Capítulo 24

Sonia y Tara llevaban una hora hablando en la habitación del hospital. Desde que a Tara le habían dado el alta iba todos los días a ver a su amiga. En unos días Sonia también saldría de allí. Ya se encontraba mucho mejor.

—Estarás deseando irte a casa —afirmó Tara.

—Sí… bueno.

La respuesta no fue tan rotunda como esperaba. La miró extrañada y en ese momento entró Alberto.

—Hola Sonia, ¿cómo estás? Vengo a tomarte la temperatura. —Vio que estaba Tara a su lado y se dirigió a ella—. ¿Cómo te encuentras?

—Bien, gracias Alberto. Y nuestra enferma quejica, ¿está mejor?

—Está muy bien…

Él miró a Sonia de una forma distinta, no parecía que fuera solo su paciente. Tara se dio cuenta al ver que su amiga se ruborizaba. No se lo podía creer, ¿había algo entre ellos?

—Hoy me encuentro mejor, ya no he tenido mareos y las costillas apenas me duelen.

No dejaban de sonreírse y mirarse el uno al otro.

—Voy a seguir con la ronda. —Alberto miró a Tara y se despidió de ambas.

—¿Qué coño pasa? —preguntó Tara a su amiga con una sonrisa.

—¿A qué te refieres?

—Sonia, no te hagas la tonta. —Le dio un golpe en la pierna—. Te gusta Alberto.

Su amiga se empezó a reír.

—Bueno, el chico no está mal. ¿Has visto qué ojos más azules tiene? Y ese flequillo que le cae sobre la frente… parece un chico malo.

Tara soltó una carcajada.

—¿No has tenido ya suficiente ración de chicos malos?

—Este lo parece, pero creo que no lo es.

—Sí, creo que es un buen chico. Me alegra tanto que estés mejor.

—Lo estoy, de verdad. ¿No tenías que irte a cenar?

—¿Me estás echando? —le dijo riéndose.

—Para nada, lo que creo es que me estás utilizando como excusa.

—Estoy un poco nerviosa por cenar con la familia de Damyan. Deséame suerte.

—No la necesitas. Les vas a caer genial, ya lo verás.

Se miraron y se quedaron calladas. Tara se puso algo más seria.

—Sonia, ¿de verdad puedo creerte cuando me dices que Gael…?

—Tranquila, no abuso de mí, no voy a negarte que me trató muy mal, me golpeó y cuando entré aquí estaba deshidratada, pero lo que tú piensas no ocurrió. Soy más fuerte de lo que crees, superaré esto. Seré igual de valiente que tú.

—No lo soy y odio que te haya pasado todo esto.

Sonia cogió de la mano a Tara y la miró con afecto.

—No me arrepiento de haberte conocido, todo lo contrario, siempre has sido un gran apoyo. Me alegro de conocer por fin tu pasado, y de que ya no tengas que callarte nada.

—Gracias por estar ahí.

Se dieron dos besos y, dándole un fuerte abrazo, se despidió de ella. Cuando iba hacia el ascensor una idea se empezó a formar en su mente. Gael no estaba en aquel hospital, pero estaba en La Paz y ambos se encontraban muy próximos el uno del otro. Cogió el coche y quince minutos después subía en el ascensor de camino a su habitación. Le habían indicado que no podía recibir visitas, pero se coló igualmente. Un policía hacía guardia en su habitación, y al verla supo que era Tara. La mayoría de ellos la conocía. Le pidió que por favor le dejase verlo. El policía la observó, analizándola, pensando si debía aceptar su petición.

—Bien, puedes entrar, pero solo unos minutos. Entraré contigo, no puedo dejarte sola.

Ella asintió y ambos accedieron a la habitación. Estaba lleno de cables, por todos lados. En el monitor se veían sus pulsaciones, la presión sanguínea… Estaba muy pálido y al verlo así le pareció que se encontraba muy débil. Por primera vez no estaba tensa en su presencia. Había ganado. Por fin había superado sus miedos. Él ya no podía acosarla. Ya no era nadie.

Se acercó hasta la cama.

—¿Cree que puede oírnos? —preguntó al policía.

—No lo sé, no estoy seguro.

Tara se acercó a su oído y le susurró algo en voz muy baja para que el agente no pudiera escuchar sus palabras.

—Gael, soy yo, Ariadna. Ya no te tengo miedo, si sales vivo de aquí te pudrirás en la cárcel. Seré feliz y no podrás alcanzarme, no me harás daño nunca más. —Se quedó en silencio y enfatizando cada una de las palabras que le dijo a continuación—. Te he vencido, capullo.

El monitor comenzó a pitar cada vez más deprisa, Tara lo miró y vio que las pulsaciones estaban subiendo. Juraría que la había oído. Una sonrisa se dibujó en su rostro y, justo cuando se iba a ir, Gael la agarró de la muñeca. Se sobresaltó y observó su cara. Tenía los ojos abiertos y se clavaban en ella mirándola intensamente. Se soltó. Al ver lo que pasaba, el policía le preguntó si se encontraba bien.

—Sí, estoy bien.

En ese momento Gael intentó moverse, pero no podía, la máquina sonaba cada vez más deprisa. Algo iba mal, tres enfermeras entraron corriendo y los echaron de la habitación.

—Será mejor que te vayas —le aconsejó el policía.

—Gracias por dejarme pasar.

Se fue de allí, sin saber qué demonios estaba sucediendo. Ahora tenía cosas más importantes en que pensar, ya se enteraría de su estado más tarde.

* * *

No sabía qué ponerse, llevaba una hora delante del armario y ya se había probado cuatro modelos distintos. Quería darles buena impresión, no se lo podía creer pero estaba nerviosa por cenar con los padres y la hermana de Damyan. Finalmente se decidió por unos vaqueros y una camisa morada y ajustada. Se dejó el pelo suelto y se lo rizó un poco en las puntas para darle forma. Se pintó ligeramente los labios y se aplicó un poco de rímel en las pestañas. Ya estaba lista.

Cogió el coche y fue a la dirección que Damyan le había indicado. Prefería ir ella sola y le pidió que no fuera a buscarla. Cuando estaba delante de la puerta, respiró unas cuantas veces dándose ánimos y llamó. No tardaron ni dos segundos en abrir. La madre y la hermana de Damyan la recibieron con una sonrisa de oreja a oreja.

—Hola, tú debes de ser Tara, soy Mónica, la madre de Damyan. —Se acercó a ella y le dio dos besos.

—Encantada —contestó Tara algo nerviosa. Saludó a Paula, que la tomó de la mano y la condujo a la sala.

En el salón estaba el padre de Damyan. Se dieron dos besos. Miró hacia los lados, no lo veía por ningún sitio. En ese instante sintió unas manos rodeando su cintura.

—Hola, preciosa —murmuró cerca de su oreja, haciendo que sintiera escalofríos.

Se dio la vuelta y lo observó. Estaba muy atractivo, llevaba una camiseta azul marino y unos vaqueros ajustados. Sus intensos ojos oscuros le dijeron que se moría por besarla. Igual que ella a él.

Lo hizo, pero el beso fue muy breve al estar toda la familia mirándolos, lo cual no impidió que la química naciera entre ellos de forma rápida e intensa, como siempre pasaba cuando se tocaban. A duras penas logró separarse de su cuerpo.

—Déjala Damyan, luego la tendrás para ti solito. Ven, Tara, voy a enseñarte la casa —le dijo la madre.

Ella lo miró sonriendo a la vez que se iba con Mónica y Paula. Damyan se apoyó en el marco de la puerta. No veía el momento de estar a solas con ella. Después de todo lo que había pasado, apenas se habían visto. El trabajo, la policía, el hospital, todo fue un caos absoluto. Ese era el primer día que por fin estaban algo tranquilos. Si su madre no se hubiera empeñado no habría quedado para cenar con ella en su casa, pero tenía que hacerlo, sobre todo porque le había contado a su familia toda la historia. Ya sabían lo que le había ocurrido a Tara en el pasado y si antes querían conocerla, ahora con más razón. Su madre sintió compasión por ella, por todo lo que había ocurrido en su vida.

Se sentaron todos en la mesa y Paula y Mónica no dejaban de hacerle preguntas sobre su trabajo como mecánico. Tara respondía sin parecer molesta por el interrogatorio. Se lo estaba pasando bien.

—¿Y cómo os conocisteis? —preguntó Paula.

Ambos se miraron, esa era una pregunta comprometida.

—En el cine —dijo Tara.

—¿En serio, ibais con más amigos?

—No, mi amiga Sonia iba a venir, pero no pudo salir por el trabajo y entré yo sola. Damyan fue a ver la misma película.

—Le pedí a la taquillera que me diera el mismo asiento —confesó a la vez que la miraba.

—Eso no lo sabía —respondió Tara.

—Sí, te había visto antes de que entraras; oí que ibas a ver la misma película que yo cuando le pediste la entrada a la taquillera. No podía desaprovechar esa oportunidad y quise estar cerca.

—¡Qué romántico! —dijo Paula haciendo que ambos volvieran a la realidad—. ¿Y qué pasó después?

Tara se ruborizó al recordarlo. No podían decirles lo que realmente había ocurrido, que se dejaron llevar y terminaron teniendo sexo en la sala del cine.

—Cuando acabó la película la invité a cenar y ella aceptó —concluyó Damyan.

Tara respiró aliviada. Su móvil había empezado a sonar.

—Perdonad, tengo que cogerlo. —Lo sacó del bolsillo y vio que era Carol.

Damyan miraba a Tara, que no dejaba de dar vueltas por el salón con el teléfono pegado a la oreja. No sabía con quién estaba hablando, pero parecía muy seria. Esperaba que no hubiera ocurrido nada grave. Ahora que Igor había muerto y que Gael se encontraba en el hospital suponía que todo empezaría a ir mucho mejor. Por fin la había visto más relajada y no quería que nada lo enturbiase.

Tara se acercó a la mesa. Ya había dejado de hablar por teléfono.

—¿Ha ocurrido algo? —preguntó Mónica preocupada.

—Era Carol, una amiga policía.

—Sí, sé quién es, Damyan nos ha contado la historia —confesó Mónica.

Tara lo miró y el asintió.

—Entonces sabréis quién es Gael.

—Ese malnacido —espetó el padre de Damyan.

Por un momento Tara se sintió incómoda. Todas las miradas se dirigían a ella y al parecer todos sabían lo que le había ocurrido en el pasado. Le inquietaba lo que pudieran estar pensando, si estarían de acuerdo con que tuviera una relación con Damyan al ver que solo le había traído problemas.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Damyan algo intranquilo.

—Ha muerto.

Todos se quedaron callados. Tara miraba su plato sin saber qué decir. Mónica la cogió de la mano.

—Hija, no le deseo el mal a nadie, pero reconozco que me es indiferente que ese hombre siga vivo o muerto. Ha hecho mucho daño y provocado mucho dolor, nadie lo echará de menos.

—Hoy fui a verlo al hospital.

—¿Por qué? ¿Para qué? —preguntó Damyan algo molesto. No le gustaba que hubiera estado cerca de él.

Ella lo miró.

—Tenía que enfrentarme a él, no quería seguir teniéndole miedo. El policía me permitió entrar y… —Mónica apretó su mano animándola a seguir—. Le dije que iba a continuar con mi vida, que se pudriría en la cárcel y que le había vencido.

—Muy bien dicho —dijo Paula.

—Sí, pero me escuchó, me agarró de la mano y entonces la máquina empezó a pitar muy fuerte. Las enfermeras entraron y me fui de allí. Parece ser que tuvo una crisis y no la ha superado.

—No te vayas a sentir ahora culpable por su muerte —dijo Mónica.

—Sinceramente, no siento nada. Me es indiferente.

—Y así tiene que ser, hija. Mi hijo me ha contado lo sola que has estado durante este tiempo.

—No quiero que sienta lástima por mí.

—¿Lástima? —dijo Mónica—. Admiro tu fortaleza, la valentía de querer hacerlo sola. No quisiste involucrar a mi hijo. No es lástima lo que siento, es respeto. Lo único que lamento es que hayas estado tanto tiempo sola, que te hayan arrebatado a un ser querido.

—Muchas gracias —se sinceró Tara—. Hice lo que cualquiera hubiera hecho en mi situación.

—Creo que es la hora del postre —dijo Damyan, intentando cambiar de tema.

—Sí, tienes que probar la mousse de chocolate que hace mi madre, es tremenda, ¿verdad hermanito?

Él sonrió. Comenzaron a hablar del ex de Paula. Finalmente lo habían dejado, ahora estaba soltera y feliz. Tara se sintió muy a gusto con ellos, parecía una más de la familia. Después de unas horas se despidieron, haciéndola prometer que volvería pronto.

Damyan y Tara llegaron hasta el coche.

—¿Qué tal? ¿Lo has pasado bien?

—Sí, mucho. No pensé que me iban a aceptar tan pronto.

La aprisionó contra la puerta.

—¿Y por qué no? Eres asombrosa.

—Qué idiota eres —contestó a la vez que sonreía. Damyan la agarró de la cintura. Ella jugaba con el cuello de su camiseta—. El día que salimos del hospital me preguntaste si me pasaba algo. —Él asintió con la cabeza—. Cuando salí de allí, al ver lo bien que me había tratado tu familia y lo cómoda que había estado con ellos, sentí envidia. Quería tener una familia así.

—Bueno, ahora la tienes. Eres mía, Tara, y todo lo mío es tuyo.

Tara se empezó a reír a carcajadas.

—¿Soy tuya? Cómo suena eso, pareces un neandertal y un…

No la dejó terminar y la besó. Tara sintió el masculino cuerpo presionado contra el suyo, las manos en su cintura la quemaban. Se estaba derritiendo.

—Llevaba todo el día esperando para poder hacer esto —dijo Damyan.

—¿Vamos a tu casa? —preguntó Tara con picardía.

—Quiero llevarte a un sitio antes.

Tara frunció el ceño. Era tarde y lo que más deseaba era estar con él a solas, sin nadie que los molestase. Durante toda la noche la química había seguido presente entre ellos, cada vez que se rozaban y se miraban sus cuerpos querían juntarse y no parar de tocarse.

—Es tarde…

—Lo sé, pero te gustará.

Aparcaron en un centro comercial, el mismo donde se conocieron. La llevó casi a rastras y corriendo hasta la planta de arriba. Ella no dejaba de preguntarle dónde iban, hasta que se pararon en la taquilla del cine. Damyan compró las entradas y se las enseñó. Tara abrió los ojos, sorprendida. Llevaba mucho tiempo queriendo ver esa película y por fin se había estrenado, pero con todo lo que había ocurrido no había tenido mucho tiempo para pensar en divertirse. Entraron a la última sesión. La sesión «golfa», como la llamaban cuando era tan tarde.

Accedieron a la sala y se sentaron en la fila nueve.

—La fila nueve, ¿eh? —le dijo Tara con voz sugerente.

—Es la mejor.

Tara puso los ojos en blanco y se acomodaron. Cuando iba a empezar la película otra pareja se sentó en la misma fila que ellos.

—Creo que mi plan no ha funcionado como yo quería.

Ella se empezó a reír.

—¿Pensabas repetir nuestro primer encuentro?

—No, seré bueno y veremos la película.

Cuando llevaban veinte minutos, Tara ya estaba sofocada. Damyan no había dejado de acariciar su mano, y además, de vez en cuando le preguntaba algo y le rozaba con los labios la oreja, el cuello. Lo miraba, pero se hacía el distraído, como si no la estuviera provocando intencionadamente.

—Damyan —murmuró.

—¿Sí?

—¿A qué estás esperando para besarme?

Ambos se miraron y él entornó los ojos. Deslizó la mano por su cuello y la atrajo hacia sus labios. La besó despacio, mordió su piel e introdujo la lengua en su boca. Tara gimió y él profundizó más el beso. Ahora lo hacía con ansiedad, la necesitaba, la deseaba de una forma desesperada. Se separaron, tenían la respiración agitada.

—Vámonos, Damyan. Quiero estar toda la noche en tu cama.

Él apoyó la frente en su cara.

—Estaba deseando que me dijeras eso. No te imaginas lo mucho que te deseo.

Se fueron de allí a toda prisa y llegaron enseguida al apartamento de Damyan, donde, sin parar de besarse, se dirigieron al dormitorio. Se desnudaron, la tumbó en la cama y se puso encima de ella. Cuando iba a besarla, Tara le puso la mano en la boca.

—¿Qué ocurre? —le dijo él algo sorprendido.

—Cuando te vi allí, con los hombres de Igor agarrándote… Fue horrible, sentí una gran angustia al pensar que podía pasarte algo.

—Todo está bien ahora, preciosa. —Le dio un beso en la mejilla.

—Gracias por estar ahí. Por haberme ido a buscar, aunque no tenías que haberme seguido.

—Ya hemos hablado sobre eso. Me da igual que te molestase, no podía dejarte, Tara, eres un peligro. Eres capaz de cualquier cosa, como quedar con dos asesinos psicópatas.

—Llamé a la policía —protestó.

—Sí, pero por poco te matan.

—Y a ti.

Damyan la besó en el cuello.

—No quiero hablar más de eso. Tendré que hacer algo para que seas más obediente.

Tara le cogió del pelo y tiró de él. Damyan protestó y ella lo miró desafiante.

—Eso va a ser difícil.

—Bueno, no me importará domarte.

—Veremos quién doma a quién —le dijo provocándole.

Damyan le cogió ambos brazos y se los levantó por encima de la cabeza. Se los sujetó con una mano mientras que con la otra le acariciaba la cintura bajando hasta los muslos.

—Sí, nena, lo veremos.

La volvió a besar intensamente. Y cuando se separó un poco para mirarla, ella habló.

—Te quiero, Damyan.

Damyan se quedó helado al oír sus palabras.

Los ojos de color miel lo miraban con sinceridad, deseo y necesidad.

—Mierda.

—¿Cómo? —preguntó confusa.

—Bueno, es lo que me dijiste tú a mí. —Damyan se echó a reír y Tara le dio un golpe en el hombro—. No necesito que me lo digas. —Acariciaba su mejilla con ternura—. Pero he de reconocer que me ha gustado oírtelo decir.

—Te lo he dicho porque me ha salido de dentro, pero no te acostumbres —le dijo sonriendo.

—No, no lo haré, nunca me acostumbraré a que me lo digas, no me cansaré de escucharlo y no dejaré de decírtelo.

Tara pensó que por fin podía vivir el presente sin miedo, Era una sensación desconocida. Estaba tranquila, y por primera vez en su vida se podía relajar tanto mental como físicamente. No quería borrar su pasado, en él estaba su tío, al que siempre recordaría con mucho amor y cariño, pero a partir de ese momento miraría atrás sin miedo, sin odio, porque se había librado de los demonios. Ya no podrían alcanzarla. Intentaría quedarse con lo que había aprendido, con las cosas buenas que tuvo una vez. ¡Había tanto por lo que disfrutar en el presente! No le gustaba mucho pensar en el futuro, pero sin poder evitarlo le llegaron imágenes de ella y su propia familia, formada con Damyan. Una nueva esperanza nació en su pecho.

Tara le agarró del cuello y mordió su boca. La pasión se despertaba como un huracán en aquella habitación. Las caricias ardían en la piel de uno y otro. Los gemidos se mezclaron con cada respiración y el éxtasis los envolvió a ambos. Las manos de Damyan se deslizaban por su pecho haciéndola arder.

—Damyan… —gimió excitada.

—Sí nena, voy a demostrarte todo lo que siento por ti. —Sus labios rozaban su boca—. No me canso de tocarte, de besarte. Eres tan suave…

Hicieron el amor durante horas. Parecían querer recuperar el tiempo perdido, no podían separarse. Cuando el clímax los envolvió de nuevo se abrazaron.

Damyan la miró a los ojos y acarició su pelo mientras Tara perfilaba sus labios con el dedo.

—Tara.

—¿Sí?

Él le rozó la nariz con la suya y de forma ronca y sugerente le dijo algo que la hizo sonreír.

—Todavía no he acabado contigo.