Capítulo 15

Tara todavía no sabía muy bien qué hacían en aquel lugar. Se quedó mirando las máquinas de musculación, las cintas de correr, los sacos de boxeo y el cuadrilátero. Eso fue lo que más le llamó la atención. Parecía que se había metido en una escena de un entrenamiento de la película Rocky. La diferencia era que en ese momento no había nadie allí. Estaban completamente solos.

—Uno de mis primos tiene este local y entrena a gente. Hoy, al ser domingo, está cerrado, pero le he pedido que nos deje utilizarlo.

Tara se dio la vuelta y lo vio apoyado en la pared.

—No sé qué decir.

—Vaya. Eso es nuevo y algo sorprendente, te he dejado sin palabras. ¿Debería considerarlo bueno o malo?

—Creo que bueno —dijo sonriendo.

—Ve a cambiarte. Los vestuarios están al fondo, a la derecha.

—Pero ¿qué vamos a hacer exactamente?

Él se aproximó hasta que sintió su presencia muy cerca, pero sin llegar a tocarla.

—Pegarnos.

Tara abrió los ojos, sorprendida.

—¿En serio?

—Sí, ve a cambiarte.

Damyan la vio alejarse contoneando las caderas. La había impresionado. Tara necesitaba liberar el estrés que acumulaba por todo lo que le estaba ocurriendo. Esto sería una buena medicina. A los pocos minutos salió con un pantalón corto y una camiseta de tirantes negra y morada. Tenía algo de escote y se le marcaba la redondez de los senos. Se prometió a sí mismo que no iba a tocarla más. En el coche tuvo que hacer un esfuerzo increíble para frenarse y no besarla. Sintió una fuerte necesidad de acariciarle la suave piel de sus piernas, aunque logró dominarse. No iba a ceder. Ahora sería ella la que sufriera un poco. Estaba dispuesto a lograr que liberara adrenalina por todo lo mal que lo estaba pasando. Pero en lo referente a la otra frustración, esa no pensaba quitársela.

Él también se había cambiado mientras la esperaba. Se puso unos pantalones de deporte amplios que le llegaban hasta las rodillas y una camiseta de tirantes. Cuando Tara lo vio le dieron ganas de saltar encima de él y tocarlo hasta saciarse.

—Toma, ponte esto. —Le dio unos guantes y un casco de boxeo—. Por ahora ponte solo los guantes, quiero que le des unos cuantos golpes al saco.

Tara se puso uno y luego él cogió el otro y la ayudó a ponérselo. Percibía cada toque de sus dedos contra los suyos, y aquel simple roce elevaba su temperatura. Le miró a la cara, pero él seguía concentrado apretando el velcro.

Sabía que la observaba, estaban demasiado cerca y su aroma la estaba asfixiando. Estaba segura de que en ese momento Damyan sentía lo mismo que ella, aunque no hacía el mínimo gesto.

Se estaba cansando de verlo tan frío.

Cuando terminó se fue hacia el saco y Damyan se colocó tras él.

—¿Estás lista?

No contestó y directamente dio un puñetazo a la masa que tenía delante. El primer golpe fue demasiado flojo. No sintió ningún alivio. Al revés, no le veía sentido pegar a un trozo de tela con relleno.

—Vamos, no pares. Vuelve a darle.

Volvió a hacerlo, pero apenas se movió, y no porque Damyan estuviera sujetándolo, sino porque no lo hacía con la suficiente seguridad.

—Más fuerte, Tara.

Otro impacto, y seguía sintiéndose igual de ridícula.

—Esto es una pérdida de tiempo —dijo irritada.

—Nunca me has parecido una nenaza.

Tara entornó los ojos.

—Claro, es que esto es de machotes, por lo que no sé qué coño haces tú aquí.

—Se te da muy bien soltar lindezas por la boca, pero en esto de pegar eres pésima. Estoy seguro de que alguna vez has pensado en darme una patada en las pelotas. ¡Utiliza las piernas!

Si quería que se enfureciese lo estaba consiguiendo, quizá todavía no lo suficiente, aunque iba bien encaminado. Volvió a chocar contra la pared que tenía delante y luego utilizó la pierna derecha para soltar un golpe. Se le dio algo mejor, pero seguía faltando algo. No estaba satisfecha.

—Espera, creo que sé lo que necesitas. Te falta un poco de inspiración.

Cogió un CD de la mochila y se acercó a un aparato de música. La canción comenzó a sonar. Tara la conocía, era Youth Gone Wild, de Skid Row. A los dos les gustaba ese grupo. Recordó que hablaron de él en la cena cuando comentaron sus gustos musicales, y por eso lo eligió. Volvió a colocarse detrás del saco.

—Vamos, demuéstrame lo que te gustaría hacerle al cabrón de Gael.

Al escuchar su nombre, algo hizo click en su interior. La patada le salió del alma y golpeó el saco con fuerza. La música ayudaba a que la adrenalina se despertase en sus venas. La cara de ese hombre llegó a su cerebro y las imágenes se fueron sucediendo una tras otra. Su tío cayendo al suelo, muerto. El acoso que sufrió durante años. El miedo, la vulnerabilidad, el cambio de vida, la soledad. Las extremidades de su cuerpo golpeaban lo que tenía delante, pero solo escuchaba la guitarra eléctrica de fondo. El corazón latía violentamente en su pecho, sudaba, pero necesitaba seguir, no quería que nadie se atreviera a detenerla. Estaba desprendiéndose de todas esas malas experiencias ancladas en su interior, ocultas durante demasiado tiempo. Experiencias que habían convivido con ella llegando a paralizarla.

Perdió la noción del tiempo. No supo en qué instante dejó de pensar. No controlaba sus movimientos, ya no había ninguna imagen en su cerebro. Soltaba la adrenalina de su cuerpo, pero su cabeza estaba en paz. Nunca había sentido esa sensación de tranquilidad, de solo estar concentrada en una cosa. Su mente se encontraba a gusto y liberada. No quería que pasara aquel momento, necesitaba seguir percibiendo todo aquello.

Oyó una voz lejana. Era Damyan diciéndole que se detuviera, pero no quería perder la concentración. Tampoco sabía ya si estaba sonando la música. Sus piernas golpeaban el saco, sus brazos sudaban por el constante ir y venir. Fue a dar otro golpe con el puño, pero entonces el saco se alejó un momento y luego rápidamente se abalanzó sobre ella. No le dio tiempo a esquivarlo y el impacto hizo que se cayera de culo al suelo. Volvió en sí y vio a Damyan riéndose a carcajadas. Lo había empujado a propósito para que perdiera el equilibrio y se cayera.

En un primer momento tuvo ganas de gritarle y mandarlo a un sitio con olor a cloaca, pero al ver que él no paraba de reírse y al verse a sí misma, abierta de piernas, con el trasero dolorido y en esa situación tan ridícula sintió que una carcajada nacía en su garganta. No quería darle ese gusto, pero no lo pudo remediar.

Ambos se reían. Él le extendió la mano para ayudarla a que se levantara, y cuando estuvo de pie Tara le soltó un puñetazo en el estómago y una rápida patada en el muslo.

—¡Ay! —dijo Damyan.

—¿Ahora quién es la nenaza?

—Cabrona…

—No, no, no —dijo apuntándole con un dedo—. Qué boquita tienes, te la voy a tener que lavar con jabón.

Una diminuta sonrisa intimidante se dibujó en el rostro masculino. Entornó los ojos y Tara vio sus intenciones, así que trató de salir corriendo, pero la cogió y la volvió a cargar sobre el hombro como había hecho en su casa. Pataleaba y gritaba que la soltase, pero no hizo caso. La llevó hasta el ring y la dejó en el suelo del cuadrilátero. Se levantó corriendo, intentando huir, pero él logró atraparla.

—No vuelvas a cogerme así —gritó Tara.

—¿O qué? —susurró muy cerca de su boca.

Se quedó muda. Desde que lo había visto quería tocarlo, besarlo y saborear todo su cuerpo. Si quería ganar solo tenía que acariciarla. Con eso estaría perdida, pero se volvió a alejar, dejándola con las ganas de gozar de su proximidad. ¿Por qué no la tocaba?

—Voy a ponerme los guantes —dijo Damyan.

No le dejó avanzar. Cuando se dio la vuelta se subió en su espalda, se agarró como una lapa a su cuello y le rodeó con las piernas. Damyan intentó agarrarla por los brazos para apartarla, pero no podía con ella, así que solo se le ocurrió retroceder hasta aprisionarla contra las cuerdas. La golpeó un poco contra ellas para que se soltara. Pero no se soltaba.

—Tara, en una pelea siempre voy a ganarte.

—¿Quién ha hablado de que quiera ganarte peleando?

Instantes después le mordió suavemente el lóbulo de la oreja y le pasó la lengua por el cuello. Damyan sintió el deseo recorriendo su cuerpo.

—¿Estás intentando provocarme?

—¿Lo consigo? —dijo a la vez que deslizaba uno de sus pies hasta su entrepierna.

Tenía razón, nunca lo ganaría en una pelea, pero estaba dispuesta a provocarlo hasta que sucumbiera en este otro tipo de lucha. Lo que más ansiaba era que se rindiera y llegar a poseerlo.

—Te dije que no te tocaría y lo voy a cumplir.

—Ya, eso lo veremos.

Tara se soltó al fin y él se apartó, se dio la vuelta y acercó tanto la cara a sus labios que percibió el roce de su boca. Sujetó ambas manos a las cuerdas dejándola atrapada entre ellas. Por un momento pensó que iba a besarla.

—¿Acaso no me dijiste que preferías que no te tocase porque al final acababas haciendo lo que yo quería?

—Es cierto, pero no te dije que yo no pudiera tocarte.

Damyan bajó la mirada hacia sus manos.

—Lo veo difícil con los guantes puestos, así que tendrás que aguantarte, preciosa—contestó en tono triunfal.

—¿No quieres quitármelos? —le dijo a la vez que le rozaba los labios con la lengua.

Damyan no lo vio venir y apretó las manos con fuerza contra la cuerda. El contacto húmedo y suave de su lengua le endureció el miembro más de lo que ya estaba. Se apartó rápidamente de ella, como si quemase, y se giró dándole la espalda. Tara aprovechó y tiró del velcro con los dientes, abriendo un guante y después otro. Él se dio la vuelta e intentó pararla, pero era demasiado tarde. Ambos cayeron al suelo.

—¿Qué ocurre, me tienes miedo? —dijo Tara, provocadora.

—No, creo que la que tiene miedo de pelear conmigo eres tú. —Cogió el guante y fue a colocárselo de nuevo. Agarró su muñeca, inmovilizándola, pero ella con la otra mano comenzó a acariciarle el pecho, bajando lentamente hacia el duro abdomen. Él cerró los ojos y la soltó, alejándose de nuevo. Su autocontrol pendía de un hilo, así que Tara aprovechó la situación y, lentamente, se acarició a sí misma la garganta bajando luego la mano por el pecho. Vio que la nuez de él subía y bajaba al tragar mientras la observaba. Sus ojos se cerraron levemente, como si intentara enfocar para tener una mejor imagen de lo que estaba viendo.

—Tengo calor… —dijo ella, incitándole.

Damyan no lo aguantó más, fue hacia la mujer y le dio bruscamente la vuelta. Sus manos agarraban la fina cintura y Tara sintió su erección. El pantalón de chándal era muy fino, y lo percibía con gran intensidad. Estaba cada vez más duro y excitado. Poco a poco, él deslizó la mano por sus costillas, acariciándola.

—Te gusta jugar con fuego, Tara, pero vas a perder, a no ser que me lo pidas. —Su respiración se aceleró al escuchar el tono de voz grave y ronco. Llevó uno de los dedos cerca del pecho y lo rozó.

—Damyan…

—¿Sí? —murmuró levantando una ceja.

Ella intentó darse la vuelta y él se lo permitió. Cuando se quedaron frente a frente, Tara le tocó el pecho y, mirándole a los ojos, le dijo en voz muy baja:

—Que te jodan. —En ese momento metió una de las piernas entre el pie derecho de él y le hizo un barrido haciendo que perdiera el equilibrio y se cayera. Ella se colocó encima y se quedó a horcajadas.

En aquella postura Damyan tenía unas bonitas vistas. El femenino y redondeado pecho subía y bajaba cada vez más deprisa. Estaba montada sobre su cuerpo, como una amazona, y él apenas podía controlarse. En sus ojos veía la excitación de Tara. Era muy orgullosa, pero esta vez él lo sería más, no perdería. No iba a tocarla, y fin de la historia. Observó su vientre plano y cómo los pantalones cortos se le subían demasiado en aquella postura. Comenzó a moverse levemente sobre su pene, rozándolo, y a punto estuvo de correrse al sentirla restregarse contra él. Una vez más hacía que perdiese el dominio sobre sí mismo.

—La primera vez que lo hicimos en el cine… —Tara le hablaba en voz muy baja—, lo creas o no, nunca había hecho algo así.

—¿Crees que te he juzgado alguna vez por aquello? Todo lo contrario. Fue algo excitante.

—No, no es por eso. —Comenzó a meter la mano debajo de la camiseta de Damyan y acarició su estómago—. Me dijiste que no confiaba en ti, pero estás muy equivocado.

Tara se acercó a su rostro y Damyan sintió sus pechos presionados contra él. Comenzó a darle suaves y húmedos besos por el cuello. Él cerró los puños para evitar acariciarla. Cada toque suyo era una tortura, la excitación iba en aumento, hasta el punto de convertirse en lujuria desatada. No recordaba haber sentido esa clase de sensaciones con ninguna otra mujer. El olor que desprendía era enloquecedor. Un aroma a jazmín, picante y dulce.

El esbelto cuello de Tara estaba tan cerca… solo tenía que girar la cabeza y morderlo, besarlo hasta saciarse. La suavidad de su piel se restregaba en cada poro de su cuerpo. Le daba miedo tocarla para apartarla, si lo hacía quizá no sería capaz de quitar las manos de su cintura.

—Para, nena —susurró con la voz entrecortada.

—¿Estás seguro? —Se incorporó y, mirándole a los ojos, se quitó la camiseta quedándose con un fino sujetador negro.

«Mierda», pensó Damyan. No podía dejar de mirarla. Ella se bajó un tirante y después el otro. Se iba a desabrochar el sujetador.

—No lo hagas —la amenazó.

—¿Por qué? ¿Crees que vas a sucumbir? —Sonrió de forma pícara.

Se lo quitó y los pechos se quedaron desnudos ante sus ojos. Los pezones rosados parecían hacerle guiños, excitados y hambrientos. Con una mano se soltó la coleta y el pelo resbaló por su espalda.

Damyan recordó la primera vez que la vio hacer aquello, fue a través de la webcam. En ese momento deseó estar junto a ella, y ahora estaba a su lado, pero tampoco podía tocarla.

La mujer deslizó otra mano hasta uno de sus senos y se acarició suavemente. No paraba de restregarse contra su erección.

Damyan se pasó ambas manos por la cara. Tenía que tranquilizarse, desde luego, pero estaba ganando la partida. Tara se puso de pie para quitarse los pantalones. Por un momento él pensó en levantarse y huir, pero estaba demasiado absorto observando sus movimientos. Se quedó con un fino tanga negro. Damyan estaba al límite. Le parecía preciosa e infinitamente sexy. Se daba ánimos a sí mismo, ansiaba tocarla, pero tenía que domarla de alguna forma. Era una fiera, siempre tenía que hacer lo que ella decía, tanto en el sexo como en la vida. Había intentado tener paciencia por todas las circunstancias que la rodeaban, pero ella no se imaginaba lo duro que había sido ser tan paciente. Hasta que la conoció, cuando quería algo lo tenía y punto. Sin embargo, esta mujer alborotaba todo su mundo.

Se volvió a sentar encima de él, pero ahora se puso de rodillas y fue bajando por sus piernas sin dejar de mirarlo. La cara de Tara llegó justo a la altura de su erección. Con una mano se la acarició y él la detuvo.

—No, ni lo sueñes.

—No sabía que fueras un cobarde.

—La cobarde eres tú por no pedirme que te toque. Sabes que si lo hago el control lo tendré yo.

—Eres un prepotente.

Damyan la cogió, la tumbó en el suelo y rápidamente se puso encima de ella. Vio cómo sonreía. Uno y otro se miraban fijamente, retándose. Se acercó a sus labios y le susurró:

—No soy tonto Tara, sé que me estás ocultando algo. —Cogió el tanga y fue bajándoselo despacio, aunque sin llegar a tocarla; solo la rozaba—. Como te he dicho, no confías en mí. Ayer me dijiste que siempre hacías lo que yo quería cuando te tocaba.

Medio cuerpo de Damyan presionaba el de Tara, el cálido aliento golpeaba sus labios, estaba mostrando más control de lo que ella había imaginado. Seguía intimidándola y los latidos del corazón golpeaban cada vez más rápido contra su pecho.

—¿Vas a pedirme que te toque?

Sintió la respiración cálida sobre su piel; le hablaba rozándole el cuello, los hombros, bajando por el pecho, pero sin tocarla. Su aliento la quemaba. Tara se arqueó necesitada de sus caricias. Él se apartó.

—No soy un muñeco con el que puedas jugar a tu antojo.

—Nunca he dicho que sea así —respondió agitada.

—Pero lo es.

—No es cierto, desde que te conozco siempre me has intentado convencer tocándome, llevándome al extremo.

—Muy bien, tienes suerte porque he decidido dejar de hacerlo. —Tara vio que pasaba la mano derecha cerca del muslo, pero sin llegar a tocarla. La mantenía tan cerca de la piel que sentía la abrasadora energía que desprendía. Estaba completamente desnuda, a diferencia de él, y notaba el cuerpo masculino vestido contra el suyo. Subió cerca de su sexo y ella se movió cada vez más necesitada: la estaba volviendo loca—. Tendrás que llevarme tú al extremo.

—Así que, si he entendido bien, no vas a tocarme… —dijo intentando mantener la voz lo menos agitada posible.

Damyan asintió y, antes de que pudiera darse cuenta, Tara se zafó y volvió a ponerse a horcajadas encima de él, que se lo permitió. Así sentada la podía contemplar desnuda, pues solo el cabello la tapaba ligeramente el pecho. Ella llevó una mano a su entrepierna y lo tocó. Aguantó la respiración, todavía no entendía cómo lograba contenerse. Quería demostrarle que dominaba la situación, no iba a claudicar. Era difícil y más viendo lo que ella hizo a continuación; despacio, le bajó el pantalón y el bóxer. Se agachó y puso los labios sobre su pene, erecto y excitado. Damyan cerró los puños con fuerza.

Le pasó la lengua por la sensible piel y luego se lo agarró y comenzó a torturarlo con los labios. Lo rozaba y le echaba el cálido aliento.

—¡Mierda! —dijo él a la vez que echaba la cabeza hacia atrás—. Para…

—No, no lo haré. Voy a demostrarte lo mucho que confío en ti. —Le rodeó con la lengua el glande, como si fuera un dulce que necesitaba saborear. Damyan cerró los ojos—. Te dije que nunca había contado mi pasado a nadie.

—Sí, pero me… ocultas cosas —dijo con la voz entrecortada. Ella seguía torturándolo con la lengua.

—Hay cosas que no puedo decirte, pero créeme que no es porque no quiera hacerlo.

—Lo dudo.

—Aunque no lo creas es así.

Suavemente hundió el pene en su boca y él apretó los dientes evitando que un gemido saliera de su interior. Sentir cómo lo envolvía con la sedosa boca lo estaba poniendo fuera de sí. Tara se retiró un poco y volvió a deslizar los labios por toda la longitud del miembro, abarcando cada vez más. Damyan se tuvo que contener para no bombear salvajemente en su boca. Lo hacía tan condenadamente despacio que creía que iba a explotar por contenerse tanto.

—No sigas. —Casi le suplicó a la vez que la agarraba del pelo para apartarla; mala idea, porque al hacerlo le dieron ganas de cogerla y obligarla a que aumentase el ritmo. Le succionaba cada vez más fuerte, pero no lo suficiente para saciarse.

Tara sacó el miembro de su boca y volvió a lamerle el glande, a la vez que la lujuriosa mirada le derretía.

—Quiero sentirte Damyan.

Oír que le llamaba por su nombre le excitó más.

—Pídeme que te toque.

Deseaba que lo hiciera, ya no sabía si aguantaría sin ceder, porque le estaba llevando a un punto de no retorno. Ella se incorporó, se sentó de nuevo sobre sus piernas y agarró otra vez su erección.

—Como te he dicho, nunca me había dejado llevar tanto con ningún otro hombre como lo he hecho contigo, nunca había dejado entrar a nadie en mi vida. Y nunca he hecho lo que estoy a punto de hacer ahora.

Damyan la miró extrañado. Tara situó el pene en la entrada de su sexo y comenzó a moverse lentamente.

—Nena… espera… el condón. —Sentía que la humedad femenina iba adueñándose de su miembro. Eso era demasiado.

—Tomo la píldora por problemas de regla. ¿Confías en mí?

—Sí…

—Bien, porque con esto créeme que te estoy demostrando que eres más importante para mí de lo que tú te crees.

Tara no pudo contener un gemido y se dejó llevar. Movió las caderas suavemente, de forma lenta y pausada, haciendo que Damyan entrara en el límite de su resistencia. ¿Cómo iba a soportar esto? Toda la sangre de su cuerpo se había agolpado en el pene. Sentirla de una forma tan íntima, tan caliente y húmeda, notarse en su interior sin que nada los separase provocó que se ahogara de deseo. Se hundió totalmente dentro de ella y Tara agilizó los movimientos, haciendo que la estimulación se intensificara al máximo.

—¡Joder! Se acabó —exclamó Damyan.

Sí, cedió, cedió al impulso de tocarla, cedió a su deseo, cedió a todo lo que ella le provocaba y la agarró de las caderas para que aumentase el ritmo. Tara sonrió al ver que había ganado. Él tocó su clítoris y gimió excitada. Ambos jadeaban inmersos en el placer. En ese momento comenzó a sonar el móvil de Damyan. Por el tono supo que era su hermana, pero le dio igual, nada ni nadie iba a robarles ese momento. No quería pensar, solo seguir sintiendo el cuerpo femenino que le volvía loco. Solo quería sentir cómo su estrechez le apretaba y le absorbía. Profundizó más en su interior, haciendo que enloqueciera. La sentía extremadamente suave ahora que estaba anclando en ella; la calidez, el movimiento lento y sensual que hacía le enajenaban. El móvil dejó de sonar. Ya no podía pensar en otra cosa que no fuera en Tara. Sí, le había ganado, esta vez había sucumbido… y no le importaba.

La cogió y le dio la vuelta, tumbándose encima de ella. Con el movimiento el pene salió de su interior, pero volvió a introducirlo despacio a la vez que la miraba a los ojos. Escuchó cómo jadeaba y una descarga eléctrica fue directa a su miembro. La deseaba más que a nada, necesitaba estar con ella desesperadamente, no podía ni imaginarse la idea de perderla. Le gustaría entrar en su interior de tantas maneras… pero no lo dejaba. Se preguntaba si las cosas siempre serían así con ella.

—Tara, estoy loco por ti, ¿lo sabes?

—Demuéstramelo —le dijo a la vez que le agarraba de la nuca.

La embistió con fuerza y la llenó por completo. Ella le clavó las uñas en la espalda y lo atrajo más, queriendo fundirse con él, pero el móvil volvió a sonar, y esta vez él se preocupó, porque normalmente su hermana no insistía tanto. Quizá había pasado algo. Intentó tranquilizarse.

—¡Joder! Lo siento Tara, tengo que cogerlo.

Ella asintió, a la vez que él se separaba de su cuerpo. Se juró que mataría a su hermana si no era algo importante.

—Dime Paula —le dijo algo irritado.

—Damyan, mamá está en el hospital.