Damyan se asustó al ver el rostro de Gael observando la foto de Tara. Desprendía odio, mucho odio. Apartó rápidamente el móvil evitando que pudiera seguir mirándola.
—¿De qué la conoces? —le preguntó.
—¿No te ha hablado de su pasado? Ten mucho cuidado con ella, está loca.
—Estás confundido, no debe de tratarse de la misma persona.
—Nunca podré olvidar su cara, esa mujer es peligrosa.
—¿Y lo dice un hombre que ha estado en la cárcel y ahora está esposado en la cama de un hospital, vigilado por un policía?
—¡Por su culpa estoy aquí! —gritó con rencor—. Es una mentirosa, y estar con ella no te traerá nada bueno en la vida. Quizá termines aquí como yo.
—No sabes de lo que estás hablando.
—Más vale que solo la utilices para follar…
Damyan cerró los puños dispuesto a romperle la cara, pero se frenó al ver que el policía se había levantado al darse cuenta de sus intenciones. Mandó callar a Gael y se quedó observando a ambos.
—Seguro que no te ha dicho ni su verdadero nombre.
Damyan se alejó, no quería seguir teniendo esa conversación con aquel hombre. Le inquietaba su mirada y la forma en la que hablaba de Tara.
—Ariadna. Llámala así, responderá inmediatamente.
Sin mirar atrás Damyan salió de la habitación y se alejó a toda prisa de allí. Se sentía como una estúpido por haberle enseñado la foto. Nunca pensó que tuviera ninguna relación con él. Recordó cuando la vio en aquella habitación; siempre creyó que en el fondo había ido a buscarlo a él, pero se arrepintió y se fue. No fue así, a quien iba a ver era a Gael. ¿Por qué? Lo asustaba el odio que había visto en sus ojos, la rabia con la que hablaba de ella.
De nuevo se recriminó lo torpe e imbécil que había sido. Sentía que por su culpa ahora ella estaba en peligro, aunque ese hombre estaba vigilado y cuando se encontrara mejor volvería a la cárcel. Aun así, le parecía peligroso. Ese tono amable y bromista que utilizaba con todos cambió radicalmente cuando vio la foto.
Tendría que advertirla de todo esto; seguro que no se lo tomaría nada bien, pero debía decírselo. Había sido un irresponsable. Si quisiera podría averiguar qué había hecho ese hombre, pero necesitaba que ella se lo dijera, que confiara en él. Tenía que abrirse y contarle todo. ¿Y si él la había apuñalado y por eso tenía aquella cicatriz? ¿Sería esa la razón de que estuviera preso?
Todas estas preguntas se las tendría que responder Tara. Ni por un momento creía nada de lo que le había dicho Gael. ¿Que ella era peligrosa? Y el maldito decía que era la culpable de que él estuviera allí. No le gustaba nada aquel hombre. Le diría a Alberto que lo tratara él, no quería volver a verlo. Si no se hubiera encontrado ese policía en la habitación le habría roto la mandíbula y lo habría dejado en coma de nuevo, lo cual, pensándolo bien, no habría estado nada mal.
* * *
Tara recibió su llamada. Habían quedado para verse después. Se suponía que esta vez irían a casa de Damyan, tenía curiosidad por conocerla, pero él le dijo que prefería volver a quedar en su casa. Estaba algo extraño y en su voz notó que estaba preocupado. Se inquietó cuando él le dijo que tenían que hablar y esperaba que no le hubiera ocurrido nada grave. Le gustó que la noche pasada él respetase que no quisiera hablar de cómo se hizo esa cicatriz.
Por un lado deseaba confiar en él y contarle todo, pero tenía miedo de involucrarlo, no quería ponerlo en peligro. Cada día que pasaba se sentía más a gusto con él y la idea de irse de Madrid y separarse de su lado empezaba a parecerle cada vez más lejana. Aunque Gael se hubiera despertado no sabía nada de ella, ni siquiera que estaba en Madrid. Carol le había dicho que estuviera tranquila y quizá tenía razón. O a lo mejor solo se estaba engañando a sí misma para no tener que huir de nuevo.
Esperaría un poco más y tomaría una decisión.
* * *
Gael estaba inquieto, no podía creer que hubiera tenido tanta suerte de encontrarla. La rabia le carcomió la sangre cuando vio la foto: dormía plácidamente, con el rostro en paz y feliz mientras que él se pudría en la cárcel. Qué ganas le dieron de cogerle el cuello y retorcérselo. Verla morir por sus propias manos sería una gran satisfacción. Si tuviera ocasión lo haría, pero no de forma rápida e indolora, sino todo lo contrario, sufriría por cada uno de los días que él había estado encarcelado. Pagaría cada golpe que le dieron en la celda de la prisión, donde casi lo matan.
Había vuelto a Madrid, por lo que se sentía confiada y ya no estaba asustada, seguramente creía que no le podría volver a hacer daño. ¡Qué equivocada estaba! No iba a ser tan sencillo librarse de él, ahora que por fin se había despertado y la había encontrado. Solo tenía dos objetivos en mente: el primero huir como fuera de allí, y ya tenía pensado cómo hacerlo; el segundo encontrarla y divertirse con ella hasta matarla. Se lo juró a sí mismo. Por mucho que le costara, no descansaría hasta lograrlo.
* * *
Damyan no se atrevía a llamar a su puerta y entrar. Había preferido quedar en su casa para que ella no huyera si la presionaba. Esperaba encontrar las palabras adecuadas para que se abriera a él y así poder ayudarla. Sabía que algo del pasado le provocaba dolor. Ojalá le dejara entrar en su interior para poder confortarla.
Llamó a la puerta y le abrió. Estaba preciosa, como siempre. Llevaba unos pantalones vaqueros muy cortos y una camiseta de tirantes roja. Incluso con toda la inquietud que tenía en esos momentos por lo sucedido, en cuanto la vio le dieron ganas de abalanzarse sobre ella y besarla. Sentía una necesidad primitiva de tocarla cada vez que estaba a su lado; pero esta vez se controlaría. Tenían que hablar.
—Hola preciosa.
Tara se acercó a él y le besó intensamente, devorándole la boca. «Dios, esto no está ayudándome a mantener el control», pensó Damyan.
—Te he echado de menos —le dijo Tara tocándole el pecho.
—Yo también, pero tenemos que hablar. —Le cogió la mano y la llevó hasta el sofá para que se sentaran.
En cuanto lo hizo, ella se echó encima de él y volvió a besarlo, intentando quitarle la camiseta.
—Dios, Tara, espera… —Ahora le lamía el cuello y su erección era cada vez mayor. Tocó su suave piel por debajo de la camiseta y Tara gimió.
«Mierda, mierda».
—Te deseo Damyan —le dijo excitada.
Él deslizó las manos hacia su culo y lo acarició mientras que Tara se presionaba contra su pene. Una sacudida de placer le incendió la sangre.
—Para, nena, espera… —dijo jadeando. Por un momento tuvo la tentación de dejarse llevar, pero no era lo correcto. La cogió de ambas manos para evitar que lo siguiera tocando o no podría mantener el control—. Necesitamos hablar.
Tara lo vio tan serio que se separó de él y se sentó en el otro extremo del sillón cogiéndose las rodillas.
—¿Qué ocurre?
—Sé que no te gusta hablar de tu pasado, pero es necesario que me cuentes qué te ocurrió.
Tara se levantó rápidamente y comenzó a dar vueltas en el salón.
—¿Por qué insistes?
—¿Cómo te hicieron la herida de la espalda?
—No necesitas saberlo —le dijo irritada.
Damyan se levantó y se acercó a ella. Fue a cogerla, pero ahora ella no se dejaba, le dio un manotazo para que no la tocara. Él la ignoró hasta que logró alcanzarla y cogió su cintura con ambas manos.
—Tara, no soy tu enemigo, solo quiero llegar a ti. No sé si te has dado cuenta, pero para mí no eres un simple polvo. Quiero que confíes en mí.
Su mirada se ablandó, estaba logrando que bajara las defensas. Le acarició el brazo y la besó dulcemente.
—No quiero ponerte en peligro —susurró.
—No lo harás. Ahora dime, ¿cómo te hicieron esa herida?
—Me apuñalaron —dijo casi sin voz y mirando al suelo. Él le cogió la barbilla y se la levantó obligándola a mirarlo.
—¿Por qué?
—Porque sabía demasiado. —Se volvió a apartar de su lado—. No insistas, no te diré nada más.
«Dios mío qué terca es», se dijo Damyan, que estaba empezando a perder la paciencia. Ya no sabía qué más hacer para que se abriera a él. Solo le quedaba una opción, no le gustaba, pero lo haría. Tara se acercó a la mesa, cogió un plato y un vaso que había en ella y se fue hacia la cocina. Entonces se lo dijo:
—Ariadna…
Un gran estruendo se produjo en el salón. Estaba de espaldas a él y el plato y el vaso que llevaba en las manos se le cayeron al suelo. Veía sus hombros subir y bajar con cada respiración; se había quedado paralizada y no se daba la vuelta. La tensión se podía cortar entre ambos. Esperó. Seguía sin decir nada, hasta que, muy despacio, se dio la vuelta.
Su mirada era de absoluto terror, rabia y confusión. Sus ojos estaban llorosos, pero no le caía ninguna lágrima.
—¿Cómo has dicho? —le preguntó por fin.
—Hoy ha ocurrido algo en el hospital y…
No le dejó terminar, salió corriendo hacia la cocina; estaba descalza y pasó delante de los cristales que había en el suelo, pisándolos. Él la siguió, confundido. Cuando llegó ella lo esperaba con un cuchillo en la mano.
—No te acerques Damyan, lo digo en serio.
—¿Qué te ocurre? Déjame explicarte —le dijo intentado acercarse más a ella.
—¡No te acerques! —le gritó amenazándolo con el cuchillo.
—Está bien tranquila, pero escúchame. Hoy fui a ver a Gael. —Vio cómo se estremecía al escuchar su nombre, si tenía alguna duda de que lo conocía, en ese momento se evaporó—. Cometí un gran error.
—¿Qué hiciste? —le preguntó sin bajar el cuchillo.
—Ayer mientras dormías te hice una foto… y él la ha visto.
—¿Que hiciste qué? —Sus ojos se abrieron y por un momento pensó que se echaría sobre él y lo apuñalaría sin parar.
—Me preguntó la hora y vio que tenía una foto de una mujer, me pidió que se la mostrara y lo hice. Tara, te reconoció, me dijo que eras la culpable de que estuviera allí y millones de tonterías más. Hasta me dijo que tu nombre sería falso y que te llamara Ariadna.
—Mierda. —Bajó lentamente la mano en la que llevaba el cuchillo.
Damyan vio sangre en el suelo y se fijó en los pies de Tara.
—Joder, estás sangrando, te has cortado con los cristales. —Fue a acercarse a ella.
—No. —Le volvió a amenazar con el cuchillo—. Vete.
—Ni lo sueñes. —Comenzó a acercarse a ella muy despacio—. Voy a curarte y no me iré de aquí hasta que no me digas qué coño está pasando. —Dio otro paso más.
—Damyan, no te acerques —volvió a advertirle—. Te lo clavaré.
—No te creo. —Casi estaba a su lado, un paso más y la tocaría—. Confío en ti y quiero que tú también confíes en mí.
En su mirada vio dolor y desesperación. Se situó delante de ella y, lentamente, bajó los brazos. Él la abrazó y Tara comenzó a temblar, Damyan sintió que dejaba caer el cuchillo al suelo y respondió a su abrazo. La besó en la cabeza y ella rompió a llorar. Intentó consolarla.
—No te preocupes Tara, todo tiene solución. No sé qué te hizo en el pasado, pero no estás sola, me tienes a mí.
—Tú no lo entiendes —le dijo, mirándolo con lágrimas en los ojos.
—No, la verdad es que no, pero espero que me expliques todo para entender por qué estás así. —Le secó el agua salada de las mejillas—. No llores, preciosa, no dejaré que te haga daño.
—No es por mí, Damyan. Al conocerme te he complicado la vida.
—No digas eso.
Tara lo abrazó intensamente, a la vez que con todo el dolor de su corazón, le dijo una terrible verdad:
—Te he puesto en peligro y voy a tener que irme muy lejos de aquí.