Capítulo 12

Tumbada en aquella cama y mirando el techo de aquella desconocida habitación, intentaba hacerse a la idea de lo mucho que había vuelto a cambiar su vida. Apenas hacía unas horas que tomó la decisión de dejar de huir y ahora estaba oculta en un hotel e incomunicada. Carol ya se había ido. Se volvió a portar muy bien con ella, como siempre. La había acompañado a su casa para recoger algunas cosas y después le encontró un hotel para pasar la noche.

Y ahora estaba allí, mirando al techo. Se sentía extraña entre aquellas cuatro paredes.

Se levantó para encender la televisión que había enfrente de la cama, encima de una vieja mesa de madera. Cogió el mando a distancia y fue cambiando de canal. Realmente no le interesaba nada de lo que emitían, pero no la apagó: tenerla encendida hacía que se sintiera menos sola. No podía quejarse, la habitación estaba limpia y había llevado lo suficiente para pasar allí unos días, aunque echaba de menos su casa. Afortunadamente no tenía animales; alguna vez lo pensó, pero nunca se había decidido porque temía no poder hacerse cargo de ellos si se veía obligada a huir de nuevo. No se equivocaba.

Desde que Carol le dijo que Gael se había escapado, hacía ya unas horas, había pasado por distintos estados de ánimo. Al principio se asustó. Todos los recuerdos del pasado se agolparon en su mente de forma precipitada y caótica. Percibió cómo crecían en su interior la inquietud, el miedo y la incertidumbre. Cuando estaba en su casa, recogiendo lo imprescindible para vivir fuera durante unos días, pensó que eso era lo mejor que podía hacer: marcharse. Allí él acabaría encontrándola y estaría más segura donde nadie la hubiera visto. Pero ahora, en esa habitación, sola, sin poder hacer nada más que resignarse y esperar, ya no estaba tan convencida de haber obrado bien. Un sentimiento nuevo fue creciendo en su interior. La rabia.

Si realmente Gael ya no tenía el apoyo de la organización, si además estaba débil físicamente, ¿por qué le temía? Motivos tenía, claro, porque él había escapado y la estaba buscando para vengarse, y aunque ya no contara con los apoyos del pasado, seguía siendo un hombre peligroso, obsesionado con matarla. Aun así… Había imaginado esa situación muchas veces, y pensaba que eso sería lo peor que podría ocurrirle… Sin embargo, ahora que al fin había ocurrido lo que tanto temía lo que menos quería era huir.

Se sentía más segura de sí misma de lo que nunca hubiera imaginado. Quizá se debía a que antes todo era distinto. No tenía a nadie, iba a la deriva, sin esperar mucho de la vida. Los primeros años tampoco se relacionaba con la gente, pero cuando llegó a Madrid las cosas empezaron a cambiar. No solo por Sonia, ni por su trabajo o por sus compañeros, algo que también había influido en su cambio de actitud, sino porque se dedicó más tiempo a sí misma. Combatió el miedo y se juró que nunca volvería a sentirse débil delante de nadie. Se apuntó a clases de defensa personal y su vida mejoró en todos los sentidos. Excepto en la confianza en los demás, ese apartado todavía le costaba. Se entregaba lo justo, mostrando solo una pequeña parte de su mundo. Sonia era la única persona a la que le había permitido acercarse algo más a ella, aunque no tanto como hubiera querido.

Hasta que apareció Damyan.

Nunca había contado su pasado a nadie, pero Damyan la había calado de forma tan profunda que finalmente se había abierto a él. No podía dejar de pensar en las palabras que le había dicho. «No tienes por qué estar sola en este trance». No sabía por qué, pero se sentía fuerte. Si en esos momentos entrara Gael por la puerta no se escondería debajo de la cama; todo lo contrario, quería enfrentarse a él, que acabara todo aquello de una vez por todas. Sería él o ella, pero necesitaba un final en esa historia que arrastraba desde hacía tantos años.

El sonido del teléfono móvil la sacó de sus pensamientos. El corazón le latió con fuerza al ver quién era. Damyan. Carol le había dicho que no lo cogiera a no ser que fuera ella. No quería que nadie supiera dónde estaba hasta que capturaran a Gael. Su dedo estaba muy cerca del botón de descolgar. Se moría de ganas de hablarle, seguramente ya sabía que Gael se había escapado y estaría preocupado. «¿Qué hago?», pensó a la vez que se levantaba de la cama y se ponía a dar vueltas por la habitación.

—No, no debo cogerlo —dijo en voz alta.

El tono musical de la llamada se metía en sus oídos y veía su nombre iluminado en la pantalla. Por un momento casi lo descolgó, pero no lo hizo y el móvil dejó de sonar. Se volvió a sentar en la cama y apoyó los codos en las rodillas. En ese momento entró un mensaje en el teléfono: «Por favor, necesito saber que estás bien, aunque no quieras hablar conmigo mándame un mensaje para estar tranquilo. Estoy seguro de que ya te has enterado de que se ha escapado».

Millones de pensamientos empezaron a bailar por su mente. No podía desobedecer a Carol, por eso no debía llamarlo, pero ella no le había dicho que no pudiera ir a verlo… Aunque no hacía falta que lo hiciera, porque era una idea descabellada y, además, muy peligrosa. Pero ya no quería seguir allí. Quería estar con él.

La rabia que había sentido hacía unos minutos se agudizó. El deseo de salir corriendo era cada vez mayor.

«Mierda, ese cabrón está controlando mi vida de nuevo. Se acabó», pensó. Decidida, comenzó a rebuscar en su bolso. No encontraba lo que buscaba. «¿Dónde está?, joder, ¿dónde está?». Sacó todo lo que tenía dentro y por fin lo encontró. Desdobló el papel que le había dado Damyan. Ahí estaba su dirección.

Se estremeció. Estaba tan nerviosa que las manos le temblaban, pero no se volvería atrás. Estaba decidida. En ese mismo momento iba a ir a buscarlo, sin preocuparse, sin pensar en las consecuencias.

Cogió la bolsa de cuero que estaba en el suelo, ni siquiera la había abierto, y se la colgó al hombro; dudó al agarrar el pomo de la puerta, pero solo fue un instante. Finalmente la abrió y se fue de allí.

Aparcó cerca del edificio donde vivía Damyan y anduvo los escasos metros que la separaban del portal sin dejar de mirar a los lados, esperando que en cualquier momento Gael apareciera de entre las sombras dispuesto a atacarla. Pero llegó al portal sin ningún contratiempo justo en el instante en que salía una chica con su perro, circunstancia que Tara aprovechó para entrar. Era un edificio nuevo, y el portal muy moderno, decorado con plantas y con cuadros.

Entró en el ascensor y pulsó el botón con el número 5. Estaba deseando llegar y encontrarse a su lado, y ese placer no se lo amargaría nada, ni siquiera el saber que Carol se iba a poner hecha una fiera cuando se enterase. Se miró en el espejo y vio el cansancio reflejado en su rostro; estaba algo pálida y ojerosa, lo cual era lógico después del día tan intenso que le había tocado vivir.

Cuando salió del ascensor se detuvo un momento a mirar de nuevo el papel donde llevaba apuntada la dirección para ver cuál era el número de la puerta y luego alzó la vista. Dio con el número que buscaba, se acercó y se quedó justo delante de la puerta, sin atreverse a llamar.

No sabía por qué, pero estaba muy tensa; era consciente de que estaba cometiendo un error, de que aquello no estaba bien, pero no podía dar marcha atrás. Iba a llamar cuando oyó un ruido a su espalda y, antes de que pudiera darse la vuelta, alguien le agarró por detrás y le tapó la boca. Un fuerte olor le golpeó la nariz. Intentó forcejear, pero se le nublaba la vista y se sentía cada vez más débil… A su alrededor el mundo comenzó a volverse negro. Instantes después se desmayó.

* * *

Damyan estaba muy preocupado. Había intentado localizarla por todos los medios, y aunque se juró que nunca volvería a verla si ella no daba el paso, no lo pudo evitar y fue a su domicilio. No había nadie y se empezó a preocupar todavía más. Desesperado, volvió a su casa. No podía hacer nada y esa sensación de impotencia hacía que se sintiera inútil. Cuando Alberto le dijo que Gael se había escapado todas las alarmas se dispararon en su cabeza.

Se imaginó a ese hombre secuestrándola, matándola, violándola.

Ella no contestaba a sus llamadas. Llevaba un buen rato mirando el teléfono, esperando que tara se decidiera a responder al menos a alguno de sus mensajes, pero nada.

Acaba de entrar en la cocina para coger una botella de agua cuando oyó un ruido en la puerta y se dirigió hacia allí. Miró por la mirilla y no vio nada, así que abrió.

Lo que vio le dejó paralizado durante unos instantes. En el suelo había una bolsa marrón, rectangular, que parecía una pequeña maleta. Se agachó y abrió la bolsa, que contenía ropa y un neceser. La cogió y se metió en casa para estudiar su contenido con más tranquilidad. Lo primero que sacó fue una camiseta y la esencia de Tara le atravesó las fosas nasales. Angustiado, rebuscó entre toda la ropa por si veía algo que pudiera reconocer. Sacó unos pantalones cortos y una camiseta que le resultaron familiares, recordó que eran los pantaloncitos y la camiseta que llevaba puestos la última vez que la vio.

¿Qué hacía allí esa bolsa? ¿Dónde estaba Tara? No podía dejar de hacerse preguntas. Sin pensárselo dos veces salió de la casa, bajó corriendo las escaleras y salió a la calle con la esperanza de que ella estuviera aún allí, pero no había nadie. Subió de nuevo al apartamento y decidió que iría a la policía. Recordó que Tara le había dicho que una policía llamada Carol la había ayudado y le había salvado la vida. Alguien tenía que decirle qué estaba ocurriendo. Presentía que algo no iba bien.

* * *

Carol iba conduciendo de camino a la comisaría situada en Hortaleza. Al parecer habían detenido a un hombre por agredir a un agente; el detenido aseguraba que Tara había desaparecido e insistía que una tal Carol llevaba el caso. Como le dijeron que tenía que esperar setenta y dos horas para denunciar su desaparición, se puso a gritar y amenazó a los agentes. A uno de los veteranos le sonaba el caso y se puso en contacto con la comisaría donde sabía que trabajaba ella.

En cuanto le informaron de lo ocurrido llamó a Tara. No contestaba, fue a verla al hotel y tampoco la encontró allí. Se estaba preocupando, era raro que no le hubiera dicho dónde iba. Entonces pensó que quizá había salido para visitar a la única persona por la que se estaba planteando dejar de huir. Ese hombre que estaba gritando en la comisaría de Hortaleza podía ser el tal Damyan.

Cuando llegó a la comisaría les pidió a sus compañeros que por favor lo llevaran a una sala de interrogatorios para poder hablar más tranquilamente con él. A los pocos minutos apareció. Era un hombre muy atractivo, llevaba una sudadera negra con una capucha que tenía puesta en la cabeza. Sus facciones eran duras, tenía barba de unos tres días, lo que hacía que sus labios perfilados destacasen más. Carol reconoció para sus adentros que Tara no tenía mal gusto.

—Por favor, siéntese —le dijo a la vez que le señalaba la silla.

—¿Es usted Carol?

—Sí, así es.

—¿Sabe dónde está Tara? —Por su tono de voz notó que estaba tenso.

—Siéntese —insistió y esta vez él obedeció. Se echó la capucha para atrás. Ella se sentó enfrente y lo miró fijamente—. ¿Qué ha ocurrido?

—Oí un ruido en la puerta de mi apartamento y cuando salí encontré una pequeña bolsa de cuero con ropa dentro. Era de Tara.

—¿Cómo sabe que es de ella?

—He reconocido algunas prendas, además olía a ella… —Bajó la mirada hacia la mesa.

—¿Se puso en contacto con usted?

—No. La estuve llamando toda la tarde, pero no me contestó. Estaba preocupado porque sabía que Gael se había escapado.

—Entiendo.

—Dígame si usted sabe algo más.

—Cuando me informaron de la huida de Gael estaba con ella. Fuimos a su apartamento para recoger algunas cosas y luego la llevé a un hotel. Le dije que no hablara con nadie.

—¿Y por qué no se ha ido fuera de la ciudad?

—No pudo. —Carol le miró a los ojos—. No quería dejarle a usted.

Damyan se sorprendió. Se quedó callado sin saber qué decir. Finalmente había tomado la decisión de quedarse a su lado. Se alegró, pero a la vez se inquietó más al saber que quizá por su culpa estaba en esos momentos en poder de Gael.

—Mierda —dijo tapándose la cara con ambas manos.

—Voy a intentar sacarlo de aquí aunque no será fácil, ha cabreado bastante a varios policías…

—Lo sé, pero fue lo único que se me ocurrió para que me hicieran caso. Pensaba que así la llamarían.

—Sí, y así ha sido, pero porque un compañero conocía el caso, no porque haya pegado a un policía.

—Solo le hice un rasguño. Lo importante es que está usted aquí.

Carol intentó no sonreír, la verdad era que el policía al que le había hecho ese «rasguño» se lo merecía. Siempre se metía con la gente, e incluso le habían contado que al primero que se le iba la mano era a él. Salió de la pequeña sala y después de discutir con varios agentes, logró que soltaran a Damyan.

Ambos salieron a la calle.

—Váyase a casa, le mantendré informado de cualquier novedad —le dijo Carol.

—Le debo una.

—Llámeme Carol —le dijo tendiéndole la mano.

Él se la estrechó y sonrió.

—Por favor, ¿si averigua algo me lo dirá?

—Sí, tranquilo. Yo también estoy preocupada, haré todo lo posible por encontrarla.

Se intercambiaron los números de móvil y se separaron.

* * *

Tara se despertó aturdida. Comenzó a recordar lo que había ocurrido. Cuando estaba enfrente de la puerta de Damyan, alguien la atacó por la espalda y perdió la consciencia. Ahora estaba sentada en una pequeña silla, dura e incómoda, atada de pies y manos. Distinguió que se encontraba en una habitación muy reducida, con las paredes desnudas, de un color grisáceo, y sucias. Una lámpara que apenas emitía luz colgaba del techo. Intentó liberarse, pero las cuerdas no cedían. No oía nada.

Se dijo que su captor no podía ser otro que Gael y se preguntó cómo era posible que se hubiera arriesgado a atacarla tan rápido. Lo más lógico hubiera sido que se mantuviera oculto por unos días para no llamar la atención. Parecía que había llegado el momento, la tenía totalmente a su merced, no podía desatarse: sería difícil huir de allí.

Entonces se abrió la puerta. Ella estaba de espaldas, por lo que no veía a quien se acercaba, solo oía los pasos que se aproximaban más y más. El corazón martilleaba duro y rápido contra su pecho. Cuando se situó delante de ella, se quedó sorprendida por lo que vio…