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Noble estaba paseando arriba y abajo ante su escritorio cuando Jake entró, y la expresión de su rostro, normalmente radiante, parecía la de un hombre cuyos agentes de bolsa hubieran malvendido sus acciones el mismo día en que su esposa se había fugado con su mejor amigo. Cuando vio a Jake, lanzó las manos al aire en gesto de dramática desesperación.

—Ya lo tenemos, Jake —dijo con aspereza—. Mira. —Cogió el periódico que había encima de su mesa y señaló con dedo tembloroso un artículo que ocupaba casi el sesenta por ciento de la columna uno de la primera página.

Había una fotografía y un relato del asesinato de May en la misma página, pero Noble se refería a otra historia, una historia que había sido entregada a la prensa por Gregory Prior.

Jake se sentó en el borde del escritorio de Noble y repasó rápidamente la columna. Prior había explicado que su trabajo consistía en investigar los contratos en época de guerra de un tal Dan Riordan, y pasar sus averiguaciones al comité senatorial. Hasta ahí, bien.

Lo malo venía en el último párrafo. En él se mencionaba que Prior había dicho:

«… los poderosos representantes de prensa del señor Riordan ya me han venido a buscar, y han intentado presentarme a su cliente como un hombre que no actuó peor que muchos otros. Naturalmente, no pretendo dejarme influir por estos apologistas pagados…».

Había más, pero Jake dejó el periódico y dijo:

—Maldita sea.

—¿De dónde habrá sacado esa historia? —dijo Noble con desesperación.

—De mí —dijo Jake—. He conocido a Prior en casa de May esta mañana, y he intentado llegarle al corazón. Me parece que estoy perdiendo mis encantos.

—¿Qué demonios vamos a hacer?

—Te lo diré —dijo Jake—. Voy a hacer que ese bastardo se arrepienta de haber venido a Chicago. Lo primero que haré…

El teléfono de Noble le interrumpió. Noble cogió el auricular y lanzó una mirada a Jake:

—Sí, señor Riordan, lo hemos visto —dijo.

Jake vio la transpiración que perlaba la frente de Noble.

—Esa historia ha sido un error —dijo Noble, haciendo una seña a Jake—. Todo ha sido un error. Verá…

Jake cogió el teléfono de la mano de Noble.

—Soy Jake Harrison, señor Riordan. El responsable de esa historia soy yo.

La voz de Riordan era áspera.

—Maldita sea, ¿estaba loco o borracho?

—Tranquilícese un poco —dijo Jake—. He conocido a Prior esta mañana en casa de May Laval, y me he arriesgado a hacer que cooperara mostrándome franco. Le he dicho que hablaba extraoficialmente, que, como es probable que sepa usted, es un pacto que la gente de este negocio respeta. Prior no lo hace, eso es evidente.

—Bueno, ¿qué vamos a hacer? Esa historia me hace aparecer como un estafador que ha contratado a un montón de agentes de prensa locuaces porque tiene miedo de que la verdad salga a la luz.

—Nos ocuparemos de eso. Esta tarde tendremos una rueda de prensa. ¿Le va bien a las tres?

—Esa hora me va bien, pero ¿qué diremos?

—Déjemelo a mí. Lo prepararé para las tres en su suite, y estaremos allí hacia las dos para hacer un ensayo. Se ha enterado de lo de May Laval, supongo.

—Sí, leo los periódicos. Yo… es una vergüenza. Pasé la noche en Gary y me he enterado cuando he vuelto a la ciudad. ¿Ha visto a Avery Meed?

—Sí, acaba de irse.

—Entiendo. —Riordan parecía aliviado—. Le estoy esperando, pero supongo que estará aquí pronto.

—Supongo que sí —dijo Jake, y dejó el auricular en su sitio.

Noble estaba en el bar preparándose un trago. Lo llevó al escritorio y se sentó, nervioso.

—Una rueda de prensa esta tarde es precipitar un poco las cosas —dijo—. Los chicos de la prensa pueden hacérselo pasar muy mal.

Jake se encogió de hombros.

—No tenemos elección. Cuanto más esperemos después de este chaparrón de Prior, más débiles serán nuestros argumentos. Será mejor que digas a tu secretaria que llame a los periódicos y a la radio y les comunique lo de la rueda de prensa. Diré a Niccolo que prepare la declaración de Riordan.

—Hablemos de eso un minuto —dijo Noble, frotándose la frente con preocupación—. ¿Qué diablos puede decir Riordan?

—Creo que será mejor que juguemos sobre seguro. Insistiremos en el hecho de que hasta el momento el gobierno no ha presentado ninguna acusación específica, y que es muy arbitrario condenar a Riordan en la prensa. Convertiremos a Riordan en la víctima agraviada de la burocracia fascista. Sé que no es un argumento brillante, pero otras veces ha funcionado. —Jake encendió un cigarrillo y tiró la cerilla con gesto irritado—. No me siento un genio en estos momentos. Todas mis ideas giran en torno a colocar a un chiquillo en el regazo de Riordan. Espero también que pueda demostrar que pasó la noche en Gary. Por lo menos eso le eliminará como candidato a la silla eléctrica.

—Entiendo lo que quieres decir —dijo Noble, y se quedó mirando su vaso con expresión solemne.

Jake intentó inútilmente encontrar a Niccolo; pero al parecer Dean había salido a tomar un tentempié de media mañana. Volvió a su despacho, puso una hoja de papel en la máquina de escribir y redactó el discurso de Riordan en media hora. Tomó un café y un bocadillo en el mismo escritorio, y reescribió el discurso una vez más, tratando de encontrar un tono que pareciera improvisado cuando Riordan lo soltara en la prensa.

El teniente Martin le llamó a la una.

—¿Alguna novedad? —preguntó Jake.

—Nada interesante —dijo Martin. Parecía hosco—. Hemos verificado las cosas evidentes. May tenía dos sirvientas, una doncella y una mujer de la limpieza, pero ninguna de las dos dormía allí. La mujer de la limpieza llegaba a las seis de la mañana, porque con frecuencia May tenía invitados a desayunar, hacia las diez o las once.

—Lo llaman desayuno-almuerzo —dijo Jake.

—Sí eso es. Bueno, la doncella se fue a las dos de la madrugada. La fiesta había terminado ya, pero todavía quedaba un tipo. Un tal Rengale. He hablado con él, y dice que se fue hacia las dos y cuarto. ¿Le conoce?

—Sí —dijo Jake.

—Maldito idiota —dijo Martin—. No ha parado de hablar de seriales. Dice que son los poemas musicales del pueblo, sea lo que sea lo que eso signifique. De todos modos, está limpio. Estuvo en un bar desde las dos y cuarto hasta las seis y media.

—No ha encontrado el diario, supongo.

—No. Pero quiero hablar con su hombre, con Riordan.

—Me temo que servirá de poco. Pasó la noche en Gary.

—¿Sí? ¿Qué hacía en Gary?

—Maldita sea, ¿cómo voy a saberlo? Tiene fábricas de acero en Gary. Quizás fue a mezclar acero, o lo que se haga con el acero. ¿Cuándo piensa verle?

—He pensado que le gustaría sugerir alguna hora.

—Es muy decente por su parte, amigo. ¿Podría ser hacia las cuatro y media? Tenemos una rueda de prensa a las tres, y estropearía nuestros argumentos si llegara usted a esa hora para arrestarle.

—No voy a arrestarle. A las cuatro y media me va bien.

—Gracias. Dígame si alguna vez le puedo conseguir un tíquet de parking.

—Me los consigo yo mismo —dijo Martin. Hizo una pausa y luego dijo con voz decidida pero turbada—: Hay una cosa, Jake. Mi hijo celebra una fiesta de cumpleaños esta tarde, y mi esposa ha pensado que estaría bien que saliera su foto en el periódico. Con los otros niños, claro —añadió—: Le he prometido que hablaría con alguien. Ya sabe usted cómo son las mujeres, Jake; se vuelven locas cada vez que a sus hijos les sale un diente o aprenden una palabra nueva.

—Claro, por supuesto —dijo Jake—. Pero los padres son diferentes. No prestan atención a sus hijos, a no ser que hagan algo impresionante, como arrojar un puñado de puré de espinaca contra la pared.

—Oh, basta. ¿Cree que puede arreglarlo?

—Seguro —dijo Jake—. Y gracias por mantenerse lejos de Riordan.

—De acuerdo —dijo Martin.

Jake llamó al redactor de noticias locales del «Tribune». Preguntó a Mike Hanlon, un viejo amigo, si tenían algún fotógrafo libre para ir a una fiesta de cumpleaños infantil. Mike dijo que por supuesto, que a todo el mundo le gustaban las fotos de niños. Y de perros, añadió.

Jake se metió en el bolsillo el discurso de Riordan y empezó a buscar a Noble. Se detuvo ante la puerta abierta de Sheila. Ésta tenía los pies sobre la mesa y estaba examinando una enorme cartulina apoyada contra la pared. La cartulina estaba llena de recortes de diversos periódicos, y los titulares indicaban, a todo el que le interesara, que representaban espacio editorial que hablaba del príncipe de las galletas: Toastes Cracker.

Jake entró y se sentó en el borde del escritorio.

—¿Admirando la pieza cazada? —dijo, dándole unas palmaditas en el delgado tobillo.

Sheila puso los pies en el suelo.

—Perdiste tus derechos territoriales, ¿lo recuerdas?

Jake chasqueó los dedos.

—Siempre lo olvido. ¿No te parece que hay algo no natural en el hecho de que trabajemos con tal proximidad?

—Yo no me siento no natural —dijo Sheila—. Pero encuentro tus insinuaciones como despistadas, un poco molestas. ¿Qué piensas de eso? —preguntó, señalando la muestra de Toastes Cracker—. Tengo recetas de galletas en doscientas columnas de cocina, y por la radio lo han dado unas quinientas veces en los programas de trucos para el hogar. No está mal, ¿eh?

—No, de hecho está muy bien. ¿Gary lo ha visto?

—Sí, hace unos quince minutos; pero está demasiado inquieto para ocuparse de esto. Le ha echado un vistazo y ha dicho: «¡Magnífico! ¡Magnífico!», antes de salir corriendo. ¿Qué tiene en mente?

—La rueda de prensa de Riordan —dijo Jake.

—Supongo que has escrito tú el discurso de Riordan. ¿Has hecho que parezca Nathan Hale?

—Deja de hablar con desdén. En estos momentos no puedo soportar tu desprecio idealista. ¿Quieres venir con nosotros a lo de Riordan?

Sheila consultó su reloj y frunció el ceño.

—A las cuatro tengo que tener en el correo seis notas de prensa. No puedes empezar a odiar las galletas hasta que no has considerado todas las cosas horribles que puedes hacer con ellas. He metido galletas en todas partes menos en la boca de los redactores culinarios.

—¿Has intentado dejarlas toda la noche en remojo? Vamos.

—Está bien —dijo Sheila. Sonrió y se puso en pie—. A Gary no le importará, ¿verdad?

—No se dará cuenta. Date prisa.

Jake fue al despacho de Noble sintiéndose mejor. Sería una ventaja llevar a Sheila. Ella sabía mezclar las bebidas y hablar de la profesión con la prensa.

Cuando Jake llegó a la recepción Niccolo entraba.

—Me han dicho que me querías ver esta mañana. ¿Algo importante?

—Las declaraciones de Riordan para la rueda de prensa —dijo Jake—. Yo mismo las he escrito. Será mejor que vengas con nosotros. Más adelante querré que hagas algunas notas de prensa, y esta tarde puedes enterarte de algunos datos.

—De acuerdo.

Jake entró en el despacho de Noble sin llamar a la puerta. Noble se había afeitado y cambiado de traje, y su espeso cabello blanco había sido despeinado con el cuidado habitual.

—Vámonos —dijo Jake.

Encontraron a Niccolo y a Sheila en la recepción, y salieron hacia los ascensores, y, por alguna razón, nadie estaba muy animado.

—Bueno, ánimo —dijo Noble, sonriendo nerviosamente—. Lo hemos hecho antes y podemos hacerlo otra vez.

—Camuflaje, señores, vamos a atacar —dijo Niccolo, solemne, e hizo un guiño a Jake.