Se mantuvieron abrazados durante unos minutos. Él le acariciaba el pelo mientras que Tara le pasaba la mano por la espalda. Tara quería quedarse así para siempre, pero debía irse. Se apartó de él y ambos se vistieron. Cuando iba a salir por la puerta, se detuvo y dejó la mano en el pomo. Se dio la vuelta y lo miró.
—¿Qué ocurre? —preguntó él.
No sabía cómo decírselo, cómo explicarle exactamente lo que sentía. Estaba algo nerviosa y, por un momento, pensó que no tenía capacidad ni de expresarse.
—Verás… yo… —Se mordió el labio y miró hacia abajo—. Solo quería que supieras que eres muy importante para mí.
Damyan levantó una ceja y se cruzó de brazos. Le parecía gracioso que le costara tanto expresar sus sentimientos. Asintió respondiéndola. Ella lo abrazó y continuó:
—Bueno, creo que lo sabes, pero eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. Gracias por estar ahí.
Se dio la vuelta y fue a abrir la puerta, pero él apoyó la mano y la cerró. Tara se volvió a mirarlo.
—¿Ya está? —preguntó Damyan con media sonrisa en los labios—. ¿Tanto te ha costado decirme eso?
—Yo no soy igual que tú. A mí me cuesta más abrirme.
—Si crees que no tenía miedo cuando te dije que te quería, te equivocas. Si crees que no me asusta el acercarme más y más a ti, también. No pienso esconderme ni ocultarme tras una coraza. Quizá en el futuro sufra por ello, pero me atendré a las consecuencias. Si tú no sientes lo mismo, yo…
—Ahora te equivocas tú —lo interrumpió—, aunque no pueda salir esa palabra de mis labios, nunca había experimentado algo así por nadie.
Damyan la cogió de la mano y acarició su muñeca.
—Eso es lo único que necesitaba escuchar.
Le dio un breve beso y se fueron de allí. Se dirigieron a la salida agarrados de la mano. Tara no podía dejar de pensar que quizá era la última vez que lo tomaba de la mano. Se despidió de él besándolo intensamente, le daba igual la gente que había alrededor, quería conservar ese contacto en su memoria.
—¿Va todo bien? —preguntó él.
—Sí, tranquilo. —Forzó una sonrisa.
—¿Esta noche nos vemos?
—No, estoy muy cansada y prefiero acostarme pronto y descansar.
Damyan la observó. Tara sabía que no la creía, pero no iba a decirle la verdad. No podía contarle que esa misma noche quedaría con Gael y que esperaba poder salvar a Sonia y estar viva a la mañana siguiente. Para bien o para mal, deseaba que fuera la última vez que le mintiese. Cuando se alejó, él la llamó.
—Tara. —Se dio la vuelta—. Ten cuidado.
La penetrante mirada y cierta tensión en su rostro le hicieron darse cuenta de que él sabía que algo iba a ocurrir. Asintió sin decir nada y se alejó de allí a toda prisa.
Damyan no podía moverse. Se quedó mirando la puerta por donde se había ido. Tenía que hacer algo, iría a cambiarse y después la seguiría. Ni por un momento se había creído lo que le había dicho.
En ese momento, alguien le golpeó suavemente en el hombro, se dio la vuelta y vio a Alberto.
—¿Todo bien, amigo? —preguntó su compañero.
—No estoy seguro.
—Espero que no te haya importado, pero Tara me preguntó por ti, quería saber dónde estabas y le dije que podía encontrarte en el vestuario.
Damyan sonrió.
—No te preocupes, has hecho bien. ¿Te queda mucho para irte?
—No, una hora. —Ambos fueron andando por el estrecho pasillo del hospital.
—Yo voy a cambiarme y me voy ya.
—Está bien. —Llegaron a la puerta de personal—. Espero que puedas desconectar un poco, desde que conociste a Tara te noto distinto.
—¿En qué sentido?
—Por una parte más vivo y animado, pero en otros momentos creo que hay una gran preocupación cargando sobre tu espalda.
Damyan se frotó la nuca.
—Sí, quizá es así como me siento. Estoy dentro en una montaña rusa.
—Espero que todo se solucione, sea lo que sea.
—Gracias, Alberto.
* * *
Tara se despertó sobresaltada, se había quedado dormida en el sillón. Estaba tan cansada que se tumbó un rato y se quedó inconsciente. Miró el reloj, quedaban un par de horas para el dichoso encuentro. De nuevo había tenido una pesadilla, la mayor parte del tiempo tenía insomnio, pero cuando lograba dormirse los sueños eran oscuros y siniestros. Se tocó el pecho, había soñado de nuevo con la puñalada que le perforó los pulmones y cuando se despertó se estaba quedando sin aire, como la vez que le ocurrió aquello.
Intentó calmarse. Tenía que comer algo, pero no le entraba nada en el estómago, estaba demasiado nerviosa por Sonia. Si fueran solo ella y Gael, todo habría sido distinto. Deseaba ese encuentro para poner punto y final a aquella historia, pero al estar allí su amiga, las prioridades eran otras. Tenía que protegerla y esperaba por todos los medios poder lograrlo. Ya no le importaba lo que le ocurriese a ella, pero Sonia tenía que vivir.
También estaba Igor. Por fin había podido hablar con él. Se puso eufórico al saber que se había puesto en contacto con ella y que por fin lo atraparía. Le explicó que Gael le había dado instrucciones para ir a un polígono abandonado de la zona norte de Madrid. Cuando llegase allí, aparcaría en la calle Tampico y esperaría la llamada de Gael para que le dijera dónde se tenían que encontrar. Entonces Tara volvería a llamar a Igor y le daría la dirección. Sabía que él la estaría siguiendo, y esperaba que tuviera cuidado para que Gael no lo viera antes de tiempo, pues eso podría poner en peligro a Sonia.
Miró el reloj, solo había pasado media hora, pero ya no podía continuar allí. Se vistió de la misma forma que lo hizo cuando fue a ver a Gael al hospital, con unos vaqueros oscuros y una camiseta del mismo color. Se metió un cuchillo en la bota, pues necesitaba sentirse protegida de alguna forma y esa era la única manera que se le ocurría.
Ya era de noche y el frío del otoño había entrado con fuerza. Tara respiró hondo para darse valor y salió de su casa con mucho cuidado para dirigirse al callejón donde solía dejar el coche últimamente. La suerte estaba echada.
Después de media hora conduciendo por la autopista, llegó al polígono. Siguió las indicaciones del GPS para encontrar la calle. Estaba comenzando a llover, el tiempo había cambiado de la noche a la mañana. En Madrid podía hacer un día soleado y templado y al día siguiente bajar bruscamente la temperatura. Escuchó la voz del localizador: «Ha llegado a su destino». No pudo evitar pensar en esa palabra, «destino». Quizá todo lo que le había ocurrido en su vida era para acabar en aquel lugar, intentando salvar a Sonia y enfrentándose con Gael cara a cara. «¿Todo estaba predestinado para terminar así?», pensó.
Apagó el motor y se quedó un rato en el coche esperando a que fuera la hora. La lluvia chocaba fuerte contra el cristal, solo escuchaba el sonido del agua golpeando la carrocería. Parecía que su vida era el guión de una película. Recordó a la protagonista que vio en el cine cuando conoció a Damyan. Necesitaba ese valor y esa fuerza. Esperaba conseguir mantenerse lo más tranquila posible y no hacer algo que pudiera ser su perdición y la de Sonia.
Comprobó el reloj, ya era la hora. Le mandó un mensaje a Gael para decirle que estaba allí. Apoyó la cabeza en el respaldo del coche y cerró los ojos esperando que él respondiera. Enseguida recibió el mensaje. Parecía igual de ansioso que ella por encontrarse. Le ordenó que se bajara del coche y fuera andando por la primera calle a la derecha, hasta el final. No tenía salida.
Rápidamente le mandó un mensaje a Igor y le dijo exactamente dónde le había dicho Gael que se encontraría con ella. Prefería no llamarle por si Gael la estaba observando. Pensó que lo mejor sería dejar el móvil en el coche, si descubría que estaba en contacto con su mayor enemigo no dudaría en matarlas en ese instante. Cogió su otro móvil, mandó un mensaje y se bajó del coche.
La lluvia caía a raudales, pero Tara avanzaba despacio. Le daba igual mojarse. En ese momento hasta el agua empapándola le parecía algo bueno. Caminaba por un estrecho callejón apenas iluminado por dos farolas. El ambiente era tan siniestro como el motivo por el que estaba allí.
Miró hacia atrás por si alguien la seguía, no vio a nadie y continuó andando hasta el final de la calle, donde se refugió debajo de un saliente que había en el tejado de uno de los edificios. Se abrazó a sí misma, tenía frío y no veía a Gael por ninguna parte. Oyó un ruido a su derecha y vio que se abría una pequeña puerta y salía un hombre de allí. Era él. Le hizo un gesto para que se acercase y así lo hizo. Entraron y Tara se quedó observando ese lugar. Era un viejo almacén. La mayoría de las ventanas estaban rotas. Gael siguió andando y ella fue tras él. Llevaba una antorcha alargada en una mano y en la otra una pistola. Las paredes estaban descascarilladas y pintadas de grafitis. El techo era muy alto. Avanzaron por varios pasillos alargados, seguramente era donde la empresa que antes estuviera allí ponía los palés.
Llegaron a una especie de habitación totalmente desnuda, sin puerta, iluminada solo por la luz de dos antorchas apoyadas en la pared. El corazón se le paró al ver a Sonia tirada en el suelo e inconsciente. Quería correr hacia ella, pero Gael se dio cuenta de sus intenciones.
—Ni lo sueñes. —Se puso delante de Tara—. No te vas a acercar a ella.
—¿Qué le has hecho? —Intentó que su voz no mostrase el miedo que sentía en esos momentos por su amiga.
—No te preocupes, no está muerta… Todavía.
Ambos se miraron a los ojos, estaban frente a frente. Tara tenía delante al hombre que había hecho de su vida una pesadilla. Su rostro seguía reflejando la maldad que llevaba en su interior y Tara sintió brotar en el centro de su pecho todo el odio que había mantenido oculto en ese lugar durante tantos años. El odio y el miedo.
—Debo cachearte.
—Ni se te ocurra tocarme.
—Ariadna, ¿te crees que soy tonto? Puedes llevar cualquier arma debajo de esa ropa, incluso un micro. Tengo que cerciorarme.
—No llevo nada y he venido sola.
—Bueno, eso debo comprobarlo por mí mismo —dijo con una mirada ladina.
La idea de que posara las manos sobre su cuerpo le provocaba náuseas. Sentía un asco inmenso por aquel hombre. No creía que encontrase el cuchillo en su bota, a no ser que le pidiera que se descalzara. Era la única defensa que tenía contra él y deseaba con todas sus fuerzas que no lo descubriera. Extendió los brazos y él sonrió. Se acercó a ella y pasó las manos por sus brazos, después bajó muy cerca de su pecho, lo bordeó y la rozó. Sabía que lo estaba haciendo a propósito, que disfrutaba con aquello. Siguió deslizándose hasta la cintura y bajó. Cuando notó el contacto de sus dedos entre los muslos se controló para no darle una patada. Él seguía con la pistola en la mano. Afortunadamente se detuvo antes de llegar a las botas.
Volvió a mirar hacia Sonia. Estaba totalmente inconsciente, parecía que la había golpeado. Su cuerpo yacía de lado, su pelo corto estaba revuelto y algún mechón caía por la cara. Llevaba el pijama puesto, pero estaba medio roto y sucio. No la había tratado nada bien, quizá le había dado de comer lo imprescindible para que no muriera hasta que se encontrase con ella. Le hervía la sangre, la impotencia era cada vez mayor. Vio unas mantas al otro lado de la habitación.
—Déjame taparla —le pidió Tara.
—No te preocupes por eso, estos días ha dormido así. Las traje para mí, reconozco que me suplicó que le diera alguna, tenía frío, pero ya sabes, me gusta que me den algo a cambio y Sonia no estaba por la labor.
Le dieron ganas de saltar sobre él y pegarle hasta saciarse. Gael se apoyó en una de las columnas y se cruzó de brazos. Tenía demasiados sentimientos hacia él y ninguno era bueno; rabia, odio, temor…
—Ya estoy aquí, ¿qué es lo que quieres? —preguntó Tara intentando controlarse—. Quiero terminar con esto de una vez.
—¿Me preguntas qué quiero? ¿Qué harías tú si fueras la que tuviera el arma?
Tara no había pensado en eso, no se veía capaz de matar a nadie, por mucho que le odiara. Aunque sintiera un asco inmenso hacia él no creía que pudiera matarlo a sangre fría.
—Afortunadamente no soy como tú.
—Claro, querida. Siempre te has creído más inteligente que yo. Me sorprendió que me delataras a la policía y reconozco que tuviste huevos al presentarte en el hospital. Ahora sé que eras tú.
Tara escuchó un gemido y miró en dirección a Sonia, que se estaba despertando. Intentó ir hacia ella, pero él se lo volvió a impedir.
—No. Te he dicho que la dejes —le dijo molesto.
Sonia abrió los ojos y entonces la vio. Intentó incorporarse pero estaba muy débil.
—¿Tara? —dijo en voz muy baja.
—Sonia, cariño, tranquila, he venido a por ti. Aguanta, todo saldrá bien.
—Sí, «cariño» —repitió él en tono burlón—. Todo saldrá muy bien.
Se acercó a Sonia y se agachó para tocarle el pelo. Ella intentó apartarle la mano, pero no tenía fuerzas ni para eso. Tenía un aspecto horrible, agotada, desorientada, aterrada… Le tiró del pelo y ella soltó un grito de dolor. Tara avanzó, pero Gael la apuntó con la pistola y le advirtió, negando con la cabeza, que no lo hiciera. Volvió a quedarse de pie, impotente y sin saber qué hacer.
¿Dónde demonios estaba Igor? ¿Habría recibido el mensaje? ¿Sabría dónde encontrarla? Si no aparecía de una vez no podría llevar a cabo su plan. «Maldita sea», pensó.
—¿Te ha contado Tara lo mal que se ha portado conmigo? Con lo mucho que los ayudé para que salieran adelante.
—¡Cabrón! Matando a mi tío, ¿eso te parece una ayuda?
—Querida, si me hubiera devuelto el dinero que le presté eso no habría ocurrido. —Soltó a Sonia y se levantó; avanzó hacia ella.
—No le diste el tiempo suficiente, querías que ocurriese exactamente lo que pasó.
—En eso te equivocas. Me hubiera gustado encontrarte aquel día y convertirte en una puta, no sin antes pasar por mis manos.
La miró de arriba abajo y Tara no pudo aguantar el escrutinio que hacía de su cuerpo, por lo que desvió la mirada.
—Desnúdate.
A Tara se le paró la respiración.
—¿Cómo has dicho?
—Lo que has oído. Quiero que te desnudes.
—Ni lo sueñes.
La apuntó con la pistola, pero ella se cruzó de brazos y levantó la barbilla. Ni loca lo haría. Él la miró con cara de suficiencia y se acercó de nuevo a Sonia. Le puso la pistola en la sien y Tara intentó acercarse de nuevo.
—No lo voy a repetir.
Vio el miedo en los ojos de Sonia, las lágrimas caían por sus mejillas. Se miraron fijamente, Tara le pedía perdón con la mirada. Si ella estaba en esa situación, era por su culpa. Gael apretó con más fuerza el cañón de la pistola en la cabeza de su amiga. Si tenía que desnudarse delante de aquel capullo por salvarle la vida, lo haría.
Sintió la cólera deslizándose por sus venas. Su cuerpo temblaba de rabia e impotencia, no podía hacer otra cosa que lo que él le dijera. Despacio se quitó la camiseta y se quedó en sujetador. Tenía la ropa húmeda por la lluvia. Gael la miró con lujuria contenida.
—Quítate el sujetador. —Tara se quedó inmóvil, no podía hacerlo—. ¿Necesitas ayuda?
Se apartó de Sonia y fue acerándose a ella. Tara se tapó con ambas manos, cubriéndose el pecho; todavía no se había quitado el sujetador, pero se sentía demasiado expuesta ante él. El asesino de su tío se colocó detrás de su espalda, la pistola rozándole el cuello.
—No te imaginas lo que he esperado este momento. Las ganas que tenía de verte humillada, vulnerable. Totalmente a mi merced.
—Me das asco.
—Tranquila, cuando hoy termine contigo te lo daré aún más.
Tara cerró los ojos, estaba pasando los dedos por su espalda, bajaba y subía despacio. Apretó los puños, tenía que controlarse para no darse la vuelta y enfrentarse a él.
—Vamos, no he dicho que pares. Quítate los pantalones, dejaremos el sujetador para el final.
Respiró profundamente y miró a Sonia, que seguía mirándola asustada y temblorosa. Tenía que hacer algo. Se desabrochó el pantalón y fue a descalzarse. Se quitó una bota y después la otra, no sin antes coger el cuchillo para que no se cayera al sacárselo del pie. No lo pensó más, sintió un impulso tan fuerte que fue superior a sí misma. Se incorporó y rápidamente se dio la vuelta y consiguió clavar el cuchillo a Gael en el brazo donde tenía la pistola. Él gritó de dolor y la pistola se le cayó al suelo. Maldiciendo, Gael se tapó con las manos el corte, que sangraba con mucha intensidad, y Tara aprovechó ese momento para abalanzarse sobre él. Le propinó una patada en los testículos y él se la devolvió, dándole en la rodilla. Ambos cayeron al suelo. Gael se puso encima de ella, la cogió del cuello y empezó a apretarlo. El aire no le llegaba a los pulmones. Intentaba apartarlo, pero no podía, tenía mucha fuerza. Le arañó la cara.
—¡Puta! —Él seguía sin soltarla—. Así quería verte, muriéndote entre mis manos.
Creía que iba a perder el conocimiento, y entonces él miró hacia la puerta y la soltó bruscamente. Tara comenzó a toser y miró en la misma dirección. Allí estaba Igor con sus hombres. «Por fin», pensó.
—Justo a tiempo —dijo Igor a la vez que aplaudía—. Casi me pierdo el espectáculo.
Gael la miró sorprendido. Tara le devolvió una orgullosa mirada y él entrecerró los ojos y se levantó sin saber qué decir, apartándose de ella.
Tara cogió su camiseta y se la puso rápidamente. Se levantó y entonces lo vio.
—Mira a quién nos hemos encontrado husmeando por los alrededores.
Se quedó pálida y un inmenso agujero se abrió bajo sus pies. «Esto no puede estar pasando», se dijo. Una pistola apuntaba directamente a la cabeza de Damyan.