Llevaba poco más de veinticuatro horas despierto. Su cuerpo iba respondiendo muy despacio a los estímulos, aunque todavía no veía con claridad. Cuando se despertó todo fue demasiado confuso; oía voces a lo lejos y sentía calor. Necesitaba moverse, pero le era imposible. ¿Dónde estaba? ¿Qué había ocurrido?
Intentó enfocar la vista para lograr ver los rostros de esas voces que escuchaba a su alrededor. La primera imagen que captó fue la de aquel policía sentado en un sillón a los pies de la cama. Con pequeñas ráfagas le fueron llegando los recuerdos: la cárcel, la paliza, el hospital… Y después se volvía todo negro. Hasta ahora, que había vuelto a despertarse.
Lo siguiente que recordó fue a aquella mujer, juró que ajustaría cuentas con ella, ya que era la culpable de cada una de sus desgracias. Si la hubiera podido matar aquel día…
Quería levantarse, salir de esa cama y huir de allí. Bajo ningún concepto deseaba volver a la cárcel; sabía que si volvían a encerrarlo la gente que le había dado aquella terrible paliza se encargaría de eliminarlo definitivamente. Además, él tenía otra tarea pendiente. Matarla. Sí, tenía que vengarse, y no lo haría rápidamente, al revés, disfrutaría con ello. Después de despertar del coma, y pasado todo ese tiempo, todavía seguía obsesionado, hasta el punto de que creyó verla en el hospital. Una mujer delgada, con gafas de sol y una gorra, entró en su habitación y por un momento creyó que era ella. Pero aún no veía demasiado bien y lo más seguro era que se hubiese equivocado. Además, ella no se habría arriesgado tanto…
Tampoco sabía cómo iba a escapar. Apenas le quedaba gente en la que poder confiar, y ponerse en contacto con alguien sería complicado. Ya se le ocurriría algo. De momento no tenía que fingir por su estado físico, pero llegado el caso intentaría alargar todo lo posible su estancia en el hospital hasta que lograra huir de allí.
* * *
Damyan permanecía callado apoyado en la puerta, esperando a que ella le diera alguna explicación, pero no lo hacía. Seguía con los brazos cruzados y mirando al suelo. Tenía ganas de tirarla en una de las literas, besarla, tocarla y saciarse de ella, aunque en esos momentos era mayor la necesidad de saber. Iba a intentar ser suave y paciente.
—Tara, por favor, háblame. Necesito que te abras a mí. ¿Qué te ocurre? ¿Qué haces aquí?
Al utilizar ese dulce tono de voz logró llamar su atención y ella lo miró:
—No puedo decírtelo. Es mejor que lo dejemos así.
—¿No puedes o no quieres?
—Las dos cosas.
«Joder, qué cabezona es», pensó Damyan. Se apartó de la puerta y lentamente se fue aproximando hacia ella. Tara iba dando pequeños pasos hacia atrás.
—Lo de grabarte fue una tontería. Lo siento si te molestó, si quieres puedes grabarme tú a mí y estaremos en la misma situación —le dijo sonriendo.
Llegó hasta la ventana y no pudo seguir alejándose de él. Damyan la alcanzó y le acarició la mejilla, mientras que Tara cogía su mano evitando que siguiera tocándola.
—No Damyan, es mejor que paremos.
Tara no quería ponerlo en peligro; Gael se había despertado y Damyan era el enfermero que lo atendía. Si ese hombre se enterara de que tenía alguna relación con ella…
—Quiero seguir viéndote —le dijo al mismo tiempo que se zafaba de su mano y volvía a acariciarla, esta vez perfilando sus labios con un dedo, para después seguir bajando hacia el cuello—. No quiero que vuelvas a huir de mí.
—Basta —susurró Tara cerrando los ojos. El contacto de su mano la desconcentraba.
Damyan vio su femenino pecho subir y bajar. Enseguida respondía a sus caricias. Su excitación hacía que le fuera más complicado mantener la serenidad, pero tenía que dominarse o la tumbaría allí mismo y la desnudaría. Accedió a su nuca y sus dedos se enredaron en la melena.
—¿Por qué me dices que me pare si lo deseas tanto como yo?
—No es cierto —logró decir.
Él no pudo más y, tirando levemente de su pelo, hizo que su cabeza se inclinara hacia atrás y la besó. Tara sentía el tirón del cabello en la nuca y a la vez el dulce beso que le regalaba. Pero él no ganaría. No, no lo haría. Así que le paró de la primera forma que se le ocurrió.
—¡Mierda! —gritó Damyan, apartándose de ella y tocándose el labio. Le había mordido, haciéndole sangre.
Tara intentó huir por un lado para llegar hasta la puerta, pero apenas pudo moverse ya que Damyan la agarró de la muñeca.
—¡Suéltame!
—Ni lo sueñes. —Rápidamente la colocó contra la barra de una de las literas y soltó sus manos, pero la tenía atrapada con su cuerpo—. Casi lo olvido, te gusta jugar duro ¿verdad?
—No, no quiero jugar.
Damyan perdió la paciencia. Seguía intentando alejarse de él aunque su cuerpo dijera lo contrario. Cerró los puños y apretó la mandíbula. Cada vez se sentía más molesto. Hizo el último intento. Las palabras salieron de su boca, esperando que ella reaccionara:
—De acuerdo, entonces no tenemos que hablar, podemos quedar solo para follar.
Tara le dirigió una dura mirada y sin pensárselo le dio una bofetada. Una sonrisa se perfiló en los labios masculinos.
—¿De qué te ríes?
—He permitido que me pegaras, pero solo por esta vez.
—Ni siquiera la has visto venir.
—Te habría parado sin problemas. Te aseguro que no lo volverás a hacer —le dijo amenazante.
—¿O qué? —le desafió.
De pronto Damyan la agarró del cuello y la besó de forma salvaje, intensa. La tumbó en la cama de la litera y la inmovilizó atrapando sus brazos por encima de la cabeza.
—Solo quería comprobar una cosa, y estaba en lo cierto —le dijo clavándole los ojos. La observó, tenía los labios entreabiertos, y estaba sonrosada por el deseo, la respiración agitada por el ardor de sus caricias. «Dios, está preciosa», pensó.
—Estás loco —lo increpó.
—No, nena, tú estás loca por mí. Te ha importado que te dijera que solo quiero follar, si no, no me habrías abofeteado.
—Vete a la mi… —Damyan la besó de nuevo sin dejar que terminara la frase.
Comenzó a tocarla por debajo de la camiseta, y pronto llegó al sujetador. Tara emitió un gemido y él se descontroló, la apretó fuertemente un pecho y bajó el sujetador accediendo a su pezón. Lo pellizcó con vigor mientras saqueaba su boca; el dulce olor que emanaba su cuerpo lo volvía loco. Ya no podía detenerse. Tara cedió y respondió a sus caricias; le cogió del pelo y apretó para que hundiera más la boca dentro de ella.
Damyan llegó hasta los pantalones de Tara y le desabrochó el botón, ambos jadeaban. En ese momento la dio la vuelta y quedó de culo hacia él. Le bajó bruscamente los pantalones y comenzó a acariciar la raja de su trasero.
—¿Qué haces? —dijo Tara mientras agarraba fuertemente las sábanas.
—Algo que te gustará.
Bajó la mano hasta su vagina y le metió dos dedos de golpe. Tara jadeó.
—Bien cariño… Estás muy mojada.
Siguió torturándola con ambos dedos, entrando y saliendo hasta que los sacó y deslizó uno de ellos por su oscuro agujero. Despacio lo fue introduciendo:
—Espera —murmuró Tara.
—Déjate llevar.
Tara sintió cómo introducía lentamente el dedo y millones de sensaciones se agolparon en su interior. Comenzó a moverse intentado liberarse y él le dio un pequeño azote que increíblemente elevó su placer.
—No te muevas.
Damyan seguía inmovilizándola con una mano, con la otra se desató el lazo del uniforme y, cuando iba a bajarse los pantalones, sonó su busca.
—¡Dios, ahora no!
—¿Qué ocurre? —preguntó Tara.
—Tengo un aviso. Se incorporó y sacó el busca del bolsillo de los pantalones. Lo leyó y se levantó, intentado tranquilizarse.
—Joder, lo siento, debo irme.
Tara se dio la vuelta y se arregló la ropa hasta quedar de nuevo algo presentable. Cuando se iba a incorporar él la paró bloqueándola de nuevo con su cuerpo.
—Vamos a volver a vernos. No quiero ninguna excusa.
Ella sonrió desafiándolo. Sabía que no podía encontrarla, por lo que tenía la partida ganada. Damyan se dio cuenta y un destello brilló en sus ojos. Sin dejar que se levantara cogió su bolso, que se había caído cuando la abalanzó sobre la camilla. Tara se revolvía, pero no podía moverse, mientras que él rebuscaba algo dentro.
—¿Qué diablos haces? —dijo molesta.
Él no contestó, siguió revolviendo todo hasta que dio con lo que buscaba. Sacó la cartera de Tara y con su móvil sacó una foto a algo. Lo miraba extrañada, sin entender lo que estaba haciendo, hasta que él le enseño el carnet de identidad con todos sus datos, tanto la parte de la foto como los de su dirección. Ella se dio cuenta e intentó soltarse para detenerlo, pero fue inútil. Metió de nuevo la cartera en su bolso, se acercó a su oído y le susurró:
—Ahora sé dónde vives, preciosa. Estaré impaciente esperando que me invites a tu casa. —Se separó y le guiñó un ojo.
—¡Cabrón!
Damyan la soltó y ambos se levantaron. En ese momento entró Alberto por la puerta.
—Uy, perdón, no sabía que estabas con alguien. —Miró a uno y a otro algo extrañado—. Tenemos que ir a urgencias, nos necesitan allí.
—Ok, ahora mismo voy.
Tara observó al chico que acaba de entrar. Era moreno, con los ojos azules e intensos. Sin decir nada cogió su bolso y se fue.
—Vaya, creo que no la has dejado muy satisfecha —dijo Alberto sonriendo.
—Calla. Anda, mejor vámonos.
* * *
Cuando llegó a su casa, Tara se fue directamente a la ducha. Damyan la dejaba necesitada y ardiendo. Sentía rabia consigo misma por no haber sido fuerte y no haberle frenado, pero cada vez que la tocaba se deshacía por él. Salió de la ducha y se secó el cuerpo; se miró en el espejo y comenzó a cepillarse el pelo.
—No tienes pelotas, Tara; te puede y te quedas idiota cuando te toca —se dijo a sí misma mirándose al espejo—. Bueno, aunque al menos se ha llevado un mordisco en los labios… y una torta. Joder qué bruta soy.
Dejó el cepillo en la encimera y miró hacia el lavabo.
—Mierda, y encima ahora hablo sola.
Llamaron a la puerta de su casa y el corazón le dio un brinco. Por un momento pensó que era Damyan, que ahora sabía dónde vivía. Se enrolló la toalla por el cuerpo y se acercó a la mirilla. Vio que era su amiga Sonia, abrió la puerta y la abrazó:
—¿Estás bien? —preguntó sorprendida por el recibimiento.
—Sí, pasa. No te imaginas las ganas que tenía de verte —le dijo Tara con un tono algo desesperado.
Entraron en el salón y Tara se sentó. Su amiga al verle la cara no lo dudó ni un segundo y le hizo una propuesta:
—Anda, vístete y vamos a dar una vuelta. Lo necesitas.
Se fueron a un parque cercano y Tara le contó cómo había conocido a Damyan. Le habló de la cita en el restaurante y también le contó lo del sexo cibernético. Por supuesto, obvió todo lo relacionado con Gael.
Se sentaron en un banco y Tara se quedó callada.
—¡Madre del amor hermoso! Qué interesante todo lo que me has contado, pero no entiendo qué te frena para verlo de nuevo. Estuvo mal que te grabara, pero te gusta. No seas tonta y dale otra oportunidad.
—No debería hacerlo, no es bueno para él acercarse a mí. Ahora ya ni siquiera lo es para ti… —Las últimas palabras las dijo tan bajo que Sonia no la escuchó.
—Anda ya, tonterías. Mañana mismo lo llamas y hablas con él.
—Sí, lo haré cuando tú llames a Víctor.
—Ese es un golpe bajo.
Un señor con un perro pasó cerca del banco donde ellas estaban sentadas. El pequeño perro blanco y con ricitos se acercó a olisquearlas. Ambas lo tocaron y el perrito movió la cola agradecido. Su dueño lo llamó y se fue.
—Creo que he tomado una decisión —le dijo a Sonia.
—Que vas a llamarlo, por supuesto.
—Me voy a ir de Madrid. Ya no puedo quedarme aquí.
Su amiga se quedó de piedra al escucharla.
—¿De qué estás hablando? ¿Por este tío?
—Son muchas cosas que no puedo explicarte, pero creo que es la solución a mis problemas.
Sonia intentó convencerla durante una hora de que no podía irse de Madrid, que la echaría de menos y que no tenía que huir de los problemas, sino enfrentarse a ellos. Su amiga lo veía muy fácil porque no sabía todo lo que le ocurría en su vida. Durante esos años había logrado rehacer los destrozos que él le causó, pero en poco tiempo todo se estaba complicando demasiado a su alrededor.
Cuando se despidió de Sonia decidió ir paseando a su casa, mientras pensaba en el lío en que estaba metida. No sería sencillo volver a ir a vivir fuera, en el fondo no quería. Se había acostumbrado a sus compañeros de trabajo, que siempre la trataban como a un igual. También podía contar con su jefe, en general el ambiente era muy bueno. Había conseguido adaptarse de nuevo a Madrid y, aunque las pesadillas nunca cesaron, el tener esa estabilidad la había ayudado mucho. Si se iba echaría de menos demasiadas cosas, entre ellas a él.
Qué arrogante y dominante era. Ella se había dado cuenta de que Damyan intentaba controlarse y ser paciente, pero enseguida salía ese lado autoritario. También había visto su lado protector hasta sentir su preocupación por ella. Pero no quería meterlo en todo aquello.
Y si al final se iba, ¿dónde iría? De nuevo tendría que buscar un apartamento y un nuevo trabajo, y ahora no era un buen momento para encontrar empleo. Llegó hasta su portal y abrió la puerta. Sintió que la rabia nacía de nuevo en su interior. Gael siempre estaría presente en su vida, tendría que huir continuamente. Carol le había dicho que ahora podía estar tranquila, pero lo conocía muy bien. Sabía que nunca la dejaría en paz. Era vengativo y peligroso. No podía fiarse y bajar la guardia con él.
Abrió la puerta del apartamento y, justo cuando iba a cerrar, una mano de hombre la frenó. Tara se sobresaltó y entonces lo vio.