5/3/08
Charlie encontró a Simon donde él le había dicho que estaría, en el bar de la estación de King’s Cross. Estaba rodeado de un numeroso grupo de soldados vestidos de uniforme; todos parecían tener menos de veinte años y lucían bigotes de espuma a causa de las pintas de cervezas que, más que beber, se les quedaban pegadas a la cara. Simon se había apretujado en el reducido espacio entre una mesa en la que había unos círculos de cerveza que parecían llevar semanas pegados a ella y una máquina tragaperras a la que le faltaba una pata.
En la mesa solo había una silla, por lo que Charlie cogió una de la de al lado. Echaba de menos los tiempos en los que los bares y pubs estaban llenos de humo. Sin el olor a tabaco, no parecían reales, sino una copia a tamaño natural.
—¿No tomas nada? —preguntó Charlie.
«Cállate; estoy pensando». Conocía muy bien aquella expresión de Simon.
—Yo quiero un vodka con naranja. —Se sentó en la mitad que parecía limpia de la silla que había cogido, y se lamentó no haberla elegido con más cuidado. Al ver que Simon no se movía, soltó un suspiro y añadió—: Odio a los taxistas de Londres; no paran de hablar. Tendrías que haberme visto con el móvil pegado a la oreja…
—¿Con quién hablabas? He intentado llamarte.
—¿Para decirme?
—Gibbs me llamó. Él y Sellers estuvieron en la casa de Ruth Bussey.
Charlie cerró los ojos.
—Y vieron la pared.
Trató de convencerse de que no había ocurrido nada malo, nada nuevo. Sellers y Gibbs ya lo sabían. Todo el mundo lo sabía.
—No es tan malo como temías —dijo Simon—. No va a irrumpir en tu casa en plena noche para clavarte un cuchillo. Ella te admira.
—¿Me admira?
—Colecciona libros de autoayuda. Uno de ellos explica cómo mejorar la autoestima…, ahora no recuerdo el título. Estaba con Milward cuando Gibbs me llamó. Me dijo que en el libro hay ejercicios, cosas que se supone que debes hacer para aprender a quererte a ti mismo… Técnicas, tareas…, esas cosas. Supongo que podrían llamarse «deberes». Uno de ellos consiste en identificarse con alguien a quien admiras y que, a pesar de haber atravesado un mal momento, se ha hecho más fuerte y más sabio. —Simon se encogió de hombros—. Bueno, ya me has entendido. Ah…, el libro también dice que tiene que ser alguien famoso, para que puedas recortar artículos de los periódicos y las revistas que hablen de esa persona. Una celebridad.
—Te lo estás inventando —murmuró Charlie.
—¿De veras me crees capaz de inventar algo así? En el libro estaba el recibo… Bussey lo compró en Word en septiembre de 2006.
—Justo cuando yo era noticia —repuso Charlie, tratando de quitarle importancia.
—Justo cuando pensabas que todo el país quería verte muerta, sí. Pero te equivocabas. Al menos había una persona que no lo deseaba. Si admiraba la forma en que tú…
—Déjalo ya —le advirtió Charlie—. Mis problemas de autoestima son asunto mío…, y no tuyos o de Ruth Bussey. —Charlie se sintió invadida por una repentina emoción que casi le impedía respirar. Se quedó mirando fijamente las manos, examinándose las uñas—. ¿Decía algo el libro sobre empapelar una pared entera con las críticas más feroces vertidas contra la celebridad en cuestión? —preguntó.
Sin embargo, recordó que había otros artículos que hablaban sobre el trabajo que hacía para la comunidad y fotos suyas vestida de uniforme y sonriendo. Sí, seguro que estaban en la pared. Charlie se había olvidado de ellos porque no encajaban con el guión más pesimista: que Ruth Bussey revelaba su dolor y que los recortes pegados a la pared solo estaban allí para humillarla una vez más.
—Si quieres saber todos los detalles, habla con Sellers o con Gibbs —dijo Simon cansinamente—. Al principio hay que colgar todo lo que encuentres sobre la persona que has elegido, tanto lo positivo como lo negativo; fotos de cuando estaba bien y de cuando estaba hecha polvo. Hay que mirarlas cada día, siempre que no tengas nada mejor que hacer, y… —Al ver la expresión de asombro de Charlie, Simon le espetó—: Mira, no la tomes conmigo si te parece absurdo. Solo te estoy diciendo lo que me contó Gibbs.
—Continúa —dijo Charlie.
Se preguntó si Ruth habría hecho una lista de los posibles candidatos. ¿Qué otros desdichados famosos habían ocupado los titulares en septiembre de 2006? Bueno, no es que ella fuera ninguna celebridad, pero, aun así, sentía curiosidad por si había tenido competencia.
—¿Lo miras todos los días y…?
—Te concentras en cómo la persona que has elegido no permitió que sus errores acabaran con ella, en cómo se recuperó…, esa clase de cosas. El resto es previsible: te das cuenta de que nadie es perfecto, de que todo el mundo tiene buenos y malos momentos, incluido tú. Una vez te has metido esa idea en la cabeza, puedes despegar de la pared todo el material que habla mal de la persona elegida. Y en el lugar donde estaba lo que has despegado, cuelgas tus mejores fotos; entonces, la tarea ha terminado: tienes un mural sobre ti y sobre la persona que admiras, ambos en sus mejores momentos y después de haber superado la peor de las crisis. Puede que me haya equivocado en un par de cosas, pero en esencia se trata de eso. El libro especifica que debe ser la pared de tu dormitorio, para que sea la primera cosa que veas por la mañana y la última antes de acostarte.
—Es vergonzoso —dijo Charlie.
Aun así, se sentía un poco mejor. La idea de que alguien la considerara digna de admiración… Ahora tenía totalmente claro que Ruth Bussey estaba loca.
—Bussey escribió tu nombre en la página del libro que explica este ejercicio, con una señal de visto bueno al lado —dijo Simon—. Deberías sentirte halagada.
—¿Cómo está Ruth?
Charlie se sentía culpable porque ahora se interesaba más por ella que antes. De modo que esa era la razón de que el viernes pasado hubiera ido a verla. «Si la persona a la que más admiras trabaja para la policía y tu novio te da un susto de muerte al confesarte que ha matado a alguien, el siguiente paso es obvio». «Y cuando ves que el objeto de tu admiración no tiene ni idea de cómo ayudarte, ¿qué piensas?».
—Gibbs me ha dicho que nadie sabe dónde está Bussey. Y tampoco Trelease.
—No pegó ninguna fotografía suya —dijo Charlie, con voz serena. Se quedó mirando fijamente a Simon—. En la pared. El libro decía que, supuestamente, debías pegar tus fotos favoritas.
—Creo que eso dijo Gibbs, sí.
Charlie sabía por qué Ruth no había llegado a esa fase del ejercicio: dieciocho meses antes, cuando invirtió su dinero en comprar aquel libro, aún no tenía ninguna foto suya que le gustara. Daba igual que se sintiera halagada o no; todas sus fotos eran de una víctima, de alguien a quien despreciar o de quien compadecerse, según el punto de vista. «Hay que haberlo vivido para entenderlo».
—¿Qué? ¿En qué estás pensando?
—En nada.
Simon tenía un aire perplejo. Charlie intuyó que se estaría preguntando cuánto debería insistir para que ella hablara de sus sentimientos con la esperanza de que la respuesta fuera que no era el momento.
—Viviría donde vivo ahora —dijo él, tras unos segundos de incómodo silencio.
—¿Cómo dices?
—Me preguntaste dónde viviría si pudiera elegir cualquier lugar del mundo.
A Charlie le bastó una rápida mirada para comprender que Simon lo decía en serio.
—¿Donde vives ahora? ¿Te refieres a Spilling o a tu casa?
—Mi casa está en Spilling; me refiero a ambos sitios. Me gusta el lugar donde vivo… ¿Por qué querría vivir en otra parte?
—Pues yo viviría en Torquay.
Al decirlo, Charlie notó que su voz se hacía más dura. No se mudaría ni loca a la casa de Simon después de casarse. El baño se encontraba abajo, detrás de la cocina, que era estrecha como una tubería. Además, la casa se situaba al mismo nivel que la calle, y la gente que pasaba podía ver el salón. Y estaba muy cerca de la casa de los padres de Simon. Ni hablar.
—Nunca viviría a orillas del mar —dijo él—. Sería como vivir en un inmenso callejón sin salida de color azul. Me sentiría encerrado.
—Qué va. —¿Qué otras absurdas opiniones de Simon seguía ignorando?—. Podrías tener una barca.
—Mary Trelease mató a Gemma Crowther. Para recuperar su cuadro… Abberton.
«Ahora empieza nuestra conversación íntima», pensó Charlie. Añadió «no viviría a orillas del mar» a la lista de cosas que sabía sobre su prometido.
—El lunes por la noche estaba frente a la casa de Crowther, cuando yo estaba allí… La misma persona que me vio a mí también la vio a ella. Se quedó después de que yo me fuera. Sabía que Seed y Crowther estaban dentro, pasando una agradable velada, con su cuadro colgado en la pared…
—No hubo allanamiento de morada, ¿recuerdas?
—Trelease pudo haber convencido fácilmente a Crowther para que la dejara pasar, a menos que decidiera utilizar el arma de entrada y la obligara a hacerlo a punta de pistola, disparándole después de que la dejara pasar al vestíbulo y luego al salón. Ella quería recuperar el cuadro…, y puede que también estuviera celosa. Si siguió a Aidan Seed hasta Londres, es posible que él signifique algo para ella.
—Puede que te estuviera siguiendo a ti —sugirió Charlie—. Puede que tú seas la persona que más admira en el mundo. No, eso es bastante inverosímil.
Si lo que Charlie pretendía era hacerle rabiar, no lo consiguió. Normalmente, Simon se irritaba con facilidad, a menos que estuviera obsesionado con alguna idea. Charlie conocía los síntomas: los ataques verbales le resbalaban igual que el agua por un paraguas. Y aquella mirada absorta que casi permitía escuchar el zumbido de su cerebro…
—Trelease mató a Crowther y luego se llevó a Seed a algún sitio a la fuerza —dijo Simon—. Tenía un arma, y seguramente también tenía un coche. Fuera a donde fuera con Seed, lo hizo en su coche. Sin embargo, antes metió su cuadro en el maletero del coche de Seed para que todas las sospechas recayeran sobre él.
—¿Por qué crees que Trelease tenía un coche?
—No podría haber apuntado a Seed en la cabeza en plena calle, ¿no te parece? Pero si tenía un coche, pudo sentarse en el asiento de atrás y haberlo obligado a conducir…
—¡No me creo nada de lo que dices!
—Dijiste que los ganchos en las encías de Crowther eran un toque femenino —le recordó Simon—. Dispararon a Crowther y luego alguien se entretuvo en romperle los dientes con un martillo y a sustituirlos por ganchos. Compara eso con la descripción que hizo Seed del estrangulamiento de Mary Trelease: un asesinato cuerpo a cuerpo, mientras ella se defendía, desnuda, a su lado o encima o debajo de él…
¿Ahora resulta que la mató mientras mantenían relaciones sexuales? Otro detalle que acabas de inventarte.
… mientras Seed siente el pulgar apretando su propia piel al cerrar las manos en torno a su cuello…
Te olvidas de que estás describiendo un crimen que sabemos que no se cometió.
—Yo creo que sí se cometió —dijo Simon—. Aidan Seed mató a alguien, exactamente como me lo describió a mí. No a Mary Trelease…, pero sí a otra persona.
—Entonces, ¿por qué decir que se trataba de Mary Trelease?
—Eso es lo que debemos averiguar. Y el próximo paso está claro.
—Para mí no —repuso Charlie.
—Seed se crio en Culver Valley, en una casa de protección oficial… Eso es lo que decía el artículo del Times. Y en otros tiempos las casas de Megson Crescent eran de protección oficial. Seed tiene cuarenta y tantos años… Suponiendo que no matara a nadie antes de los once…
—¿Tan precoces eran en esa época? —dijo Charlie, con voz tétrica.
—Mary Trelease compró la casa de Megson Crescent hace tan solo dos años. ¿Quién más vivió en esa casa? ¿Quién murió allí?
Charlie se quedó mirándolo fijamente.
—¡Dios santo! —exclamó.
—Nos hemos concentrado en el nombre en vez de hacerlo en otros aspectos. En la casa, por ejemplo.
—Pero… —dijo Charlie, negando con la cabeza—. ¿Por qué hacer una confesión completa…, con una dirección, una descripción de la escena, de la forma de cometer el asesinato… para luego mentir sobre la víctima?
—No puedo responder a eso… todavía. Aunque pueda que no sea tan absurdo como parece. Un poco de fantasía y un poco de realidad: es lo mejor cuando hay que decir una mentira. La muerte de Mary Trelease es la parte de ficción. Sabemos que está viva.
—Y la parte que es verdad…
Por mucho que a Charlie le hubiese gustado zanjar la teoría de Simon con una carcajada, no pudo evitar preguntarse si no habría algo de lógico en ella. Ahora no había una cama en la habitación del número 15 de Megson Crescent que daba a la calle, pero antes de que Mary se instalara allí puede que la hubiera. La mayoría de la gente suele poner una cama en su dormitorio.
—Aidan Seed mató a alguien en esa casa —dijo Simon—. Alguien que vivía allí. Hace años, tal y como le dijo a Ruth Bussey.