La predicción de Einstein de que los objetos en movimiento envejecen más despacio ha sido confirmada por los experimentos en múltiples ocasiones. Una de las primeras demostraciones estuvo relacionada con la desintegración de los muones rápidos. Descubiertos en 1937, los muones son partículas elementales con una masa aproximadamente igual a la décima parte de la de un protón. Los muones son inestables; se desintegran en partículas elementales más ligeras. Si observamos un puñado de muones en el laboratorio, comprobamos que sólo queda la mitad al cabo de unas dos millonésimas de segundo. Sin embargo, los muones originados por los rayos cósmicos que inciden sobre la alta atmósfera, los cuales viajan cercanos a la velocidad de la luz, no se desintegran tan rápido en su trayectoria hacia la superficie terrestre como los originados en el laboratorio, lo que concuerda con las predicciones de Einstein. En 1971, los físicos Joe Hafele y Richard Keating demostraron la existencia del retardo de Einstein en los objetos en movimiento mediante relojes atómicos muy precisos que introdujeron en un avión que dio la vuelta al mundo en sentido este, un trayecto en el que se suma la velocidad del avión a la de rotación de la Tierra. Hafele y Keating constataron al concluir el viaje que los relojes embarcados se habían retrasado ligeramente —59 nanosegundos— respecto a los que habían quedado en tierra, una observación totalmente acorde con las predicciones de Einstein (debido a la rotación de la Tierra, el suelo también se mueve, pero no tan deprisa, Los relojes del suelo se retrasan menos que los del avión).
Einstein comenzó a pensar sobre la naturaleza del tiempo y su relación con la velocidad de la luz cuando todavía era un adolescente. Se imaginaba a sí mismo a mediodía, alejándose a la velocidad de la luz del reloj de la torre de su ciudad; el reloj le parecía parado porque viajaba junto a la luz que reflejaba su esfera mostrando las doce en punto. ¿Se detiene, realmente, el tiempo para alguien que se mueva a la velocidad de la luz? Einstein concebía el rayo de luz con el que volaba en paralelo como una especie de onda estacionaria de energía electromagnética, ya que no había movimiento relativo entre ambos. Pero una onda de este tipo violaba la teoría del electromagnetismo que Maxwell había establecido. Algo no encajaba. Einstein hizo estas reflexiones en 1896, cuando sólo tenía diecisiete años. Transcurrirían nueve más hasta que diera con la solución, una solución que supuso una auténtica revolución en la física y en nuestra concepción del espacio y el tiempo.
Cuando Einstein tenía cuatro años, su padre le mostró una brújula. Al niño le pareció un milagro y esto motivó su interés por la ciencia. Entre los doce y los dieciséis años, el futuro genio aprendió por su cuenta geometría euclídea y cálculo integral y diferencial. Era un muchacho brillante y, más importante aún, con ideas propias, que pronto quedó cautivado por la teoría del electromagnetismo, de James Clerk Maxwell, la teoría científica más apasionante de la época. Una teoría a la que echaremos un vistazo rápido, pues supone la base sobre la que Einstein edificó la suya.