Un día recibí una carta en mi despacho de Princeton. Era de Li-Xin Li, un estudiante chino que se hallaba interesado en venir a la Universidad de Princeton para hacer el doctorado en astrofísica y trabajar conmigo en los viajes en el tiempo. Incluía uno de mis artículos sobre el tema. Es frecuente que los alumnos aspirantes envíen cartas o adjunten artículos. Habitualmente, me limito a remitirlos al departamento de graduados para que sean tenidos en cuenta en las reuniones de admisión. Pero este caso era diferente, pues el artículo de Li-Xin Li me resultaba muy familiar. Lo había leído y me pareció especialmente grato cuando fue publicado en la Physical Review, Trataba sobre un problema expuesto por Stephen Hawking: los efectos cuánticos siempre conspirarían para impedir el viaje en el tiempo. El ejemplo concreto se refería al viaje en el tiempo mediante un agujero de gusano; las ondas que circularan entre las dos bocas del agujero podrían desarrollar una densidad infinita —una singularidad— en el estado cuántico, cerrando la máquina del tiempo antes de que comenzara a operar. Li-Xin Li proponía una ingeniosa solución, que consistía en colocar una esfera reflectante entre las dos bocas para reflejar las ondas y detener así la acumulación infinita de energía. Nunca había recibido un artículo tan trascendente de un aspirante a alumno. Demostraba que Li era una de las escasas diez personas en el mundo capaces de realizar esos complejos cálculos cuánticos y, más importante aún, que era alguien con ideas originales y, por si fuera poco, estaba interesado en los viajes en el tiempo.
Vinieron a mi memoria ciertas historias que había escuchado cuando hacía mis estudios de posdoctorado en la Universidad de Cambridge, en 1975, acerca de la carta que el profesor G. H. Hardy recibió de un joven indio llamado S. Ramanujan. En el sobre había algunos notables teoremas que el remitente había logrado demostrar. Un amigo de Hardy me contó la anécdota, el famoso matemático J. E. Littlewood, quien a sus noventa años era nuestro decano en el Trinity College, un lugar fascinante donde es posible atravesar el corredor en el que el joven Isaac Newton daba palmadas al compás del eco que devolvía el fondo para medir la velocidad del sonido. La cena se sirve todas las noches en el Gran Salón y al concluir los socios se retiran escaleras arriba a beber oporto, fumar habanos y pasarse la tabaquera; una experiencia que verdaderamente no es muy distinta de la de ser transportado al pasado por una máquina del tiempo.[30]
Los veteranos entretienen a sus colegas más jóvenes con historias sobre la gente del Trinity, entre quienes se contaron personajes como Lord Alfred Tennyson, Lord Byron y James Clerk Maxwell. Cuando era estudiante, Byron solía dejar su oso domesticado, atado a la fuente del patio. Newton permaneció fuera del Trinity durante los años de la peste, periodo en el que desarrolló el cálculo y aplicó el concepto de la gravitación a la órbita de la Luna.
Hardy había mostrado la carta de Ramanujan a Littlewood, diciéndole que aquellos teoremas tenían que proceder de un matemático de primera fila. De ese modo, Ramanujan fue invitado a asistir al Trinity College. Juntos, Hardy y Ramanujan elaboraron uno de los teoremas más notables de la teoría de números: la fórmula para estimar con precisión el número de formas distintas mediante las que es posible obtener una suma dada. En cierta ocasión en la que Ramanujan se encontraba enfermo, Hardy fue a visitarlo y, casualmente, le comentó: «He venido en taxi. Por cierto, que tenía un número muy estúpido: 1.729». «Qué va a ser estúpido», replicó Ramanujan. «Se trata de un número muy interesante: es el más pequeño que puede ser expresado de dos maneras distintas como suma de dos cubos». En efecto, 1.729 = 13 + 123 = 103 + 93 Asombroso, ¿no?
Cuando vi la carta de Li-Xin Li, me pregunté si alguien podría ser igual de extraordinario. En mis muchos años como miembro del jurado de los concursos de talentos científicos de Westinghouse e Intel —las competiciones científicas para estudiantes de instituto más antiguas y prestigiosas del país— llegué a la conclusión de que el mejor indicador del futuro éxito en la ciencia es haber llevado a cabo una buena investigación en el pasado, mucho mejor que las calificaciones SAT, los títulos o las cartas de recomendación. Me pareció que Li-Xin Li era una gran promesa. Le recomendé con absoluta convicción a mis colegas y, finalmente, fue admitido en el Departamento de Astrofísica de Princeton.
Tenía una buena idea que proponerle como materia de trabajo: la forma en que se podría utilizar el viaje en el tiempo para explicar el origen del universo. Pero para ello era necesario resolver previamente una importante cuestión: encontrar un estado cuántico para el universo primitivo en el que el viaje en el tiempo fuera posible.
Li-Xin Li llegó con varios meses de adelanto y, aunque aún no había sido inscrito formalmente como estudiante, no había razón para que no comenzara a trabajar. Por otra parte, cuando uno investiga algo realmente importante, parece razonable mantener cierta reserva hasta haber obtenido algún resultado. Li-Xin Li y yo nos encontrábamos una vez por semana para comer y no le contábamos a nadie sobre qué estábamos trabajando. Aquéllos fueron unos encuentros memorables. Probamos varios restaurantes locales hasta recalar en el Orchid Pavilion. En una de las primeras comidas, mientras discutíamos apasionadamente sobre nuestra teoría acerca del origen del universo, nos topamos con una galletita de la suerte que decía: «Confía en tu intuición. El universo guía tu vida». Nos pareció un buen presagio.