Cierta noche, John Wheeler, de Princeton, telefoneó a Richard Feynman y le espetó: «Ya sé por qué todos los electrones tienen la misma masa. ¡Son todos el mismo electrón!». La idea de Wheeler era que un positrón (la «antipartícula» —partícula de idéntica masa y carga opuesta— que forma pareja con el electrón) podía ser contemplado como un electrón viajando hacia atrás en el tiempo. Para entender el concepto, imaginémonos trazando una gran letra N mayúscula en un diagrama espaciotemporal en el que el futuro está arriba, el pasado, abajo y el espacio es horizontal. Comenzando abajo a la izquierda, nos moveríamos hacia arriba a lo largo del primer trazo de la N para representar un electrón desplazándose hacia el futuro. Luego bajaríamos en diagonal, trazando el camino de un positrón como si fuera un electrón viajando hacia atrás en el tiempo. Por último, ascenderíamos de nuevo; sería el electrón otra vez. Esta línea de universo en forma de N se comporta de la manera siguiente: si deslizamos poco a poco una regla desde la parte inferior de la N hacia arriba, vemos un electrón inmóvil a la izquierda y la creación de un par electrón-positrón a la derecha; el positrón se mueve de derecha a izquierda hasta encontrarse con el electrón de este lado, momento en el que ambos se aniquilan mutuamente, Podríamos, por supuesto, interpretas la N como si representara tres partículas —dos electrones y un positrón— moviéndose hacia delante en el tiempo. Wheeler pensaba que todos los electrones del universo podrían formar parte de una larguísima línea de universo que zigzagueara adelante y atrás en el tiempo muchas veces. Cada «zig» se manifestaría como un electrón, y cada «zag», como un positrón. Los ángulos entre zigs y zags corresponderían a la creación o aniquilación de un par electrón-positrón.
Para que la idea funcione, el número de positrones y electrones en el universo debería ser aproximadamente el mismo en todo momento. Por desgracia, parece que en la actualidad hay muchos más electrones que positrones. En cualquier caso, la idea de que los positrones puedan ser considerados electrones viajando hacia atrás en el tiempo al parecer es válida y fue utilizada por Feynman en sus diagramas para la electrodinámica cuántica (en el marco de unos trabajos que le hicieron merecedor del Premio Nobel).
Sería necesario una sucesión de acontecimientos muy poco probables para que el método permitiera viajar al pasado y, asimismo, que nuestra línea de universo adoptara la forma de N. En primer lugar, cerca de nosotros y mediante la energía de varios miles de bombas H, deberíamos crear un par «yo/anti-yo» altamente organizado. Esos dos sosias nuestros —el «anti-yo», que representaría nuestro «zag» hacia atrás en el tiempo, y nuestro otro «yo», que representaría nuestro retomo al sentido normal del tiempo— tendrían que reproducirnos exactamente a nivel atómico. El «anti-yo» tendría que venir a nuestro encuentro. Parece extremadamente difícil lograr que cada partícula del «anti-yo» se cancele con la correspondiente partícula nuestra, de forma que la energía liberada no disperse nuestras estructuras corporales antes de que la aniquilación se complete. Por ello, si algún día vemos que una versión antimaterial de nosotros mismos se nos acerca efusivamente, más vale que nos lo pensemos dos veces antes de darle un abrazo.
El viaje al pasado parece, como mínimo, difícil; así pues, no recomiendo al lector que se dé prisa en ir a la agencia de viajes. Se requerirían condiciones extremas para intentar un proyecto de esta clase. Una máquina del tiempo para visitar el pasado no es algo que podríamos construir en nuestro propio garaje, como el primer ordenador personal de la historia. Como ya ha manifestado Kip Thorne, sólo estaría al alcance de una supercivilización futura.
Pero los físicos se afanan en explorar las posibilidades del viaje en el tiempo, en principio, por una buena razón: como ya hemos indicado, es importante estudiar los límites de las leyes físicas bajo condiciones extremas. Los físicos insisten en destacar (especialmente cuando necesitan dinero para construir un nuevo acelerador de partículas) que el propio universo en sus orígenes era un acelerador de esta clase. Al comienzo de su carrera científica, Stephen Hawking se percató de que ciertos teoremas relativos a las singularidades que existen en el centro de los agujeros negros podrían ser aplicables al universo primitivo. A través de los estudios de las modernas cosmologías inflacionarias llegamos a la conclusión de que en el universo primitivo tuvo que haber horizontes de sucesos como los de los agujeros negros, los cuales nos separarían de regiones distantes, para siempre fuera de nuestro alcance. Un mejor conocimiento de los parámetros físicos asociados a los agujeros negros nos podría ayudar a entender lo que sucedió en el universo primitivo.
Una lógica similar es aplicable a las máquinas del tiempo. Para comprobar si las leyes físicas permiten viajar al pasado, es imprescindible explorar situaciones extremas. Un lugar natural para una máquina del tiempo sería el interior de un agujero negro. La curvatura espaciotemporal era asimismo extrema en los comienzos del universo; ¿existió también allí una máquina del tiempo? Si así fue, esto podría explicar su origen.