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5/3/08

—El subinspector Dunning ya ha oído todo lo que tengo que decir —le dijo Simon a la inspectora Coral Milward.

Dunning estaba sentado a su lado, con los brazos cruzados, como si llevara una camisa de fuerza. Olía a la misma nauseabunda loción para después del afeitado que llevaba el día antes. «Su versión personal de un arma química», pensó Simon.

Dunning había interrogado a Simon y a Charlie la noche anterior, juntos y por separado. Cada vez, la habitación en la que hablaban era más deprimente. La que ahora ocupaban no era más grande que un retrete; el suelo estaba recubierto de una extraña sustancia que parecía hecha de cerdas de cepillo entrecruzadas. Los bordes se habían descolorido hasta adquirir el color de la herrumbre; en el medio, en torno a un par de agujeros ribeteados de negro, sobresalían unas ásperas hebras. Además de ser muy fea, en la habitación hacía mucho calor. Todo el mundo sudaba, sobre todo Simon, aunque a él no le importaba. En cuanto al olor corporal, como con todo lo demás, estaba orgulloso de desprenderlo proporcionalmente al que recibía.

—No es necesario que vuelvan a interrogarnos —dijo Simon—. Ya le hemos dicho todo lo que sabemos.

Era consciente de los detalles que Charlie había omitido: el retrato que Mary Trelease había hecho de una mujer muerta llamada Martha Wyers, la pared del dormitorio de Ruth Bussey… Sabía que su silencio era producto de la vergüenza. Seguramente no existía ninguna relación entre Martha Wyers y el asesinato que Dunning y Milward estaban investigando; Charlie no estaba dispuesta a que la tomaran por estúpida, y mucho menos a hablar con un par de desconocidos hostiles sobre la colección de artículos que Ruth Bussey había reunido sobre ella.

Simon no se sentía cómodo con el papel que desempeñaba en esa mentira. Incluso un gilipollas como Neil Dunning tenía derecho a que no obstaculizaran su trabajo. Por otro lado, si Dunning acababa demostrando interés por Bussey y Trelease, tal y como Simon le había recomendado repetidamente que hiciese, acabaría descubriendo por sí mismo la historia de Martha Wyers y la colección de recortes de periódico de Ruth Bussey y habría podido decidir si era algo importante o no.

La noche anterior Dunning solo parecía interesado en hablar sobre el comportamiento «irregular» que Simon había tenido el lunes. Insistía en definirlo así, incluso después de que Simon le explicara que siempre solía llevar las cosas demasiado lejos. «Es curioso descubrir en qué situaciones acabas metiéndote». Nunca pensó que acabaría en una comisaría que no fuera la suya, hablando de sus imprudencias con otro subinspector para demostrar que los comportamientos poco ortodoxos eran algo propio de él y que nunca habían desembocado en una muerte violenta.

Simon sabía que a pesar de que Dunning no creía que hubiera asesinado a Gemma Crowther, pretendía que él sí lo creyera. En cuanto a Coral Milward, era una incógnita. Era una mujer gorda, de mediana edad; rubia, con el pelo corto, y con tres cadenas de oro colgadas del cuello y tres anillos de oro, con camafeos que representaban sendos rostros femeninos, en unos dedos regordetes y de uñas largas. Seguramente serían de coral, para hacer honor a su nombre, pensó Simon. Nunca había visto ni oído hablar de la inspectora Milward, quien, a diferencia de Dunning, no dejaba de sonreír, como en aquel mismo instante.

—¿Nunca les pide a sus testigos que repitan su versión de los hechos? —le preguntó, con un leve acento del suroeste.

—Me alegro de que haya dicho «testigo» y no «sospechoso».

Otra sonrisa.

—He querido ser diplomática. Quiero enseñarle una fotografía.

—¿De Len Smith? —preguntó Simon.

—No.

—Enséñeme una fotografía de Len Smith; así podría decirle que el hombre que usted cree que es Len Smith en realidad es Aidan Seed.

Milward dudó antes de responder.

—No tenemos ninguna fotografía de Len Smith.

—Porque no hay ningún Len Smith. ¿Han encontrado a Seed? ¿Lo han buscado?

Simon solo estaba alerta y en forma cuando se sentía atacado; era cuestión de aprovecharlo. En eso consistía su vida: una lucha por vencer al acoso. Si miraba bien a su alrededor, era posible reducir la intensidad del acoso. Milward consultó sus notas.

—Aidan Seed. El enmarcador.

—El Aidan Seed que ha asesinado a Gemma Crowther. El único Aidan Seed que conozco y del que he estado hablando hasta quedarme ronco. —Simon no pudo aguantarse y añadió—: Si conociera a más de un Aidan Seed, se lo habría dicho. Solo para evitar confusiones. Déjeme ver esa fotografía.

—Luego —repuso Milward—. Por cierto, tenía razón con respecto al coche de Seed. Estaba aparcado frente a la casa de Gemma Crowther.

—Y aún seguirá allí. Seed no irá a por él. —Simon oyó suspirar a Charlie. Ella no soportaba que jugara a ser adivino—. Si me preguntaran, diría que Seed sigue en Londres: es el mejor lugar del mundo para mezclarse con la multitud y desaparecer. Además, Seed pensará que es más probable que lo busquen en su casa o en los puertos o aeropuertos, en la estación de St. Pancras…

—Ya basta —lo interrumpió Milward—. En el caso de que estuviera en lo cierto y Seed sea nuestro hombre, ¿por qué dejaría su coche en el lugar del crimen? Primero, le serviría para huir, y segundo, ¿por qué dejar una prueba de su presencia cuando podría haberse llevado el coche, sin que nosotros llegáramos a saber nunca que había estado allí?

Simon contó con los dedos.

—Primero: no necesitaba el coche si pensaba esconderse en la ciudad; nadie va en coche al centro de Londres. Sabemos que Seed no lo hace: lo pude ver el lunes por la tarde. Compruebe las grabaciones de las cámaras de tráfico entre Ruskington Road y la parada de metro de Highgate: seguro que lo tomó media hora después de haber matado a Gemma Crowther, o puede que cogiera un autobús en Muswell Hill Road.

—Simon —murmuró Charlie—. Eso no lo sabes.

—Segundo: estoy de acuerdo en que el coche es una prueba de que estuvo en el lugar del crimen, lo cual puede significar dos cosas: o espera que lo den por desaparecido, o incluso por muerto, como una víctima del asesino o como autor del asesinato…

—Un poco traído por los pelos, ¿no? —dijo Milward, frunciendo el ceño.

—Personalmente, prefiero la segunda posibilidad: él sabía que en cuanto Gemma Crowther apareciera muerta, sería el primero de la lista de sospechosos, encontraran o no su coche.

Dunning se rascó la nariz. Milward volvía a tener una expresión risueña: parecía un cerdito satisfecho.

—Tengo razón, ¿verdad? —dijo Simon—. Existe un vínculo entre Aidan Seed y Gemma Crowther, un vínculo que habrían tardado mucho en descubrir si no les hubiera dado el nombre de Seed.

Al otro lado de la mesa se hizo el silencio.

—Está bien —continuó Simon—. Como quieran. ¿Cuánto piensan esperar para ir en busca del coche de Seed? ¿O ya lo han incautado?

—No perdamos el tiempo con chácharas inútiles —dijo Milward—. Ya sabe que no puedo contarle nada. Aunque sí me gustaría saber lo que piensa.

Simon pensaba muchas cosas.

—En el caso de que exista un vínculo entre Seed y Crowther, ¿sería ese vínculo un motivo de asesinato?

Milward se humedeció el labio inferior con la lengua antes de responder.

—Supongamos, hipotéticamente, que así es.

—Gemma Crowther no podía saberlo —repuso Simon—. Ella lo conocía como Len Smith; lo invitó a su casa. Ignoraba que hubiera un vínculo entre los dos que le diera a él un motivo para matarla. Su novio tampoco lo sabía… El único que lo conocía era Seed.

—Usted está en la inopia —dijo Dunning, impaciente y volviendo sus ojos de crupier de Las Vegas hacia Simon, unos ojos que ya habían visto lo peor que la humanidad podía dar de sí—. Una de dos: o Gemma Crowther conocía a Aidan Seed o no lo conocía. Si lo conocía, no tiene mucho sentido que se cambiara el nombre para engañarla. Y si no lo conocía, ¿por qué molestarse?

—Usted es capaz de ir más allá —repuso Simon—. O tal vez no. Es posible conocer un nombre pero no la cara que se esconde detrás de él.

—No hay ninguna razón para pensar que Gemma había oído el nombre de Aidan Seed, y, por consiguiente, tampoco la hay para suponer que él se lo cambiara —dijo Dunning—. Esta es mi primera objeción. —Se dio un golpecito en el pulgar, en una parodia de quien está contando—. Segunda objeción: suponiendo que Aidan Seed y Len Smith sean la misma persona, y eso es mucho suponer, ¿cómo puede estar seguro de que Gemma Crowther y su novio, Stephen Elton, no conocieran su secreto? —La mirada que dirigió a Milward sugería que habría aceptado de buen grado una respuesta suya, en el caso de que Simon no tuviera ninguna—. Tercera objeción: usted vio a Aidan Seed el lunes por la tarde en la Casa de los Amigos…, pero eso no demuestra que sea Len Smith. Podrían ser dos personas distintas… Y es posible que ambas estuvieran allí.

—Pero han encontrado un vínculo entre Seed y la víctima —respondió Simon, dirigiéndose a Milward—. Era el coche de Seed, y no el de Len Smith, el que estaba aparcado frente a su casa. Seed fingía ser un cuáquero para estar cerca de Crowther y matarla.

—A menos que Seed le haya mentido a usted —dijo Dunning—. Usted declaró que cuando él le dijo que solo creía en el mundo real, Ruth Bussey estaba escuchando.

—Sí. ¿Y?

—¿Sabía que los padres de Ruth Bussey son unos cristianos evangélicos muy devotos?

—No.

—Sí —dijo Charlie.

—¿Y que no se ve ni se habla con ellos desde hace varios años?

—Sí.

—No —repitió Simon.

Su respuesta, sin duda alguna, le había alegrado el día a Dunning.

¿Por qué demonios no se lo había dicho Charlie? Seguramente pensó que el entorno familiar de Ruth Bussey no tendría nada que ver con todo aquel asunto. Habían hablado mucho sobre lo ocurrido la noche anterior y aquella mañana, en especial sobre la posibilidad de que estuvieran arruinando para siempre sus respectivas carreras. No podían retomar su trabajo mientras estuvieran «ayudando» al subinspector Dunning: cualquier decisión oficial tendría que esperar a los resultados de sus pesquisas.

—Si mi novia hubiera dado la espalda a su pasado religioso, ¿no decidiría mentir a los cuáqueros si quisiera frecuentarlos? —preguntó Dunning—. Y con más motivo si fuera uno de ellos o pensara alistarme en su causa.

—¿Alistarte? —intervino Milward—. No es el ejército, Neil.

—De modo que se está interesando por Ruth Bussey —dijo Simon—. Pensaba que ni siquiera se había quedado con su nombre. ¿Saben dónde está? Muy lejos de Seed, esperemos. Es un tipo peligroso, y no es un cuáquero. Estaba fingiendo: nombre falso, religión falsa. ¿Y por qué Len Smith? ¿Hay algún Len Smith en el pasado de Aidan Seed? ¿Lo han averiguado?

—No, no lo hemos hecho —repuso Dunning, sin inflexión en la voz.

Cuando él decía algo, Milward parecía sentirse incómoda, y viceversa. ¿Se trataba de algún concurso?

—Aparte de Seed, ¿había alguien que tuviera un motivo para desear la muerte de Crowther? —preguntó Simon.

—No tengo respuesta para eso —dijo Milward, dirigiendo a Simon un gesto afirmativo muy poco convincente. ¿Serían imaginaciones suyas?

—El novio, Stephen Elton… ¿Por qué no volvió a casa con ella después de la reunión cuáquera? Vivían juntos. Si se quedó para ordenar la sala, ¿no creen que Gemma Crowther y Len Smith lo habrían esperado para volver juntos? ¿Es posible que Seed y Crowther tuvieran una aventura y Elton lo hubiera descubierto?

Milward cruzó los brazos, esperando que cesaran las preguntas.

—¿Qué hizo Stephen Elton desde que acabó la reunión hasta la medianoche? No es posible que tardara dos horas en guardar unas cuantas sillas y volver a casa.

—¿No?

—No sabe dónde estuvo durante todo ese tiempo —dijo Simon—. Es un posible sospechoso… Normalmente se investiga a los familiares, si no se trata de un ajuste de cuentas entre narcotraficantes o mafiosos. Él también tenía un motivo para matar a Crowther, ¿no?

—Discúlpenle —dijo Charlie, dirigiéndose a Dunning—. Se deja llevar.

—Me gustaría saber todo lo que pueda contarme sobre Seed. —Milward había empezado a comportarse como si Simon y ella estuvieran solos en la sala—. Usted lo conoce; nosotros no. Olvídese de que su coche estaba aparcado frente a la casa de Gemma, olvídese de que estuvo en una reunión cuáquera con un nombre falso… ¿Qué puede decirme de él como persona? ¿Es un asesino?

—No lo sabemos —dijo Charlie—. Simon no lo sabe. —¿Había un deje de satisfacción en su voz?—. Él nos dijo que había matado a una mujer que está viva. Aunque de una forma intermitente, parece que su novia le tenga miedo, aun cuando ha insistido varias veces en que no sería capaz de hacerle daño a ella ni a nadie. Ya le hemos contado todo eso…

—Creo que Seed es un asesino —dijo Simon—. Vale, no lo sé. Pero me describió un asesinato hasta el más mínimo detalle… Todo era demasiado gráfico para ser producto de su imaginación… Es lo que pensé cuando me lo contó. Sin embargo, Mary Trelease está viva, lo cual significa que Seed también es un mentiroso, a no ser que esté loco. Pero si es un mentiroso, es de la mejor especie.

—¿Y qué especie es esa? —preguntó Milward.

—Pues alguien que sabe hilar perfectamente la mentira con la verdad y que cuenta con que desde fuera solo se percibirá la verdad, pero no las puntadas. Antes de matar a Gemma Crowther ya ha matado a otra mujer, o puede que a más de una. Puede que incluso mate a Ruth Bussey y a Mary Trelease, y esa es la razón por la que deben dar con ellas.

—Aidan Seed, el enmarcador. Ustedes visitaron su taller el lunes por la tarde.

—¿Por qué sigue diciendo eso? —preguntó Simon—. ¿Acaso está insinuando que no es enmarcador?

—¿Qué hay de la fotografía que quería mostrarnos?

—En seguida —dijo Milward, volviéndose hacia Charlie, que era quien había hecho la pregunta—. No entiendo qué papel desempeña usted en todo este asunto. Estaba preocupada por Ruth Bussey cuando fue a verla, pero no le tomó declaración. Y luego se entera de que Aidan Seed también había ido a comisaría y había hablado con alguien del departamento de investigación criminal, el subinspector…

—Chris Gibbs —dijo Simon, en tono cansino.

—Exacto. Gibbs y el subinspector Waterhouse comprobaron lo que les dijo Seed. Después, el subinspector Waterhouse informó a Seed de las comprobaciones. Fin de la historia. Y aunque no hubiera sido así, era el equipo de investigación quien debía ocuparse del caso. ¿Por qué fue a casa de Mary Trelease el lunes por la mañana cuando debería haber ido a trabajar?

—Pasé por allí camino del trabajo —la corrigió Charlie—. Sabía que Ruth Bussey estaba asustada…

—Pero no le tomó declaración —dijo Milward.

—Salió corriendo antes de que pudiera hacerlo. Tuve un mal presentimiento con respecto a lo que me contó, y, después de hablar con Simon lo tuve con respecto a todo el asunto. Quería ver a Mary Trelease con mis propios ojos y oír lo que tenía que decirme.

Milward consultó de nuevo sus notas.

—Una conversación que le dejó la impresión de que Aidan Seed había matado a alguien, que evidentemente no era Mary Trelease.

—Exacto. Ella me dijo: «A mí no». Está claro que daba a entender que había matado a otra persona. Oiga, ¿puede decirnos al menos lo que están haciendo para encontrar a Ruth y a Mary? Esta mañana, Sam Kombothekra ha ido a sus respectivas casas y al lugar de trabajo de Ruth y no había ni rastro de ellas.

—Dígame, ¿el inspector jefe Proust sabe que el inspector Kombothekra le ha hecho un par de favores a usted en vez de ocuparse de sus asuntos? —preguntó Milward—. Tal vez tendría que llamarlo y preguntárselo.

Eso hizo callar a Charlie.

—Puede que en provincias no, pero en Londres los agentes de policía trabajan en los casos que les han sido asignados y no en lo que les apetece. A mi entender, y corríjame si me equivoco, su departamento no ha abierto ninguna investigación sobre Bussey, Seed o Trelease ni les ha puesto bajo vigilancia. Sobre todo a Mary Trelease… Incluso usted, subinspector Waterhouse, tendría que sudar tinta para convencerme de que es pertinente para mi caso.

—No es posible que sea tan obtusa —dijo Simon—. Ruth Bussey y Aidan Seed comparten la misma obsesión por Mary Trelease. Si ellos están implicados en el caso, ella también tiene que estarlo; no puede dejarla de lado. Busque una conexión entre Trelease y Crowther, si es que aún no lo ha hecho.

—Así pues, ¿ahora resulta que Mary Trelease ha matado a Gemma Crowther? —intervino Dunning—. Decídase.

—Sabe que no es eso lo que estoy diciendo. —Simon miró fijamente a Milward—. ¿Lo sabe o es demasiado corta para deducirlo? Si un hombre finge haber matado a una mujer y luego mata a otra, la primera pregunta que me plantearía es: ¿qué relación hay entre esas dos mujeres?

A Olivia Zailer nunca le habían pedido que hiciera una lista de las palabras que menos le gustaban, pero si lo hubieran hecho, lógica y búsqueda habrían figurado entre ellas, por lo que tenían de exceso en cuanto a tiempo y esfuerzo. Y aun así, allí estaba, inmersa en ambas y, hasta cierto punto, disfrutando con ello. La escasez de buenos programas de televisión ayudaba, así como los cócteles a base de licor de frambuesa que se había tomado: Olivia pensó que no afectarían demasiado a su materia gris.

En Wikipedia no había ninguna entrada sobre Martha Wyers; el mundo virtual parecía ignorar que hubiera vivido o muerto alguna vez. Olivia no conseguía encontrar nada sobre el suicidio o el asesinato de aquella mujer. Llamó a varios amigos que se dedicaban al periodismo literario, pero nadie supo decirle nada. Un par de ellos admitieron que aquel nombre «les sonaba», aunque fueron tan vagos que Olivia no los creyó; seguramente no querían admitir que nunca habían oído hablar de una escritora que, por lo que sabían, podría haber ganado un prestigioso premio o haber accedido a la lista de los libros más vendidos con su última obra.

La página web de Amazon, cuando menos, sí sabía quién era Martha Wyers. Solo había publicado una novela, en 1998: Hielo en el sol. No estaba disponible, ni siquiera a través de Amazon; estaba descatalogada y tampoco había un ejemplar usado a la venta. Liv pensó que debió de haber sido un estrepitoso fracaso. Había una breve sinopsis del libro, bastante interesante, aunque no tanto como el único comentario que había dejado un lector, fechado el 2 de enero de 2000 y firmado por Senga McAllister: cuatro entusiastas párrafos sobre la sombría y desazonadora belleza del libro.

Liv conocía a Senga. Habían trabajado juntas poco antes de que ella empezara a hacerlo como freelance. Senga aún estaba en el Times, y se acordaba tanto de Liv como de Martha Wyers. No sabía nada sobre la muerte de Wyers, pero dijo que no le sorprendía. Lo primero que preguntó fue si se había quitado la vida.

Así pues, suicidio, pensó Liv, releyendo la nota publicitaria sobre Hielo en el sol. Un suicidio sombrío y desazonador, nada de asesinato.

En aquel momento estaba esperando que Senga le enviara por correo electrónico el artículo del Times que había escrito hacía unos años, que incluía una entrevista con Martha Wyers. Antes de leer su novela, Senga había quedado para hablar con ella. «Pensé que era la clase de persona que un día podía quitarse la vida». Olivia se sonrió, satisfecha de sus dotes detectivescas.

Cuando apareció en su pantalla, clicó en el icono de «nuevo mensaje». Empezó a leer lo que le había mandado Senga y vio que estaba incompleto: solo había un titular, una entradilla, luego un espacio y finalmente un fragmento del artículo sobre Martha Wyers…

¿Y si…? Trató de ahuyentar la idea de su cabeza, pero no lo consiguió. Agitando un puño con aire triunfal, se imaginó que había dado en el clavo. ¡Dios, qué buena era! Para celebrarlo, se serviría otra copa mientras esperaba a que llegara Dom. «No, todavía no. Lo primero es lo primero. Que nadie pueda acusar a Olivia Zailer de anteponer la perentoria necesidad de tomar algo a la altruista cruzada por descubrir la verdad», se dijo. Le mandó un correo electrónico a Senga pidiéndole que le mandara el artículo completo. Merecía la pena intentarlo. Si al final resultaba que estaba en un error, Charlie no tenía por qué saberlo.

—Ya ha tenido su momento de gloria —le dijo Milward a Simon con frialdad, por lo que él dedujo que ni siquiera se le había pasado por la cabeza buscar un vínculo entre Gemma Crowther y Mary Trelease. Obtusa. No le había gustado que la llamara eso. Al diablo—. Inspectora Zailer, ¿le pidió al inspector Kombothekra que vigilara a Ruth Bussey y a Mary Trelease?

—Sí, así es —repuso Charlie—. Si se lo cuenta al inspector jefe Proust, asegúrese de echarme la culpa a mí y no a Sam. No le dejé otra elección. Le convencí de que las encontraría a las dos con Aidan Seed amenazándolas con un cuchillo.

—Sus métodos poco ortodoxos son legendarios —le dijo Milward—. Según he oído decir, también incluyen acostarse con sospechosos de asesinato.

—Entonces es que ha oído mal. Supongo que se refiere a un violador en serie con el que estuve saliendo un tiempo. Nadie creía que fuera un asesino; en cualquier caso, no era nada serio. Solo una aventurilla, ya sabe.

Simon se puso tenso. ¿Por qué Charlie no dejaba definitivamente atrás esa historia?

—Comprendo —repuso Milward—. Lo entendería mal.

—Antes ha mencionado una fotografía —dijo Charlie—. ¿Dónde está? Me gustaría verla.

—Y la verá.

—¿A qué está esperando? ¿No cree que es mejor que nos diga cómo están las cosas en vez de divagar? Tal vez así llegaríamos a alguna parte.

—¿A qué hora salió de la casa de Ruth Bussey el lunes por la noche?

—¡Ya estamos otra vez! A las diez y media.

—Y luego se fue directamente a su casa. —Milward estaba repasando sus notas—. El subinspector Waterhouse se reunió con usted poco después de las once y pasaron la noche allí.

—Así es.

Seguramente, Milward y Dunning se preguntaban cómo se sentiría Simon compartiendo la misma cama —y su vida— con la examante de uno de los peores psicópatas que había en las cárceles británicas. De hecho, el propio Simon también se lo preguntaba.

—Y entonces, el martes por la mañana, llamó al trabajo, fingiendo estar enferma. ¿Por qué?

—No lo fingí. Me encontraba mal, aunque luego me sentí mejor.

—Lo bastante mejor para viajar a Londres —dijo Milward, sarcásticamente.

—Sí. Decidí ir de compras. En Spilling no hay tiendas de verdad, solo chozas inmundas que venden máscaras pintadas.

—¿Cómo fue hasta Londres?

—En tren, como ya dije anoche. No voy a cambiar mis respuestas.

—Tomó un cercanías…, el que sale a las nueve y cinco de Rawndesley y va hasta King’s Cross.

—Y llegué a las once menos cinco, sí.

—¿Qué hizo en Londres?

—Por tercera vez: por la mañana visité varias galerías de arte y por la tarde fui a ver a mi hermana. Luego me llamó Simon, me contó todo este lío y vine aquí.

—¿Con «todo este lío» se refiere al asesinato de Gemma Crowther? —Milward se inclinó hacia delante—. ¿Siempre se toma tan a la ligera la muerte de una mujer joven?

—No. Solo los miércoles.

—Mi problema, inspectora Zailer, es que no he hablado con Ruth Bussey. Podría mentir con respecto a la hora que salió de su casa. ¿Cómo puedo saber que el lunes por la noche no fue en coche a Londres?

—¿Para matar a Gemma Crowther, quiere decir? ¿Por qué iba a querer matar a una mujer de la que no había oído hablar hasta ayer por la tarde? Ah, y no voy por ahí matando a la gente…, aunque ganas no me faltan…

—El subinspector Waterhouse, su prometido, estuvo merodeando por los alrededores de la casa de Gemma Crowther, espiando a través de las ventanas, solo unas horas antes de su muerte. Supongamos que el lunes por la noche sí fue de Spilling a Londres en coche…

—Suponga lo que quiera, pero no lo hice.

—De ser así, le proporcionaría una coartada al subinspector Waterhouse, ¿no? Si usted no estaba en su casa, no sabe si él regresó a las once. Y si no regresó a las once, eso significa que no se fue de Muswell Hill a las nueve y media. Según el informe del forense, Gemina Crowther no murió antes de las diez de la noche. ¿Entiende lo que quiero decir?

—Déjeme ver: estoy mintiendo para proteger a Simon, porque sé que ha matado a Gemma Crowther. ¿Es eso? O puede que saliera de la casa de Ruth Bussey antes de las diez y media para ir a Londres para matarla yo.

—¡Todo esto son gilipolleces! —exclamó Simon—. Si le parece bien, conseguiré todas las grabaciones de las cámaras, ya que he sido relevado indefinidamente de mi trabajo. Le entregaré un montón de fotos en blanco y negro que prueban dónde estábamos los dos en todo momento.

—No les enseñes esa en la que estoy fumando junto al cartel de «Prohibido fumar» de la estación de Rawndesley —intervino Charlie—. Podrían denunciarme.

—¿Qué galerías de arte visitó? —le preguntó Milward.

—No me fijé en los nombres. Solo estaba echando un vistazo. Ah, sí, creo que una se llamaba TiqTaq. Salvo esa, no recuerdo el nombre de las demás. Lo siento.

—¡Cuéntales la verdad, por el amor de Dios! —exclamó Simon, harto de su actitud y sus jueguecitos—. Fue a comer con un abogado, Dominic Lund.

—Es el novio de mi hermana —repuso Charlie de inmediato, sonriendo—. Simon tiene razón: comí con Dommie en Signor Grilli, un restaurante italiano de Goodge Street.

—¿Y por qué ha mentido sobre ese punto? —preguntó Milward.

—Es un poco complicado. Es el novio de mi hermana… —Charlie le dedicó a Milward una elocuente mirada—. Estoy segura de que no es necesario que entre en detalles.

Simon bajó los ojos y se quedó mirando fijamente la moqueta. ¿A qué demonios estaba jugando? ¿Dommie?

—Entonces, no visitó ninguna galería de arte —dijo Milward.

—Sí, después de comer.

—Mary Trelease es pintora y Aidan Seed, enmarcador.

—Lo sé.

Milward se pasó la lengua por los dientes y, al final, dijo:

—No me creo que el martes por la mañana estuviera enferma. No me creo la historia de la comida con Dominic Lund en Signor Grilli, aunque es posible que ese hombre salga con su hermana y usted supiera dónde estaba ayer a la hora de comer. Francamente, no me creo que en vez de estar haciendo su trabajo se pasara todo el lunes devanándose los sesos con Aidan Seed, Ruth Bussey y Mary Trelease, para luego decidir, al día siguiente, que le apetecía hacer una escapada a Londres, así por las buenas. —Milward apoyó las manos en la mesa—. Me doy cuenta en seguida de cuando dos personas están mintiendo, y los dos están mintiendo.

—Magnífico —murmuró Simon—. Dígame, ¿podremos salir algún día de esta habitación?

—Tendríamos que tomarnos un descanso —le dijo Dunning a Milward.

—La foto —dijo Charlie, disimulando un bostezo.

—Ah, es verdad. Casi me olvido.

Milward sacó de su carpeta una foto grande y la puso encima de la mesa.

En un primer momento, Simon no supo muy bien qué era aquella masa amoratada que estaba contemplando. Luego lo vio, y tuvo que contar mentalmente y esperar a que la imagen cobrara forma. Hacía tiempo que no tenía que hacer eso; su trabajo lo tenía acostumbrado a presenciar espectáculos muy desagradables, pero aquello era mucho peor. Se dio cuenta de que Charlie, que estaba a su lado, se ponía rígida.

Era la foto de una boca. Abierta. Simon supuso que debía de ser la boca de Gemma Crowther. Post mórtem. Le habían cortado por ambos lados los labios superior e inferior; luego, tras tirar de ellos, se los habían clavado a la cara. De forma simétrica: cinco clavos en cada labio. Le faltaban casi todos los dientes, y en su lugar había ganchos para colgar cuadros, clavados por las encías en la parte superior e inferior de su mandíbula. Parecían haber sido dispuestos de la forma más regular posible, como si fueran dientes de oro muy finos.

Simon oyó que Charlie decía:

—Nos dijeron que le habían disparado.

—Y así fue —repuso Milward—. Esto lo hizo después de haberla matado. No me pregunten por qué. Puede que él…, o ella, si el asesino es una mujer, quisiera enmarcarla, si me permiten la expresión.

—¡Dios mío! —exclamó Charlie—. ¿Han descubierto algo? Quienquiera que hizo esto… Tienen que encontrarlo en vez de perder el tiempo jodiendo a la gente.

—¿De dónde salieron? —preguntó Simon, muy despacio—. Me refiero a los ganchos y a los clavos. ¿Los llevaba con él o…?

—¿O…?

Milward esperó, enarcando las cejas.

—Los cuadros que había en las paredes de la casa de Gemma Crowther… ¿Seguían colgados cuando llegaron a la escena del crimen?

—¿Qué cuadros, subinspector? Le hemos pedido que nos describiera esa habitación varias veces. Nos dijo que no estaba seguro de que hubiera cuadros.

—Conteste —le espetó Simon—. ¿Seguían colgados de las paredes?

—No —contestó Milward, tras una breve pausa—. Los únicos cuadros que había en el apartamento eran fotos de diversos tamaños de la feliz pareja; en todas las habitaciones las habían descolgado y las habían apoyado contra la pared o contra los muebles. En las paredes solo quedaban los agujeros; ni clavos ni ganchos.

—Entonces… Él le disparó y le rompió los dientes con…, ¿qué? ¿Un martillo?

—¿Por qué piensa eso? —preguntó Milward.

—Cuando quiero colgar un cuadro uso un martillo. Eso fue lo que utilizó —dijo Simon, dedicándose un gesto de asentimiento a sí mismo—. ¿Cómo le cortó los labios de ese modo? ¿Con un cuchillo? Vi alguno en el taller de Seed. —Hizo una pausa para tomar aliento—. Descolgó todas las fotos, sacó los clavos y los ganchos y se los clavó en las encías. ¿Por qué? ¿Qué significado tenía su boca?

—Esa no es la pregunta —terció Charlie, poniéndose en pie. Simon vio que la espalda de su camiseta estaba empapada en sudor—. ¿Cuántas fotografías había colgadas en las paredes? ¿Cuántos clavos y ganchos había en la boca de Gemma Crowther? ¿Coincidía el número?

Milward miró a Dunning, que se puso rojo y dijo:

—Debería estar en el informe.

Ella se lo pasó y Dunning empezó a pasar páginas; en medio del silencio, se le veía cada vez más nervioso.

—No saben cuántos ganchos utilizó para cada cuadro —dijo Simon.

—¿Has colgado un cuadro alguna vez? —le preguntó Charlie—. ¿Una fotografía? ¿Algo que tuviera un marco?

—Sí —mintió Simon, sintiendo una oleada de calor en la nuca. Había pegado a la pared algún póster con cinta adhesiva, pero nada más.

—Deduzco que usted lo ha hecho —dijo Charlie, dirigiéndose a Milward.

Ella asintió con la cabeza.

—Yo soy mujer de un solo gancho; nunca cuelgo nada tan pesado para que necesite dos.

—No tiene nada que ver con el peso —intervino Dunning, lanzando una mirada a su jefa que tendría que haberla obligado a esconderse debajo de la mesa—. Si usas dos ganchos, es más fácil que el cuadro quede recto, sobre todo si es grande.

—Creo que falta un cuadro —dijo Charlie—. Y creo que ese fue el móvil del asesinato… Esa fue la razón de que el asesino empleara ganchos y clavos para desfigurar la cara de Gemma Crowther.

—¿Y por qué alguien querría robar una foto cursi…? —empezó Milward.

—No se trata de una foto —la interrumpió Charlie—. Me refiero a un cuadro; un cuadro titulado Abberton. Lo pintó Mary Trelease.

—De modo que esta es la mesa donde te sentaste con Dommie.

—Pura coincidencia —repuso Charlie, con una falsa sonrisa. La verdad es que no tenía ganas de sonreír—. O es una coincidencia o es la mesa de las orgías, adonde traigo a todos mis ligues.

Milward los había despedido hacía unos tres cuartos de hora. Charlie había parado el primer taxi libre que pasó y le dijo al conductor que los dejara en Goodge Street.

El hombre que el día anterior los había atendido a ella y a Lund —se preguntó si sería el signor Grilli en persona— se acercó a la mesa. En vez de preguntarles si podía tomarles nota, dijo:

—Tranquilos, veo que aún no han elegido.

En realidad, podría haberles dicho: «Veo que están demasiado ocupados discutiendo para pensar en la comida».

—¿Es cierto? —preguntó Simon—. ¿Has estado viendo a Lund?

—Ante una pregunta así, no pienso…

—Entonces, ¿por qué lo has dicho? Dime, ¿es tu nuevo hobby hacerme quedar como un gilipollas delante de todo el mundo?

—¿A ti? ¡Oh, pero si a ti te adoraban! La despreciable era yo.

—¡Tú has hecho todo lo posible para que creyeran que lo eres! Presumiendo de algo que debería repugnarte, como si ser la novia de un violador fuera algo de lo que sentirse orgulloso.

—Exnovia. —Charlie fingió estar leyendo la carta. La gente de las otras mesas guardaron silencio. Incluso la música de fondo parecía dejar adrede un montón de espacios entre nota y nota. Charlie habló vocalizando muy bien las palabras, para todo aquel que quisiera escucharla—. Es curioso… Parece que he pasado de un extremo a otro, de estar con un hombre que forzaba a las mujeres a tener relaciones sexuales con él a otro que no se folla a ninguna, ni siquiera a su prometida, aunque ella se lo suplique…

—Si sigues por ahí, me voy —dijo Simon, echando su silla hacia atrás.

—¿Del restaurante o de nuestra relación? —le preguntó Charlie—. Es solo para saber a qué se refiere exactamente la amenaza.

—¿Quieres que te dé un guantazo?

—Si me pegaras, al menos nos tocaríamos.

Charlie solo bromeaba a medias.

—Cuando te conviene, me conviertes en tu enemigo. Siempre que te jode algo la tomas conmigo y acabo pagando el pato. Sabías muy bien que nunca he colgado un cuadro.

—¿Cómo? ¿En serio? —Charlie se echó a reír—. En realidad, no lo sabía. Por Dios, Simon…

—Lo sabías y querías ponerme en evidencia porque tú ya te habías puesto en evidencia: presumiendo de una metedura de pata que estuvo a punto de arruinarte la vida y que aún puede hacerlo. ¡Parece que lo estés deseando!

—¡Para! —exclamó Charlie, agarrando la carta con las dos manos.

—Y lo mejor de todo es que nadie te obligó a presumir de ello, has sido tú quien ha decidido hacerlo. Podrías haber dicho: «Sí, es cierto, me equivoqué. Pero yo no sabía quién era cuando empecé a salir con él». ¿Por qué no has dicho algo así?

—¿Por qué no me escribes un guión la próxima vez? El gabinete de prensa ya lo hizo dos años atrás; me escribieron todos los diálogos.

—Hablar no sirve de nada. —Simon cogió su carta y la abrió, ocultando el rostro de Charlie—. Pidamos algo para comer antes de que nos vuelvan a llamar.

—¿Crees que lo harán?

Pensar en Milward y Dunning era casi reconfortante: frente a esos dos, Simon y ella eran aliados.

—Yo lo haría. Somos mejores que ellos.

—No tengo hambre —dijo Charlie, lanzando un suspiro.

—Entonces, ¿qué estamos haciendo aquí? Has sido tú quien ha querido venir.

—Pensé que Lund estaría aquí. Esperaba poder convencerlo de que no le contara a Milward que él y yo no estamos follando como locos, en el caso de que se lo pregunte. Pero es verdad: he perdido el tiempo. Lund se cortaría las venas antes que echarme una mano, pero, puesto que hoy ya he caído tan bajo, me da igual rebajarme un poco más y pedirle un favor a un tipo que… parece un buitre.

Charlie se cubrió la cara con las manos. Su propia voz estaba empezando a crisparle los nervios, que ya estaban muy a flor de piel. No tenía ninguna gracia estar sentada al otro lado de una mesa en una sala de interrogatorio. Tenía la sensación de que aún seguía allí. Eran otra mesa y otra sala, pero el aire de condena no había cambiado.

—Deberías haberles contado el verdadero motivo que te llevó a ver a Lund. ¿Por qué no lo has hecho?

—¿Por qué? ¿Y decirles que Ruth Bussey había decidido montar una exposición sobre mí y que salí corriendo en busca de un abogado que me dijo que no podía hacer una mierda al respecto? Creo que ya me han humillado demasiado, ¿no te parece?

Simon extendió el brazo por encima de la mesa y la agarró por la muñeca.

—Están investigando un asesinato; un crimen atroz. Hay cosas más importantes que tu orgullo.

—¿Mi qué? ¿Piensas que soy orgullosa? ¡Eres un detective de primera!

Charlie no se soltó. Cuanto más furioso estaba Simon, más lejano lo sentía, como si sus reacciones no tuvieran nada que ver con él. Simon se levantó.

—Voy a pedir una pizza. ¿Estás segura de que no quieres nada?

—Comeré un bocado de la tuya.

—¡Ni lo sueñes! Estoy muerto de hambre.

Charlie le oyó pedir dos «pizza de funghis». Debería haber dicho «pizzas de funghi», pero Simon no era demasiado bueno con los idiomas. Cuando volvió a la mesa, le comentó su error.

—Al menos he dicho bien «dos» —contestó Simon—. Y eso es lo que importa.

A Charlie le pareció que Simon estaba mejor, aunque entre ellos no habían resuelto nada. ¿Se sentía mejor porque había pedido algo para comer?

—De modo que nunca has colgado un cuadro. ¿Hay algo más de ti que no sepa?

—¿Qué quieres saber?

—¡Simon, estamos prometidos!

—Ya lo sé.

—¡Por Dios, esto es absurdo! Vale, de acuerdo: si pudieras elegir cualquier lugar del mundo, ¿dónde vivirías?

—No lo sé. Nunca lo he pensado.

—Bueno, pues piénsalo.

—¿Estás hablando en serio? En este momento solo soy capaz de pensar en una boca mutilada que tiene ganchos dorados en vez de dientes. Crees que Mary Trelease ha matado a Gemma Crowther, ¿verdad? Porque tenía su cuadro, el que le regaló a Ruth Bussey. Entonces, ¿cómo iría la cosa? ¿Bussey se lo dio a Seed, quien a su vez se lo regaló a Crowther?

Charlie no quería hablar de aquel asunto. No en aquel momento. Quería decir que si pudiera decidir dónde vivir, elegiría Torquay. Siempre le había encantado. Allí había pasado las primeras y únicas vacaciones románticas de toda su vida.

Las pizzas llegaron en seguida, demasiado para no levantar sospechas; su temperatura se situaba en tierra de nadie: entre frías y tibias. A Charlie no le importaba, y a Simon menos aún, se dijo. Eso era algo que tenían en común, aunque Simon era más radical. La comida era algo que engullía con el objetivo de no morir. Le daba igual su sabor siempre y cuando lo llenara. Solo una semana antes habría hecho piruetas para evitar comer delante de Charlie. Ahora no parecía importarle, como si comer juntos fuera algo normal. Al igual que las cuatro castas noches que habían pasado juntos, Charlie lo consideraba un paso adelante. En cuanto se fue el camarero, dijo:

—Solo sé que Trelease es muy celosa de su trabajo, aunque no sé si lo suficiente para matar a fin de recuperar uno de sus cuadros… Pero ¿los ganchos a modo de dientes? Eso es un toque femenino.

—No estoy de acuerdo —dijo Simon, cortando la pizza con las manos como un salvaje y engulléndola como si no hubiera un tenedor y un cuchillo en la mesa.

—A un hombre no se le habría ocurrido. Es una idea demasiado… rebuscada.

—Y así es como funciona la mente de Seed. Es un artesano. Fueran cuales fueran sus motivos, no son simples ni obvios. ¿Cómo podrían serlo? Un hombre que confiesa un asesinato que no se ha cometido, un ateo que lleva una vida secreta como cuáquero…

—Tal vez se haya infiltrado en todas las principales confesiones religiosas —sugirió Charlie—. Puede que los lunes sea cuáquero y los martes, hindú… —Soltó un suspiro, hastiada de su propio chiste—. Después de comer volveré a Spilling para hablar con Kerry Gatti. Tengo que hacer algo por iniciativa propia. ¿Quieres acompañarme?

—No.

Charlie se quedó mirándolo.

—Dime que no estás tan loco como para tratar de localizar a Stephen Elton. —Charlie sacó el móvil del bolso y lo encendió, bastante segura de que la discusión había llegado a su fin—. Olivia —le dijo, mientras escuchaba el mensaje de su hermana—. Quiere que pasemos por su casa. Le pedí que buscara todo lo que pudiera encontrar sobre Martha Wyers.

—Un nombre que no has mencionado a nuestros colegas metropolitanos —puntualizó Simon.

—Porque seguramente no tiene ninguna relación con el caso.

—Entonces, ¿no vamos a casa de Olivia?

—Sí. Dice que hay algo interesante que quiere que vea. Aunque la experiencia me dice que podría ser una foto del nuevo bebé de Angelina Jolie que haya publicado la revista Hello! En cuyo caso la golpearé con una pala hasta matarla.

—Después de lo que acabamos de ver no estoy de humor para este tipo de bromas.

Simon se había terminado la pizza y empezó a atacar la de Charlie. Su móvil empezó a vibrar, chocando contra el plato.

—¿Liv?

—No soy Liv —dijo Sam Kombothekra, con su particular modo de responder siempre con una afirmación o una negación en vez de con un simple sí o no—. Soy Sam.

—Nunca lo habría adivinado.

—¿Estás con Simon?

—Ajá.

—Aquí están pasando cosas raras, Charlie, y he pensado que querrías saberlas. Pero escucha, si Muñeco de Nieve descubre que las he comentado con vosotros…

—Relájate, Sam. No te ha pinchado el teléfono. ¿Qué clase de cosas raras?

—¿Habéis hablado con la inspectora Coral Milward?

—Sí, esta mañana.

—Al parecer, es la nueva alma gemela de Proust. Acaba de decirme que todo mi equipo está a disposición de Dunning hasta nueva orden. No me ha dicho por qué, al menos de momento.

—Entonces es que no son tan estúpidos como parecen —repuso Charlie—. Quieren que investigues el caso desde el punto de vista de Spilling: Bussey, Seed y Trelease. Estupendo. —Mirando a Simon, añadió—: Eso significa que nos están tomando en serio.

—Le he dicho a Proust que es absurdo que Simon no se ocupe del caso. ¿Sabes qué me ha contestado? «Aún está por determinar el grado de implicación de Waterhouse en el asesinato de Gemma Crowther». ¿Puedes creerlo?

Charlie se lo repitió textualmente a Simon, que ladeó la cabeza, hastiado.

—Pregúntale a Kombothekra qué le ha respondido.

Charlie hizo ademán de pasarle el teléfono, pero él lo rechazó con un gesto de la mano. ¿Estaba enfadado con Sam?

—Corta ya —murmuró él, fulminando a Charlie con la mirada.

—Sam, ahora tengo que…

—Proust solo lo ha dicho para añadir un poco de dramatismo al asunto. Él sabe exactamente qué estaba haciendo Simon el lunes frente a la casa de Gemina Crowther: siguió a Aidan Seed, quien, como ahora ya sabemos, no solo estaba en la escena del crimen sino que tenía un móvil tan grande como… como… —Sam se interrumpió, incapaz de pensar en algo lo bastante grande.

—¿Móvil? —repitió Charlie, para pinchar a Simon y asegurarse de que estaba prestando atención.

—¿No os han dicho nada? —dijo Sam, lanzando un suspiro—. No sé por qué me sorprendo. ¿Por qué resolver un caso si se presenta la ocasión de apuntarse un tanto?

—¡Sam, por favor! ¿Cuál es el móvil?

—Gemma Crowther y su pareja, Stephen Elton, estuvieron en prisión por haber drogado y secuestrado a una mujer.

—¿Qué?

—Elton salió en libertad condicional en marzo de 2005, y Crowther en octubre de 2006. A eso lo llaman justicia.

Charlie frunció el ceño. Aquel comentario no era propio de Sam. Normalmente, siempre estaba dispuesto a encontrar algún potencial positivo o la promesa de la rehabilitación en todos los delincuentes que se cruzaban en su camino.

—Los cuáqueros devotos y las drogas no suelen ir de la mano.

—Por muy devotos que puedan ser ahora, en abril de 2000 ataron a una mujer indefensa a una columna de su jardín y Gemma Crowther se pasó tres días obligándola a tragar piedras y lanzándolas contra su cara y su cuerpo…, piedras del jardín que había diseñado para ellos. No le dieron de comer ni de beber ni la dejaron ir al baño, y estuvieron a punto de asfixiarla con una esponja y cinta aislante. Estuvo ingresada tres semanas en el hospital; le dejaron una cicatriz que arrastrará durante toda su vida y es probable que no pueda tener hijos.

«Piedras del jardín que había diseñado para ellos…».

—Sam… ¡Oh, Dios mío!

—Sí —dijo él, soltando lentamente un suspiro—. Hace que sea un poco más difícil llorar la muerte de Crowther, ¿no?

—La mujer indefensa era Ruth Bussey —dijo Charlie, mirando a Simon—, ella fue su víctima.