la revista Nature para predecir cuánto tiempo continuaría en el poder en el Reino Unido el gobierno conservador. Como el partido conservador llevaba catorce años en el poder por aquel entonces, estimaron con el 95% de confianza que continuaría gobernando durante al menos 4,3 meses, pero menos de 546 años. El partido conservador perdió las elecciones 3,6 años después, en mayo de 1997, de acuerdo con la predicción.

Tras la publicación de mi artículo, recibí una amable comunicación de Henry Bienen, decano de la Escuela Woodrow Wilson de Princeton en aquella época. Me indicaba que, en 1991 y en compañía de Nicholas van de Walle, había escrito un libro, El tiempo y el poder, en el que, tras realizar un estudio estadístico detallado sobre dos mil doscientos cincuenta y seis líderes mundiales, llegaba a la conclusión de que «el tiempo que un gobernante ha permanecido en el poder es un buen predictor del tiempo que aún continuará en él; de hecho, de todas las variables examinadas, es la que produce el mayor nivel de confianza».

De los ciento quince líderes mundiales que estaban en ejercicio cuando nací (el 8 de febrero de 1947), la fórmula copernicana del 95% predecía correctamente la permanencia en el poder de ciento ocho de ellos, o sea, del 94%, un resultado francamente bueno, Mi alumna Lauren Heroid repitió el experimento. De los doscientos treinta y dos gobernantes en ejercicio en la fecha en que ella nació (12 de marzo de 1975), doscientos nueve habían abandonado el poder cuando hizo el cálculo, en 1996. La fórmula copernicana predecía correctamente ciento noventa y seis de esos casos. Entre los veintitrés líderes que continuaban en ejercicio en 1996 había uno que ya había excedido su límite superior —un fallo seguro para dicha fórmula— y veintidós en los que la fórmula acertaría siempre que ninguno de ellos siguiera gobernando con más de ciento cincuenta años. Si era así, la predicción se convertiría en correcta para doscientos dieciocho de los doscientos treinta y dos casos, lo que equivale a una tasa de aciertos del 94%.

El lector también puede hacer la prueba. Recuerde quién gobernaba su país el día que usted nació. Averigüe cuánto tiempo llevaba en el poder en aquel momento y cuánto siguió en él después. Si ambas cifras están relacionadas por un factor de 39 o inferior, la predicción habría acertado. La fórmula funciona bien en una situación real aunque el número de países y el de observadores vaya aumentando con el tiempo. Lo primero haría que la observación de las tomas de poder tienda a adelantarse un poco, dado que si crece el número de líderes, cada vez habrá más de ellos asumiendo el mando que dejándolo. Lo segundo, que esa misma observación tienda a retrasase, ya que la parte final de una etapa de gobierno tendrá cada vez más testigos. Ambos efectos se cancelan mutuamente, siempre que la cantidad de cosas sometidas a observación sea proporcional a la de gente que las observa, lo cual parece razonable que suceda, ya que toda persona tiene una capacidad de observación limitada.

Al concluir una conferencia sobre el tema en la reunión anual de la Sociedad Astronómica del Pacífico, alguien me preguntó qué predicción hacía mi fórmula sobre mi propia longevidad. Cuando se publicó mi artículo, el 27 de mayo de 1993, yo tenía 46,3 años, con lo que la fórmula del 95% diría que mi esperanza de vida era de al menos 1,2 años, pero menor que 1.806, Una vez rebasado el límite mínimo, y muy difícil parece que supere también el máximo, la fórmula habría acertado conmigo. De todas las personas vivas cuando mi artículo fue publicado, la fórmula copenicana del 95% predeciría correctamente la longevidad futura en el 96% de los casos, si aplicamos las tablas actuariales y de distribución de la población mundial de 1983 editadas por Ansley Coale y sus colaboradores, con las que es posible estimas la esperanza de vida, tasa de crecimiento de la población y distribución de ésta por edades para 1993. Mediante dichas tablas se puede predecir el porcentaje de personas en cada grupo de edad para las que sería válida mi fórmula. La fracción es superior al 95% en todos los grupos comprendidos entre jóvenes y adultos de edad madura, e inferior a dicho porcentaje para bebés y ancianos de edad muy avanzada, Como es improbable que el lector se halle en uno de estos dos últimos grupos, la fórmula será seguramente válida también para él.

Por supuesto, podemos establecer un margen más estrecho para nuestra longevidad futura usando simplemente esas tablas actuariales y aprovechando el hecho de que no sólo conocemos nuestra propia edad, sino también la del fallecimiento de otros millones de personas. Con la ayuda de una base de datos de ese tipo y aplicando de nuevo el principio copernicano, cabe suponer que no somos seres humanos especiales y de este modo obtener una estimación más exacta. Pero si viviéramos en una isla desierta y no hubiéramos tenido jamás noticia de ningún otro ser humano, a partir sólo de nuestra edad actual, la fórmula copernicana del 95% nos permitiría estimar aproximadamente nuestra longevidad futura con un 95% de confianza. Y, dado que no disponemos de datos estadísticos sobre otras especies inteligentes, la predicción copernicana sobre la longevidad futura de nuestra especie es, hoy por hoy, la mejor estimación posible.

Veamos ahora algunas aplicaciones históricas.

Durante mi visita a la Unión Soviética el año 1977 y mientras paseaba por la Plaza Roja recuerdo que pensé que si el régimen soviético tenía sólo sesenta años, era muy posible que no perdurase tanto como entonces suponía la mayoría de la gente. En aquella época, las principales amenazas contra su existencia, incluyendo el intento de invasión por parte de la Alemania nazi y el peligro de un ataque nuclear durante la guerra fría, habían sido conjuradas o su importancia había disminuido considerablemente y muchos argumentaban que su estabilidad futura estaba asegurada, constituyendo una especie de contrapeso permanente a Estados Unidos. Pero el hecho es que, catorce años más tarde, el régimen soviético desapareció. Supongo que mi visita no tuvo nada que ver con su caída y, desde luego, predecir en aquel momento sus causas exactas habría sido imposible. Glasnosi y perestroika eran inimaginables en 1977, no pertenecían siquiera a nuestro vocabulario de la guerra fría. El argumento copenicano del 95% funcionaba de nuevo —la proporción entre futuro y pasado estaba en el margen del factor 39— incluso aunque las reglas estuviesen cambiando y las amenazas futuras fuesen de una índole completamente distinta de las del pasado. El hecho es que, en última instancia, mi visita no tuvo nada de especial.

En 1956, Nikita Kruschev fanfarroneaba diciendo: «Os sepultaremos a todos». Muchos interpretaron la frase como una siniestra advertencia sobre los planes soviéticos de destruir los Estados Unidos, pero en realidad era un viejo dicho ruso que significaba simplemente: «Os sobreviviremos, asistiremos a vuestro funeral, estaremos allí para enterraros». La afirmación era un farol, ya que en aquella época la Unión Soviética tenía sólo treinta y nueve años, mientras que Estados Unidos tenía ciento ochenta. Y, en efecto, la Unión Soviética desapareció treinta y cinco años después y Estados Unidos consiguió sobrevivir a ella.

Es peligroso hacer predicciones que caigan fuera de los límites impuestos por el factor 39, implícito en el principio copernicano. En 1934, tras llevar sólo un año en el poder, Adolf Hitler hizo una famosa y siniestra predicción, según la cual no habría ninguna revolución en Alemania en los siguientes mil años. Su afirmación de que el Tercer Reich duraría mil años más sobresalió al mundo entero. Afortunadamente su predicción fue temeraria, pues en aquel momento la fórmula copernicana habría predicho con el 95% de confianza que la longevidad futura del Tercer Reich sería superior a nueve días, pero inferior a treinta y nueve años. Cumpliendo esta predicción, tanto Hitler como el Tercer Reich pasaron a mejor vida once años después.

La famosa lista de las Siete Maravillas del Mundo se remonta aproximadamente al año 150 a. C., la época de Antípater de Sidón. Dos de las Siete Maravillas (los jardines colgantes de Babilonia y el coloso de Rodas) no existían ya en el momento en que se confeccionó la lista, pero sí las otras cinco: la estatua de Zeus en Olimpia, el templo de Artemisa en Efeso, el mausoleo de Halicarnaso, el faro de Alejandría y las pirámides de Egipto. Ninguna de las cuatro maravillas que tenían menos de cuatrocientos años en aquel momento se halla hoy día en pie. Sólo la más antigua —las pirámides, que ya tenían entonces dos mil cuatrocientos años— ha sobrevivido. Las cosas que han sobrevivido largo tiempo tienden a perdurar aún mucho tiempo más. Las que no han durado mucho suelen desaparecer en breve plazo.

Anote el lector el momento exacto en que está leyendo esta frase: __________ (año) __________ (mes) __________ (día) __________ (hora) __________ (minuto) __________ (segundo). La publicación del presente libro no tiene ninguna relevancia especial para usted. Así pues, el instante consignado arriba, en el que leyó la primera frase de este párrafo, no debería tener significado alguno en relación con asuntos que sean de importancia para usted. Empleando ese instante como punto de observación, el lector puede aplicar la fórmula copernicana del 95% y predecir la duración futura de su relación actual, la del país en el que vive, la de la universidad a la que asiste o planea asistir, la de la empresa para la que trabaja o la de su revista favorita.

¿Cuándo no se debe usar la fórmula? No debemos esperar a que nos inviten a la boda de un amigo y, un minuto después de que se hayan intercambiado los anillos, proclamar públicamente que el matrimonio va a durar menos de treinta y nueve minutos. Hemos sido invitados a la boda precisamente para presenciar un momento muy especial de ese matrimonio, su comienzo. Sin embargo, podemos usar el instante consignado arriba como punto de observación para predecir el futuro de nuestro matrimonio (si es que estamos casados) debido a que nuestra lectura del párrafo anterior no guarda relación alguna con dicho matrimonio y ha tenido lugar en un momento aleatorio de él.

Tampoco deberíamos utilizar la fórmula para predecir la esperanza de vida de los pacientes de una clínica geriátrica ya que, por definición, estos centros se ocupan de personas que se encuentran en una etapa especial —próxima al fin— de sus vidas. En cambio, sí sería posible aplicar la fórmula a la hora de estimar, a partir del tiempo de permanencia actual en la clínica, la duración probable de la estancia.

No es posible emplear la fórmula para predecir su propia longevidad futura. Como los invitados a una boda, mi artículo y los escritos por personas que vivían en 1993 están ubicados por definición en un lugar especial de la historia: el momento en que se dio a conocer la fórmula; cerca, pues, de su comienzo. Mi artículo puede dejar de ser conocido en el futuro, no porque esté equivocado, sino simplemente porque sea olvidado. En el año 260 a. C., Aristarco de Samos llegó a la conclusión de que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol, pero sus escritos se perdieron y su obra fue ignorada hasta que apareció Copérnico.

La fórmula no sirve para predecir la longevidad del universo. En un principio, no había observadores inteligentes y, dada la probabilidad de que éstos desaparezcan también mucho antes que el universo que los aloje, nuestro punto de observación podría ser especial con respecto a la historia del cosmos. Los observadores inteligentes viven en una época habitable (y, por tanto, especial) de esa historia, una idea conocida como «principio antrópico débil». Nuestro punto de vista, no obstante, no tendría por qué resultar especial entre observadores inteligentes. Para motivos más antiguos que la especie humana, adoptaríamos como comienzo las primeras observaciones humanas de dicha cuestión y las últimas como fin, y nos limitaríamos a predecir el periodo de observabilidad futura a partir del de observabilidad pasada, basándonos como siempre en la hipótesis de que nuestra observación no es especial entre otras similares.

La mecánica cuántica nos dice que al observar un sistema podemos ejercer influencia sobre él. Si hacemos una predicción sobre algo irrelevante y fácil de cambiar (por ejemplo, cuánto tiempo usaremos aún la ropa que llevamos puesta) nos resultará muy sencillo que la predicción se equivoque (bastaría con que nos cambiásemos de ropa de inmediato; si estamos leyendo este libro en una biblioteca, el asunto puede ser problemático, pero será fácil si nos hallamos en casa). En cambio, si el sujeto de la predicción es algo importante —como nuestro matrimonio—, no intentaremos cambiarlo simplemente para demostrar que la predicción es errónea. La influencia, por tanto, no es probable que sea significativa en asuntos de cierta importancia. Por ejemplo, el artículo de Nature que predecía la caída del gobierno conservador en el Reino Unido podría haber causado, en principio, que el gobierno dimitiera ese mismo día sólo para demostrar que el artículo se equivocaba, pero sería algo descabellado y, por supuesto, no sucedió. El partido conservador intentó continuar en el poder tanto tiempo como fue posible, indiferente a todas las profecías.

Rachel Silverman, periodista del Wall Street Journal, me telefoneó a finales de 1999 pidiéndome que le hiciera una sede de predicciones para el ejemplar del 1 de enero de 2000, en el que habría una sección dedicada al futuro. Se trataba de un día muy especial en lo que al calendario se refería, pero no tenía por qué serlo en lo relativo a nuestra observación de otros asuntos. He aquí los temas que ella me propuso —según su interés y el de los lectores del Wall Street Journal—, junto con las predicciones de un nivel de confianza del 95% que finalmente aparecieron en el citado ejemplar:

FENÓMENO Y FECHA INICIAL LONGEVIDAD FUTURA
(más de – pero menos de)
Stonehenge (2000 a.C.) 102,5 años – 156.000 años
Panteón(126 d.C.) 48 años – 73.086 años
Ser humano (Homo sapiens) (200.000 años) 5.100 años – 7,8 millones de años
Gran Muralla China (210 a. C.) 56 años – 86.150 años
Internet (1969) 9 meses – 1.209 años
Microsoft (1975) 7 meses – 975 años
General Motors (1908) 2,3 años – 3.588 años
Cristianismo (c. 33 d.C.) 50 años – 76.713 años
Estados Unidos (1776) 5,7 años – 8.736 años
Bolsa de Nueva York (1792) 5,2 años – 8.112 años
Manhattan (adquirida en 1626) 9,5 años – 14.586 años
Wall Street Journal (1889) 2.8 años – 4.329 años
New York Times (1851) 3,8 años – 5.811 años
Universidad de Oxford (1249) 19 años – 29.289 años

Por «Manhattan» entendemos la ciudad de Nueva York, ya que fue fundada allí en 1626. Internet podría desaparecer, bien por la extinción de su tecnología, bien porque sea reemplazada por algo mejor (el «Holodeck» de Star Trek, por ejemplo). Como en otros casos, el fin de Stonehenge, el Panteón, la Gran Muralla, etcétera, tendría lugar cuando esos monumentos fuesen derribados o desaparecieran por otros métodos o no quedara nadie para observarlos.

El lector puede elaborar su propia lista. Recordemos que, si utilizamos la fórmula para hacer cien predicciones al azar sobre nuestro futuro, cinco de ellas en promedio resultarán erróneas. Si de las cien elegimos la media docena de cosas que sean más importantes para nosotros, todas sus predicciones serán correctas.

El razonamiento puede ser útil en la vida diaria, especialmente cuando viajamos. Por seguridad, si hacemos un viaje por mar, deberíamos evitar tomar un barco que no haya realizado con éxito al menos treinta y nueve viajes como ése. Esto nos mantendrá a salvo de los navíos particularmente infortunados. Esa regla tan simple nos habría impedido viajar en el Titanic o en el Bismarck (o ser pasajero en cualquier otro viaje inaugural; curiosamente, los Vanderbilt cancelaron su pasaje en el Titanic debido a que la madre de Mr. Vanderbilt tenía cierta aversión a los viajes inaugurales). También nos habría mantenido lejos del Hindenburg, que hizo explosión en su vuelo transatlántico número 35 o de la lanzadera espacial Challenger, cuyo accidente se produjo en su décimo viaje. Un largo historial de éxitos es el mejor indicador de seguridad y demostraría que el barco ha sobrevivido a todas las catástrofes posibles en un gran número de desplazamientos. Si llegamos al puerto en un momento aleatorio y encontramos un barco con un elevado número de viajes exitosos en su haber, el principio copernicano indica que su próximo viaje es improbable que sea el último.[54]

Cuando estuve en Hong Kong me apeteció subir en el funicular que asciende a lo alto del Monte Victoria. Como me pareció muy empinado, le pregunté al revisor cuánto tiempo hacía que no se producía ningún accidente. El hombre me dijo que el funicular no había tenido un solo percance en los noventa años que llevaba en funcionamiento, así que decidí subir.