6

Llegaron a la suite de Riordan en el Blackstone Hotel a las dos en punto. Les abrió la puerta la esposa de Riordan, Denise, con un vaso de whisky en la mano.

—Pasen —dijo—. Danny se está vistiendo, pero no creo que tarde.

Brian Riordan estaba hundido en un mullido sofá junto a la chimenea, con una pierna sobre el brazo de éste y un vaso en la mano. Llevaba un traje de tweed y unos mechones de su cabello rubio le caían sobre la frente.

—Aquí llegan los caballeros blancos en socorro del anciano —dijo, sonriendo—. ¿Tienen un aura de lujo para colocársela en la cabeza, y una orquesta que toque música celestial de fondo?

Denise dijo:

—Oh, cállate ya, Brian.

Noble efectuó las presentaciones. Brian hizo un gesto afirmativo con la cabeza con aire ausente para saludar a Sheila y dijo a Niccolo:

—¿No nos habíamos visto antes?

Niccolo dijo:

—Sí. Esperabas un ascensor en la oficina la otra noche cuando yo bajé de uno. Te preocupaba saber si yo había estado o no en el ejército.

—Sí, estaba un poco bebido —dijo Brian—. Pero es una buena pregunta. ¿Estuvo usted en el ejército?

—Es una pregunta tonta —dijo Denise—. ¿Puedo prepararles algo para beber, señores?

Sheila se sentó en el diván y lanzó a Jake una rápida mirada de diversión.

—Sí, tomaré un whisky con soda, ya que parece que estemos en el club.

—No sea sarcástica. Soy tremendamente desconsiderado, lo sé. Siempre tengo una gran curiosidad por saber qué hacía la otra gente mientras yo estaba lanzando pequeños mensajes de ánimo a los alemanes. Algunos de ellos hacían las cosas más divertidas. Mi padre, por ejemplo. Él ganaba dinero. ¿Y ustedes? ¿Tuvieron una guerra agradable?

—Yo estuve en los paracomandos, si es a eso a lo que se refiere —dijo Sheila—. Pero no tuve una guerra agradable.

Se abrió la puerta del dormitorio y apareció Dan Riordan, recién afeitado y vestido con un traje cruzado de franela gris.

Se acercó inquieto a la ventana, descorrió las cortinas, luego las corrió y volvió al centro de la habitación.

—¿Algún detalle referente al asesinato de May? —preguntó, a nadie en particular.

Se produjo un extraño silencio en la habitación, y Jake tuvo la impresión de que Riordan había mencionado lo que estaba en la mente de todos.

—Sólo conozco los hechos en sí —dijo Noble.

Jake se acomodó en la silla y miró a su alrededor. Brian Riordan echaba volutas de humo al aire, y Denise había cruzado las piernas y tamborileaba los dedos sobre el brazo del sillón con aire distraído. Sheila estaba observando a Riordan, quien miraba a Noble con el ceño fruncido, como si hubiera dicho algo importante.

Jake se dio cuenta de que casi todos los presentes se sentían aliviados porque May había sido asesinada. Riordan, con toda seguridad. Y Denise y Brian también, puesto que el hecho aseguraba la salud y la productividad de su gallina de los huevos de oro. Sheila no tenía motivo alguno, pero a Noble sin duda le alegraba que hubieran eliminado un obstáculo del camino del cliente.

La pregunta era: ¿alguna de estas personas había matado a May?

Riordan, que tenía el mejor motivo para asesinarla había pasado la noche en Gary, Indiana. Noble no tenía coartada, aparte de su propia palabra de que había pasado la noche con una tal Bebe Passione. Jake se preguntaba dónde había estado anoche Denise Riordan, ya que nadie había mencionado que ella estuviera en Gary con su esposo. Y Brian, ¿dónde había estado?

Riordan se puso un cigarro en la boca y lo encendió con un encendedor de plata que cogió en la mesita baja.

—¿La policía todavía no posee ninguna pista? —preguntó.

—Por el momento no —dijo Jake—. La mataron a eso de las cuatro, estrangulada con el cinturón de su bata. Saben que falta su diario. —Hizo una pausa y miró a Riordan—. Saben que se presume que el diario contenía alguna información comprometida sobre usted.

—¿Cómo lo saben? —preguntó Riordan con calma.

—Se lo dije yo.

—¿Alguna razón para hacerlo?

—Claro que sí, desde luego. Usted y May discutieron acerca de los planes que ella tenía de escribir el libro, discusión que fue escuchada por casi todos los asistentes a la fiesta. La policía se habría enterado de eso, así que se lo conté para hacer ver que no tenemos, o más bien que usted no tiene, nada que temer.

—No tengo nada que temer —dijo Riordan—. Su suposición de que necesito ser defendido es un poco extraña, Harrison.

Jake suspiró.

—Es una enfermedad profesional que tengo, cubrir todos los riesgos. Me alegro que no tenga nada que temer, porque esta tarde a las cuatro y media tiene una cita con el teniente Martin, de la división de homicidios.

—¿Cómo lo sabe usted?

—Me ha preguntado cuándo podría verle. Le he sugerido que fuera después de la rueda de prensa. Por razones obvias.

—Entiendo —Riordan frunció el ceño y luego empezó a hacer gestos afirmativos con la cabeza, con aire pensativo—. Quiere usted decir que Martin está dispuesto a cooperar porque usted le habló con franqueza de mí. Hizo usted bien. —De repente sonrió—. Lo está haciendo bien, Harrison.

Denise se puso de pie con impaciencia.

—Detesto todo esto —dijo—. May Laval era una flamante zorra, y ni siquiera podía morir sin organizar una escena. La gente dirá que tú la mataste para hacerte con el diario, Danny.

—La gente no dirá tal cosa —dijo Riordan con gran frialdad. Miró a su esposa con ira controlada pero inconfundible—. Anoche estuve en Gary, si lo recuerdas.

Brian Riordan aplaudió de pronto.

—Magnate salvado por coartada de último momento —entonó—. La libre empresa gana otra vez.

—Oh, cierra el pico —dijo su padre.

—Ese problema es el problema de todos ustedes, que son tan tremendamente serios —dijo Brian, poniéndose en pie con aire lánguido—. Vamos, Denise, te acompañaré al ascensor.

Denise besó a Riordan en la mejilla y cogió un bolso de cocodrilo que hacía juego con sus zapatos, y un abrigo de cebellina que proporcionaba a su aspecto el último toque de exquisito dispendio.

—Me voy de compras —dijo, y sonrió a todos—. Les veré pronto otra vez, espero.

Jake se preguntó si le habría contado a Riordan su visita a casa de May. La policía se enteraría tarde o temprano, y también la prensa. Sin embargo, no podían hacer gran cosa, a menos que Denise o Brian fueran lo bastante necios para revelar su intención de comprar a May o asustarla para que no escribiera el libro.

Brian saludó con la mano a Niccolo desde la puerta.

—No cojas ninguna trinchera de madera, camarada.

Denise le tiró del brazo.

—No empecemos a discutir ahora.

Se marcharon, cerrando la puerta tras de sí. Jake se puso de pie, se sacó del bolsillo de la chaqueta el discurso que había escrito y se lo entregó a Riordan.

—Échele un vistazo y lo comentaremos un poco.

Mientras Riordan leía el discurso, los pensamientos de Jake volvieron a May. No podía quitársela de la cabeza. Había aquel asunto que había tenido con Mike Francesca, el gángster anciano pero aún poderoso. Jake se preguntó si Martin ya tendría información sobre Francesca.

—No abarca mucho terreno —dijo Riordan, haciendo regresar a Jake al presente.

—No hay mucho terreno que podamos abarcar sin peligro —dijo Jake—. Ese discurso estará muy bien si usted lo maneja bien. Léalo otra vez, y luego tírelo. No intente memorizarlo; exprese las ideas con sus propias palabras. Hoy sólo debe destacar un punto: que no se han presentado cargos formales contra usted, que no sabe nada y que está a la merced del gobierno hasta que llegue el momento en que dejen de hablar de su caso en los periódicos y le acusen.

—Ahora entiendo su idea —dijo Riordan.

—Estupendo. Cuando empiece a hablar, comience sus observaciones señalando que responderá a todas las preguntas cuando haya terminado. Puede que algunas sean embarazosas, pero no diga «Sin comentarios» a nada. Si no quiere responder a una pregunta, diga que no puede hacerlo en estos momentos, o que no lo sabe. —Consultó su reloj—. Recuerde, estos tipos suelen captar un acto falso a una milla de distancia, así que relájese y compórtese con naturalidad. Ahora, le sugiero que espere en el dormitorio hasta que lleguen. ¿Tienes algo que añadir, Gary?

—Una cosa —dijo Noble apresuradamente—. El licor.

Riordan señaló el teléfono.

—El servicio de habitaciones subirá todo lo que necesite —dijo, y se fue.

Niccolo se hundió en el sillón que Brian había dejado vacío.

—¿Habéis visto a un idiota más tonto que el joven Riordan? —dijo.

—Inadaptado, tal vez —dijo Sheila.

—Lo está convirtiendo en un culto —dijo Niccolo con disgusto. Miró su reloj con gesto nervioso—. ¿Qué demonios retiene a la prensa?

—No tienen prisa por que les tiren de las orejas —dijo Jake—. Probablemente están tomando una cerveza en alguna parte.

Diez minutos después de que los camareros hubieran traído bandejas de vasos de whisky con soda se oyó un golpe en la puerta; Noble se irguió, esbozó una ancha sonrisa de bienvenida y cruzó la habitación con el paso elástico de un presidente del Rotary Club en una noche publicitaria.

Quince minutos más tarde la habitación estaba atestada de fotógrafos y periodistas. Jake vio que el discurso de Riordan estaba siendo distribuido a todo el mundo, y que las bebidas corrían por doquier. Hacía años que conocía a muchos de los periodistas y no le costaba hablar con ellos; casi automáticamente les hizo comprender lo que esperaba que transmitieran a sus editores.

Discretamente, habló de que Riordan no sabía nada porque Prior, ese bastardo del gobierno, le estaba haciendo parecer un criminal antes de que hubiera cargos o evidencia contra él. Jake sólo quería llegar hasta ahí, ya que sabía que la mayoría de los hombres que cubrían esta información no les importaba demasiado, y simplemente querían acabar con esto, escribirlo y quitárselo de la cabeza.

Al propio Jake no le interesaba mucho venderles la historia de una manera o de otra, y esto le desconcertaba. Normalmente, pensó, podía decirse de él al menos que trabajaba y peleaba por el cliente. Pero eso no parecía ser así ahora. Decidió que el problema era May. Hasta que supiera lo que le había sucedido y por qué, no serviría para gran cosa más. El porqué no lo sabía.

Noble reclamó la atención de los presentes y, cuando se hubo acabado el murmullo de las conversaciones, sonrió agradecido y abrió la puerta del dormitorio.

—Todo está a punto, señor Riordan —dijo.

Riordan salió inmediatamente y estrechó la mano a los presentes, y saludó a varios periodistas que había conocido durante la guerra. Los fotógrafos querían sacarle fotografías, así que Riordan posó para ellos y luego indicó a los periodistas que se sentaran e inició su discurso.

Sabía dirigir hombres. Se quedó de pie en el centro de la habitación; algo en su actitud hacía que éste fuera el lugar natural para él. De vez en cuando se paraba para buscar la palabra adecuada, pero habló con fuerte énfasis, y pareció como un hombre airado pero controlado, que sólo quería que le dijeran a qué venía tanto alboroto para poder decir algo en su defensa.

Después, cuando los periodistas se hubieron marchado y Noble había distribuido bebidas alborozado, Jake se sentó al lado de Sheila. Noble le estaba diciendo a Riordan lo muy bien que lo había hecho, y Riordan se estaba fumando un cigarro y sonreía animado.

—Bueno, ¿qué tal lo hemos hecho? —preguntó Jake a Sheila.

—Oh, bien. Algún día te hablaré de ello.

—Sé lo que estás pensando —dijo Jake. Sentía un inexplicable abatimiento—. ¿Sigue en pie tu oferta de ayudarme a emborracharme?

—Si quieres.

Riordan estaba casi gozoso, observó Jake. Cuando sonó el teléfono, dijo:

—Apuesto a que es Meed —y cogió el auricular con un gesto rápido y fuerte—. Riordan al habla —dijo.

Escuchó un momento y luego habló, y su voz era baja y dura:

—Voy enseguida —dijo.

Bajó la mano a su costado, sin soltar el auricular, y se quedó mirando fijamente al frente con una curiosa expresión de incredulidad en el rostro.

—¿Qué ocurre? —preguntó Noble con ansia.

Riordan se llevó una mano a la frente y meneó la cabeza lentamente.

—Avery Meed ha sido asesinado en la habitación de su hotel esta mañana. Quien ha llamado era el teniente Martin. Quiere que vaya allí ahora mismo.

Dio un paso al frente y se dio cuenta de que todavía sostenía el teléfono. Lo miró con gesto ceñudo y lo dejó caer al suelo. Se acercó a la mesita auxiliar y se sirvió un trago.

Sheila se había erguido en su asiento, y Noble respiraba fuerte, evidentemente dividido entre el deseo de decir algo y la seguridad de que no había nada que decir.

Sólo Niccolo parecía calmado. Recogió el teléfono del suelo y lo colocó en su sitio.

—Será mejor que tome un taxi, si le necesitan deprisa —dijo a Riordan.

—Sí, sí —dijo Riordan, dejando el vaso—. Que me pidan un taxi. Estaré listo en unos minutos.

Entró en el dormitorio y Noble miró a Jake con los hombros alzados en expresivo gesto.

—¿Qué diablos significa esto? —preguntó.

—¿Quién sabe? —dijo Jake—. Alguien ha matado a Meed, supongo. Iré con Riordan y averiguaré lo que pueda.

—Estupendo —dijo Noble. Pareció quedar aliviado al ver que alguien reaccionaba, lo cual le evitaba la responsabilidad de hacer algo.

Cuando Riordan salió del dormitorio con abrigo y sombrero, Jake se levantó de un salto y salió detrás suyo.