Damyan seguía mirándola, esperando una respuesta. Ella sabía que estaba furioso y que lo más sencillo sería contárselo todo. Se quitaría un peso de encima y así podría apoyarse en él. Era lo que más deseaba en ese momento, hablar con alguien de todo lo que ocurría a su alrededor… Pero tenía que pensar en la seguridad de Damyan. Si se callaba, él no lo entendería, quizá pensara lo peor de ella, pero estaría a salvo. Damyan era demasiado impulsivo y Tara estaba segura de que, si se enteraba de lo que estaba sucediendo, movería cielo y tierra para localizar a Igor, a Gael o a quien la estuviera amenazando con tal de protegerla. Y, desde luego, llamaría a la policía.
No podía decírselo, pero tampoco quería continuar mintiendo, así que hizo lo único que creía que era correcto:
—Lo siento, pero no sigas preguntándome o tendré que volver a mentirte y no lo soporto.
Damyan le dio la espalda, fue hacia el sillón y se sentó. Apoyó los codos en las rodillas y se sujetó la cabeza con ambas manos. Tara no sabía qué hacer, no podía ni moverse, quería acercarse y reconfortarlo, explicarle que no estaba viendo a otro hombre. No quería perderlo. Respiró profundamente y, decidida, fue a sentarse a su lado. Le acarició la cabeza. Se miraron fijamente, no hacía falta hablar. Ella le suplicaba que lo entendiera, él la recriminaba que no fuera honesta. Tara rompió el silencio.
—Sé que te estoy pidiendo demasiado, pero necesito que confíes en mí. No es lo que tú te crees. No hay nadie en mi vida que no seas tú.
—Necesito que no haya más secretos entre nosotros —le dijo con tono serio y tenso—. Cuando creo que me has contado todo, siempre siento que hay algo que nos separa, que me ocultas cosas. Podría apoyarte, ser tu compañero en todo lo que te ocurre, pero no me dejas.
—Lo siento, de verdad. —Se levantó para irse, no iba a conseguir que entrara en razón. Damyan la siguió, se colocó a su espalda y la abrazó.
—Lo que te he dicho en la habitación iba en serio —murmuró cerca de su oreja.
—No, por favor, no sigas por ahí.
Damyan creía saber qué le ocurría a Tara. Desde que le contó su pasado intuía que había algo que no se había confesado ni a sí misma.
—¿Por qué no permites que se te acerque la gente? ¿Por qué te pones una coraza? Y no me digas que es porque crees que los pones en peligro. No me lo creo. Hace tiempo, cuando Gael estaba en coma, podrías haber rehecho tu vida de alguna forma y no lo hiciste.
Tara se dio la vuelta y se enfrentó a él.
—¿Qué quieres decir?
—Podías haber ido a otro sitio que no fuera Madrid, lejos de aquí, pero volviste. ¿Por qué?
Lo miro confundida.
—Me negaba a no poder hacer lo que quería y necesitaba volver aquí.
—Sí. Y no lo entiendo: vivir aquí, donde Gael podía encontrarte, no te parecía peligroso, pero tener gente en tu vida sí.
No sabía adónde quería ir a parar, pero se sentía angustiada, necesitaba irse de allí.
—Me voy.
—Huyes, como siempre. —La cogió de la muñeca y la aproximó a su cuerpo—. Esta vez no te irás, ni lo sueñes. Vas a quedarte conmigo esta noche, si tengo que atarte a mi cama lo haré. Hoy no habrá ninguna excusa.
—¿Te crees mi dueño para decirme lo que puedo y no puedo hacer? Estoy cansada de los hombres y sus órdenes.
Quería gritar, desaparecer, no aguantaba más todo aquello.
—No desvíes el tema. ¿Por qué te has puesto así cuando te he dicho lo que siento?
—No lo sé. ¡Suéltame! —Forcejeó, pero él seguía abrazándola, manteniendo las manos por detrás de la espalda para que no pudiera moverse.
—¿Qué sientes por mí?
—Eso no importa.
—¿Por qué? ¿Acaso tú no importas? ¿Eso es lo que quieres decir?
—No puedo permitirme sentir nada por nadie.
Él entornó lo ojos.
—¿Ah no?
—¡No! ¡Suéltame!
—¿Crees que no lo mereces?
En ese momento Damyan la soltó y ella se quedó paralizada. La rabia y algo que no sabía definir nacieron en el pecho de Tara y explotó.
—¡No! ¡No lo merezco!
—Así que decidiste quedarte sola para siempre; apartas a la gente que puede llegar a quererte porque crees que no te mereces su amor.
Se quedó callada. A los pocos segundos dijo, con apenas un hilo de voz:
—No salí de aquel escondite. Si lo hubiera hecho puede que él aún estuviera vivo… Me querían a mí, no a mi tío. —Tara se dio cuenta de que las lágrimas caían por su rostro. Damyan se acercó, la acarició con el pulgar haciendo desaparecer una pequeña gota de su mejilla—. Tenía que haber salido a ayudarlo.
La mirada de Tara se perdía en el pasado, la culpa se reflejaba en sus ojos y el dolor en su rostro.
—No habría cambiado nada. —La abrazó con fuerza y ella correspondió a su abrazo sin parar de llorar—. Si lo hubieras hecho, el resultado habría sido el mismo, tu tío no habría permitido que te llevasen lejos.
—Nunca lo sabré. —Sollozó en su pecho.
—No te engañes, conoces a Gael y sabes que no lo habría dejado vivo. —Le acarició la cabeza, consolándola—. Debes permitir que la gente que te quiere se acerque a ti, que te cuide.
Durante todos aquellos años nunca había sido consciente de que se sentía inmensamente culpable por la muerte de su tío. Se había puesto una venda en los ojos ocultando cualquier rastro de remordimientos en su corazón, impidiéndolo salir. Estuvo a punto de sufrir un ataque al escuchar aquellas palabras en los labios de Damyan, ese «te quiero»… No entendía el motivo. Hasta ahora.
Cuando su tío le dijo que se escondiera, la miró con ojos vidriosos y pronunció esas dos palabras sabiendo que iba a morir. Nunca le contestó, no le dijo lo mucho que significaba para ella. No salió a defenderlo, a protegerlo. No, no quería volver a escuchar aquello en los labios de nadie, ni siquiera de Damyan.
—Dio su vida por mí…
—Lo sé.
—«Te quiero» fue lo último que dijo mi tío. Después murió.
—Mírame. —Ella lo hizo—. Estoy aquí, Tara, y no voy a ir a ningún sitio.
La besó y la cogió en brazos llevándola al dormitorio. La dejó en la cama mientras él permanecía de pie. Despacio, fue desabrochándose el pantalón sin dejar de mirarla.
—¿Qué haces? —preguntó confusa.
—Quizá no quieras escuchar esas dos palabras, pero te las voy a grabar en la piel con mis caricias, vas a percibir todo lo que hay detrás de ellas. Quiero traspasar tus barreras hasta lograr demostrarte lo que siento por ti.
—No, Damyan, no puedo.
—Solo voy a besarte, si no quieres no haremos el amor.
—No es eso…
No le hizo caso y, desnudo, se metió en la cama junto a ella. Le quitó el vestido y observó que Tara estaba más vulnerable que nunca, mucho más que cuando le contó su pasado. Introdujo una mano por su nuca y la besó. Tara percibió aquel beso distinto a los demás, no era urgente ni necesitado, se estaba deleitando con su boca, disfrutando el contacto con su lengua, con los labios. Le permitió acceder y él aprovechó para profundizar más en su interior. Con la otra mano fue bajando por el cuello con una caricia tibia y suave, siguiendo hasta el hombro. La estela que dejaba a su paso, hacía que el cuerpo de Tara se despertase y se abrasara. Los dedos descendieron hacia el seno desnudo y lo tocó con extrema ternura. Gimió dentro de su boca. Él se separó, observó el pezón erecto y excitado y se lo metió en la boca. Tara se arqueó.
Su mano resbaló por las costillas y después hasta la cadera, prosiguió por la curvatura de la nalga y la bordeó llegando al interior del muslo. No pudo reprimir un gemido, no quería sentir aquello, pero realmente lo percibía más que nunca, como si para él fuera un regalo tener la oportunidad de tocarla.
Damyan llevó los labios a uno de sus párpados y lo besó.
—Eres tan especial… y no te das cuenta. —Le besó el otro párpado—. Eres tan hermosa por fuera como por dentro y has decidido castigarte a ti misma.
—No sigas.
Con la mano que tenía en el muslo llegó hasta su sexo y lo acarició, sintió la humedad entre sus piernas y cerró los ojos, concentrándose en ese instante.
—Me perteneces Tara, como yo te pertenezco a ti, no me imagino con alguien que no seas tú. —Situó el pene en su entrada y lo fue metiendo poco a poco a la vez que Tara echaba la cabeza hacia atrás, deleitada por la intrusión. El deseo iba en aumento lo mismo que el miedo.
—¿Por qué me haces esto? —dijo Tara entre jadeos.
—Mírame —ordenó de nuevo.
Ella lo hizo, sus ojos oscuros le hablaban y le decían tanto que volvió a sentir la opresión en el pecho, las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos. Él fue penetrándola despacio, hasta que no pudo hacerlo más. Estaban totalmente unidos, sentía la calidez de su miembro en su interior. Se fue moviendo despacio, saliendo y entrando a la vez que su cuerpo se consumía.
—Te quiero, Tara.
—No, Damyan, por favor…
Ella apartó la mirada. Cada vez que le decía aquellas palabras, el corazón le retumbaba con más fuerza.
—Vuelve a mirarme.
—No puedo.
—Hazlo.
Tara obedeció y lo miró mientras entraba en ella; no solo la penetraba con su miembro, la penetraba con sus caricias, la penetraba con su mirada, anclándose en su alma. No había marcha atrás, la coraza que llevaba se estaba cayendo a pedazos, Damyan se había infiltrado tan dentro de ella que no tenía escapatoria. Su vulnerabilidad se hacía más patente, casi letal. Ya no podría sobrevivir sin sus caricias, sin esos ojos que la consumían. Ya no sería capaz de vivir sin él.
—Dime que me sientes. Dímelo.
—Yo…
Antes de que ella pudiera decir nada la besó invadiendo su boca y la devoró lentamente hasta que se fundieron por completo el uno en el otro. Los movimientos se hicieron cada vez más rápidos y Damyan embistió con más fuerza, respirando con agitación, igual que ella. Tara sentía el grande y masculino cuerpo sobre el suyo y no pudo resistir el impulso de acariciarlo: su mano bajó por la espalda de Damyan hasta su culo y lo apretó, necesitaba sentirlo de forma más profunda. Él besaba su cuello. Estaba cerca de llegar al éxtasis. Escuchaba los jadeos en su oreja. Volvió a arremeter una vez más y clavando sus ojos en ella le aseguró:
—No voy a dejar de decírtelo —confesó entre gemidos—. Te… quiero…
En ese momento llegaron al clímax. Tara sintió el placer creciendo desde los pies hasta la cabeza, finalizando en su pecho. Fue tan intenso que creía que se desmayaría. Él acarició su cara y, despacio, salió de ella tumbándose a su lado.
—¿A que no te has dado cuenta de una cosa? —le preguntó sonriendo.
—¿De qué?
—Esta es la primera vez que lo hacemos en una cama.
Ambos comenzaron a reírse. La acercó a su pecho y la abrazó, y entrelazaron las piernas el uno con el otro. Tara se fue quedando dormida, sentía la calidez de ese cuerpo que la protegía, que la envolvía entre sus brazos. Se relajó y se dejó llevar.
* * *
Gael consiguió entrar en el apartamento sin que pareciera que había forzado la puerta. Todo estaba muy oscuro. Sabía que ella todavía no había vuelto porque llevaba muchas horas esperando y no la había visto entrar. Tampoco había visto que se encendieran las luces, a pesar de que hacía tiempo que era de noche, lo que indicaba que no había nadie en casa. Dio una vuelta por el piso, no quería tocar nada para que no sospechase que alguien había entrado en su ausencia. De pronto se tropezó con algo en el suelo. Parecía una caja. A los pocos pasos se tropezó con otro bulto que no logró distinguir. Pensó que esa mujer era un desastre y que tenía todo tirado. Avanzó rozando las paredes con la mano para que le hicieran de guía y entró en una amplia habitación, que parecía el salón. Se empezaba a acostumbrar a la oscuridad que lo envolvía y, poco a poco, fue siendo capaz de distinguir el sofá, los muebles. Se acercó al centro y vio que todavía había restos del almuerzo en la mesa. Varias revistas se encontraban tiradas en el suelo. No había duda, la casa era una oda al desorden.
Se sentó en el sofá. Estaba excitado, hacía mucho tiempo que no se sentía tan vivo, en el fondo tenía que admitir que disfrutaba haciendo daño a los demás. Deseaba que llegase ya, y ver su cara de sorpresa al encontrarlo allí. Se puso nervioso de pensarlo, por lo que se levantó y decidió ir al dormitorio. Allí era donde quería atacarla.
El piso no era muy grande, había otra habitación más y la estancia principal. Entró y observó que tenía un armario con tres puertas, lo abrió encontrando todo revuelto. No se distinguía bien, pero parecía que eran chaquetas, pantalones, faldas, todo mezclado. Abrió la otra puerta y vio que esa parte estaba algo más ordenada, al menos allí solo había vestidos. Decidió que se escondería en ese armario. Era alargado y cabía bien, un poco justo, pero entraba.
Por el momento se quedaría sentado en el suelo, cuando la oyese entrar se metería en el armario y, llegado el momento, la atacaría.
* * *
Damyan se despertó en mitad de la noche y fue a abrazarla, deslizó la mano por la cama, pero estaba vacía. La llamó varias veces sin obtener respuesta. Se levantó, fue al baño y después a la cocina, pero no había nadie. En el sofá del salón vio que no estaba el bolso. Se había ido. No había conocido a una mujer tan testaruda como ella en toda su vida. Irse así, de madrugada y sola, con el loco que la estaba persiguiendo… Sintió una mezcla de miedo y rabia.
Pensó en llamarla, pero prefirió irse a la cama. La dejaría tranquila para que pensase en todo lo que habían hablado y al día siguiente hablaría con ella muy en serio. Estaba preocupado por la llamada que Tara había recibido por la noche. Si antes intuía que le ocultaba algo ahora estaba completamente seguro.
* * *
Entró en casa, se le había hecho muy tarde y el día había sido tremendamente duro. Estaba reventada. Dejó las llaves en el cuenco de la entrada y fue al frigorífico a beber algo de agua. No encendió la luz, se cambiaría y se iría derecha a la cama. Se fue al dormitorio y cogió el pijama que tenía debajo de la almohada. Se sentó en el mullido colchón y se quitó las sandalias masajeándose los pies, pues los tenía doloridos.
Se quitó el resto de la ropa y la tiró al suelo. Se puso el pijama y fue hacia el baño, donde se lavó la cara y se quitó el maquillaje. Se estaba cepillando los dientes cuando oyó un ruido en el dormitorio y se quedó quieta aguzando el oído. No volvió a oír nada. Terminó de cepillarse los dientes y apagó la luz.
Por fin estaba en la cama. Se arropó con el edredón. Otra vez creyó oír algo. Juraría que era la puerta del armario, o quizá fuese el aire que movía alguna puerta… Entornó los ojos para intentar ver algo, ya que por las ranuras de la persiana entraba un poco de luz, cuando, de repente, se quedó petrificada: delante de ella creyó distinguir la figura de un hombre. Enfocó mejor y lo vio con más nitidez. A su lado había un hombre que la estaba mirando. El corazón bombeó rápido contra su pecho, una extraña sensación de picor y sudor la recorrió hasta las yemas de los dedos. No sabía qué hacer.
Sin previo aviso, y como si el hombre supiera que lo había visto, se abalanzó sobre ella. Salió disparada por el otro lado de la cama y él intentó cogerla, pero pudo huir saliendo de la habitación. Fue corriendo por el pasillo. Iría a la cocina a coger algún cuchillo para defenderse. Sería inútil ir hacia la entrada, pues había cerrado con llave y no las dejaba puestas en la puerta por lo que no le daría tiempo a abrirla. Escuchó que la seguía, la respiración fuerte y agitada de aquel hombre retumbaba detrás de su espalda. No le dio tiempo a llegar a la cocina. La agarró por el pelo, ella le dio un codazo y entonces resbalaron y cayeron al suelo.
—¡Estate quieta!
No podía hablar, lo único que quería era liberarse de esas manos, así que le dio una patada en la espinilla y consiguió que la soltara. Se levantó y se dirigió nuevamente a la cocina para coger algo y defenderse. Logró su objetivo, abrió uno de los cajones y cogió un cuchillo. Se dio la vuelta y allí estaba, mirándola de una forma tan calmada que sintió escalofríos.
—¡Déjeme! ¡Váyase de aquí!
—Ni lo sueñes querida. —Se acercaba lentamente con una siniestra sonrisa en los labios.
—No se acerque, le juro que si lo hace se lo clavaré.
—Lo dudo.
—Hablo en serio.
—Yo también. —No la hizo caso y siguió andando hacia ella.
—¿Qué es lo que quiere?
—Esa es una pregunta muy fácil de contestar. —En ese momento se detuvo.
Lo miró extrañada, aquel hombre le daba un miedo horrible, su rostro reflejaba odio y una ira inmensa.
—Por favor… —Suplicó desesperada, las lágrimas caían por su rostro—. Váyase, no tengo nada de valor.
—Te equivocas, eres muy valiosa para mí. Gracias a ti lograré atraer a Tara. Ella vendrá a rescatarte, al fin y al cabo eres su mejor amiga…