Prior encendió el cigarrillo que tenía en la boca y dejó caer el encendedor en el bolsillo del chaleco.
—Jake, espero que sepa lo que está haciendo —dijo.
—No se preocupe —dijo Jake—. Sé exactamente lo que estoy haciendo. Asesinó usted a May porque temía que los detalles de la relación que mantuvo usted con ella hace mucho tiempo pudieran llegar a conocimiento público.
Sonrió sin ganas mientras el rostro de Prior de repente se llenaba de color.
—Sin pensarlo mucho —dijo Jake—, no se me ocurre ningún hecho más incómodo en la carrera de un brillante caballero del comité Hampstead.
Prior miró fijamente a Jake sin verle y luego se llevó una mano a la frente y se sentó rígido, como alguien que acaba de recibir de golpe una noticia asombrosa. Por un instante pareció ajeno a todos y a todo lo que había en la habitación. Y luego bajó la mano y su rostro era duro, cansado, escrutador.
Jake miró a Martin, quien hizo una seña afirmativa con decisión.
—Sí —dijo Jake—. Es suficiente, creo.
—Pero prosiga —dijo Martin—. Me gustaría oírlo todo.
—Está bien —dijo Jake, y encendió un cigarrillo. Se sentó en el brazo de un sillón mullido, y cogió la mano de Sheila antes de mirar de nuevo a Martin.
»Lo importante, por supuesto, era esto: Prior acudió a mí y dijo que tenía evidencia de las malversaciones de Riordan durante la guerra, evidencia que dijo haber conseguido en los libros y registros oficiales de la Riordan Company. Prior tenía los detalles, incluido el nombre del hombre que dio el visto bueno a los cañones de escopeta defectuosos, Nickerson. No estoy seguro de por qué Prior lo hizo, pero adivino que esperaba convencerme de que era inútil defender a Riordan. En el primer intercambio, hicimos quedar muy mal a Prior, tan mal, de hecho, que el senador Hampstead vino y le armó un gran alboroto. Prior quería impedir que eso ocurriera otra vez; y pensó que podría detenerme si yo sabía que su caso contra Riordan era inquebrantable.
»Pero volviendo al punto principal: la información de Prior me sorprendió. Avery Meed me había dicho anteriormente que los libros de la Riordan Company los llevaban expertos, para ocultar lo que estaba pasando. Y sin embargo Prior no había sido engañado. Mi primer pensamiento fue que Meed había sobrestimado la astucia de sus contables.
»Más tarde, aquel mismo día, le conté a Riordan lo que había sabido por Prior. Riordan, desde luego, debió de saber al instante que Prior estaba sobre la pista correcta; pero no me lo dijo. Me contó que Nickerson, el inspector del gobierno, había muerto. Imagino que Riordan decidió entonces convertir todos los valores que pudiera en dinero efectivo y desaparecer. Acababa de descubrir que su esposa le era infiel, y mi información le indicó que pronto tendría a Prior encima. Y por eso estoy seguro de que entonces mismo empezó a planear la huida.
Martin dijo:
—Es una buena conjetura.
—Pero no es importante —dijo Jake—, salvo como interesante detalle marginal de la vida en América. Lo importante era que decidí pasarle a Prior la noticia de que Nickerson había muerto. No conseguí hablar con Prior (salía del despacho con Hampstead cuando yo llegué) pero sí lo hice con su ayudante, Gil Coombs, que es contable y se encarga de escarbar en los libros de Riordan.
»Pero Coombs no sabía nada de la información de Prior. El nombre Nickerson (supuestamente recogido de los libros de la Riordan Company) no significaba nada para él. Tuvo que anotarlo en un pedazo de papel para no olvidarlo.
»La importancia de este detalle se me escapó en aquel momento. Pero al final me di cuenta. Prior no podía haber sacado su información de los libros de la Riordan Company. Si lo hubiera hecho, Coombs también lo habría sabido.
»Por lo tanto, Prior había mentido. En segundo lugar, empecé a preguntarme de dónde había sacado su información. Y no fue demasiado difícil de adivinar. El diario de May Laval, por supuesto. Prior también mintió en otra cosa. Dijo que no conocía Chicago, pero según me contó Coombs, lo conocía lo suficiente para hacer de guía de sus más remotos centros de diversión.
Jake apagó el cigarrillo, miró a Prior y luego otra vez a Martin.
—¿Entiende lo que eso significaba? Prior conocía a May lo bastante bien como para hojear su diario, o bien lo había visto en algún otro momento, cuando ella no estaba presente. No obstante, él había dicho que nunca había visto ni oído hablar de May… lo que evidentemente era mentira.
»Ahora quedan dos preguntas por responder: una, cuándo había visto el diario de May; y dos, dónde lo había visto. Empecé por el dónde. Bueno, sin lugar a dudas, en casa de May. Ahí es donde se encontraba el diario hasta que Avery Meed se apoderó de él. No era probable que Prior lo hubiera visto después de que Meed lo cogiera, porque Meed se lo llevó a casa y todavía estaba allí cuando Niccolo le mató. Niccolo lo tuvo hasta que me lo envió a mí, y las páginas que recortó, que contenían la información sobre Riordan, estaban en su apartamento; o sea, que no había manera de que Prior lo hubiera visto después de que Meed lo cogiera. Por lo tanto, vio el diario en el apartamento de May antes de que Meed llegara.
»Eso me llevó al cuándo. Bueno, había un tal señor X en casa de May aquella madrugada. Gary Noble llegó allí a las dos y ella le dijo que esperaba una visita a las tres. Pero ese visitante se había ido cuando llegó Meed… y cuando Meed llegó May estaba muerta.
Martin dijo:
—¿Y usted decidió que Prior era el señor X?
—Era inevitable —dijo Jake—. Era una simple cuestión de aritmética. Prior también había cometido un peligroso desliz. Hablando conmigo, mencionó el pijama rojo de May, detalle que no habría podido conocer a menos que hubiera estado en su casa aquella noche, cuando ella lo llevaba puesto. Recuerdo que llevaba ese pijama porque Noble me lo dijo; pero Prior tenía que saber eso de primera mano, y de hecho lo sabía. Había estado en su casa; había visto el diario entre las tres y las cuatro, hora en que llegó Meed y la encontró muerta. Entonces fue cuando vio a May vestida con su pijama rojo.
—Por eso me pidió prestado a Murphy, ¿eh? —dijo Martin.
—Claro. En el momento en que vi los recortes del diario supe que tenía razón. Allí, escrita por May, estaba la misma historia que Prior había contado, con el nombre de Nickerson y todo lo demás.
»Y también supe que Prior había asesinado a Niccolo. Probablemente Prior se dio cuenta de que había cometido un error contándome lo que había sabido por el diario de May. En cualquier momento yo podía despertar y preguntarme: “¿Cómo lo ha sabido?”. Era imperativo para él coger los recortes del diario y destruirlos. Pero no sabía dónde estaban. Entonces Niccolo le llamó aquella noche con la esperanza de venderle la información. Prior le mandó al infierno… y luego salió tan deprisa como pudo para conseguir los recortes y también quitar de en medio a Niccolo. Disparó a Niccolo y empezó a buscar los recortes. Y le asustó la idea de que alguien le hallara en el escenario del crimen.
Jake encendió otro cigarrillo y exhaló una nube de humo gris azulado. El agente había soltado a Denise y ésta se estaba frotando los brazos y observaba a Jake de cerca. Brian seguía tumbado en el suelo. Noble parecía querer hablar desesperadamente, pero no se le ocurría nada con qué empezar.
—Pensé entonces —prosiguió Jake— que toda la historia tendría que venir de May. Empecé a preguntarme si podría existir otro diario, un diario que llegara hasta el último día de su vida. Y claro que existía. No un diario, sino una cinta grabada.
Miró a Prior y dijo:
—Usted se olvidó de eso, ¿verdad?
Prior abrió las manos y las miró inexpresivo, y luego suspiró y se frotó la frente con las yemas de los dedos.
—No importa —dijo con voz torpe.
Jake contempló los dibujos inconexos que formaba el humo que salía de su cigarrillo.
—Hoy he oído la historia de May —dijo—. La historia se refería a Prior. Cómo le conoció May en 1944, cuando él era funcionario de la Cámara de Recursos para la Guerra. Recordaba su breve y no demasiado excitante relación, y contaba con bastante humor el hecho de que, incluso entonces, él la consideraba un riesgo social. No podía ser visto con ella, y no podía presentarla a sus amigos. A May le divertía hacerle creer que se estaba degradando.
»Luego Prior volvió a ponerse al alcance de May, y ella se divertía doblemente, porque él se había enterado de que pensaba escribir un libro, y le aterraba la idea de que pudiera incluirle en el reparto. Prior sabía que la reacción del senador Hampstead sería volcánica si su investigador en jefe aparecía en un relato de fornicación y trampas legales durante la guerra en un suplemento dominical. Hampstead colocaría el pie firmemente en el trasero de Prior y le echaría de Washington de una patada.
»Así que Prior rogó a May que su nombre no saliera a relucir para nada. Y ella accedió. Pero Prior no quedó satisfecho. Le pidió ver el diario, para asegurarse de que no aparecía en él, y May asintió. ¿Llamaría May a su ayudante, Coombs, y le citaría para la mañana siguiente? Prior necesitaba una excusa por conocer a May —sabía que se encontrarían— y si ella daba el primer paso, eso explicaría el hecho de que la conociera.
»Bueno, Prior vio el diario. Y él no aparecía. Y después se dio cuenta de que no era suficiente. Si May iba a estar involucrada en la investigación de Riordan (como habría estado) su relación previa se divulgaría. Los periodistas lo publicarían y los abogados y agentes de prensa de Riordan se enterarían y lo utilizarían para desacreditar a Prior. Probablemente se vio humillado, desollado y destrozado por el escándalo.
»Todo esto lo supongo, claro. No sé qué demonios pensaba. Pero el hecho es que le rodeó la garganta con un cinturón y la estranguló. ¿Quién puede decir por qué lo hizo? Una persona asesina a otra y después se decide que fue un crimen pasional, o una venganza, o cien cosas más, pero la razón auténtica existe probablemente por una fracción de segundo mientras se está cometiendo el asesinato, y después las motivaciones se hacen confusas y pierden su sentido.
Jake sonrió con cansancio.
—Este poco de filosofía se da sin recargo. Volviendo a los hechos, Prior, al examinar el diario de May, vio la información referente a Riordan y, como es eficiente, tomó nota de ella para utilizarla en su trabajo. Esto, en el lenguaje clásico, fue su error primero y fatal.
Miró a Martin.
—Ésta es la estructura. Ahora es todo suyo.
Martin carraspeó y se acercó a Prior y le puso una mano sobre el hombro.
—Será mejor que se prepare —dijo—. Voy a llevarle conmigo.
Prior seguía frotándose la frente.
—Está bien —dijo en voz baja.
Se oyó un golpe en la puerta y entró Murphy, con un dictáfono portátil bajo el brazo. Formó un círculo con el pulgar y el índice y sonrió a Jake.
—A la hora exacta.
—No creo que lo necesitemos —dijo Martin.
Murphy se sacó del bolsillo un objeto que estaba envuelto en un pañuelo y dijo:
—Esto es para usted, teniente. Davis lo ha enviado. Ha dicho que tenía usted razón.
Martin abrió el pañuelo con cuidado y quedó al descubierto un revólver calibre 32 niquelado. Sonrió a Jake.
—Sabía que Prior y May habían sido amigos íntimos durante más o menos un mes en 1943. Nos enteramos de la manera como nos enteramos de casi todo en la policía, hurgando y persiguiendo y haciendo miles de preguntas. Así que cuando Prior mintió diciendo que no la conocía, me interesó y le hice seguir. Prior ha ido esta noche al apartamento de Niccolo, pero mi hombre le ha perdido. Le había dicho que fuera también al hotel de Prior, y que echara un vistazo. Esto es lo que ha encontrado. Probablemente es el arma que ha matado a Niccolo.
Jake cogió a Sheila del brazo y dijo a Martin:
—Ya no me necesita, estoy seguro.
—Sólo una cosa. ¿Y aquellas cruces pintadas con lápiz de labios en el espejo?
Jake dijo:
—Lo hizo Prior, diría yo, para intentar disfrazar el motivo del asesinato de May Quiso que pareciera una matanza de la Mano Negra como la imaginaría un escritor barato. Habría tenido que servirnos de advertencia enseguida.
—¿Qué quiere decir?
—Bueno, era una cosa cursi, poco imaginativa y rutinaria. Si hubiéramos buscado a alguien así, habríamos encontrado a Prior.
—¿Sí? —dijo Martin dubitativo, y luego dio una palmada suave a Jake en el hombro—. Gracias, amigo. Si necesita empleo, venga a verme.
Jake cogió a Sheila y se encaminó a la puerta, pero Brian Riordan, que se había puesto de pie, se le puso delante.
—Espere un minuto, hombre listo —dijo—. ¿Qué pretendía pasándonos la pelota a mí y a Denise?
Jake le examinó con calma y luego miró a Denise, que se había colocado al lado de Brian.
—Pensé que lo merecíais —dijo con suavidad—. Sois una pareja deliciosa.
Denise se sonrojó, pero Brian forzó una sonrisa burlona.
—¿Qué tiene para sentirse tan superior? —preguntó.
—¿No lo sabías? —sonrió Jake—. Soy una persona noble. Dejé mi empleo porque implicaba conocer a demasiada gente como tú. Ahora, si me disculpas…
Abrió la puerta y rodeó a Sheila por la cintura mientras se dirigían con paso vivo hacia los ascensores.
—Querido, has estado soberbio —dijo Sheila—. Estaba tan orgullosa de ti.
—Naturalmente —sonrió Jake.
Un grito que vino de atrás les hizo detenerse; y cuando se giraron vieron a Noble que se precipitaba hacia ellos por el corredor, con una expresión ansiosa y suplicante en el rostro.
—Jake, viejo amigo —dijo—. No puedes marcharte así. Te necesito.
—Qué lástima —dijo Jake.
Noble parecía a punto de echarse a llorar.
—Jake, sólo has tenido un ataque leve de ética. Pasará en un día o dos. Ven a verme, ¿eh? Habrá otra cuenta como la de Riordan, no lo olvides.
Jake dio unas palmadas a Noble en la espalda.
—Gracias por recordármelo, Gary. Cuando mi decisión vacile, tendré presente ese pensamiento y eso me dará fuerzas.
La puerta del ascensor se abrió y Jake entró con Sheila.
—Recuerdos a la multitud —dijo, mientras la puerta se cerraba ante el rostro pasmado de Noble.
Cuando salieron por las puertas giratorias el portero les sonrió con educación, salió a la calle y empezó a hacer sonar el silbato.
Jake y Sheila permanecieron juntos contemplando la nieve que caía como una cortina de puntos entre ellos y la fría noche. El único sonido que se oía era el alegre pitido del silbato del portero.
Sheila se volvió de repente y puso las manos sobre los hombros de Jake. Había unos copos de nieve en su cabello y los ojos le brillaban.
—Vayamos a casa —dijo—, a mi apartamento. Todavía preparo unos desayunos maravillosos. ¿Te parece bien?
Jake la besó y dijo:
—Es la mejor oferta que me han hecho hoy.
El portero dio las gracias a Jake por el billete que le había puesto en la mano; luego lo miró otra vez, y dijo:
—Muchísimas gracias, señor —y cerró la puerta del taxi tras ellos con una reverencia.
Se dirigieron hacia Michigan Boulevard, y Sheila se apretó a Jake.
Algo le sucedió entonces a Jake y metió la mano en el bolsillo superior de la americana y extrajo la tarjeta de Mike Francesca. La miró con una leve sonrisa. Mike quería un hombre de relaciones públicas, y probablemente sería un jefe liberal.
Miró después a Sheila, y al cabo de un momento suspiró con aire filosófico y arrojó la tarjeta de Mike por la ventanilla.
Sheila se revolvió en el asiento y preguntó:
—¿Qué era?
Jake le dio un beso en la parte superior de la cabeza.
—Sólo el pasado —dijo.
∞