Capítulo 19

Damyan iba conduciendo de camino a casa de sus padres. Había quedado para comer con ellos y con su hermana después del trabajo. Se sentía algo decaído porque la noche anterior al despertarse y ver que Tara se había ido le costó mucho volver a conciliar el sueño. Millones de pensamientos le venían a la cabeza y todos le llevaban a la misma y fatídica conclusión. No tenían ningún futuro juntos.

Sabía que ella lo estaba intentando, que se esforzaba, pero quizá nunca podría librarse de sus fantasmas. Tara le había enviado un mensaje a primera hora: le pedía perdón y le decía que se había tenido que ir porque al día siguiente tenía que trabajar y necesitaba descansar un poco. No era del todo cierto y Damyan lo sabía. Había visto miedo y confusión en sus ojos cuando le hacía el amor.

Con su pasado, debió de ser muy duro para ella oírle decir que la quería, pero él mismo se sorprendió de haberlo hecho. Nunca se lo había dicho a nadie. Nunca había conocido a una mujer que le hiciera sentir lo que Tara. No se arrepentía, aunque reconocía que no quería pensar mucho en todo aquello. Tenía una sensación extraña, como si algo no fuera a salir bien.

Aparcó en frente del chalet de sus padres. Les había costado mucho esfuerzo llegar a comprar aquella casa. Tenían un negocio familiar, una papelería con librería y prensa. Trabajan de lunes a domingo sin descanso. Recordaba cómo su hermana y él ayudaban a sus padres después del colegio. Fueron tiempos muy duros, su padre iba a buscar material y no paraba de buscar clientes, mientras su madre estaba desde la madrugada hasta la noche atendiendo la tienda.

Con los años, todo ese esfuerzo se vio recompensado y pudieron comprar aquella casa. El barrio donde vivían antes era peligroso y su madre estaba deseando salir de allí. Se alegraba mucho de verlos tranquilos y, por fin, jubilados. Llamó a la puerta y su madre le abrió mostrándole una inmensa sonrisa.

—Ay mi niño. —Se fundieron en un abrazo—. Tenía muchas ganas de verte.

Le encantaba abrazarla, le hacía volver atrás en el tiempo y se sentía protegido, como si nada malo pudiera ocurrirle estando entre sus brazos. Siempre le había proporcionado paz y tranquilidad. Ahora era él el que tenía que protegerlos, ya se estaban haciendo mayores y sentía un gran instinto de protección hacia ellos. Damyan vio que su madre miraba hacia el coche.

—¿Qué buscas?

—¿Dónde está?

—¿Quién? —preguntó extrañado.

—Quien va a ser, Tara. No te perdono que la conozcan todos menos yo. —Damyan puso los ojos en blanco y su madre le cogió del brazo y lo llevó dentro—. Este fin de semana venís a cenar.

—Mamá, tenemos mucho trabajo, no sé si podremos.

—Claro que podréis, no me pongas excusas.

Entraron en el amplio salón, que tenía la misma decoración que hacía años. Con una boiserie en color nogal, los sillones de color crema, con un toque sobrio y antiguo. Aun así, era acogedor gracias a la chimenea y los colores cálidos de las cortinas.

Paula se acercó con su padre. Ambos parecían buscar a alguien.

—¿Y Tara? —preguntó su hermana.

—Será posible —dijo Damyan molesto—. No dije en ningún momento que vendría con ella.

—Pobrecilla, seguro que ya la has echado a patadas de tu vida.

Pensó que lo mejor sería no sacar de su error a Paula, pero vio la cara de lástima que ponía su madre.

—No, no es eso, pero hoy está trabajando y sale más tarde.

—¿En qué trabaja? —preguntó su padre.

Damyan supo que no iban a hablar de otra cosa que no fuera de Tara.

—Es mecánico.

—Qué barbaridad —dijo su madre sorprendida.

—No sé de qué te asombras. Seguro es que es una mujer fuerte e independiente —contestó su padre.

—Mama, ¿qué tal te encuentras? ¿Te estás tomando la medicación que te mandaron? —Necesitaba cambiar de tema.

—Sí, hijo, estoy muchísimo mejor con las nuevas pastillas.

Salieron a la terraza y pusieron la mesa al aire libre. Había paella para comer, uno de los platos más ricos que hacía su padre. Cocinaba incluso mejor que su madre. Después de marearle con varias preguntas más sobre Tara, se quedaron satisfechos. Sus padres se fueron a echar la siesta y su hermana y él se quedaron tomando café en la terraza. Se sentaron en un columpio alargado, muy cómodo, con una funda acolchada de color verde pistacho.

Llevaban unos minutos en completo silencio. Damyan miró a Paula y vio que ella le observaba muy seria.

—¿Qué te ocurre hermanito?

—¿Por qué lo dices?

—Es raro verte tan callado, no te estás metiendo conmigo y eso sí que es extraño —le dijo con una leve sonrisa.

Damyan dejó la taza de café en una pequeña mesita y se cruzó de brazos.

—Estoy bien, no es nada.

—¿Es por Tara?

Sonrió. Nunca había podido engañarla.

—Es mejor que no te hagas ilusiones con ella. No sé si llegaremos a algo.

—¿Me lo estás diciendo a mí o te lo dices a ti mismo?

Se frotó el cuello. Cada vez estaba más cansado, no quería hablar más de ella, le hacía sentir una angustia extraña en el pecho y no le gustaba esa sensación.

—Es complicado.

—Eso ya lo has dicho, pero no sé por qué.

—No puedo contártelo. Solo puedo decirte que su pasado fue algo difícil y todavía hay cosas que la persiguen. No sé si será capaz de arriesgarse a tener una relación.

Paula miró al frente, se descalzó y cruzó las piernas.

—¿Dudas que ella sienta lo mismo por ti?

Él lo pensó bien antes de contestar.

—Quizá lo que siente no sea suficiente para dejar sus miedos atrás.

—Te equivocas —dijo a la vez que le observaba muy seria—. Vi cómo te miraba en el hospital. Tenía ese brillo especial en los ojos.

—¿Qué brillo?

—El que se tiene cuando estás enamorado. El mismo brillo que vi en los tuyos cuando ella estaba delante de ti.

Damyan se empezó a reír.

—Qué cursi eres, hermanita.

—Sí, sí, tú ríete. —Le dio un golpecito en el brazo—. Pero sabes que tengo razón.

—Ojalá fuera todo tan sencillo como tú lo ves.

—Haz que sea sencillo.

Si ella supiera que un loco estaba persiguiendo a Tara, que había tenido que cambiar su pasado y que su tío había sido asesinado, se daría cuenta de que no todo era tan fácil como pensaba.

—Si supieras la paciencia que he tenido…

—¿Paciencia tú?

—Parece increíble, pero así es.

—Pues, con mayor motivo, no te rindas, Damyan. Nunca te había visto así, es difícil conocer a alguien que te complete en todos los aspectos y Tara lo ha conseguido. Si lo único que os separa es su pasado, lucha. Ya no te lo digo solo por ella, sino por ti mismo.

—No lo sé…

—¿Sabes lo difícil que es encontrar a la persona adecuada? Quiero decir que no es fácil dar con alguien que tenga todo lo que necesitas. He conocido a varios chicos, puede que sean guapos, pero a lo mejor son muy creídos o demasiado serios; otros son divertidos, pero no tengo nada de lo que hablar con ellos, y si no es eso es que tienen unos valores distintos a los míos.

—Sí, sé de lo que me hablas. Cuando estoy con Tara siento que soy yo mismo, me divierto, quiero estar más tiempo a su lado.

—A eso me refiero, es complicado encontrarlo.

—¿Y tú qué? —Se acercó a su hermana y le revolvió el pelo—. ¿Eres feliz con Jorge?

—Vaya, ahora te acuerdas de su nombre. —Damyan se rio y ella se apoyó en su hombro—. Creo que tienes razón, no duraremos mucho. No encuentro a esa persona que haga que mis ojos brillen.

—La encontrarás. Te mereces a alguien tan especial como tú.

—¿Y Tara es especial?

—Lo suficiente para no rendirse.

—¡Lo sabía! —exclamó entusiasmada a la vez que se incorporaba y lo abrazaba.

—Eres una sabionda, ¿eh?

* * *

Tara estaba cada vez más cansada, apenas podía dormir. Habían pasado varios días desde aquella noche en la que Damyan le dijo lo que sentía. No se habían vuelto a ver, hablaban por teléfono, pero le notaba algo distante. Seguramente seguía molesto con ella por haberse ido de su casa de esa forma, sin decirle nada y saliendo de su apartamento como una ladrona.

Igor había vuelto a llamar por teléfono la noche anterior; no le dijo nada por haberle desobedecido, parecía que lo había pasado por alto. Como siempre, no pudo decirle nada nuevo. Los policías continuaban vigilando su casa, la seguían al trabajo y seguía sin noticias de Gael.

Habló con Carol, que la animó a que intentara mantener su vida lo más normal posible. Le dijo que estaban haciendo todo lo que podían para encontrar a Gael, pero que parecía que se lo había tragado la tierra.

Por si no tuviera suficientes problemas, ahora tampoco sabía nada de Sonia. La última vez que hablaron quedaron en que iría a verla al trabajo. Se pasó por el bar y su jefe le dijo que había llamado diciendo que estaba enferma y que no podría ir. Llevaba varios días sin aparecer por allí. Le resultaba extraño que no le cogiera el teléfono, así que decidió acercarse a su casa.

Subió las escaleras del portal de Sonia. La echaba mucho de menos, aunque no se vieran muy a menudo solían hablar un par de veces a la semana. Cruzó el largo pasillo hasta su puerta y llamó. Nadie contestaba. Insistió.

—¿Sonia? ¿Estás ahí?

No obtuvo respuesta. La llamó al móvil para ver si lo oía sonar dentro de la casa, apoyó la oreja en la puerta y aguzó el oído. Nada. Cuando se iba a apartar creyó escuchar algo. No sabría decir qué, pero tenía una sensación rara. Sintió que alguien estaba al otro lado de aquella puerta. Se alejó y contempló la mirilla. Habría jurado que la estaban observando a través de ese ojo de cristal.

Estaba segura de que algo no iba bien. En ese instante se sobresaltó, el vecino de enfrente había abierto la puerta bruscamente y se quedó mirándola algo extrañado. La saludó y se fue hacia el ascensor. Se tocó el pecho intentado tranquilizarse. Le había dado un susto de muerte.

Si Sonia estaba mala, lo lógico era que estuviese en casa, aunque también podía haber ido al médico. Esa explicación la tranquilizó. No tenía el teléfono de ningún amigo o familiar al que pudiera preguntar por Sonia. De todos modos, si había ido al médico no tardaría en volver. Finalmente decidió irse de allí. Le escribió una nota en la que le pedía que la llamara en cuanto pudiera y la metió por debajo de la puerta.

* * *

Habían pasado varias horas desde que viera a Tara detrás de aquella puerta. No podía creer que hubiera estado allí. Un subidón de adrenalina atravesó su cuerpo. Cuando llamaron al timbre lo primero que hizo fue golpear a Sonia hasta que se quedó inconsciente. No quería que hiciera ningún ruido. La tenía amordazada, pero aun así no podía correr el riesgo de que alguien oyera algún ruido que le pareciera sospechoso.

La vio a través de la mirilla, estaba tan cerca… Pensó que la suerte se encontraba de su lado, podía abrir la puerta en ese momento y arrastrarla hacia el apartamento, pero cuando se había decidido a hacerlo salió el vecino y se le pasó la oportunidad. Se maldijo por haber dudado tanto. Si lo hubiera hecho en el momento en el que lo pensó, ahora estaría allí con él.

Vio la angustia en su cara, debía de estar pasando por un mal momento, por lo poco que pudo observarla se la veía cansada y ojerosa. Leyó la nota que dejó por debajo de la puerta. Por supuesto que no la llamaría: la única llamada que había hecho Sonia era a su jefe, y eso porque él la obligó a que le dijera que estaba enferma. No quería que sospecharan que le ocurría algo y fueran a ver qué pasaba.

Quería que Tara siguiera sufriendo, que pensase que a su amiga le había ocurrido lo peor. La ansiedad se adueñaría de ella. Por su culpa él había acabado en la cárcel y se había visto obligado a delatar a Igor, pues tenía que hacer lo que fuera para que le redujeran la condena, incluso arriesgarse a delatar a ese mafioso. No podía volver a aquella cárcel, era un lugar era demasiado oscuro y sucio, y además sabía que si volvía no duraría mucho tiempo con vida.

No era muy corpulento, por lo que cualquier preso podría aprovecharse de esa circunstancia. No había un solo día en que no muriese asesinado algún hombre. Quería librarse de todo aquello, pero nunca pensó que al hacerse chivato e indicar a la policía dónde se produciría la entrega de la mercancía, el hijo del jefe moriría. Estaba seguro de que nadie se había enterado de que había sido él, pero Igor movió cielo y tierra cuando su primogénito perdió la vida.

El llanto de Sonia le sacó de sus pensamientos. No dejaba de gimotear y le estaba poniendo muy nervioso. Deseaba deshacerse de ella lo antes posible, era insoportable, le suplicaba que la soltase, que por favor no le hiciera daño. Por ahora no pretendía hacerlo, pero en cuanto se encontrase con Tara lo primero que haría sería matarla delante de sus ojos. Quería que volviera a sufrir como lo hizo con la muerte de su tío. Su venganza pronto se vería completa. Después se marcharía.

* * *

Tara volvió a la casa sin saber muy bien a quién acudir. Ya era algo tarde y seguía inquieta. No recibía ninguna llamada de Sonia. Sus padres vivían en Valencia, pero no tenía ni idea de cómo localizarlos. Cada vez estaba más nerviosa; se le empezaron a pasar millones de cosas por la cabeza, a lo mejor estaba muerta en su casa, sola, y nadie se había percatado de ello, o alguien le había hecho algo.

No dejaba de dar vueltas por el salón, acababa de colgar a Igor, que cada vez estaba más furioso. Decidió que llamaría a Carol para ver si podía a ayudarla a averiguar algo sobre Sonia. Era policía, le pediría el favor de que fueran a su casa y la dejaran entrar. No sabía si se lo permitirían, pero no podía quedarse de brazos cruzados. Quizá estaba exagerando y su amiga se encontraba con algún chico que había conocido y se lo estaba pasando en grande. No tenía que pensar solo en las opciones negativas, a lo mejor no había sucedido nada grave, aunque, si era sincera consigo misma, lo único que estaba haciendo era intentar tranquilizarse. Eso de desaparecer sin decirle nada a nadie no era propio de Sonia.

Justo en el momento que iba a llamarla por el móvil, sonó el teléfono. Era Sonia. Sintió un alivio inmenso al ver su nombre en la pantalla.

—¡Dios mío Sonia, me tenías muy preocupada! ¿Dónde diablos te habías metido?

Nadie contestaba al otro lado de la línea. Escuchaba una respiración, pero no hablaban.

—¿Sonia? —Silencio—. ¿Hola?

—Hola, querida.

El teléfono se le cayó al suelo de la impresión. Era él.