El policía que estaba ante la puerta de la suite de Riordan les hizo un gesto de advertencia con las manos. Jake miró hacia el interior y vio a Denise Riordan sentada en un sillón mullido. Estaba llorando, y Brian Riordan se encontraba a su lado, dándole palmaditas en el brazo.
—¿Qué es todo esto? —preguntó Martin.
—Acaba de saber que su esposo se ha tomado unos polvos, creo —dijo el agente.
Martin se quitó el sombrero y se alisó el escaso cabello. Prior y Sheila se sentaron sin llamar la atención en un sofá mientras Jake encendía un cigarrillo y se acercaba a la chimenea, donde ardía un pequeño fuego. Se volvió de espaldas al calor con alegría.
Martin miró a Denise.
—Tenemos que aclarar unas cuantas cosas, señora Riordan. Intentaré ser lo más breve posible.
Denise siguió llorando y, a pesar de la solemnidad de la escena, a Jake se le ocurrió que la gente la compadecería durante el juicio de Riordan. Llevaba un vestido negro con lentejuelas y el reflejo del fuego jugueteaba de un modo interesante sobre sus suaves y bronceadas piernas y sus esbeltos tobillos. Denise, adivinó Jake, lo haría muy bien.
Brian Riordan dijo a Martin:
—No es momento para interrumpir. ¿No puede esperar hasta mañana?
—No, no puede —dijo Martin.
—Está bien, acabemos pues —dijo Brian fríamente.
Un fuerte golpe sonó en la puerta, y todas las cabezas se giraron con brusquedad. Martin cruzó la habitación y abrió.
Gary Noble y Toni se encontraban en el corredor.
—Entren —dijo Martin.
Martin cerró la puerta tras ellos, y Noble miró en torno a la habitación con aire inseguro.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó—. Toni me ha llamado y me ha dicho que Niccolo estaba metido en algún problema. ¿Qué diablos ocurre? ¿Dónde está Riordan?
—Dean Niccolo ha sido asesinado esta tarde —dijo Martin—. Dan Riordan se ha marchado de la ciudad. ¿Todo esto es nuevo para usted, señor Noble?
—Dios santo —exclamó Noble.
Toni Ryerson se volvió bruscamente a Jake, y cuando él apartó la mirada, ella dio un paso atrás.
—Sabía que estaba metido en problemas, pero ignoraba que estuviera muerto —dijo—. No importaba que tuviera problemas. Pensé…
Se calló y se sentó con cuidado en una silla.
Noble le dio unas palmadas en el hombro y dijo a Martin:
—Es terrible.
—Sí que lo es —dijo Martin.
Ahora todo el mundo le estaba mirando con expectación. Se quedó de pie en medio de la habitación, posando sus ojos en todos los presentes uno a uno, y el silencio se convirtió en algo pesado, palpable.
—Está bien —dijo Brian con furia—. ¿Qué estamos esperando?
Martin le miró con calma y luego fue a sentarse al lado de Prior.
—Jake tiene algo que decirnos —dijo, en tono de conversación—. Me parece que lo encontrarán interesante.
Brian hizo un gesto de impaciencia con la mano.
—¿Qué diablos tiene que ver él con este asunto?
—Adelante, Jake —dijo Martin.
Jake miró el semicírculo de rostros perplejos con lo que esperaba fuera una expresión confiada, e intentó eludir la sensación de estar fuera de lugar.
—Voy a hablar de tres asesinatos —dijo—. El núcleo de este asunto es, o era, May Laval, una mujer alegre y excitante a quien todos conocíamos. May cometió el error de decidir publicar sus memorias, cuyos detalles eran penosos e incómodos para bastantes personas importantes. No es éste el momento de examinar los motivos que tenía para hacerlo, porque las razones reales probablemente nunca se sabrán. De todos modos, empezó su proyecto, e inmediatamente fue marcada para morir.
Encendió un cigarrillo y deseó no haber terminado la frase de un modo tan insustancial. Se estaba entusiasmando con el asunto, pero habría preferido escribirlo en lugar de recitarlo como un ansioso alumno haciendo su discurso de despedida. Éste era el problema con los asesinatos, decidió, saliéndose del tema. Eran tan evidentes y torpes. No podías mostrarte informal con ellos. En cuanto lo intentabas parecías un insensato. Lo único que podías hacer era tratarlos en serio; y eso te hacía parecer pomposo y ligeramente ridículo. Suspiró y soltó el humo del cigarrillo.
—Un caballero que no quería que sus actividades durante la guerra aparecieran en las listas de best-sellers era Dan Riordan. Por eso envió a su empleado, Avery Meed, a engatusar a May para que no escribiera el libro. La oferta de Riordan consistía en una bonita suma de dinero en efectivo. Pero, y esto es importante, cuando Meed llegó a casa de May Laval, May ya estaba muerta. Había sido estrangulada antes de que él llegara.
»Quizás a Meed le sorprendió este hecho, pero había sido entrenado lo bastante bien para seguir adelante con sus órdenes. Encontró el diario y se lo llevó a su hotel.
»Ahora —prosiguió Jake— llegamos a un acontecimiento poco probable. Me refiero a Dean Niccolo. Supongo que encajaba con el modelo de conducta de Dean. Y, entre paréntesis, todo el mundo en este lío se ha comportado con una deplorable falta de originalidad. Todos han seguido religiosamente su inclinación característica. Si alguno nos hubiera sorprendido buscando la paz del espíritu, o el conocimiento, o el amor de una mujer pura, habríamos estado perdidos. Pero todo el mundo se comportó como era previsible, todo el mundo quería algo por nada.
»Así pues, volviendo a Dean Niccolo, había estado jugando. Tenía deudas importantes, y necesitaba fondos con urgencia. Él sabía que May Laval tenía alguna información sucia sobre Riordan, de manera que intentó aprovecharse de ello, por supuesto mediante el chantaje. Por lo tanto, fue a casa de May, y llegó allí en el momento en que Avery Meed entraba. Dean vio entrar a Meed y salir medio minuto más tarde con un libro bajo el brazo.
»Niccolo perdió el valor. Se fue. Pero aquella misma mañana se encontró con Meed en mi despacho, y supo que trabajaba para Riordan. Niccolo sabía entonces, por la prensa, que May había sido asesinada y que su diario había sido robado, así que adivinó que Meed era el autor de ambas cosas. Siguió a Meed cuando éste salió de nuestra oficina y fue a su apartamento, y le hizo una proposición. Pero Meed era constitucionalmente incapaz de rebelarse contra las órdenes que había recibido, y por tanto rechazó la oferta de Niccolo. Por eso murió. Niccolo le mató y se apoderó del diario.
»Ahora —prosiguió Jake— llegamos al final del acto primero. ¿Me ha seguido todo el mundo hasta aquí?
—¿Tendremos que escuchar muchas más cosas como éstas? —preguntó Brian a Martin.
—Sólo hasta que haya terminado —le respondió Martin.
—A partir de ahora será más interesante —dijo Jake, echando una mirada a Brian—. Pero no dejemos a Niccolo tan bruscamente. Una cosa estropeó su plan. Prior ya había descubierto los fraudes de Riordan durante la guerra, los fraudes que el diario revelaba. Así, Prior impidió que Niccolo realizara la venta. A Riordan no le interesaba suprimir información por una cifra grande, cuando esa misma información estaba ya en manos del gobierno. Por eso, cuando Niccolo llamó a Riordan para efectuar la venta, éste le dijo que se fuera al infierno. Riordan sabía que Prior tenía la información porque Prior me lo había dicho a mí y yo, a mi vez, se lo había dicho a Riordan.
»Esto es suficiente como base, me parece. Es hora de ser vulgar y empezar a señalar.
Jake apagó el cigarrillo y encendió otro. Echó un vistazo a la habitación y dijo:
—He aquí la manera en que podría haber ocurrido, por supuesto, con nombres y todo.
Se volvió a Brian y Denise.
—¿Cuánto hace que dura su relación?
Denise dijo:
—Buena cosa de decir.
—Lo sé —dijo Jake—. Pero es importante para mi teoría. —Miró a Brian—. ¿Tienes algo melodramático que decir, o preferirías responder a la pregunta?
Brian dijo con frialdad:
—Se está usted metiendo muy a fondo, amigo mío. Continúe.
—Vaya, gracias. Tu padre conocía la aventura que tenías con Denise, por supuesto. Denise, que es majestuosamente indiscreta cuando está bebida, reveló vuestro secreto a tu padre.
—Eso es mentira —dijo Denise.
Jake sonrió.
—No. ¿Recuerda aquella tarde en que usted y yo tomamos unas copas? Regresamos aquí y unos minutos más tarde entró Riordan. Usted estaba tumbada en el sofá y, a decir verdad, estaba borracha perdida. Él le dijo que fuera a su habitación, y entonces empezó usted a suplicarle que la llevara otra vez al pabellón… un lugar donde nunca había estado con Riordan. Usted misma lo dijo la primera noche que la conocí, en la oficina de Noble. Riordan supo entonces que usted había estado en el pabellón, y que conocía muy bien sus cualidades afrodisíacas… o las cualidades afrodisíacas de su morador habitual. Riordan razonó así: «has estado en el pabellón, ergo, ha tenido que ser con Brian».
—No escucharé más —gritó Brian.
—Cuando tu padre se dio cuenta de que le engañabas con su esposa, te echó —dijo Jake con calma—. Le habías dado un buen golpe, Brian. Él escuchaba tus cínicos discursos moralizantes acerca de la guerra, y te contemplaba actuar absurdamente como el héroe de guerra amargado e inadaptado. Por qué lo hacía es algo que tal vez un psiquiatra podría decirnos. Pero no te permitió que jugaras con Denise.
Brian se encogió de hombros y encendió un cigarrillo.
—Habla usted demasiado. Tuvimos un altercado y él perdió los estribos, eso es todo.
—Hay algo más. ¿Qué hiciste cuando te diste cuenta de que los huevos de oro se habían acabado?
—Ah, ésa es su historia —dijo Brian con una sonrisa.
—Está bien. Cuando fuiste arrojado del confortable nido empezaste a pensar cómo podrías conseguir algún dinero de él. —Jake se detuvo y se volvió con aire indiferente a Denise—. ¿Recuerda, Denise, que me dijo que tenía la costumbre de escuchar desde un teléfono supletorio que tiene en su dormitorio?
Denise miró insegura a Brian, y luego dijo:
—Quizás lo mencioné. No creo que esto sea un crimen.
—Bueno, depende. Dean Niccolo ha hecho una llamada desde aquí esta tarde. Ha llamado a una chica llamada Toni Ryerson, que ahora está sentada con nosotros. ¿Esa conversación le ha sorprendido a usted?
—¡No digas nada! —dijo Brian—. No es asunto suyo.
—Sí, será mejor que ahora vaya con extremo cuidado —dijo Jake—. Dean ha llamado a Toni para pedirle que le ayudara a salir de un apuro. Dean había hablado demasiado conmigo (mencionó que sabía que yo había recibido el diario de May) y necesitaba una coartada. Él me había enviado el diario, después de matar a Meed. La policía podía haber utilizado esa información, Denise. ¿Por qué no ha acudido a ellos?
—No entendía de qué demonios hablaba —dijo Denise, poniéndose de pie y mirándole a la cara con gran excitación—. Para mí no tenía sentido.
—Cierra la boca —dijo Brian.
—Maldita sea —exclamó Denise, volviéndose a él—. Estoy cansada de que todo el mundo me grite. No tenía ningún sentido para mí, y tampoco para ti.
Jake dijo:
—Así que le ha hablado a Brian de la llamada, ¿eh? ¿Y Brian ha quedado confuso y perplejo?
—Ella me ha hablado de una conversación que había oído al teléfono entre Niccolo y una chica —dijo Brian, tenso—. Haga lo que pueda con eso.
—Voy a intentarlo. Sabías por esa conversación que Niccolo me había enviado el diario. Esto significaba que Niccolo había quitado del diario las páginas que contenían la información relativa a tu padre, y que todavía estaban en su poder, ya que yo le dije a tu padre, en tu presencia, recuérdalo, que en el diario que yo había recibido no aparecía ninguna referencia suya. Tú sabías que Niccolo tenía la información sobre tu padre. Y querías encontrar una manera de que tu padre empezara a poner otra vez esos huevos de oro, ¿verdad? Así que has pensado en el chantaje.
Brian se apartó un mechón de pelo que le caía sobre la frente e intentó sonreír. No lo consiguió.
Dijo:
—Supongamos que dice lo que quiere decir en un lenguaje simple y llano.
—De acuerdo —dijo Jake—. Estoy sugiriendo que podrías haber ido a casa de Niccolo esta noche, después de saber que él poseía la información sobre tu padre, y que les has volado la tapa de los sesos cuando no ha accedido a darte los recortes. ¿No es así?
Brian negó con la cabeza.
—No —dijo.
El teniente Martin se levantó despacio y se frotó la nuca con la mano izquierda.
—Esta noche ha salido para ir al apartamento de Niccolo, ¿no? —dijo el teniente Martin.
Brian se volvió a él con expresión sobresaltada.
—No estará tomando en serio esta idea fantástica, ¿verdad?
—Oh, muy en serio —dijo el teniente Martin.
—No puede ser —gritó Brian—. Están intentando acusarme para acorralarme, eso es todo.
Denise le había estado observando con tensión desde que Martin había hablado; y ahora de repente dio un paso atrás y se llevó una mano a la boca.
—Tú le has matado —susurró—. Idiota. Te dije…
Brian se volvió y le dio una bofetada en la boca con la mano abierta.
—Tú te callas, ¿entendido? —dijo con frialdad.
—Ya está bien de teatro —dijo Martin. Miró a Jake un segundo con aire pensativo, una arruga de preocupación sobre los ojos; luego se encogió de hombros—. Está bien —dijo a Brian—. Vamos.
Estas palabras parecieron actuar de acicate en Brian. De repente se abalanzó sobre Martin y le apartó de un golpe, y luego se precipitó hacia la puerta.
Pero no llegó lejos. Prior se levantó de la silla con asombrosa rapidez, le cogió por el hombro y le hizo girar; y antes de que Brian recuperara el equilibrio, Prior le enderezó con un furioso derechazo en la mandíbula. Los ojos de Brian se pusieron vidriosos antes de desplomarse; y el siguiente puñetazo de Prior, un gancho de izquierda lanzado con experiencia profesional, le arrojó al suelo, inconsciente.
Un policía de uniforme se acercó rápido al cuerpo postrado y cogió a Denise por los brazos cuando ésta se dirigía hacia la puerta.
—Un trabajo limpio —dijo Martin a Prior. Se alisó el cabello—. Me ha cogido por sorpresa.
—Bueno, usted estaba ocupado hablando, y yo podía observar mejor —dijo Prior—. Lo he visto venir.
Sheila se acercó a Jake.
—Has estado magnífico —dijo—. ¿Podemos irnos ahora?
—Oh, claro —dijo Jake, y miró a Martin, que se estaba rascando la oreja y fruncía el ceño con expresión sombría—. Nos iremos enseguida. Pero primero tenemos que arreglar todo.
Hizo una pausa y echó una mirada en torno a la habitación.
—Brian no ha matado a Niccolo. Las dificultades emocionales de la familia Riordan no tenían nada que ver con ese asesinato… ni con el de May.
»El hecho de que Denise escuchara una conversación al teléfono, que Dan Riordan se haya fugado, y que Brian y Denise tuvieran una aventura no tiene nada que ver con el asesinato de Niccolo, ni con el de May. Pero formaban una red tan nítida y lógica, que me ha seducido. La persona que asesinó a May y a Niccolo ha sido bastante evidente durante algún tiempo. He ideado un caso contra Brian y Denise sólo para demostrar lo muy engañosos que eran esos acontecimientos. Y, por supuesto, también tenía que alardear un poco.
—Bueno, adelante —dijo Martin.
—Oh, sí —dijo Jake. Se giró y miró a otra persona que había en la habitación—. ¿Qué hay de Prior? ¿Cuento yo la historia, o lo hará usted?
Prior se sobresaltó. Miró fijamente a Jake unos segundos y luego se alisó su espeso cabello con gesto indiferente esbozando una leve sonrisa.
—Bueno, ¿qué demonios quiere decir esto, Jake?
—Quiero decir que usted asesinó a May Laval y a Dean Niccolo —dijo Jake llanamente—. ¿Le gustaría oír los detalles?
Prior encendió un cigarrillo y sonrió otra vez, y luego dijo:
—Bueno, supongo que será mejor que se explique usted —con voz perpleja pero no preocupada.