Damyan se inquietó al escuchar a su hermana.
—¿Qué ha ocurrido?
Tara vio que él asentía, le preguntó dónde estaba y colgó.
—Lo siento, tengo que irme. Mi madre está en urgencias, no sabemos muy bien por qué. Se ha mareado y se ha quedado inconsciente. Le están haciendo pruebas.
—Claro, debes ir a verla. No te preocupes, cogeré un taxi.
—No, el hospital está cerca de aquí. Si no te importa vamos juntos.
No quiso insistir; se le veía tan preocupado que accedió a ir con él. Por un lado no quería implicarse más en su vida, porque quizá pronto tendría que alejarse y cuanto más lo conocía más difícil le resultaba separarse de él, pero decidió no decirle nada. Se quedaría a su lado, no quería preocuparlo más.
Ambos se refrescaron en el lavabo del vestuario, se cambiaron de ropa y se fueron. Cuando llegaron al hospital ya estaba allí su hermana y acababa de salir el médico a informarles. Le confirmó que había sido una bajada de potasio, seguramente debido a las pastillas que tomaba para la tensión alta. La tendrían en observación, pero no era nada grave. Al escuchar aquello ambos se relajaron.
Tara estaba detrás de él. Permanecía muy callada, no quería molestar, pero en ese momento Paula la miró y Damyan se dio cuenta de que no había hecho las presentaciones.
—Paula, esta es Tara. —Se dieron dos besos.
—Encantada. Ya era hora de que conociera a alguna de tus novias.
Él la ignoró y mirando a Tara le dijo:
—Voy a entrar a verla, ¿me esperas?
Ella asintió.
—Hermanito, no dejan entrar a más de una persona y papá está dentro.
—No hay problema, me voy a colar. —Guiñó un ojo a Tara y se fue dejándolas solas.
En ese momento se sintió algo incómoda por quedarse a solas con la hermana de Damyan. No se conocían y no sabía qué decir. Intentó ser lo más amable posible.
—Me alegro de que no haya sido nada.
—Sí, menudo susto que nos hemos dado. Ven, vamos a sentarnos. —Paula la cogió del brazo y se fueron andando juntas hacia una pequeña sala de espera donde estaban los familiares de los pacientes.
Por extraño que pareciese, a Tara no le incomodaba que ella la agarrase. Se parecía a Damyan, con la única diferencia de que ella tenía los ojos azules en vez de oscuros, la nariz chata y los labios algo más finos. Tenía cara de pícara.
—¿Qué tal con mi hermano? Cuéntame, él nunca me dice nada de sus novias.
—¿Qué quieres que te cuente exactamente?
—Lleváis mucho tiempo, ¿no?
Abría mucho los ojos, prueba de lo muy interesada que estaba en la respuesta. Parecía emocionada por conocer a la conquista de su hermano y en el fondo eso a Tara le hacía gracia.
—No, no mucho.
—Qué raro… —dijo frunciendo el ceño.
—¿Por qué?
—Me extraña que te haya traído al hospital. Nunca ha hecho algo así, por eso pensé que llevaríais más tiempo. Para que haya decidido traerte hasta aquí… —Se acercó más y le dijo en voz baja—. Él sabe lo cotilla que soy.
Tara sonrió.
—Bueno, nos encontrábamos cerca y estaba preocupado porque no sabía qué le había ocurrido a vuestra madre, seguramente me ha traído por eso.
—Lo dudo. Sabe muy bien cómo deshacerse de las mujeres. Además me habló de ti el otro día por teléfono. —Ahora fue Tara la que abrió los ojos sorprendida—. Sí, me dijo que había alguien y que era complicado.
—Sí, lo es.
Agachó la cabeza mirando al suelo. Estaba segura de que Paula se había dado cuenta de la tristeza con la que lo dijo. La hermana de Damyan la agarró de nuevo del brazo.
—Como dice siempre mi padre «las cosas tienen la importancia que tú les des». Así que ya sabes, sea lo que sea, seguro que podréis con ello.
Tara la miró y sonrió agradecida. Habían hablado solo unos minutos, pero igual que le ocurrió con Damyan, parecía que la conocía desde hacía más tiempo. No le importaría tenerla de cuñada, estaba segura de que se llevarían bien. Lástima que el asunto no fuera tan sencillo. En ese momento entró un hombre delgado y con el pelo engominado. Paula se levantó.
—Hola, cariño, ¿has logrado aparcar?
—Sí, es horrible encontrar sitio por aquí.
—Mira, es la novia de mi hermano, Tara.
No se acostumbraba a esa palabra «novia». Se dieron dos besos y en ese momento salió Damyan.
—Me han echado, pero he logrado verla. Se encuentra bien, ya conoce a todas las enfermeras de la sala.
—¿Cuándo le van a dar el alta?
—Se quedará esta noche, pero seguramente mañana vuelva a casa.
Damyan vio al novio de su hermana.
—Hola José —le dijo a la vez que le tendía la mano.
—¡Damyan! ¡Se llama Jorge, te lo he dicho mil veces!
—Uy, perdón.
Tara vio una medio sonrisa en sus labios; lo había hecho a propósito, se estaba divirtiendo a costa de molestar a su hermana.
—Tara, ¿te ha contado mi hermano que lloró viendo la película El diario de Noah?
—Paula, no es necesario dar detalles —dijo Damyan tocándose la sien, parecía que le había dado dolor de cabeza.
—No le gusta parecer vulnerable, pero es un sentimental.
—Parecéis niños —dijo el novio de Paula.
—Nos vamos.
Damyan agarró del brazo a Tara, que no podía parar de sonreír por el tira y afloja de los dos hermanos. En ese momento salió un hombre canoso, alto y apuesto que se acercó hacia ellos. Paula se dirigió a él.
—Papá, ¿quieres que me quede con ella?
—No, no es necesario, me quedaré yo, seguramente mañana por la mañana estaremos en casa. Si necesitamos algo os lo diremos.
Se quedó mirando a Tara.
—¿No vas a presentármela, hijo?
—¿Cómo sabías que ella estaba aquí? —preguntó Damyan.
—¿Quién crees que me lo ha dicho? Tu hermana, por supuesto. Lo importante es conocer a la mujer que te tiene loco.
—¡Papá! —gritó Paula—. Podrías disimular, ¿no?
—Para qué, ¿te crees que tu hermano es tonto? Ven aquí muchacha, dame dos besos.
Tara se acercó y lo saludó.
—Veo que mi hijo tiene muy buen gusto. Sin embargo no sé cómo tú lo aguantas. —Le guiñó el ojo.
—Eso me pregunto yo todos los días —contestó Tara con una sonrisa.
—Tenemos que irnos —terció Damyan.
—¿Tan pronto? —protestó Paula.
—Sí. Papá, luego te llamo para ver si hay alguna novedad.
—De acuerdo, pero no te preocupes, tu madre ya está dando guerra ahí dentro.
Se despidieron de todos y se fueron camino al coche. Damyan notó que Tara estaba muy callada. Conociendo a Paula, estaba seguro de que le había hecho el tercer grado con todas las preguntas que se le hubieran ocurrido. No era el mejor sitio para conocer a su familia… En fin, lo único que sabía era que no quería separarse de ella, le tranquilizaba el sentirla a su lado.
—¿Qué piensas? —le preguntó Damyan.
—Tienes una familia muy…
—¿Loca? ¿Cotilla?
Ella se echó a reír.
—Iba a decir muy simpática y abierta.
—¿Y por qué noto que lo dices con tristeza?
Tara no quería decirle todo lo que se le pasaba por la cabeza. Ella no había tenido nunca una familia, la única persona que la trató bien fue su tío, y Gael se lo arrebató. Hacía mucho tiempo que asumió que ella no tendría una familia, no se sentía preparada. Su pasado siempre estaría ahí y tendría que huir, nunca llegaría a pertenecer a nadie. Sin embargo, la familia de Damyan parecía haberla aceptado enseguida: pensaban que le hacía feliz y eso bastaba. Los había tratado muy poco como para conocerlos, aunque fuera mínimamente, pero se notaba la complicidad y la unión que había entre ellos. En resumen, se sintió demasiado a gusto a su lado. Finalmente respondió:
—No importa.
—Sí, a mí sí me importa. —Damyan se paró y se puso enfrente de ella a la vez que la cogía de la barbilla y la obligaba a mirarlo. El sonido del móvil puso fin a la escena—. Creo que cuando estemos juntos apagaré el móvil.
Miró la pantalla, era su madre. Descolgó el teléfono y contestó.
—¿Qué ocurre? —Se quedó callado a la vez que ponía los ojos en blanco—. Mamá, no vamos a volver para que la conozcas, estás en urgencias. Sí… ya… De acuerdo, iremos algún día a cenar. Un beso.
—Parece que no has tenido muchas novias, ¿eh? —le dijo Tara en tono burlón.
Por un momento se quedó serio, mirándola, y se aproximó a sus labios.
—Entonces, ¿eres mi novia? —Levantó una ceja a la vez que le dedicaba una medio sonrisa.
Tara sintió que se ruborizaba delante de él, pero enseguida le dio un puñetazo en el estómago.
—Tienes razón, no somos nada, mamonazo.
—¡Ay!, creo que te ha gustado lo de boxear, pero yo no soy el saco de boxeo.
—Pues prepárate, porque a alguna cosa tengo que golpear y creo que tú serás la mejor opción.
Damyan la acercó hasta su casa. Cada día se le hacía más duro separarse de él, pero no le quedaba más remedio y le dijo que al día siguiente trabajaba y que tenía que descansar, de modo que lo mejor sería que se quedara en su casa. Se sintió mal, pero Tara tenía que hacer todo lo posible para quedarse sola. Igor la llamaría esa noche por primera vez y tenía que decirle que no sabía nada de Gael.
A las pocas horas de llegar a casa recibió la llamada. Cuando descolgó, escuchó al otro lado del teléfono cómo alguien le decía: «Informa». Enseguida supo que era él. Le dijo que no sabía nada de Gael, que no había intentado localizarla ni había visto nada extraño a su alrededor. Sin mediar palabra, Igor colgó el teléfono. Ese hombre hacía que se le pusieran los pelos de punta, era peligroso e impredecible y Tara volvió a preguntarse qué estaba haciendo… ¿Estaría cometiendo un gran error?
Decidió darse un baño. Se sentía muy cansada. Era agotador tener todo el tiempo el cuerpo en tensión. Los únicos momentos en los que se relajaba algo era cuando se encontraba con Damyan. Le gustó que la llevara a aquel gimnasio, pegar a aquel saco había sido muy beneficioso para ella, genial para acabar con el estrés, y se planteó seriamente comprarse uno para tenerlo en casa. En el momento en que pensó aquello recordó que quizá no viviría lo suficiente para poder comprárselo. Si seguía todo como hasta ese momento, si no era Gael sería Igor quien se encargaría de acabar con ella.
¿Por qué les hacía caso? Hiciese lo que hiciese seguramente acabaría mal, y aun así seguía haciendo todo lo que Igor quería, sin rebelarse… ¿Por qué? ¿Por qué consentía que esos mafiosos le destrozaran de nuevo la vida? La respuesta era que porque si no lo hacía pondría en peligro a la gente que quería. Volvió a pensar en llamar a Carol y contarle todo, pero Igor le había advertido que no lo hiciera. Desde luego, si lo hacía quizá pusiera en peligro a Damyan o incluso a la propia Carol. No tenía ninguna salida, lo mejor era esperar a que Gael se pusiera en contacto con ella. Luego se lo diría a Igor. Y después…, ¿qué?
Nerviosa, se incorporó en la bañera, cogió el gel y vio cómo el espeso líquido blanco caía sobre la esponja. La apretó varias veces haciendo que el jabón se mezclase con los poros. Se aclaró y salió de la bañera. Tener demasiado tiempo para pensar tampoco era bueno. Se vistió y se tumbó en el sofá. Se repitió que los únicos momentos en que estaba bien eran junto a él. Decidió que esa semana disfrutaría todo lo que pudiera con Damyan, intentaría estar lo máximo posible a su lado. Justo en ese momento sonó un mensaje en su móvil. Era Damyan. Intercambiaron SMS.
«¿Qué haces?».
«Viendo la televisión, tirada en el sofá».
«¡Muy mal, a la cama ahora mismo!, me dijiste que ibas a descansar».
«No puedo dormir».
«Si quieres voy y te ayudo a relajarte, tengo un método muy bueno para acabar con el insomnio».
«Ya me sé yo tus métodos».
«Podría decir lo mismo de los tuyos. Tenemos que quedar para acabar lo que empezamos en el cuadrilátero».
«Cuando quieras…».
«Voy para allá».
«Jajaja, nooo, ahora no».
«Bueno preciosa, descansa y mañana hablamos».
«Ok, un beso».
«Tara…».
«¿Sí?».
Damyan no contestaba, parecía que estaba dudando en decirle algo. Finalmente se decidió.
«Nada…, no importa, descansa».
«Ok, igualmente».
¿Qué le habría querido decir?, fuese lo que fuese prefirió no insistirle. Si era algo malo no podría dormir, y si era algo bueno tampoco, pues todo se haría más difícil. Decidió que era mejor no saberlo.
* * *
Carol estaba cada vez más cabreada e impotente, ¿cómo era posible que hubiera desaparecido de aquella forma? No tenían ninguna pista, nadie lo había visto. Ningún informador logró darles ningún dato nuevo. Parecía, que al igual que Igor, se hubieran evaporado. Cada vez se sentía más frustrada. Quería ayudar a Tara, sabía que cada día que pasaba el peligro que corría era mayor. Tara siempre había sido muy fuerte, pero antes solo se trataba de ella, y ahora, al estar Damyan en su vida, podría ser capaz de hacer alguna estupidez.
Si algo le ocurriese, nunca se lo perdonaría. Era su deber protegerla y cada día resultaba más complicado. Solo había algo bueno en todo esto, y es que quizá Igor se volvería menos cuidadoso al enterarse de que Gael se había escapado. Con toda seguridad también estaba detrás de él. Carol esperaba que no utilizase a Tara para encontrarlo. De todas formas había puesto protección en su casa, y no creía que se atrevieran a hacerle algo allí. Consiguió que su jefe diera la orden para que la protegieran veinticuatro horas al día. Ya había hablado con ella y le dijo que si algo ocurría que por favor se lo comunicase. Estaba casi segura de que le ocultaba algo, pero no podía asegurarlo con certeza. Si a Tara se le metía algo en la cabeza daría igual lo que hiciese, de modo que solo le quedaba esperar y mantenerse alerta.
Deseaba que todo acabase de una vez, coger a Gael y a Igor, hacer justicia por todos los crímenes que habían cometido. Y quería que Tara tuviera una vida nueva, que se cerraran las heridas que continuaban abiertas desde que le arrebataron a su tío. Se merecía ser feliz. Siempre le había gustado mucho esa chica, y sabía lo agradecida que se sentía porque le había salvado la vida. Deseaba con todas sus fuerzas que todo saliera bien. Tenía que salir bien.
* * *
Tara se estaba vistiendo para encontrarse con Damyan. Llevaban varios días sin verse. Iban a salir, irían a algún sitio donde poder bailar. Quería liberarse, pasárselo lo mejor posible, y eso era lo que iba a hacer. Esos días se había sentido observada, y no era por los policías que la seguían. Algo le decía que había alguien más. No quería pensar en ello: podía ser Igor, Gael o solo imaginaciones suyas. Igor la había llamado cada noche, como le prometió. Seguía sin poder darle noticias nuevas, y cada día se impacientaba más. Lo percibía en su voz. Ella también estaba cansada de todo aquello. A veces no sabía cómo era capaz de soportar tanta tensión.
Estaba intentando cumplir con todo lo que Igor le había indicado; se mantenía en casa siempre que podía, le informaba cada noche de que no había novedades. Y no se había ido a vivir con Damyan, aunque él no lo entendiera. Le hubiera gustado quedarse a su lado, pasar más tiempo juntos. Odiaba separarse de él, sobre todo por las noches. Cada vez estaban mejor, pero seguía sin poder contarle nada.
También quería quedar con Sonia. Apenas habían hablado esos días porque al parecer estaba muy liada en el bar. Iría a verla el fin de semana. Le apetecía divertirse con ella, quería disfrutar de su compañía, igual que lo haría hoy con Damyan.
Se puso un vestido de tirantes de color vino, ajustado y con algo de escote. Esa iba a ser la excitante noche con Damyan que deseaba desde hacía tanto tiempo. Si llegaba a tocarla antes de volver a casa, vería que tenía una sorpresita para él. No iba a preocuparse por nada, solo pensaba en disfrutar y vivir el momento.
Se dejó el pelo suelto, se puso unas sandalias negras y finas, y se maquilló acentuando más los ojos para conseguir una mirada felina, pues así era como se sentía esa noche. Carol le había aconsejado que dejase de ir al taller durante un tiempo, pero no estaba dispuesta a dejar de hacer su vida normal. Ya estaba renunciando a demasiadas cosas, no iba a añadir una más a la lista. Afortunadamente el día en el taller no había sido pesado, por lo que no estaba muy cansada, se sentía llena de energía y le apetecía mucho verlo.
* * *
Damyan llamó al telefonillo y Tara bajó corriendo. Estaba allí fuera, apoyado en el coche, de brazos cruzados. Llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta negra. Mientras se acercaba, se sintió desnuda por la mirada que le regaló, repasaba su cuerpo de arriba abajo. Pensó en lo tremendamente atractivo que estaba. Cuando llegó hasta él, la agarró por la cintura acercándola a su cuerpo. El aroma de su piel la excitó, su olor corporal se mezclaba con el olor característico de su ropa, limpia y perfecta.
—Estás increíble Tara.
Damyan se quedó impactado al verla. Ese vestido se ceñía a su cuerpo de tal forma que resaltaba sus caderas y sus pechos. Y tenía ojos de gata. Cogió su cara con ambas manos y la besó; al principio de forma suave y lenta. Sentía sus cálidos labios contra su boca, ansiaba sentir la suavidad de su lengua, deseaba que se mezclase con la suya. Quería invadirla por completo, por lo que profundizó más en su boca. Cuando su lengua entró en contacto con la de Tara, gimió. Deslizó una mano por la cintura y con la otra apretó más su cuello. La apoyó contra el coche y el beso se hizo cada vez más intenso. Ella le agarró de la nuca queriendo que se juntara aún más. Necesitaba sentirlo más cerca, más adentro.
En ese instante Damyan se separó de ella y rozó la nariz con la de Tara.
—Recuerdo el día que lo hicimos en el capó del coche. Si ahora mismo no hubiera nadie en la calle haría que recordaras cada una de mis caricias. —El murmullo de su voz, excitado y ronco, hizo que Tara temblase levemente—. Volvería a presionar tus pechos sobre la carrocería y te penetraría por detrás.
—Ahora podrían hasta detenernos. ¿Sabes que la policía me está vigilando?
—Seguro que están aburridos, podemos darles algo con lo que divertirse.
Tara se rio.
—Eres un caso.
—Me encanta tu sonrisa. —Tara se mordió el labio y bajó la mirada—. También cuando te ruborizas.
Volvió a robarle un beso, apretó su cuerpo contra el coche y sintió cada parte de su anatomía. El beso se hizo tan penetrante y arrebatador que a ella le costaba respirar, el deseo se iba apoderando de la mujer, despacio pero implacablemente. Damyan se separó y la miró a los ojos.
—Nena, me estoy planteando seriamente no ir a ningún sitio y subir a tu casa —dijo con la respiración algo agitada.
—Ni lo sueñes, quiero que cuando llegue nuestra noche te mueras por tocarme.
—Entonces ya podemos subir, no puedo esperar más.
—Va a ser que no, tendrás que aguantarte. —Se apartó de él y entró en el coche.
Resignado, dio un pequeño cabezazo en el techo del vehículo. Respiró lentamente varias veces, para calmarse, se metió en el coche y se fueron. Por el espejo retrovisor vio que la policía secreta los seguía a cierta distancia. Se dio cuenta de que Tara se ponía tensa y acarició su mano sin dejar de mirar a la carretera.
—¿Qué tal tu madre, ahora que está en casa?
—Bien, recuperada totalmente. No hace más que discutir con Paula.
—¿Por qué te gusta hacer rabiar a tu hermana?
—Se molesta con facilidad, me hace gracia. Además es demasiado cotilla, así le doy su merecido.
—Eso es porque no le cuentas nada de tu vida.
—No necesita saber nada de mí.
—Se preocupa, eso es todo.
—No es necesario que lo haga.
Tara lo miró.
—Bueno, tú también me hacías preguntas a mí.
—Sí, pero al principio no insistía, hasta que un loco empezó a decir cosas horribles sobre ti.
—Hoy no vamos a hablar de eso.
Paró el coche en un semáforo en rojo y la miró.
—Estoy de acuerdo.
Llegaron al pub irlandés donde Damyan le había propuesto ir. A Tara le gustaba la decoración de este tipo de establecimientos. Estaba repleto de cervezas de distintas clases, la barra era de madera y presidía todo la bandera de Irlanda, un país que la atraía y que deseaba conocer hacía tiempo. Como el pub aún no estaba lleno encontraron sin dificultad un sitio algo retirado: una mesa alta y dos taburetes que estaban libres. Se sentaron y pidieron dos cervezas.
Hablaron durante una hora. El tiempo se les pasó muy rápido. El pub estaba cada vez más concurrido, pero ellos seguían en aquel rincón, algo más ocultos que el resto de los clientes.
—¿Es cierto que nunca habías llevado a ninguna mujer a conocer a tu familia?
Damyan la miró fijamente a los ojos.
—Es cierto.
—¿Nunca has tenido una relación seria?
—Bueno, estuve casi dos años con una mujer, pero no funcionó.
—¿Y durante ese tiempo nunca llegó a conocer a tu familia? —dijo algo sorprendida.
—No. Nos lo pasábamos bien juntos, teníamos buen sexo, pero había algo que no me llenaba.
Cuando Tara escuchó lo del sexo no pudo evitar sentir un ramalazo de celos. Imaginárselo tocando a otra mujer, que otra mujer lo tocase… Sabía que era algo absurdo, ella también había estado con otros hombres, pero el instinto de posesión la invadió.
—¿Y tú? ¿Has tenido una relación larga?
—Casi un año, pero no llegó a más. Me agobié demasiado. Él no era para mí, ni yo para él. Apenas nos veíamos, pero el sexo era bueno.
A decir verdad, no era nada del otro mundo, pero quiso ver su reacción; necesitaba saber si él también podía llegar a ponerse celoso. Damyan se echó hacia atrás y cruzó los brazos. Ya llevaban varias cervezas y el alcohol hacía algo de efecto en ambos.
—¿Le has vuelto a ver? ¿Cuánto hace de aquello? —Su tono ahora sonaba más serio y grave.
—Hace dos años aproximadamente. ¿Te molestaría que siguiera hablando con él?
Damyan se apoyó en la mesa y con una mano cogió el taburete de Tara y lo acercó más a él.
—¿Lo haces?
—No, pero podría volver a llamarle —le dijo con una sonrisa.
—¿Para qué? ¿Para tener buen sexo?
—¿Estás celoso?
—¿De quién, de él? —Se acercó demasiado a su rostro y apoyó una de las manos en su muslo desnudo—. No, nena, él nunca te hará vibrar como lo hago yo.
Deslizó la mano por debajo de su falda. Tara le agarró, frenándole.
—Quieto.
—Aparta la mano. —Su voz sonaba ronca y profunda.
Un escalofrío la sorprendió. El tono que empleaba, la mirada lasciva y la promesa de su caricia la hicieron arder.
—Damyan, aquí no.
—Suelta mi mano Tara, quiero tocarte y voy a hacerlo.
—Alguien puede vernos.
—No, estamos ocultos, hay mucha gente, no se ve lo que ocurre debajo de la mesa; y si lo hacen, que disfruten viendo cómo te toco, que envidien lo que se están perdiendo porque eres mía, Tara, mía. Aparta la mano —le ordenó de nuevo.
Sentía los dedos ardiendo en su piel. Y su mirada penetrante y sensual y el alcohol hacían que se sintiese más libre. Había decidido que quería disfrutar con él todo lo que pudiera, y lo haría. Levantó la mano dándole permiso para continuar.
—Voy a apartar el tanga con mis dedos y vas a disfrutar de ellos.
—Te equivocas en algo.
Damyan levantó una ceja mientras seguía deslizando la mano hasta su sexo. Cuando llegó a él se revolvió inquieto en la silla.
—Joder, Tara… no llevas bragas.
—No, quería sorprenderte.
—Pues lo has conseguido. —La tocó con la yema de los dedos acariciando sus labios—. Mierda… ya estás húmeda para mí. —Murmuró.
Tara gimió por el roce de los dedos en sus partes íntimas. Miró a la gente para ver si los observaban. Afortunadamente nadie los miraba. Él se acercó a su oreja y rozó los labios en su piel.
—Voy a meterte los dedos, Tara, querrás gritar, pero no podrás. —Ella intentó tocar su erección—. No, ni hablar, soy capaz de correrme solo con que me roces, saber que no tienes nada debajo de ese vestido me está poniendo a mil.
La besó en el cuello. Tara apenas podía hablar, porque ahora la atormentaba tocándole el clítoris. Tenía ganas de gritar, de salir de allí con él para que la hiciera suya. Se estaba volviendo loca: la gente a su alrededor, él tocándola y ella sin poder moverse… Tenía que aparentar que simplemente la estaba besando.
—Abre más las piernas —le ordenó.
Ella obedeció y cerró los ojos cuando sintió que introducía despacio uno de sus dedos.
—Espera Damyan, no puedo —dijo jadeando.
—Sí, nena, claro que puedes, te vas a correr delante de todo el mundo y nadie lo sabrá, tendrás que mantenerte callada.
—No voy a poder…
—Lo harás.
Metió otro dedo en su vagina y bombeó cada vez más rápido, con el dedo pulgar tocó el clítoris y Tara apretó con fuerza el brazo masculino.
—Damyan… —susurró excitada.
—Córrete, preciosa.
—No pue… —Él agarró su cuello y la besó intensamente, y en ese momento los gemidos se ahogaron en su boca.
La explosión había sido tremenda, placentera y bestial. Miró sus ojos y vio la lujuria contenida en ellos. Estaba muy excitado.
—Nos vamos. Iremos a bailar y luego te llevaré a mi cama y te follaré hasta que no puedas andar. Te lo prometo, Tara.