Siempre que me relaciono con una mujer se casa con otro. La frase podría ser de Woody Allen, pero es de Jesús Galíndez, señorita. Te sorprendió el nombre de Woody Allen en aquellos labios tan ancianos, labios que musitan más que hablan, como musitan los recuerdos de Galíndez, recuerdos políticos personales casi no me quedan. Digamos, señorita, que Galíndez se alineaba en las posiciones más sociales, vamos a llamarle sociales del PNV, lo que tenía mérito en una época de enfebrecido nacionalismo y de fuertes razones para separarnos de las posiciones socialistas y comunistas. Sí. Sí. Ya sé que este aspecto lo trata Gregorio Morán en Los vascos. Los españoles que dejaron de serlo. Sí. Este chico sabe mucho de vascos. Tal vez demasiado. Con los años hemos cambiado, pero entonces todos éramos muy sabinistas y no siempre se comprendieron las advertencias de Galíndez, incluso alguien pidió su cabeza cuando leyó aquellas cartas o ciertas consideraciones en los artículos, como que el PNV había descuidado las realidades sociales, mientras el PSOE, por ejemplo, iba en sentido contrario, descuidaba las razones patrióticas y sólo se justificaba por las sociales. Una afirmación de Galíndez fue muy seriamente discutida por la plana mayor en el exilio. El exilio nos ha hecho mucho bien, fíjese si era suicida el hombre, y añadía, la derrota y la ocupación, que en muchos aspectos pueden dejar efectos funestos perdurables, nos ha vuelto a abrir la puerta de los Pirineos, nos ha lanzado hacia Europa y el mundo entero, al que siempre pertenecimos. Y otras, otras que también levantaron muchas ronchas y alguna acusación de mestizaje original, como la de que ser vasco no supone superioridad alguna sobre los demás pueblos o que no hay que ser sólo anticomunista como una coartada religiosa, fundamentalista dirían ahora, o cuando advierte que el patriotismo no puede confundirse con el movimiento de una clase privilegiada, por patriotas que sean algunos de sus componentes. Usted tiene una mentalidad de fin de siglo, de fin de segundo milenio, señorita, pero piense que estas palabras estallaban en los años cuarenta, a pocos años y pocos kilómetros de la derrota más amarga del pueblo vasco. Sin embargo, nadie creyó en la posibilidad de que Galíndez fuera un infiltrado comunista y que hubiera huido al Este como insinuaba el informe Ernst y toda la campaña de intoxicación de los trujillistas y su lobby americano. No hay misterio. Galíndez no fue el agente doble o triple, taimado, camaleonesco que han dibujado los que estaban interesados en dibujarlo. Se encontró dinero en su cuenta corriente, pero era dinero del partido. De hecho, su actividad principal era canalizar el dinero americano del PNV, no «blanquearlo», como se ha dicho, «blanquear» es cosa de mañosos. De ahí el cierto misterio con el que la dirección rodeó la circunstancia de su desaparición y su martirio. Pero fíjese usted en la correspondencia con Landaburu, que supongo habrá consultado. Frecuentemente se refiere a los problemas que tiene para que le renueven la residencia en los Estados Unidos. ¿Hubiera tenido esos problemas un superagente secreto? Era un informante menor, como buena parte de los asilados en USA, obligados a pagar el diezmo del asilo demostrando que se estaba contra las soluciones totalitarias. Piense que Galíndez se movía en unos Estados Unidos abanderados de la guerra fría, la guerra de Corea, el puente aéreo de Berlín, el atentado puertorriqueño contra Truman. De Galíndez se dijo que era comunista, pero también se dijo que era homosexual y que había desaparecido por un lío de pantalones. No se le conocían relaciones femeninas estables, aunque era encantador con las mujeres. No, no creo esa historia del hijo con la dominicana, siempre me ha parecido una historia calcada de lo de la Virgen María y el Espíritu Santo y usted perdone si le suena a irreverencia, pero sólo un católico a machamartillo como yo se la puede permitir. ¿Es usted católica? Mormona. Pues ya es ser, ya. No, el honor de Galíndez siempre estuvo a salvo y el lendakari Aguirre lo puso más a salvo todavía cuando declaró: Del honor de Galíndez respondo yo, fíjese, señorita, del honor de Galíndez respondo yo. No dijiste al viejo superviviente, achicado por la mantita a cuadros y las luces tenues de una mañana de invierno en San Juan de Luz, que Aguirre había hecho lo menos que podía hacer. Él había implicado a Galíndez en todas sus aventuras, en todos sus vencimientos, así en Santo Domingo como en Nueva York y sólo fue desoído por el empecinamiento del profesor cuando se trató de publicar su tesis sobre Trujillo. Se llegó a decir, señorita, que Galíndez había sido visto en La Habana cuando la liberó Castro y que se fugó con un millón de dólares en un submarino ruso y un corresponsal franquista en Nueva York comparó a Galíndez con un play-boy, con Porfirio Rubirosa, Casares se llamaba ese elemento, Manuel Casares, no recuerdo para qué diario escribía, da lo mismo, en aquellos años todos los diarios de España eran lo mismo. La actitud del gobierno español fue vergonzosa. No movió un dedo a su favor y todos los que movió los dedicó a correr la cortina de la confusión para que no se viera el aspecto real del crimen de Estado, tal vez haya un dossier en el Ministerio de Asuntos Exteriores, por entonces el embajador en Washington era José María de Areilza, y en la ONU Lequerica, vaya tándem de vascos, el joven galápago y el viejo galápago, dos galápagos vascos. Galíndez había sido una de las bestias negras en el período en el que los franquistas querían ser admitidos en la ONU, era uno de los más enfrentados a esa idea, jamás la admitió y fíjese usted en ese texto tan melancólico que escribió en la Navidad de 1955, tres meses antes de su martirio, fíjese qué tristeza hay en esas pocas líneas, es la tristeza de Galileo diciendo Eppur si muove. Las naciones del mundo habían aceptado la contaminación franquista, en la ONU, en la sede de las Naciones Unidas. Era un rebelde, un rebelde interior con la apariencia de un gentleman, lea ese texto, señorita, léalo, ahí tiene a todo Galíndez. Qué fácil sería acomodarse a muchos convencionalismos, ¡las glorias de España, la sacrosanta religión de nuestros mayores, el respeto a los pudientes! Quisiera tener dinero, mucho dinero, pero sería para dar la batalla a todos ellos. Sus salones me asquean y salgo amargado. Mi gente es la gente del pueblo, la que canta y ríe espontáneamente, la que siente sin prejuicios, la sincera. Los salones de sociedad me asfixian, con sus abrazos y aplausos mentirosos que untan la daga con vaselinas de lisonjas. Esta noche he tenido que oír cantar las glorias de Cortés y Pizarro, «que nos legaron la raza, la sangre y la religión», al representante de un país donde millones de indios son esclavos. ¿Ésa es la religión de nuestros mayores, la religión de Cristo? He oído a otros exhortarme a olvidar lo que nunca se puede olvidar, porque grabado está en la sangre de mis hermanos, los que cayeron en las montañas de Euzkadi. Sería sarcástico acceder. No creo en esas mentiras. Aspiro a algo que no es mentira. Las primeras canas asoman ya a mis sienes, la juventud se va. Pero seguiré luchando, aunque nadie me crea, aunque nadie me siga. Me seguirán mis recuerdos y mis anhelos. Anhelos de no sé qué. A veces sueño despierto, sueño antes de que el otro sueño de verdad me haga olvidar todo, hasta mi soledad. Sueño que combato contra los molinos de viento, sueño con una justicia que llevo en mi corazón, la justicia que yo identifico con Dios, un Dios que no está en las iglesias doradas de los cardenales que ensalzan al poderoso, un Dios que hallo a solas en las montañas y en las pequeñas iglesitas donde no va nadie. Soy vasco. Algunos se ríen, otros me odian. Es todo lo que me queda cuando el desaliento me domina y camino por las calles a la deriva. Soy vasco y allá lejos hay un pueblo al que pertenezco. Yo no soy nada, un amasijo de pasiones y anhelos sin calmar. Pero soy parte de ese pueblo. Al que veo en mis sueños despierto, le veo vestido de gudari camino de la montaña, le veo en las romerías y al caer la tarde por una estrada, le veo en el esfuerzo del frontón y en los pescadores que salen a la mar, le veo cantando y rezando, le veo en la continuidad de los siglos. Estoy solo, solo con mis angustias. Pero seguiré adelante, aunque nadie me comprenda en esta Babilonia. Y algún día me tenderé a dormir junto al chopo que escogí en lo alto de la colina, en un valle solitario de mi pueblo, a solas con mi tierra y mi lluvia. Éstas me comprenderán al fin. Perdone que me emocione cada vez que leo estas líneas, señorita. No sé si están bien escritas o no, pero nos llegan al alma a todos los vascos que vivimos el exilio. Yo las relaciono con el desánimo de Jesús cuando vimos cómo Franco se ponía bajo el palio del Vaticano y bajo el palio de los americanos y bajo el palio de la ONU. Fue como si Hitler y Mussolini hubieran sido rehabilitados, apenas diez años después del final de la II Guerra Mundial. Aquel ingreso no impidió que Galíndez se quedara solo ante sus verdugos y que la diplomacia franquista se desentendiera de la suerte de aquel justo. Al fin y al cabo Galíndez era un vencido de la guerra civil. No sé qué hizo la diplomacia española. No sé qué hizo de malo porque de bueno, nada, previsiblemente nada. Sr. don Francisco Fernández Ordóñez, Ministerio de Asuntos Exteriores. Madrid. Excmo. Sr. Ministro. Soy una becaria norteamericana que reside en España con motivo de una fase investigadora de mi tesis doctoral sobre el profesor Jesús Galíndez, exilado vasco, secuestrado en Nueva York el 12 de marzo de 1956 por un comando trujillista y desaparecido. Me consta que obra en poder del Ministerio bajo su dirección un dossier sobre aquellos hechos y sería para mí de sumo interés consultarlo, habida cuenta de que han pasado más de treinta años de aquellos sucesos y ya han ingresado definitivamente en lo histórico. Me dirijo aun a sabiendas de que es excesiva la osadía de mi carta, pero le ruego que me facilite la posibilidad de acceder a niveles inferiores que me abran las puertas del archivo del Ministerio. Queda a la espera de sus nuevas. Eso está hecho, Muriel, ya me dirás tú quién va a poner pegas a una consulta de algo que pasó en los tiempos de Amenofis II. Ya he hablado con un par de amiguetes del Ministerio y eso está hecho. Mrs. Muriel Colbert. Distinguida señora, he recibido su carta del pasado mes de octubre en la que me explica sus proyectos de investigación que juzgo muy interesantes. Le comunico que no hay la menor objeción por mi parte para que realice su consulta, en el caso de que realmente exista ese dossier sobre Jesús Galíndez y los lamentables hechos que usted describe. Para acelerar los trámites le encarezco que se ponga en contacto con la jefa del Archivo General y Biblioteca de este Ministerio, D.a M.a José Lozano Rincón. Confiando en que encuentre suficiente material para su libro, le envío un cordial saludo. Francisco Fernández Ordóñez. La señora o señorita Lozano Rincón parece cercana a la jubilación y flota en una nube de color rosa cuando se entera que el señor ministro la ha mencionado.

—¿Habla de mí en la carta?

Se la tiendes.

—Es verdad, sabe mi nombre, aquí lo pone. Doña María José Lozano Rincón. Ésa soy yo.

—Sí. Es usted.

—Y el señor ministro sabe que existo, que existe esta sección dentro del Ministerio.

—Por lo visto lo sabe.

Te mira con aprecio y un cierto agradecimiento. Por un momento la has sacado de este universo de archivos y legajos y la has transportado a los pisos superiores de este caserón herreriano, una mezcla, que fue armónica, de mármoles, sillares de piedra, bajo las crudas luces indirectas de neones escondidos en rectángulos cenitales, La planta baja estaba ocupada por cientos de muebles de desguace, cajas de envíos de material de oficina a todos los horizontes consulares, mesas de exposición bajo cuyos cristales aparecen incunables de tratados de paz y de anexión, tal vez aquí desde el origen de la función de este edificio palacio del marqués de Santa Cruz. Parece un Ministerio de un país en retirada, no importa de dónde, tal vez de su pasado, en pleno inventario de sus muebles viejos, de sus burocracias marchitas. Luego, en la sala de consulta del archivo, estudiantes o estudiosos, la parsimonia de los funcionarios recién salidos ellos también de los archivadores donde duermen los funcionarios.

Legajo R 4850. Expediente 51. Actividades en América del vasco exilado Jesús de Galíndez Suárez.

Legajo R 3733. Expediente 71. Expedición del título de Licenciado en Derecho al vasco exilado Jesús de Galíndez Suárez.

Legajo R 5596. Expediente 15. Desaparición en Nueva York de Jesús de Galíndez Suárez.

Legajo R 5979. Expedientes 30 y 31. Desaparición en Nueva York del vasco exilado Jesús de Galíndez Suárez.

—Sólo hasta 1962, señorita. Sólo se puede consultar lo que no está bajo secreto administrativo.

Te ha advertido la directora, disuadiéndote de que fueras más allá de la puerta de la ciudad prohibida.

—Tengo suficiente.

Sólo querías captar el tono de una información. ¿Cómo comentaba la diplomacia española el drama de Galíndez, de aquel hijo pródigo que no había aceptado el paraíso franquista? Tú eres el investigador 2059, año 1988 y como tal te identificas cada vez que pides un legajo y lo devuelves. En el primero una copia de un artículo de Galíndez sobre cuestiones vascas, del año 1951 y traspapelado un informe del embajador en Lima, Antonio Gullón, sobre los ecos de la desaparición de Galíndez. En agosto de 1956, un hombre acaba de esfumarse tras la puerta del martirio más atroz y un compatriota, un embajador español, lo pone en duda desde la asepsia diplomática y se refiere a él como «Agente del llamado gobierno vasco en el exilio», autor de constantes ataques al Régimen, ignorante sistemático de la gran obra que el Régimen ha realizado en pro de la conservación de las costumbres del pueblo vasco. En otra delgada carpeta el certificado del envío de su titulación académica, previa al drama, cuando Galíndez trata de reconstruir su identidad de profesor para conseguir trabajos en el exilio. Y de pronto las carpetas se hinchan y asistes a un doble relato: el dramático, incluso sensacionalista, de los recortes de prensa y las cartas profilácticas de casi todos los embajadores dirigidas al Director General de Política Exterior. Se hacen portavoces del eco que en cada país americano despierta la desaparición de Galíndez y portavoces también de la ceremonia de la confusión trujillista. La prensa forcejea con el misterio o lo aumenta, como las aparentemente bien intencionadas informaciones del Diario de Nueva York en lengua castellana dirigido por Ross, el hombre que debía conectar con Galíndez al día siguiente de su desaparición, que tardó en conectar con su vacío y que desorientó más que orientó cuando puso a la opinión pública en las falsas pistas de un Galíndez secuestrado y transportado por mar. ¿Por qué había confiado Galíndez en Ross, aquel antiguo mercenario de Trujillo, que le había montado el diario El Caribe, su instrumento de propaganda? También hay notas de información diplomática, directas o asumiendo declaraciones de oficiantes en la ceremonia de la confusión. El caso del ex republicano y comunista español. 7 de septiembre de 1956, ya no quedaba nada de Galíndez, pero el Departamento Jurídico del Comité Anticomunista, New Orleans, Louisiana, asegura que Galíndez tiene una larga historia en Europa como comunista y criminal. Ficha convencional y oficial de Galíndez transmitida por la oficina de información diplomática. Fichero 927. Asunto: Personalidad de Jesús de Galíndez. Según datos que obran en este fichero, Jesús de Galíndez nació en 1915. Hizo sus estudios universitarios en la Universidad de Madrid, donde se graduó de licenciado en Derecho, en mil novecientos treinta y seis. Ocupó el puesto de abogado asesor de la Dirección de Prisiones, dependencia del Ministerio de Justicia del Gobierno rojo. Oficial auditor del Tribunal permanente del XI Cuerpo del Ejército de las Fuerzas Armadas rojas. Al terminar la contienda se fuga a Francia, en donde reside un año y luego a la República Dominicana, donde pasó seis años. Desde 1946 residía en Nueva York, profesor de derecho internacional en la Universidad de Columbia y representante en los Estados Unidos del gobierno vasco en el exilio. Tesorero de dicho gobierno para América Latina. Sus actividades docentes son varias: desempeñó funciones de auxiliar en la Universidad de Madrid, fue profesor titular de la Escuela Diplomática de la República Dominicana. Su producción literaria abarca ocho libros, de los cuales el último se publicó en Buenos Aires con el título Estampas de la guerra. Colaboró en El Mercurio de Chile, El Tiempo de Bogotá, El Día y El País de Montevideo, el Comercio de Lima y otros, Jesús de Galíndez fue asimismo observador permanente del gobierno de Euzkadi en las Naciones Unidas. Con fecha de 12 de marzo del corriente año se dio en la prensa la noticia de su desaparición. Madrid, 13 de junio de 1956. Eso era todo. Pero te reconcilia con el anónimo autor de la nota su neutralidad, su condición de relator casi objetivo de un curriculum, sin añadirle adjetivos ideológicos, salvo cuando califica de rojo al bando vencido en la guerra civil. ¿Quién redactó esta nota tan poco franquista en unos tiempos tan franquistas? Luego la danza de los embajadores, insistente Gullón desde Lima, aunque cada vez menos ideologizado, tal vez más sobrecogido por la evidencia del drama. Las gestiones del cónsul Presilla desde Nueva York para que se le autorice a ayudar al padre de Galíndez en la búsqueda de la sombra de su hijo, con la recomendación de un sacerdote llamado Lobo. Prudencia, Presilla, al Gobierno español no le interesa verse implicado en el caso. Martín Artajo. La prudencia que exhibe Areilza desde la embajada en Washington, cartas de notario distante que relata las fluctuaciones del caso como si las leyera en la prensa. Como continuación a mi despacho n.° 143 de fecha enero 29, adjunto tengo el honor de remitir a V. E. recorte aparecido en la prensa de Nueva York de fecha 19 de febrero de 1957 en el que se da cuenta de que el Ministerio de Justicia de la República Dominicana ha presentado una queja al Ministerio de Relaciones Exteriores de su país por la actitud del encargado de Negocios norteamericano en Ciudad Trujillo, relacionada con el fallecimiento del piloto norteamericano Gerald Murphy en extrañas circunstancias y que pudiera tener relación con la desaparición del profesor de la Universidad de Columbia, Jesús de Galíndez. Dios guarde a V. E. muchos años. El embajador de España. José M.a de Areilza. La embajada española en Santo Domingo pide informes sobre el pasado rojo de Galíndez y a partir de este punto dos embajadores se suceden y dos estilos de conducta. Un tal Merry del Val te va desvelando su distancia elegante de la barbarie trujillista, sin traicionar la profilaxis diplomática, pero sin cebarse en la carne ausente de Galíndez, aunque sospecha que «… Galíndez vio un filón de oro en la publicación de su libro de denuncia contra Trujillo» y cualquiera puede deducir que fue a la muerte cegado por el brillo del oro. Pero Merry no llega a la repugnante complicidad objetiva de un tal Sánchez Bella. ¿Quién fue Sánchez Bella? Insidioso, trujillista a fuer de ser franquista, odiando a Galíndez por el simple hecho de ser un problema diplomático, molesto por todo lo que molestara a Trujillo. Merry ha asumido la posibilidad de que Galíndez se haya ausentado por desequilibrio mental o por cualquier otro aspecto de desaparición voluntaria, pero Sánchez Bella lo descalifica como enemigo político, acusa a los que acusan a Trujillo, valora el informe Ernst como objetivo e independiente aunque por él haya pagado el dictador 150 000 dólares, el informe Ernst, aquí estaba también una copia mecanografiada del informe Ernst enviado por Sánchez Bella, situando a Galíndez en todas partes menos en la muerte, y una foto de Ernst que parece un doble de Truman, con la bien pagada responsabilidad facial de un abogado bien pagado, por quien sea. De vez en cuando se asoma Galíndez a estos expedientes, en recortes de periódicos amarillentos que lo elevan desde los fondos marinos, como en éste de 6 de junio de 1956, con las facciones más gruesas que en sus fotos dominicanas, con pajarita, sobre un subtítulo que dice «Recibe in absentia doctorado Filosofía de Columbia». 6178 estudiantes se han graduado, 6 de junio de 1956, sólo faltaba Galíndez. Columbia, universidad fundada en 1793. Es el rostro de un hombre seguro de tener rostro, como si se hubiera hecho la foto de doctor antes de serlo. Una petición confidencial del gobierno dominicano al español para que le respalde en la interpelación sobre Galíndez que el embajador uruguayo piensa llevar a la ONU. Recuerden la malevolencia internacional que en el pasado se dirigió contra el gobierno franquista y ahora sobre el dominicano. La solidaridad de los tiranos. Y otra vez Sánchez Bella. ¿Pero quién diablos era este hombre? Lamentando la política izquierdista de Estados Unidos en la investigación del caso Galíndez que ya es el caso Murphy y el caso De la Maza, en la carrera imparable de Trujillo en el exterminio de los exterminadores, un exterminador elimina a otro exterminador y esa larga mano alcanzaría a Espaillat exilado en Canadá, suicidado en 1967, ya muerto su patrón. Tanto ruido por la desaparición de un «oscuro profesor». Sánchez Bella dixit. Y más cruel aún otro embajador, Spottorno, desde Haití, que pone profesor entre comillas y le llama personajillo, el embajadorcillo llama personajillo a un desaparecido, teóricamente compatriota, y añade que fue un «insignificante pelele utilizado a dos bandas, por Aguirre y los separatistas y por los antitrujillistas». Una investigadora no puede indignarse, no puede cerrar la carpeta como tú la has cerrado, ni abrirla con esta sensación de vergüenza profesional. Lautaro Silva, un escritor anticomunista chileno, que presume de ser las tres cosas, escritor, chileno y anticomunista, declara que La era de Trujillo fue escrita realmente por Pablo Neruda, Juan José Arévalo, expresidente comunista de Guatemala y Vittorio Codovila, agente italiano de la Komintern. Galíndez sólo escribió veinte páginas. Ni diecinueve ni veintiuna, veinte páginas. Espaillat, recién nombrado cónsul en Nueva York, enseña las calderas del Fundación para que busquen restos de Galíndez, allí supuestamente arrojado vivo. Un anónimo fogonero ha posado para la historia con una sonrisa que repite el círculo oscuro de la caldera abierta. Y todos los sobornados para la confusión han visto a Galíndez en Cuba, en Budapest, en España, en Latinoamérica. Dos años de silencio y rebrota el caso Murphy, de nuevo las carpetas se hinchan, de nuevo el baile verbal de los embajadores con su lengua en formol o en alcohol o en agua oxigenada según su compromiso con la muerte. Pero mientras tanto un presbítero, desde Managua, ha escrito una refutación de La era de Trujillo, Antonio Bonet se llama, está escrito en 1957 y pretende viajar a España para investigar la infancia y juventud del pecador Galíndez, pecador contra el cristianismo, contra el Benefactor. ¿Quién remite el libro de Bonet a la Dirección General de Política Exterior? A dos manos, Sánchez Bella y Areilza, cada cual con su estilo. Ross, Ross siempre ayudando sin ayudar, haciéndose eco de que Galíndez fue lo que pudo haber sido y no fue y trasladando a la opinión una oferta de la Mafia: por 50 000 dólares está dispuesta a revelar la verdad, toda la verdad del caso Galíndez. Toda la información la conoces, la has rumiado como una vaca durante cuatro años y sólo te fascina cómo queda objetivada en estas carpetas, contagiada de toda la rutina y la penumbra de este caserón herreriano. Incluso te familiarizas con los nombres de embajadores que van cambiando de destino americano y de Uruguay pasan a Caracas, como Saavedra, aunque leyendo sus informes de pronto uno se te clava en los ojos como una gillette. ¿No le llamaban a Espaillat el Navajita o el Gillette? Saavedra informa que los hermanos Vicioso, dos militares e intelectuales dominicanos que han escogido la libertad, informan sobre el final exacto de Galíndez. Fue estrangulado, estrangulado, estrangulado, señor Sánchez Bella, estrangulado, señor Sánchez Bella, en un campamento militar, el campamento 18 de diciembre, después de ser torturado salvajemente y finalmente enterrado en una playa situada junto al campo de tiro. Conocías el dato pero ahora lo ves transcrito directamente, directamente interpretado, no es un flash back, o lo es, pero te hace viajar hacia atrás, no es el tiempo el que viene a buscarte y te duele el cuello, te duele el cuerpo de Galíndez bajo las paletadas de arena, aunque sepas que no fue enterrado, que es un muerto sin sepultura, entregado a la voracidad de los tiburones trujillistas pertenecientes al elenco de sicarios de Trujillo. Y por fin Sánchez Bella al parecer se ha enterado de qué ha pasado, de en qué país está ejerciendo de embajador. Trujillo ya ha hecho desaparecer a Galíndez, al piloto americano Murphy que lo ha transportado desde Nueva York, al piloto dominicano capitán De la Maza que ha sido el brazo derecho de Espaillat en el secuestro. El suegro de De la Maza se llama Rúa, es español, ha pedido protección a Sánchez Bella porque se siente amenazado, le consta que su yerno no se ha suicidado en la celda, tiene una carta autógrafa que desmiente la carta pretendidamente autógrafa en la que se anuncia el suicidio. Ciudad Trujillo. República Dominicana. Política. Muy confidencial y reservado. Asunto: muerte de dos aviadores y conexión con el caso Galíndez: «Esta Embajada ha procurado mantenerse al margen de este complicado y grave asunto, en el que se han enfrentado de una parte, el gobierno dominicano y de otra, como era de esperar, una nueva campaña internacional contra el Régimen». «… Hay que suponer que el embajador norteamericano Pheiffer —amigo de Trujillo y participante en los grandes negocios de éste— no ha podido detener la investigación y campaña iniciada en su ausencia por el encargado de Negocios a. i. de Estados Unidos, Richard H. Stephens, un puritano de la “democracy”». Se te ve el plumero, Sánchez Bella, lo que más te molesta de este asunto es que aún queden puritanos de la democracia, no que hayan asesinado a Galíndez, a Murphy, a De la Maza. «El sábado 2 de febrero llegó a Ciudad Trujillo el calígrafo español a que se refirió el Despacho n.° 60 de 30 de enero de 1957. Se trataba del catedrático de historia Universal de la Universidad de Madrid, D. Manuel Ferrandis Torres, a quien había buscado el cónsul dominicano en Madrid y puesto en un avión en el término de 48 horas. El Sr. Ferrandis no tenía idea alguna del tipo de documento que iba a estudiar, suponiendo se trataba de algún documento histórico. Llegó al aeropuerto y fue prácticamente “secuestrado” por el decano de Filosofía y Letras Sr. Fabio Mota (masón destacado) y por el Sr. Elpidio Beras, procurador (fiscal) de la República, quienes no le dejaron ni un solo minuto libre, planeándole incluso excursiones a la playa, salidas a clubs nocturnos con el evidente —e innecesario— propósito de que el Sr. Ferrandis no estableciera un normal e insoslayable contacto con la Embajada de España en el curso del cual se le indicara qué tipo de trabajo iba a realizar. El Sr. Ferrandis facilitó —sin saberlo— esta misión de los Sres. Mota y Beras suplicando se le permitiera realizar su trabajo inmediatamente, ya que tenía que regresar a Madrid en tres o cuatro días. El domingo 3 le entregaron los documentos a estudiar». A Sánchez Bella le molesta que el grafólogo no cumplimente al embajador de España y le exige días después que se presente en la embajada. «… El Sr. Ferrandis se presentó por la tarde del mismo día en la residencia de la Embajada. En el curso de un almuerzo al día siguiente nos informó detalladamente de todo cuanto se le preguntó. Resumen: “Me han dado, a) una carta de un suicida y b) una instancia a Hacienda, una carta familiar, una tarjeta postal, preguntándome si la persona que escribió b) escribió también a). Después de un profundo estudio mi conclusión es terminante: sí. Ignoro toda circunstancia sobre las personas, los hechos y las implicaciones. Mi trabajo es estrictamente científico”. Esta terminante conclusión del Sr. Ferrandis ha de ser considerada con toda clase de reservas, puesto que existen. Hechos que parecen irrebatibles y que están en pugna con esta versión tan satisfactoria para las autoridades dominicanas. Cabe suponer que al Sr. Ferrandis se le hayan presentado documentos escritos por la misma mano y presentándolos como de De la Maza; cabe —con todos los respetos para el Sr. catedrático de historia— dudar de su calificación técnica para un estudio grafológico, considerando también que la grafología no es ciencia exacta». No hay duda, el señor embajador se va enterando de cómo las gasta el amigo dominicano, sobre todo cuando Rúa, el desconsolado suegro, le enseña una carta de De la Maza, una carta que no promete suicidios, y a continuación pide asilo en la embajada. Se va espabilando usted, embajador. «… la Prensa norteamericana publicó noticias conectando la muerte de De la Maza y Murphy con la de Galíndez. En esta Embajada se conoce únicamente a este respecto la Prensa que llega por valija diplomática desde Puerto Rico, ya que la censura es estrechísima y —como sabe V. E.— es habitual que esta Policía viole la correspondencia de las Embajadas, con pérdidas de cartas, poca limpieza en el cierre de las violadas, e incluso con el cínico señalamiento de párrafos determinados por el lápiz del censor, que a continuación hace llegar la carta a su destinatario. La versión de Time de 11 de febrero (Anejo n.° 1) parecía descubrir una versión que era la que esta Embajada había intuido un mes antes con muy pocos elementos de juicio y que se consignó en el Despacho n.° 43 de 15 de enero: Murphy y De la Maza estaban complicados en el transporte a la República Dominicana de alguien relacionado con la desaparición de Galíndez, probablemente un rojo español apodado el Cojo que vivía en Ciudad Trujillo con el nombre supuesto de “Sastre Arranz” o algún otro…» «… Seguramente como reacción airada a estas noticias de la prensa internacional, el diario oficioso El Caribe de 8 de febrero publicó dos noticias, en apariencia independientes pero que —en este medio reducido donde todos se conocen— constituían un ataque al Sr. Rúa por medio de un cínico alarde de difícil comprensión y de imposible justificación. Estas dos noticias eran: 1) Una carta anónima contra Rúa llamándole “timador”, “vil estafador”, “empedernido salteador”, etc., en la sección llamada Foro Público que —como V. E. conoce— dirige de cerca el propio Trujillo y que constituye el temor diario de todo habitante de este país, que lee cada mañana dicha sección para ver si su nombre está incluido en ella. 2) Un comunicado del procurador de la República en el que se da cuenta de que “vistas las especulaciones que tanto en el exterior como en círculos extranjeros de nuestro propio país se han hecho circular” con respecto al suicidio de De la Maza, se había ordenado una nueva autopsia del cadáver, anunciándose que el informe “científico” sería hecho público más adelante. Se citaba un médico norteamericano y otro peruano entre los doctores que practicaron la autopsia…» «… la autopsia fue una farsa macabra e incomprensible. El teniente coronel del Arma de Ingenieros del Ejército español Sr. Urarte, que trabaja en esta República en un alto cargo técnico de la Secretaría de Obras Públicas, se presentó espontáneamente en esta Embajada para declarar lo siguiente, haciendo ver que si ello fuera conocido por la Policía dominicana le costaría la vida, apreciación sobre la que no cabe la menor duda: “Vivo en la misma casa que el patólogo peruano Dr. J. R. Ravens, médico en el Seguro Social dominicano. Ravens se encontraba días pasados en Estados Unidos de vacaciones con su esposa, que es norteamericana, cuando recibió telegráficamente 1400 dólares con la orden de regresar inmediatamente a Ciudad Trujillo. Lo hizo así y lo recibió Trujillo. Estuvo invisible dos o tres días y al cabo de ellos reapareció en su domicilio, abatidísimo y en un gran estado de nerviosismo, llegando a desahogarse conmigo confesando que De la Maza había sido torturado, que tenía balazos de dos calibres en el costado y que se pretendía que certificase el suicidio por asfixia”». «En esta innecesaria y torpe farsa se complicó además a un médico norteamericano, el doctor William A. Morgan, amigo personal de Trujillo y asociado a él en empresas limpias. Morgan —con simpatías y prestigio profesional en la República Dominicana— fue llamado para que certificase también el suicidio de De la Maza, negándose a ello; pero hacia el 15 de febrero parece ser que no sólo se plegaba sino que inducía a hacerlo a Ravens. De ser así, deben de mediar grandes sumas de dinero». «Aquí termina lo declarado por el teniente coronel Urarte. Hasta la fecha no se ha hecho público el informe “científico” de la autopsia».

«Nuevas torpezas.— Los días 13 y 14 aparecen en El Caribe ridículas noticias sobre la reaparición de Galíndez en México (Despacho n.° 70 de 13 de febrero de 1957). Los periodistas chilenos Lautaro Silva y M. C. Meneses, autores de ese bulo, se encontraban por aquellos días en el lujoso Hotel Jaragua de Ciudad Trujillo y estoy en disposición de decir que algunos insensatos trujillistas proyectaban prepararles un gran acto público donde “explicasen” su “encuentro” con Galíndez en México hace unos días, oponiéndose a tal insensatez Prats Ramírez, presidente de la Junta Central del Partido Dominicano, y algunos otros trujillistas.

»Sobre el Cojo.— Desde hace casi un año se menciona a un exilado español apodado el Cojo como complicado en la desaparición de Galíndez, individuo buscado por la policía de Estados Unidos, Puerto Rico, Cuba, Venezuela, etc. El Time de 11 de febrero de 1957 le llamaba Francisco Martínez Jara. Se recordó en esta Embajada que la de España en Haití había informado hacía tiempo sobre un individuo llamado Martínez Jara, exilado rojo de pésimos antecedentes y que había entrado en la República Dominicana. Supo entonces esta Embajada que Martínez Jara vivía en Ciudad Trujillo con un sueldo de colaborador en la empresa de radio y televisión “La Voz Dominicana”, propiedad del general Arismendi Trujillo, hermano del generalísimo. Buscados los antecedentes, puede identificarse a Martínez Jara como el Cojo complicado en la desaparición de Galíndez y posible ejecutor del mismo. Se adjuntan como Anejo n.° 3 los antecedentes que figuran en esta Embajada.

»Time de 11 de febrero daba la noticia de que la mujer de el Cojo había muerto en Ciudad Trujillo en agosto en accidente de automóvil y que el propio Cojo había desaparecido. Nada se indica sobre el hijo de ambos.

»Rúa entrega en esta Embajada un autógrafo de su yerno De la Maza. El día 25 de febrero Time y Life publican reportajes sobre la desaparición de Galíndez y sus consecuencias ulteriores (Anejo n.° 4) dando a entender que Murphy trajo al primero a la República Dominicana secuestrado en un avión alquilado para tal fin. Sin darle estas noticias —que indudablemente no conoce— se advirtió reiteradamente a Rúa que había una enorme atención internacional sobre el caso de su yerno y que extremase toda prudencia ya que su vida y la de su familia podía ser puesta en juego por intereses internacionales deseosos de producir un escándalo. Rúa prometió actuar así rigurosamente. Un episodio ajeno a este asunto pero que prueba los procedimientos de estas autoridades aumentó la alarma de Rúa, quien espontáneamente depositó en esta Embajada un autógrafo de su yerno De la Maza —documentó por el que tanto interés mostraron los americanos— y que: actualmente se encuentra en la caja fuerte de esta Embajada bajo sobre cerrado y lacrado, como todo lo referente a este asunto. (El episodio en cuestión: El pasado diciembre, un gobernador de provincia había pasado de su alto cargo a la cárcel mediante un Decreto aparecido en esta prensa. Posteriormente fue condenado a un año de cárcel. El pasado día 18 de febrero fue sacado de ella —según una fortuita confidencia llegada a esta Embajada— y el 19 murió en “accidente de automóvil” en una carretera del país, con su chofer. Sería imposible creer estas monstruosidades si esta Prensa no las hiciera públicas.)» «… El secretario de esta Embajada, Sr. Ortiz Armengol, se vio sorprendido por una llamada telefónica personal del Sr. Balaguer por la que éste le rogaba que le visitase inmediatamente en su despacho oficial. Como V. E. conoce, don Joaquín Balaguer será elegido en el próximo mes de mayo vicepresidente de la República y es la máxima figura civil de este Gobierno. Intelectual, dirige personalmente la prensa, ejecutando las directrices de Trujillo y es una persona absolutamente desconocida para el gran público, ya que apenas figura en la prensa y en la vida oficial externa. En este día 19 de febrero el Sr. Balaguer informó a nuestro secretario de Embajada que el padre Posada había hablado poco antes con el generalísimo Trujillo y que por encargo de éste informaba que el Sr. Rúa nada tenía que temer. Puntualizó que el Gobierno dominicano consideraba al diplomático Stephens como hostil, a diferencia del embajador Pheiffer, quien había sido un buen amigo de los dominicanos. Finalmente solicitó el Sr. Balaguer se averiguase por la Embajada de España si el Sr. Rúa trabajaba por cuenta de los norteamericanos y les vendía información, rogando que este extremo se averiguase como cosa de interés para la Embajada de España pero sin que Rúa supiese a quiénes les interesaba confirmar este extremo. El Sr. Ortiz: Armengol contestó al Sr. Balaguer en estos términos, sobre los que había recibido previamente mis instrucciones: a) La Embajada de España no tenía absolutamente ningún interés en el asunto Murphy-De la Maza, salvo la atención que forzosamente había de prestar hacia la posición del español Sr. Rúa. b) De ninguna manera se haría el juego a los enemigos exteriores de la República Dominicana (queriendo significar así lo que era cierto: que no se iba a colaborar con los norteamericanos en la investigación). c) La Embajada deseaba saber si —caso de que el Sr. Rúa y su familia aceptasen la autenticidad de la carta atribuida a De la Maza— se encontraría por parte del Gobierno dominicano una actitud de olvido y una garantía de que el Sr. Rúa no sería atacado en la prensa o de otra forma. Se recordaban las garantías dadas semanas antes por el secretario de Relaciones Exteriores y ratificadas en la entrevista en curso por el propio señor Balaguer. Contestó el Sr. Balaguer que se agradecería que el Sr. Rúa aceptase los hechos y que se agradecía a la Embajada de España su actitud de no hacer juego a las fuerzas internacionales interesadas en producir un escándalo. A continuación se llamó a la Embajada al Sr. Rúa, preguntándosele discretamente si estaba al servicio de terceros, lo negó rotundamente. Preguntado si estaba dispuesto a comprar su tranquilidad propia y la de su familia a cambio de la difícil admisión de la presunta carta de su yerno, resolvió aceptar, causándose a sí mismo y a su conciencia una gran violencia, pero con la justa retribución de que en el periódico se desmintieran los “Foros” publicados contra él. Se acordó gestionarlo así, recordándole una vez más que todo este asunto estaba produciendo una violenta campaña contra el Gobierno dominicano de la que podía resultar ser la primera y más fácil víctima. Reiteró por centésima vez su actitud de prudencia extrema y de reserva extrema. Por indicación de la Embajada el Sr. Rúa fue a visitar al procurador general el día 21 de febrero firmando una declaración aceptando la versión oficial, momento tristísimo y el más amargo de su vida según expresó horas después en la Embajada. Informó el Sr. Rúa que el asunto se iba complicando pues su hija, la viuda de De la Maza, había sido demandada por la familia de Murphy por la cantidad de 50 000 dólares, basándose en que De la Maza había dado muerte a Murphy. Era el abogado de esta petición el dominicano Sr. Cruz Ayala, abogado muy afín a la Embajada de los Estados Unidos en Ciudad Trujillo.

»Consideraciones finales.— Hasta el momento no ha aparecido en esta prensa una rectificación de los insultos contra Rúa y cuando el Sr. Ortiz Armengol llamó discretamente la atención del Sr. Balaguer en una ocasión posterior, el Sr. Balaguer contestó con evasivas. El Sr. Rúa viene constantemente a esta Embajada recordando su “derecho” a la reparación pública. Asegura que con ocasión de una de sus visitas el juez de Instrucción que instruye su “causa” por estafas, el propio juez Sr. Cabral Noboa le prometió que en cuatro o cinco días aparecería en el periódico la reparación moral de Rúa, visto que había aceptado el suicidio de su yerno. Es lamentable pero cierto que el Sr. Rúa sigue siendo molestado por estas autoridades con fútiles pretextos. (El 7 de marzo un telegrama del procurador fiscal Sr. Aristy Ortiz le ordena comparecer para que cumpla sus obligaciones con el Sr. Milciades Mejía Carrasco, abonando lo que debe a este señor. Dice el Sr. Rúa que este Mejía es un policía que en horas libres le pintó unas puertas y unos muebles y que le pagó el trabajo pero que ahora reclama haber pintado un coche del Sr. Rúa, extremo que éste niega. Comparece Rúa ante el procurador fiscal pero no Mejía. El día 8 recibe Rúa otro telegrama conminándole a cumplir sus obligaciones en el término de ocho días). Con ocasión de almorzar en esta Embajada el procurador general Sr. Francisco Elpidio Beras, intercedí amistosamente en favor del Sr. Rúa. El Sr. Beras me indicó que el Sr. Rúa fuese a verle personalmente, sin que hasta la fecha sepa el resultado de esta entrevista. En todo este grave asunto destacan las increíbles torpezas y excesos de esta Policía, la incomprensible política de atacar injustamente a una persona a la que conviene tener tranquila y conforme y —sobre otra consideración— la dureza de la política represiva de este Régimen y en la que no se conoce un caso de perdón. Me permito significar a V. E. la extrema importancia de que este despacho no sea conocido sino muy limitadamente ya que en ello va implicada la vida de varios españoles residentes en la República Dominicana. Este ejemplar ha sido mecanografiado por el secretario de la Embajada y queda en caja fuerte en un sobre cerrado y lacrado después de haber destruido en él los nombres propios. Dios guarde a V. E. muchos años».

Te duelen los ojos. Notas unas agujetas espirituales, las agujetas de las grandes derrotas de la inteligencia. El señor embajador contribuye a que Trujillo disponga de la complicidad aterrorizada de la familia De la Maza y a cambio se garantiza, todo lo que puede garantizar un tirano vesánico, la seguridad de algunos ciudadanos españoles. El señor embajador sabe quién es el Cojo, pero no hila fino, no se ha dado cuenta de que la supuesta esposa del Cojo, muerta en un accidente de tráfico, es Gloria Viera, muerta sola, dentro de un coche, no sabiendo conducir. Es lógico, aquél que no sabe conducir un día u otro se estrella. Tampoco sabe que el hijo de Gloria Viera será presentado como hijo de Galíndez, aún ejerce como hijo de Galíndez, como lo único que ha sobrevivido a Galíndez. De toda la historia, carpetas cerradas, sólo te balsamiza el hervor de los ojos la piedad diplomática que el cónsul Presillas dedicó al viejo Galíndez, a ese anciano alto para su tiempo y para la estatura media de los españoles de la mitad de siglo, al que conservas en la retina de un recorte del Diario de Nueva York, domingo 9 de marzo de 1958. Dos años después de la pérdida de su hijo, los padres de Galíndez guardan luto riguroso. ¿Padres de Galíndez? La anciana que camina por la calle de su casa a la compra es la madrastra de Galíndez y ni ella ni su marido han querido declarar nada en directo, porque el corresponsal supone lo que piensan, lo que sienten, lo que callan. Pero ahí está el Dr. Galíndez, delgado como un chopo, estilizado por un largo gabán negro y un sombrero igualmente negro, a punto de subirse a un taxi negro que reproduce en el ángulo del guardabarros que muestra la fotografía una gigantesca «E» de España. ¿Cómo es el Dr. Galíndez? Se pregunta el corresponsal. Alto, delgado, de pocas carnes y pellejo flácido, que se le arruga en la cara y en las manos. Tiene una mirada penetrante y un diálogo a veces suave, a veces duro. Va siempre vestido de negro por la muerte de su hijo y estamos seguros morirá vestido de negro. A pesar de su edad, representa unos setenta y cinco años, trabaja intensamente, quizá para embotarse el cerebro de quehaceres y evitar pensar, que para él no es sino recordar. «Fue horrible —nos dice el buen anciano—, ha sido el golpe más doloroso de mi vida. Aún no me he repuesto. ¿Cómo puede comprenderlo? Y lo peor es que siempre me vuelven los recuerdos. Es una pesadilla que nunca desaparece. Fue hace dos años y lo tengo presente como si hubiera sucedido ayer, hoy mismo incluso. Le ruego por favor que no ahonde más en la herida». Número 10 de la calle Cava Baja, donde vas en cuanto sales de este Ministerio herreriano, aquí estuvo la clínica de los doctores Galíndez, padre e hijo, el hijo hermanastro de Jesús, el muchacho que fue a verle a Nueva York a recibir una lección de exilio que nunca olvidaría. Clientela humilde, de pueblerinos, describe el corresponsal del diario, cincuenta pesetas la visita, la primera, veinticinco las sucesivas. La familia Galíndez no vivía allí, sino en Villanueva 29, una de las casas más antiguas del barrio de Salamanca y allí están los balcones regulares fotografiados, cerrados a cal y canto, sólo una vez el fotógrafo sorprendió a la criada de los Galíndez, asomada a la calle, sobre la baranda, una palma seca de Domingo de Ramos atravesando la herrería del balcón. «Los inquilinos del inmueble —dos ilustres familias de marinos, el padre del actual ministro de Educación Nacional, dos pintores y algunas familias acomodadas— aprecian y respetan la caballerosidad y cordialidad del Dr. Galíndez. Todas las mañanas, hacia las nueve, sale de su domicilio. En la puerta le espera su hijo, don Fermín, con su Seat negro y le conduce a la clínica. Sobre la una y media hace el recorrido inverso, come y pasa luego a la consulta particular. Ésta se compone de visitantes distinguidos que pagan también unos honorarios más altos. Muchas tardes los doctores Galíndez van al Asilo de San Rafael, del que don Jesús es oculista honorario y don Fermín, oculista de número». Sales del Ministerio por la puerta que da a la calle del Salvador, Atocha arriba hasta encontrar otra vez la plaza de la Provincia, la fachada de este palacio de 1636, construido bajo el reinado de Felipe IV, el ritmo de pórticos de plaza de pueblo anclado en el centro del Madrid de los Austrias, pórticos que se prolongan o reaparecen cuando se abre la perspectiva de la plaza Mayor. ¿Dónde empieza la plaza de la Provincia y termina la de Santa Cruz? Al comienzo de tu estancia en Madrid eras una esclava del mapa, sobre todo cuando te orientabas dentro de esta elipse, de este balón de rugby del Madrid viejo, como un quiste de historia dentro de la ciudad hinchada. En cinco centímetros de mapa el consultorio del padre de Galíndez, el Ministerio donde Galíndez descansa en la paz de las carpetas y la casa de Ricardo en la plaza Mayor, su «picadero de soltero», dicen todos tus amigos, hasta que se «casó» contigo. Tal vez estuviste casada con el reverendo O’Higgins, hasta que el reverendo O’Higgins te encontró en la cama con un reverendo más prometedor, que sin duda hubiera llegado a obispo de la Iglesia mormona de no haber sucumbido a los pecados de tu carne, tan joven era tu carne, tan adolescente que sólo la recuerdas como una pobre carne sometida a toda la vergüenza de la secta y sobre todo a la vergüenza «… de tu anciano padre» como le llamaban todos los que recriminaban, para envejecer aún más tu vergüenza. Conseguiste que te alejaran de aquella caverna poblada por desterrados de la ciudad de los santos, Salt Lake City, en un viaje desmitificador, a la inversa del que emprendiera Richard F. Burton en 1860. Tu amante gimoteaba por teléfono y acabó colgando los hábitos y dedicándose a vender bungalovs en California. Luego el encuentro con Norman, primero en Nueva York, luego en Yale cuando te colocó bajo su protección y lejos de la desesperación de aquel fotógrafo chileno e inmaduro, fugitivo del terror de Pinochet. No te afectaba el sufrimiento ajeno, tal vez porque toda tu sensibilidad para el sufrimiento la había ocupado «… tu anciano padre» que, según los cronistas, había envejecido treinta años en pocas horas cuando tú diste el escándalo del que aún se habla en todo Utah. Apenas un cordón umbilical con tu hermana Dorothy a la que primero pedías perdón carta tras carta y a la que acabaste por sólo pedirle los documentos que necesitabas para tus estudios y tus becas y una correcta administración de la soledad profunda de tu cuerpo y tu inteligencia. Hasta que encontraste a Galíndez, bajo las aguas del Caribe y de la memoria, como si te llamara a ti, a su madre, a Euzkadi, a una patria vaginal, una patria, un valle. ¿Qué te liga a Ricardo? Te lo preguntas cuando ya casi tienes la mano en el pomo de la puerta de la agencia de viajes de la calle Mayor, por si la pregunta va a impedir tu decisión, pero no la impide porque ya has obedecido la orden de empujar y te has sentado ante un muchacho convencional.

—Madrid-Santo Domingo. ¿Ida y vuelta?

¿Ida y vuelta? Ricardo te ha dado su hospitalidad, su joven generosidad, su entusiasmada fogosidad de adolescente maduro halagado por un trofeo anglosajón y pelirrojo: tú. Se ha defendido de tu voracidad, pero le temes perdedor en una batalla que tú no has planteado, que él ha planteado contra sí mismo o quizá contra Galíndez y esa dura historia de España que rechaza, que odia, que teme como una herencia que no se merece.

—¿Ida y vuelta? ¿Quiere pasar a otro país desde Santo Domingo? Ida son 105 000, en cambio ida y vuelta mejora sensiblemente siempre que permanezca en el país quince días. ¿Desea hotel en Santo Domingo y estancia en La Romana? Es lo que suelen quedarse los turistas.

—Ida.

—¿Sólo ida?

—Ida y deje abierto el billete para que decida a dónde voy después.

—Le va a salir el doble de caro, pero usted es la perfecta viajera. A mí me gustaría viajar así.

Suspiró resignado y se aplicó en el ordenador, esclavizado por los ritmos interiores de la máquina. Pagas con la tarjeta de un crédito que la Holyoke y tu hermana mayor van alimentando de vez en cuando, más la Holyoke que tu hermana mayor, y escondes más que guardas el billete, lo escondes de Ricardo puerilmente o de ti misma, más puerilmente todavía. Tal vez para decírselo o para compensarle caminas calle Montera arriba, Gran Vía, Barquillo hasta la plaza del Rey y allí te quedas a las puertas del Ministerio de Cultura, todavía en la duda de si le esperas, le olvidas o le reclamas. Ricardo coge el primer ascensor que encuentra y desde que brota parece un colegial sonriente porque su madre ha ido a buscarle al colegio antes de la hora de salida. No te besa porque nunca te besa en el Ministerio, pero te acaricia el brazo que te coge mientras te insta a que salgáis a la plaza.

—Tenemos telepatía. Pensaba ¿qué es lo que más ilusión te haría ahora? Que me viniera a buscar la yanqui y largarme a comer como Dios manda, un corderazo, medio corderazo, algún plato de ésos que vosotros sólo coméis el día de Acción de Gracias. No veas tú la mañana que nos ha dado el ministro. Es un tío legal, pero acaba de aterrizar no sólo en el Ministerio sino en España y cuando abre la boca se cree que tiene siempre delante a un periodista de Le Nouvel Observateur. ¿Tienes tanta hambre como yo?

—Es difícil que ningún ser humano tenga tanta hambre como tú.

—Venga. Que la vida es breve.

Contemplas cómo se traga un platazo de sólido arroz a la aragonesa, una auténtica jota recia cargada de chorizo y tú apenas pellizcas media ración de ternasco que te queda en la garganta como un tapón y entre bocado y bocado él habla pero te observa, inquieto por tu silencio al que no quiere conceder importancia.

—¿Qué has hecho esta mañana, bonita?

—He ido a Exteriores, como decís vosotros.

—¿Galíndez?

—¿A qué si no?

—¿Interesante?

—Ilustrativo. Galíndez era un vencido. Un desaparecido pero un vencido. He terminado.

—¿Qué has terminado?

—Todo lo que podía ofrecerme Europa sobre Galíndez. Ahora me queda Santo Domingo.

—He pensado en eso. En ese viaje que me anunciaste a Santo Domingo. Tengo mis planes.

—¿Qué planes?

—Para Semana Santa podré distraer unos días. Me los deben de vacaciones y tú ya sabes que España no existe durante esos puentes. Podríamos aprovechar un largo puente para ir juntos a Santo Domingo. Yo me baño, tomo el sol, vacío la isla de cocos y tú investigas.

—Demasiado tarde.

—¿Qué quiere decir demasiado tarde?

—Compréndelo. Ahora estoy caliente.

—Yo también estoy caliente. ¿Vamos a casa?

—Burro. Eres un burro. Ahora tengo la sensación de que tengo el asunto bien cogido, no puedo esperar a Semana Santa.

Deja de comer y se limita a escarbar entre los restos del arroz, escarba con el tenedor y con los ojos.

—¿Cuándo te vas?

—Pasado mañana.

—¿Pasado mañana?

Es pregunta pero también hay indignación, perplejidad, una angustia que le descompone el rostro.

—¿Y me lo dices así?

—Cuanto antes mejor.

—Cuántos días.

—No lo sé.

—¿No lo sabes?

—No. Tampoco sabía cuántos días iba a estar en España y ya llevo aquí seis meses, merodeando, dando vueltas y sabiendo que mi sitio ahora está en Santo Domingo.

Se ha levantado bruscamente y con las rodillas empuja la mesa que se te clava en el estómago. El dolor te hace cerrar los ojos y no ves cómo se marcha, cómo salva el obstáculo de la mesa y gana la puerta en tres zancadas. Te irías tras él pero alguien ha de pagar. Luego le esperarás hasta la madrugada, difícilmente concentrada en las notas que has tomado en el Ministerio, en las fotocopias, tratando de imaginar físicamente a Sánchez Bella.

¿Quién será este Sánchez Bella? Recuerdas algunas fotos de Areilza ahora, pulcro anciano, un conde, un auténtico conde situado incluso por encima del bien y del mal del franquismo que representaba y luego rechazó. «A efectos informativos me complazco en pasar adjunto a manos de V. E. la crónica especial de J. Castilla que sobre “El dolor de la familia Galíndez” ha publicado el Diario de Nueva York de ayer domingo 9 de marzo. En el artículo de referencia se ofrece a los lectores una descripción de la personalidad y modo de vida del Dr. don Jesús Galíndez y su esposa, padres del desaparecido profesor de la Universidad de Columbia. Dios guarde a V. E. muchos años. El embajador de España. José M.ª de Areilza». Distancia diplomática y error. La diplomacia española no había tenido tiempo de enterarse que Galíndez era huérfano de madre. A las tres de la madrugada te duermes. A las cuatro te despiertas para comprobar que Ricardo aún no ha vuelto, ni volverá hasta la noche del día siguiente. Triste y cansado, pero con ganas de pasar contigo la última noche y antes de que empiece a compadecerse le preguntas.

—¿Quién era Sánchez Bella?

—Lo recuerdo vagamente. Un señor muy gordo, que según parece fue ministro de Información. Un cenizo, un carcamal de la hostia. Creo. Pero no te fíes de mi memoria. Ya sabes que yo no tengo la memoria que a ti te interesa. ¿A qué hora te vas?

—Temprano.

—He pedido la mañana. Te acompañaré al aeropuerto.

Y pellizca con los ojos la maleta que has dejado junto a la Brother minúscula que te acompaña desde hace cuatro años.

—¿Te lo llevas todo?

—Bien poco es.

—Podrías dejar algunas cosas aquí.

—Lo necesito todo.

No te pide que hagáis el amor. No duerme y tal vez busque en el techo el resumen de seis meses de relación.

—No tengo ninguna dirección tuya en Estados Unidos.

—Te dejaré una dirección de mi hermana, pero no es seguro que después vaya a mi país.

Se duerme agotado por una tristeza que te angustia pero que no necesitas. Ojalá todas las tristezas fueran como la de este muchacho de veintisiete años. Cuando le crees bien dormido, le acaricias la cara como si quisieras conservar memoria táctil de la máscara, Pero tus dedos te dicen que este muchacho no tiene máscara.

—Volveré, Ricardo, volveré.

Pero lo dices porque sabes que él no te escucha.