Parece que he establecido un vínculo afectivo con Zappa, el gato que estamos cuidando. He empezado a hacer estiramientos felinos con él tras ver a alguien haciendo lo mismo la semana pasada en el Canal Cuatro. Subo treinta veces hasta la primera posición con él a hombros levantándome desde la posición en cuclillas. Paso a la segunda posición, sujetándolo por el estómago con una mano y por el pecho con la otra, efectuando treinta repeticiones a cada lado.
Lauren entra con cara de bastante sorpresa: «Nikki, ¿qué le estás haciendo a ese pobre gato?».
«Estiramientos felinos», le explico, preocupada de que vaya a pensar que ahora también me haya dado por el bestialismo. «Cuando una lleva una vida ajetreada, tiende a descuidar a sus mascotas, así que es un modo de mantenerse en forma y al mismo tiempo hacer vida social con tu gato. Además del elemento táctil y afectivo, haces ejercicio. Tendrías que probarlo», le digo, depositando al gato en el suelo.
Lauren sacude dubitativamente la cabeza, pero tengo prisa por marcharme, ya que vamos a rodar la última escena porno —en la que aparece Curtis como polla por poderes— con Terry y Mel. Bajo a Leith y me encuentro con ellos en el piso de Simon.
Curtis luce una sonrisa bobalicona. Se le puede entrenar en lo que a follar se refiere. Nos sigue a mí y a Melanie como un cachorrillo que implora que le den de comer o, en su caso, de follar. No, eso no es justo. Este chico quiere algo más. Busca amor, sentimiento de pertenencia, aceptación. De hecho, a su manera, llana, sincera y sin tapujos, nos recuerda a todos nuestras propias carencias. Desea sinceramente gustarnos. Incluso que le queramos. Por nuestra parte, nos burlamos de él, y en ocasiones nos quedamos justo en los lindes de la crueldad.
¿Por qué? ¿Es para deleitarnos con nuestro poder o, como podría argüir Lauren, porque odiamos lo que hacemos?
No, es lo que dije antes; él es una mera versión indigna de todos nosotros: un triste buscador que no ha encontrado lo que buscaba. Pero en lo que a él se refiere, el pequeño hijo de puta dispone de tiempo. Quizá eso influya en nuestro comportamiento, en nuestra actitud hacia él. Me imagino que aún le noto entre mis piernas cuando lo tuve dentro. Tengo un coño pequeño y estrecho y jamás creí que pudiera caberme eso. Una llega a sorprenderse a sí misma.
«¿Te gusta esto?», le pregunto, apretando mi cuello contra su cara.
«Sí, huele guay y tal».
«Me gustaría instruirte acerca de los perfumes, Curtis, y de tantas cosas más. Así, cuando esté vieja y marchita y tú sigas siendo un joven bien parecido que vaya por ahí desvirgando jovencitas a las que dobles en edad por doquier, como les gusta hacer a todos los hombres maduros acaudalados, no me odiarás. Me recordarás con añoranza y me tratarás como a un ser humano».
Mel sonríe mientras bebe un vaso de vino tinto, quizá ignorante de hasta qué punto hablo en serio.
A Curtis, por su parte, le horroriza semejante idea. «¡Yo nunca te trataré mal!», dice casi chillando.
Esos jovencitos tan dulces y tan tiernos de corazón, ¡cómo crecen hasta convertirse en monstruos! Y, no obstante, con frecuencia tienden a mejorar de nuevo al madurar, y vuelven a ser amables y gentiles. Aunque nadie se lo contó a Sick Boy Simon.
Curtis es tan pupilo estrella de él como mío. Y no me gustan las lecciones que le está dando.
Rab y el equipo bajan y montan las cámaras. Pero Curtis es un amor. No quiere sodomizar a Mel. «Es asqueroso, no quiero hacerlo».
«Muy bien, Curtis», digo yo mientras Mel insiste: «A mí no me molesta, Curtis».
De repente, Simon dice: «Vale, dejémoslo de momento», mientras mira el reloj. «¡Venga, nos vamos al cine!». Me pregunto a qué estará jugando mientras Rab empieza a protestar, pero Simon nos saca de allí y nos mete en un taxi que nos lleva hasta la filmoteca, donde echan una serie de películas de Scorsese. Es De Niro, en Toro salvaje.
En el bar, ya finalizada la proyección, Curtis se vuelve hacia Simon, embelesado. «¡Cojonudo!».
Simon está a punto de decir algo cuando le corto. «¿Hay una razón por la que nos hayas traído aquí?».
Simon me hace caso omiso y le dice a Curtis: «Tú eres un actor, Curt. De Niro es un actor. ¿Crees que le apetecía engordar a tope y andar por ahí hecho una bola de sebo? ¿Crees que le apetecía que le metieran en el cuadrilátero?». Me echa una mirada. «No va con segundas. ¿Crees que se volvió hacia Scorsese durante el rodaje y le dijo “eso es asqueroso” o “eso duele” o “eso me resulta un poco frío, distante y explotador”? No. Porque es un actor», subraya, apostillando: «No lo digo por tí, Mel, tú no vas de diva».
Ahora me doy cuenta de que esto lo hace tanto por mí como por Curtis. Su manipulación resulta más evidente que la erección de Terry. «No somos actores, somos artistas pornográficos», le digo. «Tenemos que fijar nuestros pro…».
«No. Eso son chorradas de clase media. Ellos son los únicos que no se han enterado de que ahora la pornografía está dentro de la normalidad. Virgin vende películas porno. Greg Dark dirige videoclips de Britney Spears. Las revistas guarras y las revistas para hombres y las revistas para mujeres son iguales. Incluso la reprimida y censurada televisión británica nos provoca insinuándolo. En tanto que consumidores, la gente joven no distingue entre el porno y el entretenimiento para adultos y el entretenimiento normal. Del mismo modo en que no lo hace entre el alcohol y las demás drogas. Si te pone, sí; si no, no. Así de claro».
«¿No te parece un poco paternalista decirle a Curtis lo que piensa la gente joven?», le digo, pero frente a las crudas certezas de Simon suena lamentable y falto de convicción.
«Lo cuento tal y como yo lo veo. Estoy tratando de dirigir una película».
«¿Así que para ti el consentimiento no significa nada?».
«El consentimiento es algo elástico. Tiene que serlo. Si no lo fuera, ¿cómo maduraríamos? Tiene que haber evolución, cambio de perspectivas con el tiempo, tiene que haber una elasticidad del consentimiento».
«En lo que se refiere a mi ojete no va a haber elasticidad, Simon. Acéptalo. Aprende a asumirlo».
«Nikki, no quiero insistir en el tema. Si no quieres hacer sexo anal, perfecto. Estás en tu derecho. Pero como director de esta película me reservo el derecho de decirle a uno de mis protagonistas profesionales lo mojigato y poco profesional que me parece su actitud», dice con una sonrisa.
Eso es lo que hace: colar lo que dice en serio como si lo dijera en broma. Cree que ha ganado la puta discusión pero no es así. «Mantenemos relaciones sexuales, no las simulamos. La cuestión clave en torno a la que gira cualquier actividad sexual es el consentimiento. Si no hay consentimiento se convierte en coacción o en violación. La primera pregunta es: ¿estoy dispuesta a ser violada para realizar una película? La respuesta es no. Puede que las demás sí. Es cosa suya», digo, y no puedo mirar a Mel. Sigo mirando directamente a Simon cuando le pregunto: «La segunda es: ¿estás dispuesto a convertirte en un violador con tal de realizar esta película?».
Me mira con unos ojos como platos. «No obligaré a nadie a hacer nada que no quiera hacer. Punto».
Casi le creo hasta que escucho lo que le dice a Curtis durante una perorata alimentada por la cocaína mientras volvemos en taxi a Leith y le grita a Rab por el móvil a la vez. «Se folla con la polla, pero el amor se hace con cuerpo y alma. La polla no es nada. Es más: la polla puede ser tu peor enemigo. ¿Por qué? Porque la polla necesita un agujero. Eso significa que la tía siempre es la que domina, siempre que la relación se mantenga sobre bases puramente físicas, es decir, sexuales. No importa lo grande que la tengas o lo bien que la manejes; es reemplazable. Hay miles, millones de pollas haciendo cola para ocupar el lugar de la tuya y cualquier chica guapa con dos dedos de frente lo sabe. Afortunadamente, la mayoría no se da cuenta de ello. No, la forma de recuperar el control de la relación es comiéndole el coco a la chica».
Dios mío, esto es una advertencia. No debería preocuparme por mi culo, sino por mi cabeza.
Pero ahora el culo que me preocupa es el de Mel. Me siento tan protectora respecto a él como me sentiría respecto al mío. Me corto cuando me doy cuenta de que me estoy convirtiendo en Lauren. Mel está por la labor; hasta me ha dicho que le gusta. Así que volvemos al piso y volvemos a montar el equipo.
Simon se ha estado metiendo más coca y le oigo hablar con Curt mientras Melanie se cambia. «Curtis, macho, te empiezas a manejar bien con la herramienta esa que tienes. Respetas a las tías, vale, buen rollo, pero para esta escena necesitamos un poco más de caña. ¿Alguna vez has oído la frase “sufre, puta”?».
«No, pero es que a mí me gusta Melanie…».
Simon el Chungo sacude la cabeza. «Al principio ve suave, pero cuando se la hayas metido del todo, acelera. Les encanta el dolor. Lo soportan mejor que nosotros. Pueden tener críos, hostia puta».
«Por el culo no», le interrumpo.
Se da cuenta de que le he estado escuchando y se golpea la frente con la mano. «Estoy tratando de dirigir a Curt», me espeta, «¿te importaría dejar que haga mi trabajo, Nicola, cariño?».
«Conque “sufre, puta”. ¿Es por ahí por donde te propones tirar, una mierda misógina como esa?».
«Nikki, por favor, déjame hacer mi trabajo. Terminemos la película; tengamos algo que debatir».
Por fortuna, sólo hace falta una toma de cada una de las posiciones de penetración anal: frontal con las piernas abiertas y reverse cowgirl anal. Después nos sentamos con Mel. «¿Cómo ha ido?», le pregunto.
«Me dolió, me dolió que te cagas», dice, frunciendo los labios y resoplando. «Pero a la vez me gustaba. Justo cuando pensabas que era insoportable te empezaba a gustar, y justo cuando empezaba a gustarte se volvía insoportable».
«Guau», dice Sick Boy pasándole el brazo alrededor. «Bien hecho, familia; ya tenemos follado al hermano final, Juice Terry. Voy a poneros a Terry y a ti a simular las posturas, Mel, y usaremos la polla de Curtis para los primeros planos de las penetraciones. Necesitamos algo más de material para la escena de la orgía, algunos planos de conjunto, pero ya tenemos a todos los hermanos. ¡A Siete polvos le falta un pelo de conejo para estar lista!».