The Times, 23 de diciembre de 1999
CINCO PROMESAS PARA EL FUTURO
Puede que sus nombres aún no les resulten familiares, pero será por poco tiempo. Senga McAllister habla sobre la fama y el éxito con las nuevas promesas británicas del mundo del arte: novelistas, pintores, actores, cantantes y cómicos.
Hoy me encuentro en los estudios de Hoxton Street para hablar con cinco artistas de extraordinario talento. En estos momentos están realizando una sesión de fotos para una doble página central del especial Nuevos talentos, nuevos estilos, de la revista Vogue. Sin embargo, mientras les fijan el peinado con laca y les depilan las cejas, me dedican gustosamente unos minutos para explicarme cómo se sienten al escalar las vertiginosas cumbres del éxito.
Aidan Seed, 32 años, pintor. El talento de Aidan se manifestó de forma precoz. Antes de ser admitido como artista residente en la National Portrait Gallery de Londres, ostentó el puesto de artista privilegiado en artes creativas durante dos años en el Trinity College de Cambridge. Aidan me cuenta que ese puesto estaba abierto a escritores, artistas plásticos y compositores, de modo que no tuvo que superar solo a otros pintores para hacerse con él. Se echa a reír. «No se trataba de ninguna guerra. Dudo que ese año yo fuera el artista de más talento que se presentó… Tuve suerte, eso es todo. A alguien debió de gustarle mi obra». Dejando aparte su modestia, el inmenso talento de Aidan está causando sensación en los círculos artísticos. El próximo mes de febrero hará su primera exposición individual en la prestigiosa Galería TiqTaq de Londres. Su propietaria, la también marchante Jan Garner, define a Aidan como un artista «excepcionalmente dotado». Le pregunto qué supuso ser un «artista privilegiado». «El Trinity se ha ganado el prestigio que tiene gracias a su excelencia en el campo de las ciencias; el puesto que me ofrecieron es su forma de apoyar las artes. Literalmente, ejercen de mecenas artísticos a la antigua usanza. De mí solo esperaban que pintara, y me pagaban un sueldo. Era el trabajo que todos soñamos». ¿Por qué el puesto se define como «estudiante privilegiado»? «Significa que no eres un estudioso —explica Aidan—. No me concedieron el puesto por mi expediente académico. —Sonríe—. No significa que pensaran que yo era un privilegiado, aunque yo me sentí como tal».
Aidan está orgulloso de sus orígenes proletarios. Su madre, Pauline, que falleció cuando él tenía doce años, trabajaba como mujer de la limpieza. Aidan se crio en una vivienda de protección oficial de Culver Valley. «No tuve mi primer cepillo de dientes hasta los once años —me cuenta—. En cuanto lo tuve, lo utilicé para mezclar colores». Pauline, una madre soltera, era demasiado pobre para comprarle telas y pinturas, por lo que Aidan robaba de la escuela todo el material que podía. «Sabía que robar no estaba bien, pero para mí pintar era algo compulsivo… Tenía que hacerlo, a cualquier precio». Su familia no habría alentado sus inclinaciones artísticas, por lo que guardaba todas sus obras en casa de un amigo, Jim. «Los padres de Jim pertenecían a un mundo totalmente diferente al mío —me explica Aidan—. Ellos siempre me animaron a pintar». Durante su infancia y su adolescencia, Aidan pintaba sobre cualquier superficie que tuviera a mano: cajas de cartón, paquetes de cigarrillos… A los dieciséis años, cuando dejó los estudios, consiguió un empleo en una planta de envasado de carne, donde trabajó hasta que consiguió ahorrar el dinero suficiente para costearse la carrera de Bellas Artes. «Los años que pasé en la planta fueron muy duros —recuerda—, pero me alegro de haber trabajado allí. En la universidad tuve un excelente profesor que me dijo: “Aidan, si quieres ser pintor, debes tener una vida”. Y creo que era una gran verdad».
A pesar de poseer un gran talento, lo más extraordinario de todo es que Aidan nunca ha vendido un solo cuadro, aun cuando ha recibido muchas ofertas de potenciales compradores. Pinta encima de las telas de las que no se siente totalmente satisfecho, y a lo largo de los años ha acumulado unas cuantas. Trabaja despacio y de forma muy concienzuda, y no da por terminado un cuadro hasta que lo considera perfecto. Tengo la sensación de que es un hombre muy exigente con respecto a su obra. «Ahora estoy trabajando en varios cuadros a la vez. Todos han ido evolucionando con el tiempo; son los únicos que creo que tienen el suficiente valor artístico para ser exhibidos en público». Esos cuadros son los que expondrá el próximo mes de febrero en la Galería TiqTaq. Son obras oscuras, introspectivas, atmosféricas y decididamente contracorriente. «La moda me importa un bledo —dice Aidan, con un inequívoco orgullo—. Puedes trabajar con técnicas tradicionales y aun así hacer arte moderno. No entiendo a los artistas que prescinden del saber y la maestría que nos ha legado la pintura durante siglos, como si eso nunca hubiera existido. Mi objetivo es construir algo a partir de lo que ya es historia. No partir de cero. A mi entender, eso sería pecar de arrogancia».
Le pregunto si los cuadros que expondrá en la Galería TiqTaq estarán a la venta, si dejará que, finalmente, la gente pueda comprar su obra. Se echa a reír. «No creo que tenga otra elección —dice, y, realista, añade—: Creo que ese es el propósito de una exposición. Jan [Garner] me diría un par de cosas si me negara a vender». Será mejor que los coleccionistas de arte hagan cola: tengo el presentimiento de que Aidan Seed es un artista del que se hablará mucho en las próximas décadas.
Doohan Champion, 24 años, actor. Doohan posee esa clase de belleza escultural capaz de derretir a las adolescentes. En Gran Bretaña se dio a conocer entre el gran público con el papel de Toby, el problemático adolescente protagonista de Wayfaring Stranger. Los críticos se entusiasmaron con él, y desde entonces ha hecho una carrera meteórica. «Ya no tengo que preocuparme por conseguir un papel —afirma—. Puedo elegir; es una situación privilegiada». Basta con echar un rápido vistazo a la trayectoria de Doohan para darse cuenta de que la fama y el éxito lo esperaban con los brazos abiertos. Alentado por su madre, que trabajaba como recepcionista en una clínica dental, Doohan pasó de interpretar a los personajes protagonistas en las funciones del colegio a estudiar en la escuela de arte dramático Eldwick Youth Theatre —considerada un serio competidor del National Theatre—, donde estuvo cuatro años. «Era una manera genial para evitar hacer los deberes —explica Doohan, riéndose—. Sin embargo, pronto descubrí mi pasión por la interpretación». Una pasión que vio recompensada: Doohan ganó la medalla de oro de su curso. «Me di cuenta de que había elegido bien mi camino cuando un montón de chicas empezaron a invitarme a salir —bromea Doohan—. ¡No podía renunciar a eso!».
Cuando terminó sus estudios, más de treinta representantes querían firmar un contrato con él. Doohan cree que Serpent Shine, la película que se estrenará el año que viene, tendrá una gran acogida. En el filme es Isaac, un joven esquizofrénico que se enfrenta a la posibilidad de perder su casa después de la muerte de su padre, un alcohólico. «Es una historia conmovedora, y muy fuerte», dice. Le pregunto si el camino hacia el éxito es realmente tan atractivo como nos parece desde fuera. «¿Sabes una cosa? —me dice—. Es incluso mejor. Estoy muy solicitado y gano una fortuna. ¡Es una pasada! —De pronto, parece abatido—. Sin embargo, no me gustaría ser demasiado famoso. Me gusta poder ir a tomar una copa a mi bar preferido sin que nadie me moleste». Lo siento, Doohan… ¡Me temo que eso no será posible durante mucho tiempo!
Kerry Gatti, 30 años, cómico. Lo primero que me dice Kerry es que no es una niña, sino un tío. Es algo que puedo comprobar por mí misma al observar su corpulencia y escuchar su voz grave. Desde su niñez se ha sentido avergonzado de su nombre. «Mi madre pensaba que era un nombre neutro, como Hilary o Lesley…, aunque, para ser sincero, esos dos nombres también habrían sido un fastidio», explica, riéndose. «Los nombres de chico, para los chicos; y los de chica, para las chicas, eso pienso yo». Siendo así, ¿por qué no se lo cambió? «Mi madre se lo habría tomado mal», dice. Kerry ha hecho grandes cosas desde que escribió un análisis freudiano sobre la serie de televisión Los siete de Blake cuando estudiaba en la Universidad de Plymouth. Además de ser uno de los protagonistas de The Afterwife, una serie de gran éxito escrita por los mismos autores de Father Ted, emitida por ITV, acaba de terminar una gira con Steve Coogan. Un largo periplo que se inició el pasado mes de septiembre y que ha acabado en un teatro del West End justifica plenamente el aire exhausto de Kerry «Cuando acababa la función, estaba hecho polvo —reconoce—. Todo el día gira en torno a esas dos horas. Después de trabajar es fácil querer pasarse un poco, pero el horario era agotador y no podía descansar demasiado». Kerry me confiesa que siempre le ha gustado hacer reír a la gente. «Solía hacerlo en la escuela, cuando en teoría debería haber estado estudiando. Era uno de esos niños irritantes que no se concentran, pero con los que los profesores no se ensañan demasiado porque son divertidos y hacen reír a todo el mundo. Sí, incluso a los profesores. Al director de la escuela también, ¡aunque habría sido un hueso duro de roer incluso para el más genial de los cómicos!». Visto lo visto, hoy en día no hay otro cómico con más talento que Kerry Gatti. Mientras estudiaba en la universidad, perfeccionó su vis cómica en clubes nocturnos, junto a gente como Jack Tabiner y Joel Rayner. Su agente le ofreció un contrato después de que el público se pusiera en pie cuando interpretó su número en una noche de aficionados en el South Bank Centre de Londres, y de ahí pasó a ser Nero en la serie de la ITV I Thought You’d Never Ask. El programa ganó un premio y poco después Kerry inició una gira por Australia y Nueva Zelanda con Side-splitters. «Ahí estábamos, en un barco en alta mar, tomando cervezas, preguntándonos: “¿De modo que este es nuestro trabajo?”. ¡Jod…, es fantástico!».
Nacido en Ladbroke Grove, a los ocho años Kerry ingresó en un programa para niños superdotados de la ILEA (Inner London Education Authority). «Durante los fines de semana me habría gustado jugar al fútbol con mis amigos, pero en vez de eso tenía que asistir a conferencias de Ted Hughes —explica—. ¡No sabes cómo odiaba eso!». La madre de Kerry nunca trabajó fuera de casa. Cuando era pequeño, su padre era vigilante de seguridad y ahora es socio de una agencia de detectives, Investigaciones Staplehurst. «¿Te refieres a un investigador privado?», le pregunto, impresionada. «Sí —dice Kerry, echándose a reír—, pero se dedican a aburridos casos financieros y de empresa…, un rollo. No es lo que te imaginas: nada de seguir con una cámara a una pareja de adúlteros… Eso sí sería divertido». Puesto que los padres de Kerry nunca tuvieron oportunidad de estudiar, decidieron que su hijo sí la tendría. «Querían que fuera a la universidad y estudiara literatura inglesa, pero yo no quería ni oír hablar de ello». Dejó los estudios a los dieciséis años, aunque los retomó un año después, tras descubrir que el desempleo no era exactamente la vida relajada con la que había soñado. «Vale, me rendí —admite Kerry, riéndose—. Fui a la universidad, pero no para estudiar ese rollo de literatura, aunque supongo que había mucha en mi licenciatura en arte dramático…, sino para aprender cosas prácticas y de la vida real, que es lo que realmente me gustaba».
¿Y qué está preparando ahora mismo Kerry? Un cameo en una nueva serie de la BBC, The Reclining Avenger. Y muchas otras cosas, demasiadas para enumerarlas todas, me dice, con aire perezoso. «El año que viene todo el mundo me odiará, porque estaré en todas partes». Cuando le pregunto adónde le llevará toda esta actividad, sonríe. «Me gustaría interpretar a Blake en un remake de Los siete de Blake. Esa es mi máxima aspiración».
Pippa Dowd, 23 años, cantante. Limited Sympathy es el único grupo musical integrado exclusivamente por mujeres de Loose Ship, la vanguardista discográfica de Nicholas Van Der Vliet, que también produce a Stonehole y a Alison «Whiplash» Steven. Pippa Dowd es la solista de Limited Sympathy. «No me preguntes qué somos —dice, en tono quisquilloso, cuando me atrevo a iniciar la entrevista con esta sin duda previsible pregunta—. Me da igual si desde el punto de vista del marketing no es bueno decir que no nos parecemos a ningún otro grupo. Es así, y basta. Si quieres saber qué somos, escucha nuestro álbum». Puesto que ya lo he hecho, me armo de valor y le digo que, en mi humilde opinión, la música de Limited Sympathy tiene algo en común con la de The Smiths, New Order, Prefab Sprout y otras formaciones de esa clase. «¿Y a qué clase pertenecen? —me pregunta—. ¿Te refieres a la de los grupos que hacen buena música? Sí, espero que pertenezcamos a la categoría de los que hacen buena música». Tras haber aparecido ya en la portada de la revista Daze and Confused, los pronósticos anuncian que Pippa y Limited Sympathy arrasarán el próximo mes de marzo, cuando salga al mercado su primer single, «Unsound Mind». Le pregunto a Pippa si sueñan con alcanzar el número uno de la lista de ventas, esperando que la pregunta sea menos polémica que la anterior. «Es importante diferenciar los objetivos que te marcas en el plano profesional de los resultados finales —dice—. Lo único que puedes controlar es tu interpretación: en cuanto acaba, pasa lo que tiene que pasar. Quiero ser la mejor cantante y compositora del mundo. Soy ambiciosa, y me enorgullezco de serlo. Siempre he querido ser la mejor. También sería genial ser la cantante de más éxito, pero para mí eso es menos importante que la calidad de mi trabajo».
Pippa ha trabajado muy duro para conseguir el éxito. Nacida en Frome y criada en Bristol, se propuso meter la nariz en el mundo de la música desde los dieciséis años, cuando dejó los estudios. «A veces las cosas ocurren de la forma más extraña —explica—. Tras ocho años intentándolo, estaba planteándome renunciar; estaba harta. Inscribirte en infinitos conciertos estudiantiles no ayuda a levantarte la moral. Cuando estaba a punto de dejarlo y hacer algo sensato con mi vida, conocí a las chicas». Al decir «las chicas», se refiere a las otras cinco componentes de su grupo: Cathy Murray, Gabby Bridges, Suzie Ayres, Neha Davis y Louise Thornton. Pippa las conoció durante una grabación en los estudios Butterfly, en Bristol. Gabby Bridges, que ya había firmado con Sony y estaba a punto de firmar otro contrato con Loose Ship, se quedó muy impresionada al escuchar la voz de Pippa y le propuso que se uniera al grupo que acababa de crear, que por entonces se llamaba Obelisk. El nombre de Limited Sympathy fue idea de Pippa. «Obelisk me parecía un nombre estúpido —dice—. ¿Qué significa? ¿Uno de los muchos monumentos que hay en Francia? No quería formar parte de un grupo con ese nombre, y al final resultó que al resto de las chicas tampoco les gustaba. Un día les estaba hablando mal de mis padres, que nunca habían alentado mi carrera musical. Les conté que cuando yo estaba muy hecha polvo, mi padre solía decir que sentía una compasión limitada por mí: en el fondo me lo había buscado, porque había decidido perseguir un sueño inalcanzable en vez de convertirme en un aburrido contable como él. La expresión que había usado, “compasión limitada” —Limited Sympathy—, se me quedó grabada, porque era muy hipócrita. Lo que en realidad quería decir era que no sentía ninguna compasión. ¿Por qué no lo dijo claramente? En cualquier caso, la propuse como nombre del grupo y a las chicas les encantó». Un par de meses después, Limited Sympathy firmaba un contrato por tres álbumes.
Aunque parezca asombroso, además de ser su solista, Pippa también es la mánager del grupo. «Al principio teníamos un mánager —dice—, pero no funcionaba. No era tan eficiente como yo, y era yo quien acababa haciendo su trabajo. Al final decidimos prescindir de él». El primer álbum de Limited Sympathy, que salió en enero, tiene un título muy intrigante: Why Didn’t You Go When You Knew I Wanted You To? (¿Por qué no te largaste cuando sabías que yo quería que lo hicieras?). Pippa dice que no puede contarme por qué se titula así, porque no se corresponde con el título de ninguna de las canciones. «No sería justo que te contara la historia —dice—. El título está inspirado en algo que ocurrió realmente con nuestro exmánager».
A pesar de que Pippa se niega rotundamente a hablar de hasta dónde quiere llegar —«el resultado final», tal y como ella lo llama—, le pregunto si, para alguien que forma parte de un grupo musical, la máxima recompensa sería que una de sus canciones sonara como música de fondo en la serie EastEnders. «No lo creo —dice, en tono expeditivo—. No hasta que la acción transcurra en un entorno menos cutre. ¿Te has fijado en los espantosos papeles pintados que hay en la mayoría de las casas? No quiero que la gente asocie mis canciones con eso». ¿Me lo dices o me lo cuentas?
Martha Wyers, 31 años, escritora. Esta escritora de ficción acumula más premios y reconocimientos que algunos autores que le doblan la edad. El primer premio lo ganó a los once años, en un concurso de redacciones escolares, y desde entonces no ha hecho sino coleccionar galardones. ¿Cuántos, en total?, le pregunto. Su expresión parece avergonzada. «No lo sé… Puede que unos treinta», responde, sonrojándose. Entre ellos se encuentran los premios de relatos breves Kaveney Schmidt y Albert Bennett. Ahora ha apostado fuerte: su primera novela, Hielo en el sol, fue publicada en tapa dura el año pasado por Picador y ahora acaba de salir en edición de bolsillo. El editor Peter Straus define el libro como «un excelente debut, la mejor novela de un autor novel que he leído en mucho tiempo». «Creo que es una novela muy literaria, aunque espero que también sea de fácil lectura —explica Martha—. La historia me tenía atrapada mientras la escribía, y quiero que también atrape a los lectores». Habla de su novela con entusiasmo y reconoce que estaba «totalmente obsesionada» con ella mientras la escribía. El libro narra la historia de Sidonie Kershaw, una mujer de veintisiete años que se enamora locamente del enigmático Adam Sands cuando coinciden en una entrevista de trabajo (que acaba consiguiendo él). Sidonie no consigue quitárselo de la cabeza, aunque para ella no es precisamente el primer hombre de su vida. Lo persigue sin cesar, hasta que acaba asustándolo y provocando su rechazo, lo cual la sume en un abismo de desesperación. «Suena un poco deprimente», me atrevo a comentarle. «Los libros malos son los únicos que resultan deprimentes —comenta Martha, muy convencida—. Fíjate en American Psycho… Te aporta muchas cosas, porque es una obra de arte. Está escrito con mucha brillantez; es un libro memorable, con mucha fuerza. El mundo está tan lleno de sufrimiento y de horror…, emocional, físico, llámalo como quieras. A mí me deprimen los escritores que no abordan estos temas».
Nacida y criada en los alrededores de Winchester, se diría que nació con una taza de té de plata en la mano. Su padre es agente financiero, y Martha describe a su madre como «una aristócrata que nunca habría tenido que trabajar si no hubiese querido», aunque en realidad siempre lo ha hecho: en la actualidad dirige una escuela de taichí que ella misma fundó. La residencia familiar es una mansión de Hampshire que cuenta con dieciocho habitaciones. El jardín que lo circunda acoge regularmente montajes de obras de Shakespeare y óperas al aire libre. La madre de Martha es una apasionada de las artes y siempre quiso que su única hija se dedicara a alguna actividad creativa. Exalumna de Villiers, el exclusivo internado de Surrey, decidió que su hija también estudiara allí para seguir la tradición familiar. «Me encanta Villiers —dice Martha—. Si alguna vez tengo una hija, será ahí donde estudie». ¿Con los ingresos de una escritora?, le pregunto. «Soy una mujer afortunada —admite Martha—. Gracias a mi familia, para mí el dinero no es un problema, aunque me molesta que la gente dé por sentado que siempre he tenido una vida fácil. Los problemas económicos no son los únicos que existen. Conozco a escritores que, aunque económicamente están peor que yo, son mucho más felices». Así pues, ¿no es feliz? La mayoría de la gente lo sería después de haber firmado un contrato por dos libros con uno de los mejores editores del país y una primera novela que ha recibido unas críticas entusiastas. «Estoy angustiada hasta la obsesión con mi próximo libro… Aún no sé sobre qué va a tratar —reconoce Martha—. ¿Y si no es una buena novela? Tengo miedo de escribir una nueva versión del primero, solo que peor. A los treinta y cinco años, podría revelarme como un fiasco total». Le pregunto por su vida amorosa: ¿existe un equivalente de Adam Sands? «Si lo que quieres saber es si tengo novio, la respuesta es no —dice—. Sin embargo, en el pasado viví un infierno por haber amado demasiado a un hombre, y la novela, en ese sentido, es autobiográfica. ¿Entiendes lo que quiero decir? —Sonríe, y luego añade—: Hay algunas situaciones en las que el dinero no sirve de nada».
Me muero de ganas de hacerles una última pregunta a todas estas estrellas emergentes, inspirada en parte por las últimas palabras de Martha, de modo que los reúno a todos para planteársela. Quiero saber qué harían si tuvieran que elegir entre tener éxito profesional, la fama y los aplausos de sus admiradores —es decir, todos sus sueños hechos realidad— pero una vida personal desgraciada, y una vida privada llena de amor y felicidad aunque sin ningún reconocimiento profesional, una carrera abocada al fracaso. «Es una pregunta infantil», dice Pippa. Aidan niega con la cabeza. «No la has planteado bien —comenta—. Lo realmente importante no es la fama y el éxito». «¡Habla por ti!», exclama Doohan. Le digo a Aidan si le importaría volver a formular mi pregunta. «Lo que a mí me importa es poder hacer mi trabajo y no sus resultados a nivel comercial —explica—. Sí, es genial que el público valore lo que hago, pero lo único que me importa es poder pintar». Le pregunto si le importa más que su felicidad. «Sí —responde—. Si tuviera que elegir, antepondría mi trabajo a todo lo demás. El placer de crear una obra, la sensación de que estoy consiguiendo algo grande con mi arte…, eso es lo más importante, independientemente de que el resto del mundo lo sepa o no». La otra cara de la moneda la encarna Kerry, que se echa a reír al escuchar la respuesta de Aidan. «¿Hablas en serio cuando dices que trabajarías todo el día aunque nadie le prestara la menor atención a tus cuadros? Yo no, amigo. Yo siempre escogería la felicidad antes que el trabajo. Con todo el respeto por este especial sobre jóvenes artistas, y por muy honrado que me sienta por formar parte de él, yo soy solo un cómico, jod… No es que mi trabajo no sea importante, pero no soy un médico que descubre una cura contra el cáncer». Doohan se niega a elegir. «Yo lo quiero todo —dice—. Y puedo tenerlo todo, según el dilema que nos has planteado. Si doy saltos de alegría, eso significa que soy feliz en todos los aspectos de mi vida, y eso incluye mi trabajo. Por lo tanto, eso significa que todo marcha bien. ¿No es así?». ¡Este Doohan es un descarado!
Martha es la única que parece indecisa. «El trabajo —dice, finalmente—. Esta es mi respuesta oficial». Y no añade nada más. Obviamente, siento curiosidad. Sin duda alguna, pienso leer su novela, además de sumergirme en los increíbles y variopintos talentos de sus cuatro compañeros que van en busca de la fama y el éxito, destinados, sin lugar a dudas, a convertirse en artistas de renombre en un futuro próximo. Recuerden que fue aquí donde oyeron hablar de ellos por primera vez…