Sabía que no sacaría nada presionándola demasiado, pues así solo lograría que se alejase poniéndose a la defensiva. Debía llevarla a su terreno, hacerla ver que sentía por ella algo más que atracción sexual. En el fondo él también necesitaba saberlo, pero tenerla entre sus brazos, con esos pantaloncitos cortos y esa camisa de tirantes, percibiendo su calor, no se lo estaba poniendo nada fácil.
Vio que la respiración de Tara se estaba alterando por su proximidad. ¿Por qué negaba lo evidente? Le costaba dominarse cuando estaban juntos. Iba a demostrarle lo mucho que la necesitaba a su lado.
—¿Dices que soy terco? Ni te imaginas lo terco que puedo llegar a ser. He dicho que no te irás y vas a prometérmelo antes de que salga de aquí.
—Lo dudo.
—Tara, no me presiones. Soy capaz de atarte a la cama si es necesario.
—No te atreverías.
—Sí, cariño, a eso y a mucho más.
Se sonrojó al imaginárselo, y repentinamente le besó en el cuello. Damyan se estremeció sorprendido por su contacto, y Tara, notando que había aflojado la presión con que la estaba sujetando, aprovechó para zafarse de sus brazos; pero él volvió a atrapar su mano impidiendo que se alejara.
—¿Has intentando despistarme? —susurró con malicia mientras ella intentaba liberarse—. Estoy perdiendo la paciencia, si sigues así te pondré en mis rodillas y te daré una buena azotaina.
—Atrévete —le espetó furiosa y a la vez excitada por lo que le acababa de decir.
Los ojos de Damyan se entrecerraron mientras la miraba fijamente. Volvió a tirar de su brazo y acabó de nuevo entre sus rodillas. Él deslizó una de las manos por su cadera llegando hasta las nalgas.
—Suéltame.
—¿Te marcharás?
—Sí.
—Eso lo veremos —murmuró con dureza.
A Tara se le estremeció algo en el vientre por el sonido grave de su voz. Se le veía furioso y excitado. La cogió del cuello y estampó la boca contra la suya. Intentó forcejear, pero su lengua estaba conquistándola, invadiendo su interior. La besó como si estuviera hambriento de ella, como si quisiera retenerla para siempre a su lado. Y así era. Su cuerpo comenzó a licuarse por dentro.
Él rompió el contacto con sus labios y ambos se miraron jadeando, en busca de aire. Intentó huir, tenía que alejarse de él antes de que fuera demasiado tarde; necesitaba pensar, pero sus brazos la tenían atrapada. Era como estar rodeada de acero. Volvió a forcejear, pero esta vez sintió la fuerte erección contra su trasero.
—Para. Deja de frotarte contra mí o perderé el poco control que me queda.
Le intimidó el tono de voz que utilizó, a la vez amenazante y erótico. Sintió una ráfaga de calor entre sus muslos, seguida de una oleada de placer. Era increíble el poder que tenía sobre ella.
—Necesito saberlo. Mírame.
Tara no sabía a qué se refería, pero su mente había dejado de pensar en el mismo momento en que le que puso las manos encima. La descolocaba y la llevaba a un punto sin retorno. Se decía que podían estar toda la noche juntos y no serían capaces de dejar de tocarse. Al menos ella no podría. Se sentía demasiado bien… Clavó sus ojos en el rostro de él.
Damyan intentó calmarse, porque el olor dulce y excitante que desprendía Tara le hacía perder la razón. No era eso lo que tenía pensado, no debía presionarla tanto, pero tenerla encima de sus rodillas le provocaba punzadas de agonía en todo su cuerpo. Quería que definitivamente se abriera a él, que se entregara sin reservas y se lo contara todo.
Sin dejar de observarla, fue desabrochando los botones de la pequeña camiseta que llevaba. La respiración errática de Tara pesaba sobre él. Veía en su mirada que no paraba de luchar contra lo que sentía, que intentaba hacer lo que para ella era correcto. Rozó suavemente sus pechos y la oyó gemir, a la vez que cerraba los ojos como si sus caricias la arrastraran a un placer extremo. Desabrochó el último botón y apartó despacio la fina tela, deslizándola por el hombro. Su desnudez se reveló ante él, haciendo que la necesidad de poseerla fuera insoportable.
Acercó la boca a su cuello y dejó un reguero de besos por la garganta femenina mientras desplazaba una mano por debajo de sus pantalones cortos. Llegó hasta las bragas y las apartó para deslizar uno de los dedos en sus húmedos pliegues. Tara jadeó.
—No…
—Nena, dime que me deseas tanto como yo te deseo a ti. Necesito tenerte cerca todo el tiempo. No dejo de pensar en ti. Me falta el aire solo de pensar que te alejarás y no volveremos a vernos.
Mientras le hablaba seguía torturándola, acariciando su sexo, pero de forma suave y tranquila, haciendo que sus nervios se colapsaran. Tara sentía exactamente lo mismo. No podía separarse de su lado, pero sabía que si se lo decía no la dejaría marchar.
—Damyan… —susurró excitada.
—Contesta Tara y te daré lo que deseas. Mis dedos se hundirán dentro de ti.
—No puedo…
—Mierda.
Le bajó los pantalones cortos hasta los tobillos y se deshizo también de las bragas. Se quedó prácticamente desnuda entre sus brazos. Volvió a bajar la mano hasta la vagina y torturó sus pliegues extremadamente húmedos. Involuntariamente, Tara curvó la espalda hacia él, suplicándole placer en silencio.
—Dime lo que quiero saber —ordenó con un susurro ronco sobre su oreja.
Ella negó con la cabeza. Seguía resistiéndose.
—Por favor —suplicó, ahora apenas con un hilo de voz.
—Sí, meteré mis dedos en tu coño en el momento que me digas lo que sientes.
La mordió y Tara se estremeció.
—Siento lo mismo…
—¿Qué exactamente?
—¡Sí, joder sí! Lo único que no ha hecho que me vaya lejos de aquí eres tú. Te necesito tanto que me asusta.
—Bien.
Bruscamente le metió varios dedos en su interior a la vez que asaltaba su boca. Cuando ella gimió entre sus labios Damyan pensó que su verga iba a reventar dentro de los pantalones. Había conseguido su primer objetivo, pero quedaba lo más difícil.
Tara necesitaba más, sus dedos no eran suficiente. Quería tenerlo dentro, sentirlo. Le agarró de la nuca y lo aprisionó más contra sus labios. Ansiaba su calor, el sabor de su boca, pero él volvió a separarse.
—Prométeme que no huirás —le dijo agitado.
—Calla, por favor. No pares.
En ese momento Damyan la apartó hacia el lado izquierdo del sillón y se levantó. Se sintió vacía al estar lejos de sus caricias. Vio que se sacaba la camiseta por encima de la cabeza. Sin dejar de observarla, y muy despacio, fue desabrochándose el cinturón. La necesidad que se manifestaba entre sus piernas era palpable. Verlo desnudarse de forma tan lenta la estaba martirizando. Para calmarse se llevó una mano al sexo.
—No. No quiero que te toques —le advirtió.
Ella obedeció. Miró sus rasgos ásperos y severos aunque al mismo tiempo tremendamente sensuales. Se quitó los pantalones y vio que su miembro sobresalía del bóxer. Estaba totalmente excitado. Se lo bajó y se lo sacó por los pies a la vez que se descalzaba. Contempló su desnudez. Tenía los hombros anchos y la cadera estrecha. Fibroso y musculado, emanaba poder y fuerza. Las pulsaciones entre sus piernas cada vez se agudizaban más. Su frustración aumentó y su sexo se contrajo de forma dolorosa cuando él agarró su miembro y se lo acarició de arriba abajo mientras no dejaba de observarla.
—Ven —le pidió Tara.
—No. Quiero que sientas lo que será el estar separados, quiero que recuerdes este momento si te vas. Sin que pueda tocarte, sin que pueda besarte ni follarte.
—Mierda, Damyan, basta.
—¿Sientes ese vacío, esa necesidad? —dijo con la voz entrecortada a la vez que seguía masturbándose—. Voy a correrme y será lejos de ti, sin que puedas sentirme.
—¡No, espera!
Una sonrisa fugaz cruzó la boca de Damyan. Tara lo vio tan arrogante y seguro de sí mismo que notó una mezcla de rabia y necesidad en sus entrañas.
—¿Sí?
—Ven aquí —le dijo.
Él se agachó y sacó un preservativo del bolsillo de sus pantalones. Se lo puso y se acercó tumbándose sobre ella. Tara sintió el peso de su duro cuerpo presionándola, mientras la cogía un pezón y se lo retorcía. Intentó arquearse, pero no podía. Damyan le mordió el labio y pasó la lengua sobre su boca, provocando que un escalofrió la envolviera, elevando su tortura.
—¿Y bien? —dijo él levantando una ceja.
—Te necesito dentro de mí.
Aproximó la punta de su pene justo en la entrada, donde se concentraba todo su calor.
—No, antes debes prometerme que pase lo que pase no huirás.
Ella rodeó su cadera con las piernas y le obligó a hundirse un poco más en su interior. Ambos gimieron. Su vagina se contraía, inquieta y necesitada de él.
—Dímelo.
—¡Dios! De acuerdo.
—¿Cómo has dicho?
—Me quedaré.
En el instante que salieron las palabras de su boca él la embistió con fuerza. La cabeza de Tara casi se quedó en el aire al escurrirse por encima del apoyabrazos del sillón. En esa postura él podía ver su esbelto cuello con las venas algo hinchadas. El deseo fluía por su garganta y sus clavículas, atravesando la suave piel en forma de manchas rosadas. Volvió a arremeter duramente contra ella, una y otra vez.
—Prométemelo, Tara.
Ella la clavó las uñas. Gemía y casi gritaba por lo que le estaba haciendo sentir. En ese momento paró.
—No pares —suplicó.
—¡Prométemelo!
—Te lo prometo. No me iré.
Los músculos de su vagina se excitaron y se tensaron por el roce del miembro entrando y saliendo de su interior. La poseía con violencia, pero no lograba saciarse. Sentía el vórtice del clímax llamándola. Un huracán se formó en su vientre con cada embestida. Hasta que él tocó uno de sus pechos y lo apretó. Todo estalló y retumbó en el cuerpo de Tara. Gritó su nombre a la vez que millones de sensaciones se precipitaban por cada resquicio de su cuerpo. Dejó de estremecerse y entonces vio su cara.
—No puedo —le dijo Damyan.
—¿Qué quieres decir?
Observó detenidamente sus ojos y vio algo en ellos que hizo que una sensación de temor se instalara en su estómago. Se apartó de ella. Por primera vez se sintió muy lejos de él. Percibió una gran distancia entre ambos y sintió una opresión en el pecho.
—No te creo —dijo él finalmente.
—¿Qué ocurre?
Él miraba al frente. Su mandíbula estaba tensa y tenía la mirada perdida.
—Ven aquí —le dijo Damyan ofreciéndole la mano—. Ponte encima de mí. —Ella obedeció—. ¿Te has dado cuenta de que nunca lo hemos hecho en una cama? —dijo con una media sonrisa que no logró llegar a sus ojos.
El tono que utilizó al decir aquello le dio a entender que nunca lo harían. Tara acarició su rostro, quería que desapareciera esa tristeza que, por primera vez, estaba viendo en sus ojos. Damyan cogió su mano para evitar que siguiera tocándolo. Colocó el pene en la entrada de su vagina y lentamente lo hundió hasta el fondo. Ella sintió de nuevo el calor del miembro, echó la cabeza hacia atrás y él la cogió por los hombros desde detrás de la espalda. Se movieron unas cuantas veces, entrando y saliendo, pero esta vez de forma distinta. No era tan pasional. La invadió una mezcla de sentimientos. Él se tomaba su tiempo, como si al hacerlo pudiera retener ese momento. Poco a poco la respiración de Damyan se hizo más profunda y aumentó el ritmo.
—Mírame —le ordenó él.
Lo hizo, y en ese instante le tocó el clítoris haciendo que de repente llegara al orgasmo. Y arrastró a su compañero al gozo del clímax, compartiendo el placer al mismo tiempo. Se quedaron callados. Damyan la miraba a los ojos como si intentara grabar su rostro de forma permanente en la retina y Tara sintió que de nuevo se estaba alejando de ella. Cuando salió de su interior, el vacío que ya se había alojado en ella se hizo más grande y profundo.
—Nada de lo que haga o diga impedirá que te vayas. No confías en mí.
Lo estaba perdiendo, por primera vez se dio cuenta de que el único que intentaba luchar hasta lo indecible por su relación, o lo que fuera aquello, era él.
—Acabo de contarte algo que nunca he contado a nadie.
—Pero no tienes las agallas de quedarte conmigo. No te entregarás nunca a nadie y no puedo obligarte a que lo hagas.
Tara miró hacia el suelo, porque aunque no quisiera reconocerlo él acababa de decir una gran verdad. No estaba preparada para dejar entrar a nadie en su vida. Su madre, su padre, su tío… tarde o temprano todos desaparecían y se quedaba sola. Prefería no tener que volver a pasar por aquello.
Él se levantó y comenzó a vestirse. Tara cogió una pequeña manta que tenía en el sofá y se la colocó por encima de los hombros tapando su desnudez. Damyan sacó un papel de la cartera y apuntó algo en él. Se acercó y estrechándola entre sus brazos la besó en la cabeza. Agarró su mano y le dio el trozo de papel.
—Aquí está mi dirección, si finalmente cambias de opinión te estaré esperando. Como te he dicho, no tienes por qué estar sola en este trance, pero ya no te insistiré más.
Tara no sabía qué decir, quería pararle, decirle que no se fuera, pero por otro lado necesitaba pensar.
Damyan le dio un dulce beso en los labios y se alejó de ella, en dirección a la puerta. A Tara se le quedó atrapado un grito en la garganta. Quería que se detuviera, que no se fuera de allí. Su distanciamiento y su frialdad al alejarse así la estaban matando. De pronto él se paró y sin mirar atrás le dijo algo que la dejó fría:
—Y una cosa, Tara, si decides no venirte conmigo, prefiero que no vuelvas a llamarme.
Salió cerrando la puerta y ese ruido la sobresaltó. Él se había ido.
* * *
Pasaron los días y Damyan no tenía noticias de Tara. Le había costado un esfuerzo sobrehumano salir de su casa. Quiso grabar ese momento para siempre, recordar su sabor, su olor, esa mirada que lo enloquecía. Notó la confusión en los ojos de Tara cuando se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta, y poco faltó para que se quedara, para que le dijera que no iba a permitir que se marchase de su lado. Pero no lo hizo.
Ya la conocía, sabía que ella saldría huyendo si la presionaba. Pero si se iba de su casa, quizá, y solo quizá, ella se daría cuenta de lo que estaba perdiendo. Había reconocido que sentía algo por él, pero no estaba seguro de que eso fuera suficiente.
Ese día le tocaba visitar a Gael. Había estado evitándolo, pero esta vez no le quedaba más remedio que hacerlo, pues sus compañeros estaban en otras plantas y no podrían encargarse. Lo había evitado porque no sabía si podría controlarse para no pegarle una buena paliza. Bueno, había llegado el momento de hacer la prueba.
Entró en la habitación. Gael se encontraba solo, ya que el policía que lo vigilaba estaba hablando en la puerta con el compañero que iba a sustituirlo. Tenía los ojos cerrados y Damyan se acercó a él lentamente. Parecía alguien totalmente opuesto a todo lo que le había contado Tara. Estaba muy delgado y parecía frágil y vulnerable. Era un asesino, pero tenía el aspecto de alguien incapaz de matar una mosca.
Entonces Gael abrió los ojos:
—Vaya, vaya, pensé que ya no te volvería a ver —le dijo Gael con un tono de sorna en su voz.
Damyan lo ignoró y comenzó a hacerle las pruebas pertinentes.
—¿Sientes esto? —le dijo tocándole las piernas y comprobando sus reflejos.
—No mucho.
Estaba seguro de que mentía, pues tenía mejor aspecto y respondía a los estímulos de una forma mucho más rápida que antes. Seguramente estaba intentando ganar tiempo para no volver a la cárcel. Damyan esperaba que no le saliera bien el truco; lo único que deseaba con todas sus fuerzas era que se fuera de una vez del hospital y le encerraran en una celda muy lejos de allí.
—¿Qué tal con la zorrita? ¿Ya te has dado cuenta de la clase de persona que es?
En menos de un segundo Gael estaba atrapado entre el colchón y el brazo de Damyan sobre su cuello. Le presionaba fuertemente la nuez y apenas podía respirar.
—Ni se te ocurra volver a hablar de ella —le susurró amenazante—. No está sola, maldito hijo de puta, y ahora ya no podrás volver a hacerle daño. ¿Me has entendido?
Gael no podía hablar. Los ojos de Damyan eran puro fuego, emanaba un poder y una seguridad tal, que estaba seguro de que si volvía a decir algo sobre ella, sería capaz de matarle.
—Te he preguntado si me has entendido.
Él asintió con la cabeza, cada vez más rojo por la falta de oxígeno. En ese momento Damyan le soltó y justamente entró el policía. Los miró a ambos.
—¿Va todo bien?
—Sí, perfectamente —dijo Damyan a la vez que salía de allí.
Gael se tocó el cuello dolorido. El muy cabrón tenía una fuerza increíble, la había sentido a través del duro brazo con que lo había retenido hasta casi ahogarlo. De todas formas le daba igual. Sería fuerte, pero él era mucho más inteligente. Los días se le hacían eternos en aquella cama, pero no había perdido el tiempo, pues había dedicado las noches a hacer ejercicios cuando el policía dormía. Sus piernas cada vez tenían más masa muscular.
Lo bueno de disponer de tantas horas para pensar era que ya lo tenía todo planeado para escaparse de allí. Esa misma semana lo haría y sin ninguna duda iría detrás de Ariadna. Solo tenía que seguir al estúpido del enfermero y daría con ella. Era cuestión de tiempo. Tener ese objetivo en mente le ayudaba a seguir, a ser más constante. Siempre se las había arreglado para sobrevivir y ahora también lo conseguiría.