La comida en Sweet Melindas, en Marchmont, estuvo de muerte. Nos encontramos en la piscina municipal; Nikki estaba tan arrebatadora con aquel bikini rojo que pensé que me daba un ataque. Temeroso de perder el autocontrol, me lancé a nadar y ella igualó entusiasmada mis dieciséis largos, que vienen a ser unos treinta en una piscina normal. Después nos fuimos en taxi hasta el restaurante. Ella, más que preciosa, estaba casi etérea, tan radiante a causa del ejercicio, que apenas pude mantener la vista en el taxímetro. Creo que Nikki se sintió un poco molesta de que la llevase a un restaurante de barrio en lugar de a uno céntrico, pero eso cambió en cuanto vio el ambiente, el servicio y ante todo el marisco que ofrecen. Yo disfruté de un calamar frito con mayonesa de Pernod y cebolletas, mientras que Nikki enloquecía con unas vieiras gigantes fritas con salsa de chiles dulces y crema fresca. Elegí un buen Chablis para acompañarlo todo, y abundantes pedazos de ese magnífico pan artesano.
No puedo pensar otra cosa que en llevarla a casa; la imagen de ese cuerpo perfectamente tonificado bajo un bikini rojo me achicharra los sesos hasta el punto de que me resulta difícil hablar e incluso pensar en chanchullos. Y ella no se corta en tomar la iniciativa. En el asiento trasero del taxi, me abre la bragueta y mete una mano dentro mientras me devora el rostro con desconcertante ferocidad. Hay un punto en el que el dolor que me producen sus dientes al morderme el labio inferior es tan severo que casi chillo y la aparto.
Paramos y pagamos al taxista; todavía llevo la bragueta abierta, y al entrar en la escalera, ella empieza a desabrocharme el cinturón. Yo le saco la rebeca por encima de la cabeza y le levanto el top para quitarle el sostén. Nos despedazamos el uno al otro en la escalera y la puerta que hay frente a la mía se abre y un tipo medio pedófilo que vive con su madre se asoma tras ella y la cierra de golpe. Saco las llaves y abro la puerta del piso mientras Nikki se baja los téjanos negros de piel vuelta y mis pantalones caen al suelo al pasar adentro, y cierro la puerta de una patada. Le quito los vaqueros y le saco esas bragas blancas de encaje y le chuperreteo el coño, que sabe ligeramente al cloro de la piscina, disfrutando de las exploraciones de mi lengua, y después chupando su clítoris con fuerza. Noto sus uñas clavándose en mi cuello, después en un lado de la cara; me cuesta respirar, pero ella me empuja hacia atrás y se mueve; no abandono ese dulce chochete pero ella se retuerce para alcanzar mi polla. La ataca con la lengua, y le da golpecitos precisos y eléctricos, rodeándola después con la boca. Este impasse se prolonga durante algún tiempo, hasta que instintivamente rompemos el contacto, nuestras miradas se encuentran y las cosas se tornan lánguidas y lentas como en un desastre automovilístico. Nuestras manos están por todas partes, como reflejos de las caricias pacientes, casi clínicas, del otro. Noto todos y cada uno de los músculos, tendones y ligamentos bajo su piel, suave como el plumón, y siento cómo ella me explora con aspereza, como si separase lentamente mis carnes del hueso.
La cosa se calienta y ella me inmoviliza con la tremenda fuerza que tiene en esos muslos de apariencia tan engañosamente menudos. Ha cogido el extremo de mi polla y lo restriega contra su felpudo, y a continuación se la mete poco a poco. Follamos lentamente hasta llegar ambos al orgasmo. Después nos tambaleamos hasta la cama y nos tumbamos sobre el edredón. Me estiro y saco del cajón una papela de coca. Al principio, ella se muestra reacia, pero preparo un par y, colocándola boca abajo, seco el huequecito de la espalda en la base de la columna vertebral con el extremo del edredón. Casi atragantándome ante el precioso culo que tengo delante, echo una raya sobre ese recoveco que hay al final de su espinazo y esnifo. Mi dedo se posa entre sus nalgas, sobre ese ojete que parece un mohín del revés, lo que hace que se tense un poco, lanzándose a continuación dentro de su vagina empapada. Entonces, cuando el subidón de la coca me atraviesa como el tren de Norwich cuando pasa por la estación de Hackney Downs, vuelvo a metérsela y ella se pone de rodillas, sacudiéndose y empujando contra mí. «Esnífala…», jadeo, señalando la raya que hay en la mesita de noche.
«No… me… meto… esa… mierda…», suspira, mientras se retuerce hacia atrás como una serpiente, ensartándose sobre mi polla con un poderío feroz y un control magnífico.
«¡Que te la metas, joder!», grito, y ella me mira con una retorcida mirada lasciva y dice: «Ay, Simon…» y se estira para coger el billete y esnifa mientras me la follo, ralentizándome para que pueda pasar la aspiradora, después de lo cual voy a por ella tan fuerte como puedo con las manos alrededor de su estrecha cintura; la serpiente sinuosa se ha puesto rígida y somos como las dos partes de un pistón y gritamos al unísono al corrernos.
Follamos un par de veces más durante la noche. Al sonar la alarma, me levanté y preparé una tortilla de patatas y un café italiano. Después del desayuno volvimos a follar otra vez. Nikki se fue a la universidad y yo me metí una raya, me tomé otro exprés doble, puse algo de ropa y de artículos de tocador en la bolsa para el Dam, me la eché al hombro y me fui a trabajar, lánguido y exultante.
No hay nada como entrar en ese puto sitio para cortarte el rollo. Tengo problemas, e intento determinar si son cuestión de personal o culinarios. De todo un poco, ya que parece que hay una gallina vieja al borde de la explosión. «¿Otra vez a Amsterdam? ¡Si acabas de estar! No hay derecho, Simon, no hay derecho», dice Mo, mientras limpia la barra.
«Moira, sé que he estado un poco exigente últimamente, pero hemos traído a Alison para aportarte ayuda extra. Se trata de una reunión de negocios tres crucial», le cuento, dejando a la vieja sargenta refunfuñando para sus adentros.
Al llegar al aeropuerto hace un frío espantoso. Como era de esperar, retrasan mi vuelo y ya casi es de noche cuando me encuentro con Rents en su piso. Se respira cierto ambientillo Chez Rents; las cosas están muy tirantes entre él y la tal Katrin, cosa que yo no alivio (afortunadamente) al regalarle a ella unos perfumes Calvin Klein que compré en el duty-free. No está mal para un chocho de tercera división. «Para ti, Katrin», sonrío, sosteniendo la mirada pero topando sólo con acero teutón por su parte. La pequeña Kraut[34] esta podría tener un polvo notable, sin duda. Tras un par de compases, la mirada fija se suaviza y hasta se la ve un tanto coqueta. «Vaya, muchas grraaacias…», dice, arrastrando las palabras.
Por supuesto, todo esto lo hago para mosquear a Renton, pero si le molesta, no me da la satisfacción de mostrarlo. Salimos para el Café Thysen mientras el onanista pelirrojo llama por el móvil a algún amiguete suyo que quiere que conozca. Al parecer, el tipo trabaja en la distribución de porno por aquí. Pues sí, este hijo de puta resulta útil. La idea que hemos parido consiste en abrir dos cuentas bancarias en Zurich, en diferentes bancos, una para un fondo general cinematográfico y la otra para producción. Las instrucciones para el primer banco son que en cuanto la cuenta general sobrepase las 5000 libras, cualquier dinero excedente sea transferido a la cuenta de producción del banco número dúo. «Los bancos suizos no hacen preguntas», explica Renton, «y al utilizar dos, eso significa que el dinero es prácticamente ilocalizable. Aquí los emplean todos los que están metidos en el porno, y también alguna de la gente de los clubs verdaderamente grandes».
«Excelente, Rents. Hagámoslo», le digo. Seguimos largando, pero después de un rato parece distraído, y yo sé por qué. «¿La encantadora Katrin no piensa unirse a nosotros para tomar una copa, Mark?», digo con una sonrisa mientras cruzamos un puente empinado para llegar hasta el pub de la esquina.
Él farfulla algo a modo de respuesta al llegar al bar.
Es un bar precioso además, un viejo brown bar holandés, con suelo y paneles de madera y unas enormes ventanas que dejan pasar la luz, cada vez más escasa. Me detengo a admirar el panorama, de modo que sea Renton quien tenga que sacar la primera ronda. Las costumbres arraigadas son difíciles de corregir. «Mak ik twee beer», le dice a la sonriente camarera.
Después de un rato, aparece su amigo, un holandés llamado Peter Muhren, al que se refiere como «Miz». Al parecer, Miz es distribuidor de lo que él prefiere denominar «erotismo para adultos». El aspecto de este sujeto hace pensar que la palabra «sórdido» se inventó pensando en él. Es delgado, con pelo negro y corto, un rostro marchito, agudos ojos de roedor y una barba sucia y rala. No perderé de vista a este cabrón insidioso. Mientras nos lleva al barrio chino, parlotea por los codos: «Tengo una pequeña oficina en Neuizuids Voorburgwall. Distribuyo vídeos desde ahí, desde mi propia compañía de producción, cosas de amigos, importaciones europeas y americanas incluyendo gonzo[35] y porno casero si está bien hecho. Si las tías están potentes, la imagen es buena y el sexo imaginativo o lo bastante entusiasta, entonces lo cojo», dice, tirando de una anilla. Enteradillo asqueroso de mierda.
Nos dirigimos al barrio chino y subimos por una estrecha escalera hasta llegar a su oficina. Al fondo hay una habitación separada por una mampara de vidrio con una enorme suite para editar vídeos, un par de monitores y una consola. Se diría que gran parte del trabajo de Miz transcurre aquí. Me explica que importa mogollón de DVDs americanos y los edita en plan pirata, recortando y pegando las escenas para hacer nuevas películas. «Es todo cuestión de edición», dice con aire indiferente, «eso y el embalado. Utilizo el programa de autoedición de un amigo».
Miz intenta hacerse pasar por un pez gordo, pero yo ya he visto toda esta mierda en Londres. Impresiona bastante en lo que se refiere a la pasta que mueve, pero no supone un reto demasiado grande. Al cabo de un rato me aburre y sugiero que levantemos la sesión para tomar otra cerveza.
Salimos, pasando junto a los escaparates de neón rojo de las putas. Ahora empiezo a recordar cosas acerca de este lugar. «¿Te acuerdas de la primera vez que vinimos aquí, Rents, cuando teníamos dieciséis años?». Me vuelvo hacia Miz. «Cada uno tenía un turno con un putón asqueroso. Lo echamos a suertes y a Rents le tocó entrar el primero; yo me quedé esperando fuera. Cuando me tocó a mí, la tía me dice: “Espero que aguantes más que tu amigo. Terminó enseguida, pero después me preguntó si podía quedarse aquí sentado un rato, así que le preparé un café”. Así que cuando salgo yo un par de horas más tarde, dejándola más jodida que si le hubiese pasado por encima un tren bala japonés…». Me río mientras el viejo pubis-rojo bufa algo acerca de ser tan rápido como un tren bala japonés. Pero sigo adelante, ahogando su penosa acotación. «Le digo a este gilipollas: “¿Qué? ¿Estaba bueno el café?”».
Acabamos en un club. Rents entra como Pedro por su casa, venga a saludar con inclinaciones de cabeza a todo dios, como si tuviera la polla al menos doce centímetros más grande que la cosilla flaca y pálida que asomaba entre esos ridículos pelos púbicos coloraos en las fotos que solíamos hacer por la parte de atrás de las cristaleras de las paradas de autobús. Me produce una extraña sensación volver a estar con él. Sienta horripilantemente bien, no hay nada de esa nostalgia triste y lamentable, y el hecho de que sigamos desconfiando el uno del otro le da a toda la empresa un puntazo que te cagas.
Meneo un poco el esqueleto y bebo un par de cervezas, pero me lo tomo con calma. Al cabo de un rato, Rents me lleva a una esquina, y como en los viejos tiempos, su punto débil sigue siendo, pese a toda su estoica capacidad de observación, que cuando alcanza una masa crítica de alcohol, es incapaz de dejar de hablar. Parece peor que nunca, mientras me cuenta cómo ahora casi no bebe y que rara vez se mete pirulos. Afortunadamente para él, uno mismo suele estar demasiado bolinga para acordarse de lo que dijo. Pero esta vez no, Rent Boy. «Las cosas no están funcionando con Katrin», me cuenta. «Tengo claro que voy a volver por una temporadita. Me gusta este chanchullo, incluso es posible que funcione…». Vacila por un instante. «Begbie sigue en el trullo, ¿verdad?».
«Aún le quedan unos cuantos años, según me cuentan».
«¿Por homicidio? Vete a tomar por culo», se mofa Renton.
Sacudo lentamente la cabeza. «Franco no ha sido lo que se dice un preso modélico. El muy capullo le ha dado la del pulpo a unos cuantos en el talego. Y a un par de boquis también. Han tirado la llave por la taza del wáter», digo barriendo el aire con el dorso de mi mano.
«Estupendo. Entonces probaré a ver».
Buenas noticias para Simone de Bourgeois, o traducido, Simon el burgués inminente. Después la noche se anima un poco, pues Miz nos suministra algo de coca que le han pasado unas mariconas marroquíes, una de las cuales me lanza sonrisas tontonas, como si su viscoso culo pudiera interesarme. Me voy al wáter con el bacalao y me meto una raya por cada aleta.
Después de una discusión acerca de drogas y razas en la que Renton me acusa a mí de hacer una observación racista, vamos a sentarnos con Miz. «A mí no me montes el numerito antirracista, Renton, que ese guión es mío. No tengo ni un pelo de racista», le digo. Me fijo en que Miz está conversando con una chica con una nariz gigantesca. Parece empezar en mitad de su frente y acabar justo encima de la barbilla donde reside una hermosa boquita. Joder, parece tan… Quiero hacerle el amor de forma tan crucial, no hablar con Renton, que ahora me farfulla al oído algo acerca de la cocaína.
Y la tía de la encantadora y enorme tocha ha desaparecido; me vuelvo hacía Miz y le pregunto quién es, y él me dice que sólo es una amiga, y yo le digo: «¿Tiene novio? Encuéntrala. Dile que me gusta. Dile que me la quiero follar».
Miz pone una expresión seria y dolida: «Eh, tío, estás hablando de una buena amiga mía».
Me disculpo de forma transparentemente falsa, y como él carece de todo sentido de la ironía, acepta la disculpa a regañadientes. Me levanto para ir a buscar a la chica en la barra, pero en lugar de eso acabo hablando con Jill de Bristol. No sé si sabe leer, escribir o conducir un tractor, pero tiene pinta de poder empujar como un estibador. A la postre queda demostrado que tenía razón, ya que pasamos la mayor parte de la noche haciendo eso mismo alegremente en su habitación de hotel. Llamo a Rents por el móvil y me suelta un malhumorado «¿Dónde te metiste?».
Le informo de que conocí a una encantadora jovencita, en tanto que él puede volver a casa con su tía majarona y disfrutar de la única clase de jodienda que ha conocido jamás: la mental. Sustituyamos a Katrin por… ¿cómo se llamaba aquella tía chiflada con la que salía antaño? Hazel. En efecto, cuanto más cambian las cosas, más sigue todo igual.
La tal Jill es una calentona, una tía totalmente carente de pretensiones que hace lo que hacen las tías carentes de pretensiones cuando están de vacaciones, y menos mal, hostias. A la mañana siguiente, cumplimos con las acartonadas formalidades del intercambio de números de teléfono.
Estoy un poco molesto por no tener tiempo de gorronearle un desayuno a su hotel, ya que he de regresar al piso de Renton y recoger mi bolsa de deporte. Al llegar allí casi espero hallar a Rents en un agradable cuarteto con Miz y los marroquíes, pero es Katrin quien abre la puerta en bata y me deja pasar. «Simahn…», dice de esa forma tan tenebrosamente teatral.
Renton está levantado, cubierto sobre el sofá con una bata de felpa de color naranja, haciendo zapping como de costumbre. Todo un bombardeo de zanahorias. «Mark, mi móvil se ha quedado sin saldo, ¿me dejas el tuyo? Sólo necesito enviarle un mensaje al yogurcito caliente este».
Se levanta y se saca el teléfono del bolsillo de la chaqueta. Tecleo el texto:
HOLA GUAPTON. Q GANAS TENGO D VOLVER A DART X CULO. SPRO Q L CÁRCEL NO T LO HAYA AFLOJADO DMASIADO. PRONTO VOLVERÁ A SER MIÓ. TU VIEJO COMPINX.
Saco la libreta de direcciones y tecleo el número de Franco. Mensaje enviado. Llámame Cupido.
Me despido apresuradamente y me voy a la estación, donde pillo el tren que lleva al aeropuerto justo a tiempo. En el tren sudo al pensar que Renton haya podido llevarse algo de valor, y compruebo el contenido de la bolsa. Mi magnífico jersey Ronald Morteson sigue ahí. Más importante, ¿habrá visto algo que me delate? Sé cómo piensa, lo habrá mirado todo con lupa. No, parece que todo sigue ahí.
Me bajo del avión, me meto en un taxi y me voy al pub. Rab está allí con un par de sus amigos estudiantes y montones de aparatos. Betacams, DVs, cámaras de ocho milímetros, un monitor, cacharros de sonido y de luz. Me presenta a los estudiantes como Vince y Grant y yo les dejo subir a la parte de arriba.
Tenemos un plató minimalista: un montón de colchones encima del suelo. Mientras instalan el equipo y empiezan a aparecer los protas, el ambiente se pone tope emocionante. El corazón se me para cuando aparece Nikki bailando, acercándose sigilosamente y ronroneando: «¿Qué tal por Amsterdam?».
«Excelente, luego te cuento», le digo con una sonrisa, volviéndome para saludar con la mano a Melanie al verla entrar. Mi protagonista secundaria es una chica muy sexy —en el mismo sentido en que en ocasiones una cena de fish and chips puede ser exactamente lo que uno desea— pero no es haute cuisine para nada. Debería ser hermosa, pero las circunstancias económicas y sociales han hecho que se conduzca de un modo distinto al de Nikki. Cuando me pongo a pensar de esta forma, doy gracias al Señor por tener una madre italiana.
Mi reparto, mi equipo de rodaje. Menudo hatajo. Aparte de Mel, Gina y Nikki, están Jayne, su amiga puta-de-sauna y la sueca (o noruega) Ursula, que no es tan agraciada como su nombre sugiere, pero que es una máquina de follar total. También está Wanda, la puta de Mikey, que parece un poco trastornada con esos ojos de picota, sentada en una esquina con las piernas cruzadas. Estamos presentes mi menda, Terry y sus amigos folladores Ronnie y Craig. A Rab y a sus amiguitos estudiantes se les ve un poco incómodos.
Durante el ensayo se hace patente que voy a tener problemas con Terry y su peña. Las partes de sexo no se les dan mal, práctica no les falta, pero no comprenden la diferencia entre follar para la cámara y hacer una peli porno. Además, como actores son atroces. Incluso los diálogos más rudimentarios —y son de un rudimentario que te cagas patas abajo— los pifian sin excepción. Mi idea es ir incrementando su confianza empezando por aquello que son capaces de hacer. Así que primero rodaremos las escenas de sexo, empezando por la orgía, que es la escena final, pero que les animará, y que debería contribuir a engendrar cierto espíritu de compañerismo.
Son tantos los problemas fundamentales. A Melanie le he asignado el papel de una adolescente, que debería ajustarse más o menos a la edad que tiene. Pero observo sus brazos, donde lleva tatuados los nombres «Brian» y «Kevin». «Melanie, se supone que eres una virgen inocente. Hay que tapar esos tatuajes».
Ella levanta la mirada entre una humareda de Embassy Regal, y después echa una risita con Nikki. Gina mira a su alrededor como si quisiera follar con todas las personas que hay en la habitación, y después despedazarlas y devorarlas. Muy lanzada. Lástima que sea un callo.
Doy una palmada para recabar atención. «Muy bien, amigos. Venga, niños, venga. ¡Escuchad! Hoy es el primer día del resto de vuestras vidas. Lo que habéis hecho hasta ahora es porno casero. Ahora estamos haciendo una película para adultos como mandan los cánones. Así que la capacidad para ponerse manos a la obra, parar y volver a empezar es crucial. ¿Os habéis aprendido todos vuestros diálogos?».
«Sí», dice Nikki arrastrando la voz.
«Supongo», se cachondea Melanie.
Terry se encoge de hombros de un modo que me indica que el cabrón no se ha aprendido una puta mierda. Siento cómo los ojos se me ponen en blanco y mi cabeza escudriña el techo en busca de inspiración. Menos mal que hemos empezado por la parte del folleteo.
Melanie y Terry están deseosos de poner manos a la obra. Se quitan la ropa con naturalidad y los amigos de Rab se ocupan del equipo. La verdad es que resulta raro observar a Juice Terry en pelota picada, mientras Rab me enseña el plano a través del monitor de la Betacam. Enciendo una de las grabadoras de vídeo digital y les encuadro para cogerles a ambos en el fotograma. Grant refunfuña un poco a cuenta de la iluminación, que provoca reflejos perturbadores, y Vince nos dice que está ajustando el volumen idóneo de grabación. «¡Acción! Venga, Tez, deja ese felpudo bien reluciente», le digo, y no es que necesite que le den ánimos, porque va directo hacia ella, trabajándola con los dedos y con la lengua. Yo me centro lentamente en ellos, con mi ojo invasor sobre esa lengua chuperreteante y esa húmeda raja. A ella, sin embargo, se la ve un poco acartonada, así que corto. «Pareces un poco tensa, Melanie, cariño», comento.
«Es que con todo el mundo mirando no consigo relajarme y disfrutar», protesta ella. «No es como en el pub cuando lo hacemos todos a la vez».
«Pues tendrás que hacerlo. Así es el negocio del porno, cielo», le digo. Observo a Nikki mirándoles, desvergonzada y depredadora, esa lengüecita afilada lamiendo partículas de sal de cornamenta de esos labios levemente crueles, y noto cierta inspiración. Soy capaz de leer en una hembra como en un libro abierto, y ella está que arde por entrar en danza. «A ver, una nueva regla en el plató. U os quitáis la ropa u os vais abajo a tomar por culo», digo, desabrochándome el cinturón.
Rab, de pie detrás del trípode, parece avergonzado. Mira a Nikki y después a Gina, que ya se está quitando la camiseta. Nikki también empieza a quitarse la suya y me detengo durante un segundo para admirar el movimiento con el que se la pasa por encima de la cabeza. Joder, esta tía está súper en forma. De un modo bastante saludable, deportivo, en plan monitora de educación física, Nikki le dice al equipo de rodaje: «Venga, chicos», mientras se quita el sostén y exhibe esas tetas morenas, firmes como rocas, que envían una poderosa señal de radar a mi entrepierna. Se desabrocha la falda y a continuación se baja las bragas y se las quita, dejando a la vista un chorrete recién afeitado.
«Nikki…», digo involuntariamente, de un modo que recuerda a Ben Dover en sus vídeos, con ese matiz de aprecio absolutamente esencial.
«Lista para entrar en acción», dice, con un mohín y un ronroneo.
Hostia puta, esta es la tía que tendría que haber conocido hace años. Habríamos dominado el mundo. Todavía lo haremos.
Concéntrate, Simon. Me refugio detrás del objetivo, tratando de pasar de golpe a la disposición de ánimo «técnica».
Ahora son las tetazas de Gina las que andan dando botes por todas partes y los ojos de Terry se salen de sus órbitas. A veces me consterna esa preferencia tan sórdida que tiene por la cantidad en detrimento de la calidad.
El pobre Rab todavía está cagado, pero se nota que quiere quedarse. «Yo sólo me ocupo de la parte creativa…, mi prometida va a tener un niño…, no quiero hacer esto…, ¡quiero ser cineasta, no una puta estrella del porno!».
«Bueno, el equipo de rodaje que haga lo que quiera, pero yo pienso ambientarme», anuncio, quitándome la camiseta y echando un vistazo al espejo de la pared. La tripa no tiene demasiada mala pinta, el gimnasio y la dieta empiezan a hacerse notar. Engordo con facilidad, pero adelgazo igual de fácilmente. Sólo hace falta cierto ajuste fino del régimen; nada de fritos, espirituosos en lugar de cerveza, gimnasio tres veces por semana en vez de una sola, caminar en lugar de coger el buga, coca sí, hierba no, y sí, volver a fumar. Resultado: los kilos salen volando.
Wanda levanta la mirada del suelo y anuncia con un deje yonqui que los tíos más sexys son los que siguen vestidos, lo cual nos desconcierta a mí y al resto de protas. «¿Ves, Rab? Tienes tirón entre las putas yonquis», dice Terry, y Wanda le hace un corte de mangas desganado.
Mi táctica ha dado resultado, de todas formas, porque pronto Terry y Melanie van a tope y yo me pongo cachondo. Entonces Nikki se me acerca y me dice: «Creo que me gustaría sentarme en tu regazo».
Estoy a punto de responderle con un «lárgate, estoy dirigiendo», pero lo que sale de mi boca en un jadeo casi inaudible es: «Vale», mientras esas deliciosas nalgas descienden graciosamente sobre mis muslos. Siento cómo se me endereza la polla y se acomoda en el hueco de su espalda mientras observamos a Terry y Melanie en acción. Tengo que mantener la concentración, recordar que estoy en la silla del director. «Túmbate, Terry; siéntate sobre ella, Melanie…».
Disciplina.
Mel le está chupando el rabo a Terry, dándole lametones a la punta, chupándolo a lo largo, y después de un rato, Terry la tumba sobre el respaldo de la gran silla acolchada…, Nikki se retuerce un poco, acoplándose más contra mí…
La disciplina saciará mi hambre…
Los codos de Mel están apoyados sobre la silla y Terry se la ha metido por detrás. El pelo de Nikki cae en cascada sobre su espalda, su olor a melocotón entra y sale de mis fosas…, amenazando con aturdir mis sentidos…
La disciplina calmará mi sed…
Ahora Terry la está sacando y yo escupo algunas palabras de ánimo mientras mi mano descansa distraídamente sobre el muslo de Nikki, en esa piel suave, perfecta y sedosa…
La disciplina me hará más fuerte…
Terry vuelve a meterla y ahora él y Mel follan como dos resortes; Mel marca el ritmo, golpeando hacia atrás contra su rabo como si tratara de engullirlo. Terry luce esa expresión distraída y autosatisfecha que a los hombres se les pone cuando disfrutan del sexo, como si no fuera nada del otro jueves. Esa especie de acotamiento del terreno para evitar correrse cuando se está con una tía que mola o con un feto, sólo que en ese caso es para que se te mantenga tiesa. De todas formas, por lo que se refiere a lo fundamental, es lo mismo.
… si antes no me mata…
Decido cortar en ese punto. «¡Corten! ¡Para, Terry! ¡PARA!».
«Qué cojones…», rezonga Terry.
«Vale, Mel, Terry, quiero que probéis con la reverse cowgirl, el plano clásico imprescindible para una película porno».
Terry me mira y gimotea: «Así no se puede echar un buen polvo».
«No se trata de que eches un buen polvo, Terry, se trata de que parezca que echas un buen polvo. ¡Piensa en la guita! ¡Piensa en el arte!».
Echo una mirada fugaz alrededor para ver que los demás, con excepción de Rab y el equipo de rodaje, están sobándose unos a otros. Gina me mira con una sonrisita de depredadora en el rostro. Me pregunta: «¿Cuándo nos toca a nosotros?».
«Ya te lo diré», digo con un gesto de la cabeza, con la plena intención, ya en este momento, de que la mayoría de sus escenas no sobrevivan al proceso de edición.
Melanie tiene una buena percha para la posición Juan Pablo II (como los del oficio denominamos a la reverse cowgirl o RC); menuda y ágil, pero con algo de fuerza. Terry se limita a permanecer tumbado, con esa tranca que gasta cabalgada por Melanie. La coge de la cintura con las manos mientras altera el ritmo y penetra un poco más y ella le mira con el ceño fruncido. «Así se hace, Terry, gánate el sustento. ¡Fóllala! Mel, intenta mantener la mirada sobre la cámara. No dejes de mirar a la cámara. Fóllate a Terry, pero ama al objetivo. Terry no es más que un puto atrezzo, un apéndice de tu propio placer. Tú eres la estrella, nena, tú eres la estrella…». Nikki ha echado las manos detrás de su espalda y ha rodeado mi mástil con una mano. «Tú eres preciosa, eres la protagonista de este espectáculo».
Aparto suavemente a Nikki y a continuación, poniéndome en pie y tomándola de la mano, grito: «¡Corten!». Entonces le explico a Nikki: «Quiero verte allí, chupándosela a Terry. Terry, lo estás haciendo estupendamente. Ahora cómele el coño a Mel mientras Nikki te la chupa».
«¡Pero quiero correrme!», gimotea mientras Ursula se le acerca con unas toallas, y pone mala cara antes de aproximarse a ellas para limpiarse.
«Venga, Tel», le grito, «no seas tan ingrato, joder. He dicho que tú le comías el coño a Mel mientras Nikki te la chupaba. Tú sí que tienes una vida dura».
Resolvemos ese plano. Ver a Nikki chupársela a Terry hace que me sienta raro, sobre todo porque parece que le encanta. Me siento aliviado cuando termina y hacemos una pausa para comer, o al menos lo hacen los demás. Rab y yo repasamos lo que hay filmado en el monitor. Tengo que llamar a los demás por el móvil porque no hacen más que quedarse sentados en el puto pub. Nikki parece haber estado bebiendo; probablemente lo necesite para darse valor. Es curioso, pero empiezo a sentirme de esa forma incómoda y posesiva respecto a ella. No me gusta la idea de Lawson follándosela en celuloide. Y lo peor está por llegar.
Gina sigue quejándose. «Yo, Ursula, Ronnie y Craig aún no hemos hecho nada».
«Metemos a cada uno por turno, hasta llegar al clímax», vuelvo a contarle. «¡Paciencia!». Pongo a Terry y a Mel a bombear de nuevo. «Ahora prueba con su culo, Terry», digo. «Venga, Lawson, a ver un poco de acción anal…».
En realidad no hace falta que le motive: es como animar a Drácula a ir a por la yugular. Terry se quita de encima a Mel, la tumba y coloca sus piernas sobre sus hombros. Escupe con ferocidad, introduciéndole el lapo en el ojete, y a continuación la mete poco a poco. Le hago un gesto a Nikki, y cada uno coge una de las nalgas de Mel y las separa mientras Terry empuja. Le he indicado a Rab que vigile la posición de las cámaras para que tengamos un primer plano de la acción culera y otro de la cara de Mel para que podamos ir de uno a otro al editar.
A Melanie le rechinan los dientes y hace muecas (toma de rigor para los yonquis del poder misóginos que quieren ver «sufrir a la zorra»), pero al encontrarse a gusto y hallar el espacio para alojarle, pone esa expresión distraída (toma de rigor para las yupis románticas perezosas y transgresoras que han tenido un día muy duro en la oficina y sólo quieren arrellanarse en el sillón y gozar de una relajante porculización). Es importantísimo que las expresiones cubran todas las bases emocionales. En esencia, el porno es eso, un proceso social y emocional. Cualquiera puede hacer interacción genital… Nikki me besa con fuerza en los labios y baja hasta mi polla, y veo a Rab de pie junto a la barra y a Gina mirándole y después poniendo cara de enojo, y Craig le chupa los pezones a Wanda mientras yo pienso que ninguno de ellos me controlará jamás…, y entonces me doy cuenta de que falta algo. «¡Corten!», grito, mientras Nikki empieza a chuparme la polla.
«¿Qué?». Terry sigue bombeando. «¡Estás de broma, joder!».
Nikki se saca mi polla de la boca y me mira.
«No, Terry, no, venga. Tenemos que hacerlo en la posición cowgirl. RCA. Reverse cowgirl anal».
«Joder…», dice este, pero la saca.
Nikki mira a Terry y después a Mel. «¿Qué tal?», pregunta.
Mel parece bastante satisfecha. «Al principio duele, pero luego le coges el tranquillo. Terry lo hace muy bien, siempre la mete directamente. Algunos chicos no saben cómo hacerlo, machacan ese trocito de piel, el perineo, y hacen que duela mucho y se queda en carne viva. Terry sabe meterla directamente», dice.
Terry se encoge orgullosamente de hombros. «Experiencia, eso es todo».
«Las noches de Saughton, ¿eh, Tel?», bromeo; Rab Birrell se ríe y Gina también: una tía que lleva escrito en grandes letras «Destino: cárcel de mujeres de Corton Vale» por todas partes. Entusiasmándome con el tema, canto la melodía de Summer Nights de Grease: «But ah-ha, those Saughton nights… tell me more… tell me more…».
Las risas proliferan y hasta Terry se apunta.
Nikki, sin embargo, parece estar con un ánimo serio y formal, cogiendo la batuta y mudando de piel, ansiosa por pasar a otras cosas. «Escucha, Mel», dice Nikki. «¿Sabes, lo que me pareció verdaderamente hermoso, lo que realmente me puso cachonda? ¿Fue cuando Terry te escupió sobre el culo? ¿Y luego te lo introdujo en el culo? ¿Me dejarías que te lo hiciera yo?».
«Vale, si quieres», sonríe Mel.
A Terry le da igual, pero yo estoy eufórico. En efecto, aquí la estrella es Nikki. La chica tiene madera. ¿Alex McLeish?
Los depredadores empezarán a dar vueltas a su alrededor salvo que la comprometamos pronto, Simon. Piensa en Agathe, Latapy…[36]
Creo que es algo que tiene que pasar, Alex. No te preocupes, me lo estoy currando. Entre bastidores pasan muchas cosas.
Pero ahora mismo vuelvo a mi puesto de entrenador al recordarle a Terry que esto es un deporte de equipo y que tenemos que mantener la disciplina y la forma física. «Recuerda, Terry, no te corras con Mel. Tienes que sacarla, meneártela y correrte en su cara. Recuerda la narrativa pornográfica, la sucesión de secuencias: mamadas, caricias, comidas, folladas, distintas posiciones, anal, doble penetración y, finalmente, tomas de corridas. Recuerda la vieja rutina del campo de entrenamiento».
Terry pone una cara un poco dubitativa ante todo esto. «No me mola follarme a una tía sin vaciarle la tubería dentro».
«Recuerda, Terry, esto no es sexo. Esto es una interpretación, es una puesta en escena. No importa que lo disfrutes o no…».
«Claro que lo disfruto, es la sal de la vida», dice.
«… porque tú y yo no somos más que pollas. Es todo lo que somos. Las tías mandan».
Al fondo, Ronnie y Ursula repasan una rutina y Craig se folla a Wanda, que está ahí tumbada como un cadáver. Ellos no son más que el decorado, pues yo estoy preparando la acción principal aquí en la proa.
«Estoy listo», dice Terry empalmándose, mientras Rab observa con expresión inescrutable. Ese capullo de Grant está retrasando las cosas con las luces. Acto seguido, estamos listos para empezar. Le hace un gesto a Rab y Vince anuncia que estamos grabando con sonido.
«¡ACCIÓN!».
Así que empezamos a rodar; Nikki escupe con energía sobre el ojete de Melanie. Gina le chupa el rabo a Terry y Mel, en plan cangrejo, está lista para acomodarse encima de ella. Entonces, justo cuando baja, se abre la puerta y entra Moira. «Simon…, oh…», traga con fuerza, los ojos saliéndosele de las órbitas, «… es…, eh…, ha venido aquel hombre del Sunday Mail. Han traído un fotógrafo…». Se da la vuelta y sale, cerrando de un portazo.
El puto Sunday Mail… fotógrafo… qué cojo… recuerdo vagamente que esta noche tengo una reunión del Foro de Empresarios de Leith Contra la Droga, pero para eso aún falta un buen rato…
Acto seguido escucho un grito terrible a mis espaldas. Me vuelvo y veo que Mel ha resbalado, y que ha caído encima de Terry con todo su peso.
«¡AAGGHHH! ¡CABRONAAA!», aulla Terry, agonizante.
Melanie se levanta y dice: «Ay, Terry, de verdad que lo siento, se cerró la puerta y me entró el susto y me resbalé…».
Se trata de la polla de Terry; da la impresión de que se la ha roto. Está estrujada y se le ha puesto negra, morada y roja. Está gritando y Nikki telefonea a una ambulancia con el móvil mientras yo pienso: el puto Sunday Mail… ¿Qué cojones vamos a hacer si se le ha jodido la polla? Joder, es el prota masculino… «Rab, hazte cargo, acompaña a Terry al hospital…».
«Pero que…».
«¡Tenemos a la puta prensa abajo!».
Cuando llego allí, veo a un saco de escoria sensacionalista joven y ávido que uno puede imaginarse haciendo el mismo trabajo con un cochino impermeable de aquí a veinte años. «Tony Ross», dice tendiéndome la mano. Yo estoy cagado a cuenta de la presencia del fotógrafo y miro a Mo, que me hace señas de perplejidad. «Hemos venido por lo del Foro de Empresarios de Leith Contra la Droga. Estamos preparando un artículo para el periódico».
«Ah…, qué oportuno. Precisamente estaba a punto de salir para la primera reunión, cerca de los Assembly Halls. Vengan conmigo», les ruego, ansioso por sacarles de aquí.
«Necesitamos tomar unas fotos del bar», dice el cámara con un mohín.
«Pueden tomarlas en cualquier momento. Vengan a los Assembly Rooms y conocerán a los principales animadores», le explico al plumilla mientras salgo por la puerta, obligándole a él y al aturullado cámara a seguirme.
Pero Moira también me acosa, haciéndome señas con la mano para que vuelva. «Simon», me espeta, «¿qué es lo que está pasando?».
«Es una cuestión de primeros auxilios, Mo. Terry no se encuentra bien. ¡Toma el mando!».
Mientras bajo por Constitution Street con los periodistas detrás, me doy cuenta de que voy a llegar demasiado pronto a la reunión pero le digo al tío que está en la puerta de los Assembly Rooms: «Qué mal rollo, pensé que eran las siete y media». El tal Tony Ross sugiere que volvamos al Port Sunshine, pero yo le conduzco a Nobles. Eso me da la oportunidad de soltarle el rollazo acerca del proyecto antidroga, pero estoy un poco distraído; me preocupa la polla de Terry y los retrasos que pueda ocasionarnos. Me disculpo, salgo fuera y llamo a Rab por el móvil verde. La cosa no pinta bien.
Después me llevo a Ross y al fotógrafo de vuelta a los Assembly Rooms de Leith para la sesión inaugural de nuestro Foro de Empresarios de Leith Contra la Droga. Paul Keramalandous es el hombre fundamental con el que asociarse: un publicitario yupi que promociona el alcohol para los magnates empresariales de la droga que intentan mantener la cuota de mercado de sus productos.
Paul destaca entre los demás. El resto de integrantes de este Foro Empresarial de Leith Contra la Droga son los clásicos ciudadanos consternados, es decir, mamones que no tienen ni puta idea, que no han tenido ni tendrán jamás experiencia alguna de lo que son las drogas ni conocerán siquiera a alguien que la tenga. Hay un par de tenderos de Leith de toda la vida, pero la mayoría representa a los incipientes negocios de mínimo riesgo. Hay un tío del consejo municipal, un alcohólico de cara colorada al que se le acabó el fuelle hace veinte años y que asiste erre que erre a reuniones fúnebres a las que nadie más quiere ir.
Ross hace algunas preguntas, su amiguete saca unas fotos, pero pronto se aburren y se marchan, cosa que no les reprocho en absoluto. Hay cierta pericia en la mesa, pero procede de aproximadamente tres de las cabezas presentes; los demás no llegan ni a cortos de entendederas. Al menos tienen la sensatez de guardar silencio, lo cual asegura que la discusión progrese inteligentemente. Decidimos solicitar un fajo de pasta destinado por algún departamento gubernamental u organismo semiautónomo a fines de educación local y elegimos un comité para administrar los dineros y llevar los negocios del grupo. Ya he hecho bastantes buenas migas con mi amigo de origen mediterráneo Keramalandous, y secundo su candidatura a presidente, sintiéndome seguro de que él me corresponderá en lo que respecta al papel que yo prefiero. Desde luego, tendré mucho gusto en ser el Gordon Brown de este Tony Blair y adopto un ademán de escocés adusto y prudente en lo fiscal. «Es una tarea ingrata, pero no me importa ser tesorero», le digo al rebaño de rostros reprimidos que hay alrededor de la mesa. Joder, si esta cuadrilla representa a la crema del empresariado de Leith, entonces el puerto debería estar muy preocupado en lo que se refiere a la estabilidad de su supuesta regeneración. «Me explicaré, estoy plenamente convencido de que debería ser alguien que se dedique al manejo de dinero. Creo que tratándose de dinero público es importante no sólo que todo sea legítimo, sino que se vea que es legítimo».
Por toda la mesa se producen montones de cabeceos entusiastas.
«Muy sensato. Yo propongo a Simon como tesorero», dice Paul.
Moción secundada y aprobada. Tras una reunión interminable y aburrida, me llevo a Paul al Nobles Bar a tomar una copa, y así logro dar esquinazo al tipo del municipio, que se quedó coleando por ahí esperando que le invitaran. Los chupitos caen que da gusto y nos embolingamos un poco. «Ese jersey», me pregunta, «¿no es un Ronald Morteson?».
«Desde luego que sí», asiento con orgullo y energía, «pero ojo: pura lana de oveja de las Shetland, no de Fair Isle». Tras la barra hay una tía joven y de aspecto atractivo y le dedico una sonrisa de las de flash. «A ti no te he visto antes por aquí».
«No, empecé la semana pasada», me cuenta.
Entablamos un poco de charla cachonda, y Paul se suma con entusiasmo sin darse cuenta de que todo esto lo hago por él. A diferencia de cuando era adolescente y veinteañero, ahora sólo hago el esfuerzo de ligar en serio si parece probable un evidente logro financiero además de sexual.
En el Noble’s la hora de cerrar llega demasiado pronto, así que tras confirmar que a Paul le van tanto la priva como los chochos, me lo llevo al Port Sunshine y abro la parte de arriba para tomar una última copa nosotros dos solos. «Aquella tía del pub estaba de impresión. Creo que podrías tener posibilidades con ella, colega».
«Voy a enseñarte algo mejor», le digo. Paul enarca involuntariamente las cejas, lo que le delata como adicto al sexo total. Estupendo. Me largo a la oficina y enciendo el sistema de vídeo de seguridad del pub, asegurándome que dentro haya una cinta virgen. Después encuentro una de las cintas que hemos rodado hoy y me la llevo, poniéndola en el aparato de vídeo que hay debajo de la tele del bar.
El precioso culo de Nikki inunda la pantalla y nos apartamos para observar cómo le chupa el rabo a Terry, mientras él está tumbado lamiéndole el coño a Mel, y ella está situada a horcajadas sobre él. Llega un momento en que esos rizos parecen fusionarse con los pelos del pubis cuando ella se recuesta. «Esto es increíble…», jadea Paul, «¿esto lo hacéis aquí?».
«Sí, estamos haciendo una peli con todas las de la ley», digo, mientras la cámara muestra una toma en primer plano de Nikki metiéndose el rabo de Terry en la boca, y sus ávidos ojos devoran el alma del espectador con tanta seguridad como su boca devora la polla. Es una profesional que te cagas, una verdadera estrella. Esa fue una buena toma. «Esa tía está buena, ¿eh?».
Paul le da un sorbo a su chupito, mientras los ojos se le salen de las órbitas como si fuera un perro mariposa al que se lo estuviera follando un Rottweiler. La voz se le pone débil y tenue. «Sí…, ¿quién es?», dice con voz ronca.
«Se llama Nikki. Ya la conocerás. Es una buena amiga, una chica maja, educada y tal. Estudia en la uni, en la de verdad, la de Edimburgo, no en Hairy Twat[37] o alguna de esas universidades de hogar y manualidades que montaron durante los ochenta».
Se le caen los párpados y se le esboza una sonrisilla en el rostro. «¿Hace…, eh, quiero decir…, hace otras cosas?».
«Seguro que si es para ti podría convencerla».
«Estaría muy agradecido», dice, levantando una ceja hacia el cielo.
Empiezo a preparar rayas de blanca, sólo para ver lo que dice este cabrón. «¡La hora de la farlopa!».
Paul me mira con esa expresión asustada e incómoda que tienen las tías jóvenes en las películas del género gonzo justo cuando caen en la cuenta de que se la van a meter por el culo por vez primera y que en potencia el mundo entero lo verá vía vídeo digital e Internet y que eso no era exactamente lo que ellas tenían en mente. «¿Crees que deberíamos? Eh…, ¿quizá, eh, no sea lo que se dice apropiado dadas las circunstancias?».
Y aquí me tenéis soltándole la rutina del «pero si te encanta». Si este capullo no es un farlopero entonces yo soy el asesor de estilo del señor Daniel Murphy. «Venga, Paul», sonrío mientras corto, «no me salgas con chorradas. Somos hombres de negocios, tipos de mundo. No es como si fuéramos barriobajeros. Sabemos lo que hay, sabemos no pasarnos de la raya, y sí, el juego de palabras ha sido deliberado», sonrío.
«Bueno…, supongo que una discretita», sonríe, y levanta una ceja meditabunda.
«Claro que sí, Paul. Como he dicho, no somos unos marginados, y veo bastantes de ellos por aquí, colega, créeme. Nosotros sabemos cuándo tomar precauciones. No es más que por el gustirrinín, por Dios Santo».
Me esnifo un rayote estupendo, y a continuación Paul se encoge de hombros y hace otro tanto. Y son rayas grandes, más autopistas que patitas de calamar. Pensé que el onanista se fijaría en la cámara de seguridad filmándole, pero es evidente que no ha sido así. «Ah…, buen bacalao…», suelta Paul, y mueve las manos por todas partes y larga que te cagas, «mi jefe, en la agencia, consigue la suya directamente de la piedra. Un tío vuela de Botafogo a Madrid y después a aquí. Directamente de su culo, metida en un sello de cera. Jamás he probado nada igual…, pero esta es excelente…».
Sin duda que lo es, compadre. Y ahora, misión cumplida. Decido poner fin a la noche con una prisa casi indecente. «Bueno, Paul, tendrás que disculparme, machote», le digo, acompañándole a la puerta. «Tengo ciertas cosas que hacer».
«A mí me apetece seguir un poco más…, llevo un colocón…».
«Tendrá que ser por tu cuenta, Paul, yo he quedado con una amiguita», sonrío, y Paul asiente con otra sonrisa pero sin poder ocultar su desilusión al quedarse un poco tirado. Le acompaño a la calle y le estrecho la mano; este pobre hijo de puta va como una moto. Para un taxi y desaparece. Habría dejado quedarse a Paul pero mostró sus cartas demasiado pronto. Mi viejo solía citar a menudo aquella frase de una de las películas de Cagney: «Al mamón no hay que darle nunca cuartel», y resultó ser el mejor consejo que me dio jamás. Qué duda cabe que obrar así es cruel. Si dejas que se vayan de rositas, no aprenderán jamás. De manera que en el futuro, alguien aún más despiadado se la jugará de forma aún más dañina. Quien bien te quiere te hará llorar, como dijo Shaky. ¿O fue Nick Lowe?
Paul. Vaya primo. ¿Presentarle eso a Nikki, a mi Nikki? Debía de estar de broma. Los chochos como ella están cotizadísimos y el precio es demasiado prohibitivo para un sujeto tan lamentable como él.
Llevo todo el día pensando en ella. Algunas tías te comen el tarro por lo difícil que resulta determinar qué es exactamente lo que te pone de ellas. Ella es así; preciosa, sí, pero capaz de mostrarte una faceta distinta cada vez. Lentillas o gafas. Pelo largo y suelto o recogido en coletas o trenzas o en moño. Ropa de diseño cara y de vampiresa o informal y deportiva. Pose y lenguaje corporal cálidos y después distantes. Sabe exactamente qué teclas pulsar en los hombres y lo hace sin pensarlo siquiera. Sí, esa es mi chica.