May fue enterrada a la mañana siguiente después de un servicio deslucido y no sectario en una capilla del North Side… El féretro cerrado estaba rodeado de magníficas ofrendas florales, cuya fuerte fragancia se mezclaba de un modo agradable con la música del órgano, lúgubremente solemne, y la pálida sinceridad del joven que hizo el sermón. Llevaba un traje gris con chaleco negro y habló de May como si ésta fuera un perro fiel muerto por un cazador descuidado.
Jake salió afuera después del servicio y encendió un cigarrillo. Se encontraba mal por la resaca de la noche anterior, y la grotesca naturaleza del funeral le hizo sentirse peor. May merecía algo mejor que aquello, pensó con tristeza.
Alguien le puso una mano sobre el hombro, y cuando se dio la vuelta vio que se trataba de Mike Francesca, que estaba detrás de él con una sonrisa triste en el rostro.
—Fue una lástima, ¿verdad, Jake? —dijo Mike, sacudiendo la cabeza.
—Sí, fue una lástima —dijo Jake.
Se desplazaron hacia el bordillo para evitar a la multitud que empezaba a salir de la capilla.
—May fue una buena amiga mía durante muchos años —dijo Mike—. Éramos muy íntimos. —Meneó la cabeza con aire triste—. Qué buenos amigos éramos. La policía no tiene suerte para encontrar al asesino, ¿eh?
Jake sonrió. Mike tenía a varios capitanes de la policía en su nómina, y si quería saber cómo iba una investigación policial, no tenía más que coger un teléfono.
—Están temporalmente desconcertados —dijo Jake con sequedad.
—Qué lástima —dijo Mike, con un fuerte suspiro. Miró a Jake con los ojos entornados y sonrió levemente—. Según tengo entendido, han encontrado el diario. ¿Lo ha examinado, Jake?
—Sí, lo he examinado, Mike —dijo Jake llanamente—. No vi nada acerca de usted que no fuera halagüeño.
Mike meneó su canosa cabeza en ademán de fastidio.
—Sabía que no lo habría —dijo—. Quiero decir, no estaba seguro, pero lo primero que pensé fue: «Bueno, May no te perjudicaría, Mike. No seas bobo». Pero no podía estar tranquilo, ¿sabe?, por eso me preocupaba.
—No creo que tenga que preocuparse más —dijo Jake, pero cuando habló se dio cuenta de que había estado trabajando suponiendo que el material eliminado del diario se refería a Dan Riordan.
En realidad, podía referirse a cualquiera. Se preguntó si Martin se habría percatado de eso.
Mike le tocó el brazo.
—¿Quiere que le deje en algún sitio, Jake?
Jake dijo que iba al centro de la ciudad, y Mike se acercó al bordillo y miró hacia la calle. No hizo ningún gesto ni cambió de expresión; simplemente indicó con esta acción que había terminado de hablar y un Cadillac largo y negro, que estaba a media manzana, se puso en marcha y se detuvo ante ellos.
—Ah, aquí está —dijo con una sonrisa de sorpresa—. Suba, Jake. ¿Cómo les va con Dan Riordan?
—Bastante bien —dijo Jake.
—¿Sabe, Jake? Algún día tengo que tener una charla con usted sobre relaciones públicas. ¿Podría hacer que los periódicos dejaran de llamarme rufián?
—¿Por qué diablos le importa lo que le llamen?
—Por mí no me importa, Jake, pero tengo dos nietas en un convento en el oeste, y no creo que sea agradable para ellas que me llamen rufián. Quizás pueda usted telefonearme esta semana, y podríamos tener un largo almuerzo y hablar de esto, ¿eh?
El coche se detuvo ante el Edificio Executives cuando Mike acabó de hablar, así que Jake asintió con la cabeza y dijo:
—Claro que sí.
Mike le puso una tarjeta en la mano.
—Mi número privado —dijo—. Me llamará, ¿eh?
—Desde luego —dijo Jake.
Mike rio entre dientes con buen humor y volvió a subir a su coche. El conductor arrancó y el Cadillac se saltó con insolencia un semáforo en rojo, y luego giró a la izquierda pasando ante una señal de prohibido girar a la izquierda y desapareció por la calle lateral. Jake se encogió de hombros y entró en el Edificio Executives, preguntándose por qué no había tirado la tarjeta de Mike.
La recepcionista le dijo que Noble quería verle. Jake encontró a Gary sentado ante su escritorio, con una llamativa chaqueta deportiva y fumando con energía un cigarro.
—¿Qué ocurre? —preguntó Jake.
—Riordan me llamó ayer por la tarde. Dijo que acababa de hablar contigo y que le habías dicho que Prior le estaba pisando los talones. ¿Es cierto?
—Es lo que me dijo Prior —dijo Jake.
—Eso significa que tenemos que detenerle. Tenemos que golpear fuerte y rápido, Jake.
—En eso estoy —dijo Jake.
Noble se puso de pie y miró a Jake preocupado.
—Jake, no me gusta mencionar esto, porque sé que has hecho lo que has podido, pero no estás rindiendo para Riordan. Hace ya cuatro días que tenemos la cuenta y ni siquiera hemos empezado a planificar una campaña.
Jake estiró las piernas y apoyó la cabeza en el respaldo de la silla. Dijo:
—Estoy harto de esta cuenta, Gary.
—¿Qué diablos te pasa? —preguntó Noble—. Una cuenta no es algo de lo que uno se harte. Es trabajo.
—Ésta es bastante indecente. ¿Qué demonios podemos decir de Riordan? No hay defensa posible, ningún factor atenuante. Es un estafador.
—Eso no nos corresponde a nosotros decirlo, gracias a Dios —dijo Noble—. Jake, lo único que sucede es que tienes un poco de fiebre primaveral o algo así. Mira, déjame prepararte un trago.
Trajo a Jake un whisky con soda y le dio una palmada en el hombro.
—Esto te animará. Esta mañana estás cansado. Pero tenemos que ver a Riordan en su hotel esta tarde. Ha llamado y ha concertado esta cita. Así que, Jake, intenta por todos los medios inventarte algo que le mantenga tranquilo por un tiempo.
Jake tomó un sorbo de su copa y se encogió de hombros.
—Está bien —dijo sin mucho entusiasmo.
Después de almorzar, Jake fue andando hasta el Blackstone porque el día era claro, y el aire que venía del lago fresco. Llamó y Riordan abrió la puerta, y Jake vio que Noble y Niccolo ya estaban allí, y que Brian Riordan estaba repantingado en el sofá con un vaso largo en la mano. Sheila también había llegado y eso le sorprendió. No podía imaginarse qué interés tendría ella por la cuenta de Riordan. Estaba tomando una copa y hablando con Brian.
Hubo un murmullo general de bienvenida que se apagó cuando Denise Riordan apareció por la puerta del comedor, vestida con una túnica de satén blanco y zapatos planos también de satén blanco. Sonrió a Jake y meneó la cabeza con pesar.
—Hola —dijo—. Por poco me lleva a la barra del bar.
Riordan la miró sin inmutarse.
—Vamos a estar ocupados aquí, Denise.
—Está bien, sólo quería algo que me hiciera compañía. —Se sirvió una copa de la bandeja de botellas que había sobre la mesita auxiliar. Brian Riordan le sonrió y dijo:
—El cuadro de la típica mujer americana. Vestida modestamente con una túnica blanca, los senos caídos y un trago de whisky en un vaso alto.
—¿No te gusta? —preguntó Denise indiferente.
—Me encanta —respondió Brian.
Riordan la observó cruzar la habitación y perderse de vista; luego se volvió a Noble.
—Le he hecho venir para averiguar cuál es el siguiente paso, así que empecemos a trabajar —dijo.
Noble comenzó la descripción que había preparado para la familia Riordan, pero Riordan le interrumpió con un ademán irritado.
—Está bien, supongo, pero no parece que sea mucho. ¿A quién le importa realmente que haga barquitos con tapones de corcho para distraerme, y que riegue mi propio césped? Quiero algo pasmoso, maldita sea, algo que detenga a esos entrometidos federales.
—Bueno, en ese caso —dijo Noble, con tanta confianza como si supiera cómo iba a terminar la frase—. En ese caso, será mejor que pensemos un poco en voz alta. —Se sacó un cigarro del bolsillo y desenvolvió el papel de aluminio con el mismo cuidado que un hombre pondría al desactivar una mina—. Tengo una idea que podría ser factible, pero prefiero escuchar a Jake antes —dijo.
Jake había estado pensando mientras Noble y Riordan hablaban. Se le había ocurrido una idea que era lo bastante vulgar y desagradable para funcionar.
Riordan le miró.
—Bueno, ¿qué dice?
—Sí, tengo algo —dijo Jake—. En primer lugar, y esto será nuevo para usted, la policía tiene el diario de May.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Riordan.
—Me he enterado por el teniente Martin. También, y lo que es más importante para nosotros, no aparece ninguna mención suya en el diario. Quizás la hubo en otro tiempo, pero alguien ha trabajado con las tijeras y usted queda fuera del reparto estelar.
Por un momento hubo un silencio en la habitación, y luego Riordan dijo, pensativo:
—Eso es muy interesante.
Brian Riordan miró a su padre con una sonrisa.
—Muy interesante. Alguien más tiene ahora tu basura. —Se echó a reír y se hundió cómodamente en el sofá—. Quizás alguno de los que están aquí pueda ayudarte. ¿Alguno de ustedes tiene por casualidad la información de las travesuras infantiles que este anciano hizo durante la guerra? Era listo, ¿saben?, con sus cañones de escopeta que estallaban solos y unos beneficios estratosféricos.
Riordan se volvió a su hijo, y Jake vio que había determinación en el movimiento de sus anchos hombros.
—Basta ya, Brian —dijo.
—Bueno, no te pongas tembloroso y sensible —dijo Brian.
Riordan le miró con calma un momento, y apareció una curiosa expresión de alivio en su rostro. Luego cruzó lentamente la habitación y se detuvo ante Brian.
—Podrido impostor —dijo, pronunciando cada sílaba con deleite—. He escuchado tu chantaje moral por última vez.
Con un repentino gesto cogió las solapas de la chaqueta deportiva de Brian, y luego le hizo poner de pie con una fuerte sacudida. Brian empezó a respirar más fuerte, pero miraba fijo a los ojos de su padre con una sonrisa insolente.
—Regresaste a casa hace cuatro años —dijo Riordan con voz salvaje—. Te he proporcionado unos ingresos que no podrías ganar si fueras cincuenta veces más listo de lo que eres, y vivieras para serlo mil. Lo has malgastado todo como un estúpido, y me has despreciado por tenerlo y poder dártelo. Has utilizado todo lo que yo poseía porque creías que lo habías ganado. Bueno, te mostraré lo que has ganado, y lo que mereces. A partir de ahora puedes unirte a los demás héroes de guerra y conseguir un trabajo de albañil o camionero.
Riordan hizo girar a su hijo torciéndole el brazo, y le impulsó hacia la puerta con un violento empujón. Brian se tambaleó hacia atrás y apenas pudo mantener el equilibrio. Pero consiguió esbozar una sonrisa mientras se alisaba las solapas de la chaqueta.
—Has hecho una estupidez, ¿sabes?
Se dio la vuelta y abrió la puerta, y salió sin mirar atrás.
—Riordan se acercó a la puerta y la cerró de una patada. Regresó al centro de la habitación y dijo a Jake:
—Está bien, ¿qué había pensado usted?
Jake había observado con interés la escena entre padre e hijo, pues tenía la sensación de que tenía más importancia que una explosión paternal concluyente. Le parecía que conducía a algo más, pero no podía situarlo ni evaluarlo como parte de un modelo o diseño. Lo que había visto era una escena inconexa e independiente; pero creía que encajaría en un cuadro más grande si pudiera adivinar dónde o cómo.
—Está bien —dijo Riordan otra vez—. ¿Tenía algo que decir?
Jake dijo:
—Sí —y volvió a poner sus pensamientos en orden. El choque entre los Riordan había cargado el ambiente de excitación, y Jake esperó un momento hasta que se alivió la tensión, hasta que tuvo la atención de todos:
—Es esto —dijo—: La policía tiene el diario de May, y sabemos que en él no hay nada que le incrimine, Riordan. Pero se ha hablado mucho del diario y de su contenido. Nuestra mejor apuesta ahora es pedir que se exhiba y se examine.
—No lo entiendo —dijo Riordan.
—No hay ningún misterio, ni siquiera originalidad, en mi sugerencia —dijo Jake—, necesita una cortina de humo. Una cortina de humo, si no conoce usted el término en relaciones públicas, es un artilugio con el que se demuestra que todos los demás también son unos bastardos. Se entrega al público otro a quien abuchear, y se va rápidamente antes de que empiecen a volar los ladrillos.
Riordan se frotó la mandíbula con aire pensativo.
—Usted ha visto el diario, supongo.
—No. —Jake recordó a tiempo que Martin le había dicho que no lo divulgara.
—Entonces, ¿cómo sabe que no contiene ninguna referencia mía?
—Me lo ha dicho el teniente Martin. Y adivino que el relato de May es fuerte y arrastrará a docenas de personas importantes. Eso, por supuesto, es lo que queremos.
—¿Y de qué me servirá ensuciar a otra mucha gente? —preguntó Riordan, impaciente.
—Déjeme demostrarle con un ejemplo lo que quiero decir —dijo Jake. Encendió un cigarrillo y miró a Sheila. Ella le miró a su vez y sonrió.
—Me sorprendes incluso a mí —dijo Sheila—. No lo sabía.
—Estoy lleno de sorpresas —dijo Jake, y se apartó de ella—. Mire hacia atrás, Riordan, y recuerde cierta investigación que el congreso efectuó el año pasado, en la que se hallaba implicado uno de nuestros más encantadores industriales. ¿Lo recuerda?
—Sí —dijo Riordan, interesado—. Lo recuerdo.
—Bueno, la cuestión era ésta: el industrial había construido un submarino gigante con dinero del gobierno. Algunas personas decían que el submarino era casi tan práctico como un invento de Rube Goldberg. Otros decían que estaba muy bien. El comité quería saber quién tenía razón, así que hicieron una investigación. Pero ocurrió lo peor. De alguna manera, el guardaespaldas del industrial intervino, y empezó a hablar de las diversiones que habían tenido lugar a bordo del yate de su jefe. El resultado fue que una docena de prostitutas de lujo fueron llamadas a testificar, y ofrecieron al público un festival romano. Hablaron de desayunos con champán y fiestas con baño a medianoche en las que casi todos los participantes sólo llevaban puesto sonrisas ebrias.
»Esto no tenía mucho que ver con el submarino, por supuesto. Pero ¿a quién le importaba eso, cuando podían escuchar a una modelo contar que había sido perseguida dentro de un barco por un sátiro borracho? La respuesta es: a nadie. El submarino fue olvidado. El público tenía un circo; el comité, creo, vio recortada su subvención en la siguiente sesión del Congreso.
»¿Entiende lo que quiero decir? Pediremos a gritos el diario y desafiaremos al senador Hampstead y al joven Prior. Iremos a Washington y arrastraremos con nosotros todos los nombres que se mencionan en el diario de May.
—Mucha gente saldrá perjudicada —dijo Sheila.
—Eso es lo bueno —dijo Noble, animado—. No puedes decir quién es bueno o malo en un asunto como éste. Todo el mundo es sospechoso de ser un hijo de perra, y eso extiende la culpabilidad por todas partes. Riordan, sus cañones de escopeta defectuosos quedarán al margen si compiten con la fornicación en las clases superiores.
—Está bien —dijo Riordan, con una sonrisa—. Me gusta. Pero ¿cómo podemos conseguir que se haga público el diario?
—Nos ocuparemos de eso —dijo Jake, y se volvió a Niccolo—. Dean, empieza enseguida con artículos para los periódicos en el sentido de que el gobierno va a utilizar el diario de May en su caso contra Riordan. Y después artículos diciendo que Riordan está pidiendo que se exhiba el diario para que sus acusadores aparezcan como los bastardos mentirosos que son. Quizás mañana podamos vender al «Trib» un editorial sobre ello.
—Lo quieres fuerte, ¿eh? —dijo Dean—. Ciudadano ultrajado lucha contra las fuerzas de la burocracia, ¿eh?
—Eso es.
Jake se volvió hacia el otro lado y vio que Sheila le estaba mirando fijamente. Sus miradas se cruzaron sin decir nada, mientras Niccolo se reunía con Noble y Riordan para tomar una copa.
—Bueno —dijo Sheila en voz baja—. Has dado un golpe maestro. Una auténtica joya. Lo enseñarán a los chicos en las clases de relaciones públicas.
—Ya se ha hecho antes.
—Sí, estoy segura. Ya sabes, por supuesto, que algunas personas inocentes van a recibir una patada en la boca. Y sabes para quién lo estás haciendo y lo que es.
Por un momento, Jake no contestó. Parecían estar solos en la habitación, en un vacío en el que el tintineo de los vasos y la conversación no penetraban. De alguna manera parecía estar lejos de ella, y la distancia se hacía más grande con cada segundo que permanecía en silencio.
Finalmente dijo:
—Sé lo que estoy haciendo, si es eso a lo que te refieres.
—Quería estar segura.
—¿Y ahora estás segura?
—Sí. Adiós, Jake.
La contempló cruzar rápidamente la habitación y salir por la puerta; y supo que era una salida final.
Niccolo se acercó a él.
—Una cosa, Jake. ¿Cómo quieres que enfoque lo de que te enviaron el diario a ti?
Jake encendió un cigarrillo.
—Me importa un bledo cómo enfoques ese punto, Dean —dijo. Aspiró hondamente su cigarrillo y, cuando se estaba dando la vuelta, se dio cuenta de la importancia de esta pregunta. Se volvió a Dean y le preguntó:
—¿Cómo sabías que me lo enviaron, Dean?
—¿Qué quieres decir? —dijo Dean.
—¿Qué palabra no entiendes? —dijo Jake—. Te he preguntado cómo sabías que me habían enviado el diario a mí. No lo sabía nadie más que el teniente Martin. La única otra persona que sabe quién recibió el diario es la que me lo envió.
Dean sonrió y dijo:
—Soy un bocazas, Jake, pero no te pongas nervioso. Toni Ryerson me dio esa información.
—¿Cómo demonios se enteró?
—Su despacho está al lado del tuyo, ¿lo recuerdas? Te vio abrir el paquete y supongo que reconoció el diario por las descripciones que han hecho de él los periódicos. Esta mañana me ha dicho que le parecía que habías recibido el diario. Cuando te he oído decir que sabías que la policía lo tenía, he supuesto que Toni había acertado en su suposición.
—Entiendo —dijo Jake—. Por un instante me has asustado. Bueno, ¿qué querías?
—¿Cómo explico el hecho de que la policía tiene el diario de May, y que tú se lo entregaste? Quiero decir, ¿no es una información secreta?
—Pues no lo menciones —dijo Jake. Se encogió de hombros y miró directamente a Niccolo—. En realidad, no me importa que lo hagas.
—No te entiendo —dijo Niccolo con una sonrisa perpleja.
—No es importante —dijo Jake. Miró hacia la puerta por donde había salido Sheila y se pasó una mano por la frente en gesto cansado. Lo que le había dicho a Dean le sorprendía; no lo había hecho adrede. Sin embargo expresaba perfectamente lo que sentía por Dean, por Riordan y por Noble.
El disgusto que sentía por sí mismo, que le consumía, no dejaba espacio para ningún interés por nadie.
Ahora se vio como debía de haber aparecido ante Sheila; y la visión era deprimente. El plan que había propuesto a Riordan era barato y repugnante; y su ejecución precisaría un hombre de estómago fuerte y sensibilidades prensiles. El mismo, en definitiva.
Pero no era esto lo que le preocupaba. El negocio requería un poco de pillería, y la mayoría de la gente lo hacía por obligación, porque su subsistencia dependía de ello. Pero éste no era su caso. Él había sugerido un plan de acción rápidamente, instintivamente, fácilmente. Había acudido a él de manera natural.
Noble se le acercó con un vaso en la mano y una sonrisa de alivio en el rostro.
—Ahora estamos en directa, Jake. Esa idea tuya es fantástica. Ojalá se me hubiera ocurrido a mí.
—Sí, ojalá —dijo Jake.
Noble bajó la voz.
—Riordan está encantado.
—Eso es bueno. —Miró hacia la puerta por donde había salido Sheila, y dijo, casi como si lo hubiera pensado después:
—He terminado, Gary. Dimito.
—¿Dimites? —dijo Noble—. ¿Qué quieres decir?
—Es una palabra sencilla. Se escribe con «d», como «día».
—Jake, estás hablando como un tonto. No puedes dimitir ahora.
—Lo siento, Gary. No lo estoy haciendo muy bien, supongo. Estoy harto, hasta la coronilla.
Riordan se había acercado a ellos mientras Jake hablaba. Miró a Noble y luego se quitó el cigarro de la boca.
—¿Qué ocurre? —preguntó—. He oído que Jake decía que dimitía.
—Yo también le he oído —dijo Noble, con un leve tono de pánico en su voz—. Pero no habla en serio.
Riordan miró a Jake y dijo:
—Bueno, ¿qué dice? ¿Habla en serio?
—Sí, completamente en serio —respondió Jake.
—Piensa que estamos vencidos, ¿eh? ¿Es eso?
—No, no es eso —dijo Jake—. Supongo que debería explicarme sucinta y gráficamente. Pero me parece una gran molestia.
—Jake, ¿qué te ha entrado? —explotó Noble.
—Tiene escrúpulos de trabajar para un ladrón —dijo Riordan, con una sonrisa dura.
Jake miró a Riordan directamente a los ojos.
—Está usted poniendo palabras en mi boca, pero no son malas. Este trabajo apesta. Así que me voy. Le deseo muy buena suerte.
Cogió su sombrero y abrigo y fue hacia la puerta.
Riordan dijo:
—Las actitudes morales elevadas son un lujo, ya se dará cuenta. Sólo los muy ricos pueden permitírselas.
Jake hizo una pausa con la mano en el pomo de la puerta.
—Nunca me he dado cuenta de que usted mostrara alguna.
Riordan se rio afablemente.
—Claro que no. Así es como me hice rico —dijo.
Jake miró a los tres hombres, Niccolo, Noble y Riordan, los tres de pie con un vaso en la mano y observándole con expresiones diferentes. Y se le ocurrió entonces con repentina claridad que sabía mucho sobre el asesino de May Laval y Avery Meed.
Sonrió y estuvo a punto de contestar a Riordan, pero decidió que no tenía tiempo. Abriendo la puerta, se despidió de ellos con un gesto de la mano y se encaminó deprisa a los ascensores.