La predicción científica del futuro

La ciencia ha tratado de predecir el futuro desde hace mucho tiempo. Los astrónomos del antiguo Egipto lograron anticipar las crecidas del Nilo a partir de la elevación de la brillante estrella Sirio. Observaron patrones cíclicos repetitivos en el cielo y predijeron que tales patrones continuarían en el futuro, y acertaron, Mediante nuevas observaciones y con medios más sofisticados, los astrónomos llegaron a predecir los eclipses de Sol. El matemático y astrónomo griego Tales se hizo famoso por predecir correctamente el eclipse de Sol del 28 de mayo de 585 a. C.

Con la teoría de la gravitación de Newton fue posible predecir los movimientos futuros de los astros a partir de sus velocidades y posiciones actuales. En 1705, Edmund Halley utilizó la teoría de Newton para determinar que el cometa que había observado en 1682 regresaría a las proximidades de la Tierra hacia 1758. Halley falleció antes de esa fecha, en 1742, a la edad de ochenta y cinco años. Pero cuando el cometa regresó, exactamente como él había predicho, todos estuvieron de acuerdo en ponerle su nombre.

La teoría de la gravitación de Newton es la base de miles de predicciones acertadas. Sin embargo, cuando no pudo explicar la precesión de la órbita de Mercurio y la curvatura de un rayo de luz al pasar cerca del Sol, fue reemplazada por la más precisa teoría de la gravitación de Einstein. El método científico tiene éxito precisamente porque no le repugna desechar incluso una gran teoría como la de Newton si hace predicciones incorrectas.

A medida que progresaba, la ciencia incrementó su precisión a la hora de predecir sucesos futuros. Cuando se descubrió el corneta Shoemaker-Levy en marzo de 1993, los astrónomos utilizaron su posición y velocidad para anticipar correctamente que algo más de un año después chocaría con Júpiter. Esto permitió a los científicos estar preparados para observar el suceso mediante telescopios terrestres situados a todo lo largo de nuestro planeta, así como con el telescopio espacial Hubble. De manera similar, hoy día la hidrodinámica permite a los meteorólogos hacer un pronóstico exacto del tiempo con varios días de antelación y alertar de la aparición de huracanes o ventiscas, salvando vidas humanas. Se trata en todos los casos de predicciones científicas basadas en métodos bien definidos cuyo éxito ya había sido verificado en el pasado.

De hecho, en la época de Newton y en la inmediatamente posterior, los científicos pensaban que su capacidad para predecir el futuro crecería sin límites. Según la teoría de Newton, conociendo la masa, la posición y la velocidad actuales de cada una de las partículas del universo, se podría calcular la posición de cualquiera de ellas en un futuro tan avanzado como se deseara. Es decir, si se pudiera obtener un conocimiento exacto acerca del presente, se podría predecir automáticamente todo el futuro, Era la visión de un universo de relojería.

Pero el principio de incertidumbre de Heisenberg en la mecánica cuántica dice que no podemos medir a la vez la posición y la velocidad de una partícula con precisión arbitraria; no es posible materializar el sueño newtoniano de conocer exactamente la posición y velocidad de cada una de las partículas del universo en el momento actual. Así pues, la predicción detallada y perfecta del futuro de todas esas partículas es imposible en principio.

Aún peor: la teoría del caos afirma que muchos sistemas dinámicos son caóticamente inestables, lo cual quiere decir que las pequeñas incertidumbres en las posiciones y velocidades de las partículas se propagarán hacia el futuro, creciendo en tamaño y haciendo que nuestras predicciones se aparten del curso real de los acontecimientos. De este modo, sólo podemos predecir de forma exacta las órbitas de los asteroides cercanos a la Tierra durante un centenar de años; a más largo plazo, el caos invalida en inservibles nuestros pronósticos.

Muchos sistemas importantes son caóticos. La meteorología es caóticamente inestable con un horizonte de unos pocos días, circunstancia bien ilustrada en la conocida afirmación de que el batir de las alas de una mariposa en la selva amazónica puede variar el curso de un huracán en el Caribe meses después. Los pequeños cambios se acumulan creando cambios más grandes, los cuales duplican su magnitud una y otra vez. Calcular de forma Fecisa el tiempo que va a hacer con meses de antelación requeriría conocer con una exactitud imposible la meteorología actual y poder predecir el movimiento de todos y cada uno de los animales que hay en la Tierra. Razón por la cual sólo se aspira a realizar pronósticos meteorológicos fiables a muy corto plazo.

La evolución biológica también parece ser caótica. Si retrocediésemos quinientos millones de años y elimináramos un solo ejemplar de trilobites, tal vez el ser humano nunca hubiera existido, la evolución podría haber continuado en otra dirección. Hace cinco millones de siglos nadie podría haber predicho qué aspecto tendrían un tiranosaurio o el Horno sapiens. Stephen Jay Gould, de Harvard, ha hecho una elocuente exposición de este hecho en su libro La vida maravillosa. Si rebobináramos la película de la historia y la proyectásemos de nuevo, podría ser completamente distinta en los detalles.

En muchos de los asuntos que más nos preocupan, incluido el del futuro de nuestra propia especie, nuestra capacidad para realizar predicciones detalladas de tipo newtoniano parece ser casi nula. Esto ha hecho que mucha gente considere el futuro totalmente impredecible. Se trata de una postura en exceso pesimista. Antes de que aparezca algún viajero del tiempo, ¿qué podemos pronosticar? La mecánica cuántica nos dice que, en principio, toda predicción sobre el futuro debe ser establecida en términos de probabilidad de los resultados de observaciones futuras. En la práctica, esas estimaciones estadísticas pueden ser extremadamente útiles y decimos cosas que a todos nos interesan.

Que el futuro del universo no pueda ser calculado en detalle, no significa que no podamos hacer predicciones sobre él. Por ejemplo, podemos pronosticar que nevará algún día del año próximo en Nueva York y estar seguros de acertar. Se trata de una predicción de una clase diferente, una predicción estadística, que no requiere analizar en detalle cada variable meteorológica y que no se ve afectada por la famosa mariposa de la Amazonia.

Es relativamente común pedirle a los científicos un pronóstico sobre el futuro, no ya mediante la aplicación de un marco teórico concreto —como hizo Halley con el de Newton—, sino simplemente en calidad de expertos conocedores de las leyes físicas. Casi siempre, se trata de decidir si algo violaría o no dichas leyes y, a partir de ello, predecir si nuestra tecnología nos permitirá algún día alcanzarlo. En la década de 1890, cuando el físico ruso Konstantin Tsiolkovsky predijo que en el futuro la gente viajaría al espacio por medio de cohetes, su pronóstico perteneció a esta categoría. De una forma parecida, Julio Verne anticipó el submarino nuclear. Pero Verne también predijo que la gente viajaría a las profundidades de la Tierra y que allí encontraría dinosaurios vivos, lo cual no ha sucedido en absoluto. Aunque a veces los pronósticos de este tipo resultan espectacularmente acertados, la mayoría no se han cumplido. Gerard O’Neill, de Princeton, predijo en 1974 que hacia el año 1996 habría entre cien y doscientas mil personas viviendo en el espacio. Proponía incluso el modo: mediante la construcción de grandes colonias espaciales. La idea era buena, pero es evidente que no se llevó a cabo.

El problema con esa clase de pronósticos es que se trata de simples conjeturas cultas. La historia demuestra que pueden estar tremendamente equivocadas y, a menudo, ser excesivamente optimistas, en particular a la hora de evaluar riesgos. Se suponía que las centrales nucleares eran tan seguras que la probabilidad de que se produjera un accidente era similar a la de ser alcanzado por un rayo, hasta que lo ocurrido en Three Mile Island y Chernobyl demostró que la premisa era errónea, Lo que determina el fallo suele ser, habitualmente, algo que aparece por sorpresa, algo que no se preveía en los cálculos y que hace que la tasa de fallo global sea más alta que la que habíamos supuesto.

Cuando la esposa de Albert Caldwell embarcó en el Titanic, le preguntó a un marinero: «¿Es cierto que este barco es realmente insumergible?». «Sí, señora», replicó el hombre. «Ni el mismo Dios podría hundirlo». El pronóstico, recogido por Walter Lord en Una noche para recontar, estaba basado en el hecho de que el Titanic era un barco nuevo, dotado de dieciséis compartimientos estancos. Si se producía una vía de agua, el compartimiento afectado podía ser sellado, evitando que la nave se fuera a pique. El sistema de seguridad parecía invulnerable. Por supuesto, lo imprevisto sucedió. Una arista del iceberg contra el que chocó el Titanic le produjo una fisura bajo el agua de cien metros de longitud que afectó a varios compartimientos. De manera similar, el supuestamente invencible acorazado alemán Bismarck resultó hundido en su viaje inaugural. Su propia fama de invencible hizo que los británicos enviaran a casi toda su flota tras él, hasta que finalmente lograron hundirla. Las predicciones se equivocan a menudo.

Me dispongo a hacer seguidamente algunas predicciones. No se trata de profecías, meras opiniones de un experto cuyos temores o esperanzas pueden ser confrontados con los de otros expertos, como en la mayoría de los libros futuristas; están por el contrario en la línea de las predicciones científicas como la de Halley, basadas en una teoría concreta que ha cosechado importantes éxitos en el pasado. Nos dirán cuánto durará probablemente la especie humana y cómo podríamos habernos librado, en su momento, de los desastres del Titanic o del Bismarck.