Capítulo 7

Él se quedó observándola unos segundos, luego, sin pedirle permiso, entró y cerró la puerta. Tara lo miró de arriba abajo. ¿Por qué demonios era tan atractivo? Damyan estaba allí, comiéndosela con los ojos, y ella no podía articular ni una palabra. Quería gritarle que por qué había ido allí, reprocharle que ni siquiera la hubiera llamado antes, pero algo en su mirada le impidió hacerlo. Su presencia le imponía y sabía que dijera lo que dijera daría igual. Él no pararía.

Damyan siguió acercándose mientras ella se alejaba, hasta que la pared la frenó y no pudo seguir retrocediendo. Él curvó los labios, sonriendo, sabiendo que estaba atrapada.

—¿Te crees que puedes entrar aquí sin decirme nada y acorralarme? —logró decirle furiosa.

—Sí.

Llegó hasta ella y no la besó en la boca. Le acarició la barbilla y Tara a punto estuvo de apartarle la mano, pero no lo hizo. Primero posó los labios en su frente y siguió bajando hacia la mejilla; después, muy despacio, mordió el lóbulo de su oreja, haciéndola temblar. Tara cerró los ojos y se dejó llevar.

Él deslizó la boca hasta su clavícula y la lamió. Sentía su cálido aliento en la piel. Gimió mientras Damyan, con mucha paciencia, le desabrochaba la camisa. Primero un botón, luego otro y otro más. Sentía sus dedos en la piel, le rozaban pero no la tocaban. Llegó hasta el último que se encontraba justo debajo de la cintura, muy cerca del sexo, que cada segundo se iba avivando más. Le soltó el último botón y, lentamente, le sacó la camisa deslizándosela por los hombros. Se estaba tomando su tiempo y ella quería besarlo ya, que la penetrara de una vez. Su contacto y esa lentitud la estaban alterando. Le agarró del cuello y lo acercó hacia su boca.

—No, preciosa, todavía no. Lo último que besaré esta noche será tu boca. —Mientras le decía aquello le quitó el sujetador y se deleitó viéndola desnuda—. ¿Sabes qué es lo siguiente que voy a besar, lamer y chupar? —Le bajó los pantalones cortos y las bragas de encaje.

—No… —murmuró.

—Tu coño, Tara.

La cogió en brazos y la tumbó en la mesa rectangular que estaba en el salón. Se quitó la camiseta y Tara observó su pecho.

—Alza los brazos por encima de la cabeza y agárrate a la mesa, si te sueltas paro.

Obedeció y él le abrió las piernas. Se inclinó y la regaló besos húmedos cerca de la vagina. Recorrió el monte de Venus y paró. Antes de hacer nada la miró y vio su pecho subir y bajar, excitada y dispuesta para él. Era la primera vez que la veía completamente desnuda y podía apreciar cada curva con mayor claridad. Su suave y pálida piel, las moldeadas y esbeltas piernas. Y su vagina… totalmente depilada. En ese momento la veía como una diosa, su diosa. La erección le dolía a través de sus pantalones.

Con ambas manos abrió despacio los labios y entonces la lamió. Solo una vez. Tara se sacudió.

—Quieta.

Volvió a darle otro lametazo y otro, y otro más. Tara se soltó y le agarró del pelo. Él se apartó y le cogió los brazos poniéndoselos de nuevo encima de la cabeza. Se situó muy cerca de su cara.

—Te he dicho que si te sueltas pararé.

Tara lo miró con rabia y deseo, pero obedeció. Él volvió a colocarse entre sus muslos y la atormentó de nuevo con la lengua. La lamió de nuevo, esta vez de forma más intensa. Tomaba todo de ella, pasó la lengua por su clítoris y lo torturó. Cuando Tara creía que ya no podía sentir más placer, él metió dos dedos en la vagina.

—Damyan —susurró excitada.

—Qué bien sabes… Tan dulce.

El hombre succionó su botón hinchado, y mientras le daba placer con una mano acarició su pecho con la otra, retorciéndole un pezón. Tara estaba muy cerca del orgasmo. Faltaba tan poco. Damyan sacó sus dedos y se sintió vacía, pero enseguida metió la lengua, entrando y saliendo, dentro, fuera, hasta que pensó que ya no aguantaría más. Tocó con un dedo su clítoris y entonces estalló. Gritó y se sacudió en la mesa, sintiendo el placer extenderse por su cuerpo. Damyan apenas la dejó respirar.

—Ven.

Todavía temblando se incorporó de la mesa mientras él se quitaba el resto de la ropa y se quedaba desnudo delante de ella. Cogió un preservativo y se lo puso. Tara no podía dejar de mirarlo. Le recordaba a los gladiadores romanos, solo que él era más fibroso y no excesivamente ancho. Los abdominales se le marcaban, su piel, algo dorada, pedía a gritos que la besaran y mordieran. Deslizó la mirada hasta su pene; lo había visto otras veces, pero en esta ocasión lo apreció con más claridad. Era grueso, grande y alargado. Perfecto.

Cuando le miró a la cara vio que la observaba con una sonrisa:

—¿No te cansas de mirarme? —le preguntó, seguro de sí mismo—. Puedes tocar si lo deseas.

A Tara le dieron ganas de darle una torta, tumbarlo en el suelo y montarse encima de él, pero se quedó quieta, expectante, hasta que Damyan la cogió y la ayudó a bajarse de la mesa. Instantes después, le arrebató un beso, intenso y apasionado. Echaba de menos sus labios, cuando sus bocas se unían el placer y la química se multiplicaba, imposible de parar.

Jadeando, tocándose ávidamente uno y otro, sin descanso. Le dio la vuelta y la colocó en la parte superior del sofá que estaba al lado. La obligó a inclinarse. Su trasero se exhibía ante él.

—Abre las piernas —le ordenó.

Ella lo hizo pero Damyan metió uno de sus pies y la obligó a que se abriera más.

—Así cariño —le dijo mientras le acariciaba la espalda—. Desde aquella noche en el cine no hemos podido hacerlo de nuevo. Echo de menos tu estrechez exprimiendo mi polla.

Tara respiraba con dificultad, expectante e inquieta. Sintió cómo ponía la punta de su pene en la entrada de la vagina.

—¿Qué quieres Tara?

—No te lo diré.

—Pídemelo. —Seguía jugando con ella, metiéndole el glande, pero sin llegar a profundizar.

Ella apretaba los puños en el sofá. Anhelante y deseando que la penetrara.

—No —dijo orgullosa.

Él se apartó. Intentaba mantener el control. Ansiaba entrar en su interior, aunque no lo haría hasta que se lo rogase. Le volvió a meter el glande, a la vez que la tocaba el clítoris. Ella gimió.

—Vamos Tara, si me lo pides lo tendrás. —Su voz se entrecortaba también por el deseo.

—No…

Él se inclinó en su espalda y le susurró en el oído:

—Vas a rogarme, lo quieras o no. Cuanto antes lo hagas, antes disfrutaremos los dos. —Le gustaba lo cabezota que era, pero al final ella sucumbiría.

Se incorporó de nuevo y, entonces, sin previo aviso, se la metió profundamente. Una sola estocada y salió. Tara sintió una sacudida y todo su cuerpo vibró. Quería más.

—Pídemelo, nena —le dijo mientras torturaba su inflamado botón.

—¡Mierda! Hazlo, métemela.

—Se pide por favor.

—Y una m… —Hundió su pene dentro de ella y comenzó a entrar y salir. La agarraba de las caderas y mantenía el ritmo. Ambos jadeaban y empezaron a sudar. Sus cuerpos estaban húmedos.

—Dios, Tara. Echaba de menos tenerte así. Hacerte mía de nuevo.

Se sentía tan bien. El acoplamiento era perfecto, como si estuvieran hechos el uno para el otro. La embistió con fuerza, hondo, profundo, y en ese momento se corrió. Le tocó el clítoris y ella sintió un huracán de placer invadir su cuerpo. Gritó sin poder contenerse.

Ambos se quedaron laxos en el sofá. El pecho de Damyan descansaba sobre la espalda de Tara. Se levantó, se quitó el preservativo y le preguntó dónde estaba el baño. Ella se tumbó en el sofá y se tapó con una manta fina que siempre tenía en el sillón. Le temblaban las piernas.

Cuando volvió del baño se había puesto los bóxer. Se sentó a su lado. La acarició el pelo y Tara vio ternura en su mirada. Hacía un momento era todo dominación, pasión y autoridad y ahora la desarmaba con esos ojos que le transmitían demasiado.

—¿Quieres que me vaya? —le preguntó Damyan.

—Si te vas te corto las pelotas.

Damyan se rio.

—Déjame un sitio. Conociéndote, me harías dormir en el suelo.

—No es mala idea.

—Bruja —le dijo mientras se acercó a sus labios y le dio un breve beso.

Él se colocó detrás de ella, la abrazó y Tara colocó la cabeza en su brazo. Se taparon y se quedó dormida con las caricias que Damyan le hacía en el pelo.

Sangre por las paredes, por el suelo, por los muebles. Tara intentaba huir, pero le pesaban las piernas. No podía escapar, se sentía atrapada y sabía que alguien iba detrás de ella, en el momento que la encontrara la mataría. De repente apareció en un jardín rodeado de flores. Sentada en un columpio alguien la empujaba suavemente y ella reía. Era pequeña, no veía quién estaba detrás, pero sabía que sentía un gran amor hacia esa persona.

Echó la cabeza hacia atrás, sintiendo el aire, el brinco del estómago al subir y bajar. Todo era perfecto hasta que miró su vestido, lo vio lleno de barro y de sangre seca. El sol que brillaba con fuerza en el cielo cambió y se cubrió de nubes. Comenzó a llover. De nuevo esa presencia que temía estaba allí. Se bajó del columpió y echó a correr. Escuchaba los pasos detrás de ella, se iba acercando cada vez más, por mucho que huyera la estaba alcanzando. De pronto sintió una presión en su espalda y un fuerte dolor se expandió por su pecho. Supo el origen de esa sensación. Le habían clavado un cuchillo. Le costaba respirar, se cayó al suelo y comenzó a arrastrase. El aire no llegaba a sus pulmones, se estaba ahogando… Escuchó que alguien la llamaba a lo lejos.

—Tara, despierta.

Abrió los ojos y vio a Damyan con el rostro preocupado. Él le acarició la mejilla.

—Tranquila. Has tenido una pesadilla.

«No, no es un sueño», pensó.

—Abrázame —le pidió Tara.

—¿Estás bien?

—No.

Él no dijo nada y la estrechó contra su cuerpo. Se abrazó a ella y acarició su espalda. Tenía una marca en la piel, una cicatriz. Debía de habérsela hecho hacía tiempo. Él había visto heridas de cuchillo y prácticamente eran igual. La rozó con un dedo.

—¿Y esta cicatriz? Parece profunda.

—Sí, lo fue.

—¿Tuviste secuelas?

—Me perforó un pulmón. Pero prefiero no hablar de ello.

—Está bien. —Damyan tenía muchas preguntas, pero no quiso agobiarla.

—Gracias.

Se dio la vuelta y le besó, luego se acurrucó en su cuerpo y se quedó dormida. Él, sin embargo, no podía dormir. Tenía la sensación de que algo horrible le había ocurrido a Tara en el pasado, y cuanto más la conocía más seguro estaba. No entendía por qué no confiaba en él. Quizá podría ayudarla, aunque decidió que tendría paciencia y esperaría a que ella se fuera abriendo poco a poco.

Observó su rostro. Ahora estaba serena y tranquila. Era tan hermosa. Cuanto más la conocía, más tiempo quería permanecer a su lado. Con cuidado cogió su móvil, que estaba encima de la mesa, e hizo una foto a su rostro. Suponía que esta vez no se enfadaría, solo era una foto de ella durmiendo.

* * *

Damyan llegó al hospital. La noche con Tara fue perfecta, quedaron en que volverían a verse, pero esta vez en su casa. Parecía haber bajado sus defensas y estaba mucho más receptiva. Si no la hubiera encontrado en el ascensor, nunca la habría vuelto a ver. Menos mal que le hizo la foto a su carnet de identidad. No se lo pensó, quería verla y estar con ella, pero sabía que si la llamaba no daría su brazo a torcer. Cuando abrió la puerta y la vio no necesitaron palabras. Sus cuerpos se llamaban, se atraían como dos imanes, y eso fue lo que hicieron, juntarse.

Se dirigió a la habitación del hombre del coma, todos lo llamaban así, porque ese día le tocaba a él examinarlo. Cada día hablaba más, era un criminal pero allí no lo veían así. Parecía divertido y, poco a poco, se iba ganando a la gente. Entró y lo vio mucho mejor. Hizo las comprobaciones pertinentes y cogió las cosas para irse. El policía seguía allí. No podía negar que la situación era muy rara.

—¿Tienes hora? —le preguntó Gael.

—Sí. —Damyan sacó el móvil de la bata—. Las dos y media.

Gael vio de lejos que él tenía en el fondo de pantalla a una mujer.

—¿Es esa tu novia? —le dijo con una medio sonrisa.

—Bueno, no sé muy bien lo que somos todavía.

—Vaya, eso es que te tiene agarrado por los huevos. —Comenzó a reírse e instantes después empezó a toser.

—Todavía estás débil.

—Por una parte estoy deseando recuperarme, aunque por otra… —Miró hacia el policía que seguía leyendo el periódico. Parecía que no hacía otra cosa.

—Aún tendrás que estar por aquí un tiempo. Bueno, voy a seguir con mi ronda —le dijo a la vez que se alejaba de él.

—Espera —le pidió Gael. Damyan se detuvo—. ¿No vas a enseñarme a esa preciosidad?

Damyan dudó por un momento, pero sonrió y le acercó el móvil a la cara. Al fin y al cabo era inofensivo. El hombre palideció, pestañeó varias veces intentado enfocar mejor. Si hubiera podido apretar los puños con fuerza lo habría hecho.

—Es ella… —dijo Gael.