Las alucinantes aventuras de Bill y Ted y la autoconsistencia

Examinaremos ahora la aproximación más conservadora a la paradoja de la abuela: los viajeros del tiempo no cambian el pasado porque siempre fueron parte de él. El universo que observamos es tetradimensional, con las líneas de universo serpenteando a través de él. Alguna de ellas puede doblarse hacia atrás y atravesar el mismo suceso dos veces; el viajero del tiempo puede estrecharle la mano a una versión anterior de él mismo; sin embargo, la solución ha de ser autoconsistente. Este principio de autoconsistencia ha sido propuesto por los físicos Igor Novikov, de la Universidad de Copenhague, Mp Thorne, de Caltech, y sus colaboradores. En este caso, el viajero del tiempo puede tomar té con su abuela cuando era joven pero no puede matarla, en cuyo caso no habría nacido, y ya sabemos que sí lo hizo. Si presenciamos un suceso anterior, deberá desarrollarse como la primera vez. Pensemos que volvemos a ver la película Casablanca. Sabemos perfectamente cómo va a terminar. No importa cuántas veces la veamos, Ingrid Bergman siempre toma ese avión. La contemplación de una escena por parte del viajero del tiempo sería similar. Estudiando la historia, podría saber qué va a suceder, pero sería incapaz de alterarlo. Si regresara al pasado y viajara en el Titanic, no podría convencer al capitán de la peligrosidad de los icebergs. ¿Por qué? Porque ya sabemos lo que sucedió, y eso no puede cambiar. Si hubo algún viajero del tiempo a bordo del famoso barco, desde luego no logró que el capitán evitara la catástrofe. Y el nombre de ese viajero estaría en la lista de pasajeros que hoy conocemos.

La autoconsistencia parece contraria a la noción habitual de libre albedrío. Aunque nos parezca que lo ejercemos, poder hacer lo que deseemos, el viajero del tiempo parece estar limitado en este sentido. Es como si se le hurtara una capacidad humana esencial. Pero consideremos lo siguiente: nunca somos libres de hacer algo que sea lógicamente imposible; una importante puntualización anotada por el filósofo de Princeton David Lewis en sus análisis sobre las paradojas de los viajes en el tiempo. Podría desear convenirme de repente en un tomate más grande que todo el universo pero, hiciera lo que hiciera, no lo conseguiría. Asesinar a mi abuela cuando era joven durante una expedición en el tiempo puede ser una tarea igual de imposible. Si imaginamos el universo como un ente tetradimensional con las líneas de universo enrolladas a todo lo largo de él como un montón de mangueras de jardín, está claro por qué. Esa entidad tetradimensional no cambia, es como una intrincada escultura. Para saber lo que se experimenta al vivir en ese universo hay que examinar la línea correspondiente a una persona en concreto desde el principio hasta el final.

Muchas novelas de ciencia-ficción sobre viajes en el tiempo han explorado el concepto de historia del mundo autoconsistente. La fantástica película de 1989 Las alucinantes aventuras de Bill y Ted nos divierte con ese tema. Bill y Ted son dos muchachos que intentan formar un grupo de rock. Desgraciadamente han suspendido la asignatura de historia y, si no aprueban, Ted será enviado a una academia militar en Alaska, con lo que el grupo quedará roto. Su única esperanza es obtener un sobresaliente en el próximo examen, pero no saben cómo hacerlo.

Entonces llega un viajero del tiempo (interpretado por George Carlin), procedente del año 2688. Al parecer, la música y las canciones creadas por el grupo de rock de Bill y Ted son los cimientos de una gran civilización futura. Las canciones incluyen textos tales como «Sé un tío legal» y «Pasa de mí». El viajero del tiempo les ayuda en su trabajo de historia, de manera que el grupo de rock puede continuar. Les proporciona una máquina del tiempo con aspecto de cabina telefónica. Poco después de que el visitante del futuro aparezca, Bill y Ted se topan con las versiones ligeramente mayores de ellos mismos, las cuales han regresado al presente. Es entonces cuando los Bill y Ted más jóvenes caen en la cuenta de que su trabajo de historia hará época y permitirá la continuidad de su grupo. Deciden viajar al pasado y reunir algunos personajes históricos para traerles a su examen, y que por su espectacularidad la prueba fuera merecedora de un sobresaliente.

Continuando con la aventura, contemplamos la misma escena representada de nuevo, esta vez por los Bill y Ted de mayor edad. La escena se desarrolla exactamente igual que antes. No hay paradoja temporal alguna.

Bill y Ted usan la máquina del tiempo para reunir a Napoleón, Billy el Niño, Freud, Beethoven, Sócrates, Juana de Arco, Lincoln y Gengis Kan. Les traen a la California del siglo XX y sobreviene el caos. Los personajes crean un gran revuelo en la zona comercial de San Dimas. Beethoven reúne a su alrededor a una exaltada multitud cuando toca el órgano electrónico en una tienda de música. Juana de Arco es detenida tras asumir el mando en una clase de aeróbic y Gengis Kan destroza una tienda de deportes tratando de probar como arma un bate de béisbol. Al final todos ellos acaban entre rejas. Mientras los acontecimientos se suceden, el tiempo corre para Bill y Ted, sólo les quedan unos minutos para su examen de historia.

Afortunadamente, Ted es el hijo del sherif y recuerda que su padre tenía las llaves de la cárcel antes de extraviarlas, un par de días atrás. Bill sugiere emplear la máquina del tiempo y regresar a buscarlas, pero por desgracia no disponen del tiempo suficiente para llegar hasta la máquina antes de que comience el examen. Entonces Ted tiene una gran idea. ¿Por qué no regresar al pasado y robar las llaves después del examen? De este modo las esconderían en algún sitio cercano marcado con una señal. Bill busca entonces junto a la supuesta señal y… ¡ahí están! Cogen las llaves, liberan a Gengis Kan y a los demás, devuelven las llaves al sorprendido padre de Ted y llegan al auditorio del instituto con los personajes históricos justo a tiempo de hacer su presentación ante el asombrado público. Por supuesto consiguen un sobresaliente y la emergencia en el futuro de una espléndida civilización basada en el rock queda asegurada. Los muchachos deben retroceder aún en el tiempo, encontrar las llaves y esconderlas en el punto señalado.

¿Ejercieron Bill y Ted su libre albedrío? Así parece. Cuando, en el curso de sus aventuras, se encuentran con la versión más joven de ellos mismos se preguntan por la conversación que tendrá lugar. No recuerdan lo que habían dicho, pero siguen adelante con la reunión, que por supuesto se desarrolla exactamente igual que antes. Ellos siempre actúan libremente, pero sus actos parecen estar predestinados: tras encontrar las llaves en el sitio señalado, tienen que volver al pasado, robarlas y dejarlas en ese lugar.

Aunque en ocasiones resultan muy complicadas, las historias autoconsistentes como ésta son posibles y existe un buen número de ellas.

La autoconsistencia es la alternativa conservadora: podemos visitar el pasado, pero no podemos alterarlo. Personalmente considero que este punto de vista es el más atractivo. Una buena razón es que llegar a soluciones autoconsistentes —las cuales son, de hecho, numerosas— parece siempre posible a partir de un conjunto dado de condiciones de partida, tal como sugirieron Thorne, Novikov y sus colaboradores en una serie de ingeniosos experimentos con bolas de billar que viajaban hacia atrás en el tiempo. Intentaron producir situaciones en las que una bola de billar que viajaba en el tiempo colisionaba con una versión anterior de ella misma, desviando su trayectoria de modo que aquélla no podía entrar en primera posición en la máquina del tiempo. Pero encontraron siempre una solución autoconsistente por la que la colisión era sólo un pequeño roce que no impedía que la bola entrara en la máquina, sino que la llevaba a otra trayectoria que casi la hacía evitar su versión anterior, dando por resultado ese pequeño choque en lugar de un impacto directo. Por más que hayan intentado generar paradojas, los físicos siempre han sido capaces de encontrar soluciones autoconsistentes a partir de un supuesto inicial. Según Thorne y sus colegas, los partidarios del enfoque conservador piensan que, incluso en el marco de la teoría de los universos múltiples, se debería mantener el principio de autoconsistencia, todas las bifurcaciones tendrían que ser autoconsistentes. De este modo podrían existir en paralelo muchas alternativas autoconsistentes de desarrollarse un mismo suceso, algunas de las cuales involucrarían viajeros del tiempo. En cada universo paralelo sucederían cosas distintas. En alguno, por ejemplo, el viajero del tiempo toma el té con su joven abuela, mientras que, en otros, ambos beben limonada. Pero todas las vías serían autoconsistentes y en ninguna de ellas el viajero asesinaría a su abuela. A todos les es imposible cambiar el pasado que recuerdan.