Martes, 4 de marzo de 2008
—Ahora te toca a ti —le digo a Mary cuando levanta los ojos de mi carta—. Me lo prometiste. Dijiste que era lo justo. ¿Dónde está Aidan?
—Aidan Seed —dice ella, con voz queda—. El hombre al que estás segura de que conozco.
—¿Mató a Martha Wyers? ¿Lo hiciste tú? ¿Fuisteis los dos?
El cuadro sigue grabado en mi memoria. No creo que pueda olvidarlo jamás. Nadie pintaría un cadáver así, con todos sus morbosos detalles, a menos que se deleitara en esa muerte y quisiera saborearla. El cuadro tenía un aire de triunfo; no creo que sean imaginaciones mías. Me gustaría volver a verlo, pero me da miedo ir al piso de arriba otra vez; temo que Mary ya no esté aquí cuando vuelva. No pienso perderla de vista, no hasta que haya respondido a todas mis preguntas.
—Fue Martha quien mató a Martha —dice, encendiendo un cigarrillo—. Se ahorcó. Supongo que crees que tengo una mente retorcida por haberla pintado así.
Finjo no haber oído lo que ha dicho. No me sacará nada hasta que me cuente algo.
—La gente se enfrenta al dolor de maneras muy distintas. —Su voz se endurece, como si estuviera molesta por tener que justificarse—. Cuando pierdes todo lo que te importaba, quieres demostrarlo de un modo tangible.
—Tú querías a Martha.
—Sí, mucho. Y al mismo tiempo, no lo suficiente.
—¿Crees que podrías haberla salvado?
—Habría podido y debería haberlo hecho.
—¿Qué pasó?
Me inclino hacia delante. No sé qué hora es, pero es tarde. Fuera es de noche. Mary no ha corrido las cortinas. De vez en cuando se queda mirando la farola que hay al otro lado de la ventana, escrutando la oscuridad con la mirada. ¿Buscando a Aidan?
—Este hombre —dice, agitando la carta ante mí—. ¿Hubo alguien antes de él? ¿Otros hombres? ¿Chicos? ¿Mujeres?
Sonríe.
¿Cuántas preguntas tendré que contestar antes de que responda a la mía?
—Al principio solo salía con buenos chicos cristianos, los hijos de los amigos de mis padres.
—Me sorprende que te dejaran salir con alguno —dice Mary.
—Solo después de cumplir los dieciséis, y con la condición de ir a un lugar público, como el cine. Cuando me fui de casa y ya no pudieron controlarme tan fácilmente, siempre buscaba chicos que no se parecieran en nada a los que conocía de la iglesia. Cuanto más lejos de ese mundo, mejor. Salía con chicos que habrían destrozado a esos beatos.
—Eso suena peligroso.
—En realidad, no. No sentía ningún respeto por esos chicos; no me importaban nada. Solo quería demostrar que podía acostarme con quien quisiera y que eso no era el fin del mundo. Y así era. El primer hombre por el que sentí algo fue… él.
—¿Y Aidan Seed?
—¿Qué quieres decir?
—Le quieres.
—Sí.
Mary sonríe al verme dudar.
—Un hombre que te dice que ha matado a una mujer que tú sabes que está viva: yo. Un hombre que te calienta tanto la cabeza que casi te vuelves loca.
Odio lo que dice.
—¿No ves que hay una pauta muy concreta?
—Tú no eres psiquiatra —le digo. «Ella odia a Aidan. Le odia más que a nada en el mundo». Con esta intuición, la conspiración que he creado en mi mente, Mary y Aidan unidos en mi contra, empieza a desvanecerse. Al principio me siento aliviada (puedo perdonarle cualquier cosa a Aidan salvo eso, sé que puedo hacerlo), pero el respiro no dura demasiado. No me basta, me digo. No es lo mismo que ser capaz de perdonarlo incondicionalmente.
—Podría serlo —dice Mary—. Creo que no necesitaría ninguna clase de preparación. Lo único que me haría falta es experiencia, que la tengo, y un cerebro, que también tengo.
—Hicimos un trato. Yo te lo he contado todo.
—No, todo no.
¿Cómo puede saberlo? A mi mente acuden todas las cosas que he ocultado: la feria de arte Access 2, la predicción de Aidan sobre los nueve cuadros, su insistencia de que le llevara Abberton como prueba. «La prueba de que no había matado a Mary». ¿Por qué alguien que afirmaba haber estrangulado a una persona exigiría una prueba de que no lo había hecho? A veces, al considerar ya como algo normal mi total incomprensión, me olvido del poco sentido que tiene todo. Y entonces vuelvo a recordarlo y sufro un shock, como si fuera consciente de ello por primera vez.
—Hicimos un trato —repito.
Mary suelta el aire entre los dientes, con un silbido de disgusto.
—Estás aquí porque quieres saber la verdad sobre Aidan y piensas que yo puedo contártela. No te importa que pueda ser desagradable: quieres saber y basta.
—Exacto.
—Aún estás a tiempo de cambiar de opinión. Puedes salir de esta casa, olvidarte de él y olvidarte de Martha. Y olvidarte de mí. Es la opción más segura.
—Me da igual la seguridad. Quiero saber.
—No conozco a Aidan Seed —dice Mary, mirando al vacío.
«No. No puede ser».
—En otra época, sin embargo, lo conocí. Hace mucho tiempo.
—No he visto a Aidan desde el día en que murió Martha. El 10 de abril del año 2000. —Mary deja mi carta encima de la mesa y se inclina sobre ella, apartándose su enorme mata de pelo de los ojos—. Esas setenta y dos horas… ¿Cuándo fue?
No necesito preguntarle de qué está hablando. Para mí, ese número siempre significará una sola cosa.
—Después. —Me obligo a darle más información sobre mi vida—. Empezaron el 22 de abril.
—Dos fechas bastante cercanas —dice. Acto seguido, su rostro pierde toda expresión—, Aidan estaba allí cuando Martha saltó.
Apenas soy capaz de respirar.
—Y no se lo impidió.
—¿Tú también estabas allí?
—Tres son multitud —dice, con voz cantarina—. No creo que Aidan deseara la muerte de Martha. Es a mí a quien quiere ver muerta. O puede que lo quisiera, y dejara de desearlo cuando ella saltó. Demasiado tarde. Me imagino que te quedas paralizado. —Le tiemblan las manos—. En cuanto saltó, no hubo forma de que yo pudiera levantarla, aunque lo intenté… —Se interrumpe—. Aidan podría haberla izado, podría haberlo hecho, pero no lo intentó. Llamó a una ambulancia. Salió corriendo hacia el teléfono. Huyó. Vio que yo estaba intentando hacer algo, pero no me ayudó. —Respira entrecortadamente, atrapada por el horrible recuerdo—. Se quedó paralizado. Cuando eres incapaz de soportar una situación, te dices que no es real, que es una ilusión. Yo también me lo dije.
—¿Por qué no me ha contado nada de todo esto? —le espeto.
—¿Le contaste tú lo de Cherub Cottage?
—No.
—¿Por qué no?
Sacudo la cabeza.
—No podía.
«No podía contárselo a nadie… hasta que me vi obligada a hacerlo».
—Tal vez quería que siguieras amándolo —sugiere Mary—. ¿Cómo podrías hacerlo, después de saber que había dejado morir a alguien sin mover un dedo?
—Me confesó que te había matado a ti. ¿Por qué diría algo así?
Se frota el labio con el pulgar, hacia delante y hacia atrás.
—Él me quiere ver muerta. Me va a matar, o al menos lo intentará. Es una amenaza.
—¡No! Aidan no es un asesino.
Se echa a reír.
—No te engañes.
—No tiene ningún sentido. Si fuera una amenaza, ¿por qué no te lo ha dicho a la cara?
—Es inteligente. Yo habría llamado a la policía, ¿no? Entiendo que amenazar con matar a alguien es un delito.
—No lo sé.
No puedo pensar con coherencia; soy incapaz de procesar todo lo que me dice.
—Pues claro que lo es. Habría sufrido represalias, y él no quiere eso. Cree que ya ha sufrido bastante.
—¿Por qué? ¿Por qué ha sufrido?
—Su infancia —dice Mary, dando por sentado que sé a qué se refiere.
Me avergüenzo de mi ignorancia. Aidan nunca ha querido hablarme de su familia y no he insistido; yo era igual de reticente a hablar de mis padres. No hagas preguntas, no respondas.
—Luego trató de salvarla —murmura Mary.
—¿Aidan trató de salvar a Martha?
—Después de haber llamado a la ambulancia. No es precisamente enclenque…, bueno, tú ya lo sabes. No le costó bajarla. Los servicios de urgencia debieron decirle que lo hiciera: que la levantara o que cortara la soga, qué sé yo. Hacer algo para que la cuerda no siguiera asfixiándola.
No quiero visualizar la escena.
—He pensado mucho en eso —prosigue Mary—. Un hombre llama diciendo que una mujer acaba de ahorcarse delante de él. Si tú fueras la persona que atendiera esa llamada, ¿qué pensarías? Darías por sentado que él habría salido corriendo para salvarla, ¿no? Y luego llamarías a urgencias. Y en cuanto descubrieras que ella seguía colgando de la cuerda, agonizando mientras él está perdiendo el tiempo al teléfono, le dirías que corriera para salvarla.
Siento escalofríos.
—Dime, ¿qué piensas ahora de tu novio? Un hombre que solo trata de salvar a una mujer moribunda después de que una voz anónima de una centralita le dice que lo haga; un hombre que se inventa una forma enfermiza y morbosa de amenazarme de muerte. ¿Sabías que me ha descrito con todo detalle, incluida mi marca de nacimiento? —Señala la mancha de piel más oscura que tiene bajo el labio inferior—. Fue su manera de hacerme entender que soy su objetivo. Si le cuenta a la policía que me ha estrangulado, que me ha asesinado, ¿qué harán cuando descubran que estoy vivita y coleando? —Enciende un cigarrillo, tosiendo—. Por lo menos estoy viva, aunque es posible que tenga un cáncer de pulmón, por lo mucho que fumo. La policía no es demasiado lista. Aidan sabía que vendrían corriendo aquí para tranquilizarlo, una vez descubrieran que su historia no era cierta. «¡Pobre! ¡Delira!», dirían. Una lástima. Estaba tan decidido a que lo creyeran que la policía se presentó aquí tres veces. ¿Y si está diciendo la verdad? Aunque todos hemos visto a esa mujer a la que afirma haber asesinado, será mejor que volvamos a comprobarlo. Y entonces apareces tú y también me dices que él afirma haberme matado…
Mary se pone en pie, envolviendo su rebelde mata de pelo con una mano y tirando de él para alisarlo.
—¡Maldito cabrón! Sabía que eso me asustaría más que una amenaza directa. ¿Qué crees que se siente cuando oyes hablar de tu muerte como si realmente hubiera ocurrido?
—¿Por qué? —le pregunto.
Ella me mira, extrañada. Es una pregunta muy sencilla, obvia.
—¿Por qué querría asustarte Aidan? ¿Por qué iba a querer matarte?
—¿Me dejarías que te llevara a un sitio?
—No. ¿Adónde?
Recuerdo el consejo de Charlie Zailer: «No vaya a casa de Mary».
—A Villiers. —Es el nombre que aparece en el paño de cocina que hay en la cocina de Mary. Lo vi la última vez que estuve aquí—. Es mi antigua escuela. En la propiedad hay una casa, Garstead Cottage. La uso para pintar cuando no estoy aquí. Martha solía escribir allí. Sus padres se la alquilaron a la escuela. Allí estaremos seguras. Martha era escritora…, ¿te lo había dicho?
—No.
Mary lanza un suspiro y se frota las sienes con la punta de los dedos.
—Entonces, no tienes ni idea de cómo se conocieron Aidan y Martha.
—No. —¿Cómo iba a saberlo?—. ¿Por qué se suicidó Martha?
—Ven conmigo a Villiers —dice—. Si quieres saber la verdad sobre mí, sobre Martha y sobre Aidan, hay algo que deberías ver.