33. LAVANDO

Ali sólo se ha acercado una vez, con el crío, y la verdad es que aún no hemos tenido oportunidad de hablar. No obstante, me encuentro sorprendentemente animado, tío, porque la investigación va bien y estoy desenganchado. Ali se mostró…, eh…, bastante escéptica, porque ha recorrido tope de veces esta ruta, pero se lo hace de legal; creo que me concede el beneficio de la duda. Otra cosa buena es que Sick Boy y yo volvemos a ser más o menos colegas. Luego le veré, porque estamos montando un pequeño chanchullo.

He estado en el queo de mi hermanita, Roisin, quien, para ser francos como el señor Begbie, es la clase de tía con la que nunca he hecho buenas migas. Es diez años más joven que yo, llegará a alguna parte, y la verdad es que el estilo de vida tradicional del clan Murphy nunca ha gozado de su beneplácito y tal. Pero su novio es un nota bastante enrollao, y está fuera, currando en España, así que me ha dejado su abono de temporada para Easter Road. La verdad es que hace siglos que no voy a un partido, tío, pero los chicos de verde se están enrollando. El Alex McLeish ese me recuerda a Rents y también al nota aquel de Policías de Nueva York. ¿Cómo se llamaba? ¿Robinson Crusoe? No, pero algo parecido. Claro está que podría tratarse del color de su pelaje. Pero ahora tenemos al francés al fondo y al negrata en medio campo. Así que a lo mejor me trago el partido casero contra el Dunfermline; para combatir el aburrimiento, tío, es lo más mortal que hay, siempre. El aburrimiento y la ansiedad. El primero hace que salga en busca de speed. Después me pongo ansioso y es entonces cuando hace su aparición estelar el Salisbury Crag[30] de toda la vida.

Pero el rollo con mi hermanita es frígido, ya lo creo, tío. A ver, que estuvimos de inquilinos en el mismo útero durante nueve meses y todo eso, pero supongo que cuando lo dejamos nos plantamos en épocas distintas, tío. De manera que en cuanto me meto la libreta de abonos en el bolsillo, me despido de casa de Rosh.

Por el camino oigo gritos y chillidos en la escalera. Al llegar a la siguiente planta, veo que es June, la ex de Franco, con los dos mocosos Begbie; uno de ellos grita mientras el mayor recibe una zurra por parte de June, que parece haber perdido los papeles de mala manera. «¡VI CÓMO LE PEGABAS! ¡NO LO NIEGUES, JODER! ¡¿QUÉ ES LO QUE TE TENGO DICHO, SEAN?!».

El mocoso Begbie permanece ahí de pie, encajando golpes, combándose como una marioneta temblorosa, pero en realidad le da igual. Este cachorrito es como un hip-hop asilvestrado que no para, meneándose para absorber el impacto de los golpes. El pequeño de la carnada parece asustadísimo y ahora está totalmente silencioso.

«¡Eh, eh!», grito yo. «¡Hola, June!».

«Spud», dice ella, y de pronto rompe a llorar, sacudiendo la cabeza; como si se derrumbara del todo, ¿sabes?

Se trata de una situación bastante marciana en la que encontrarse. A ver, que yo ni siquiera sabía que viviera en esta escalera. «Eh… ¿estás bien?…», suelto yo, y cojo las bolsas de la compra, fijándome en que una de ellas lleva rota el asa.

«Sí…, gracias, Spud, son estos dos», solloza, señalando con la cabeza a los pequeños gachos.

«Así son los chicos, eh», sonrío. El pequeñín me regala una sonrisita asustadiza, pero el cachorro mayor de la carnada de Begbie me mira de un modo que resulta espeluznante, incluso para tratarse de un cachorrito tan pequeño. ¡Sí, señor, no hay duda de que ese es el Hijo de Franco, hay que reconocerlo!

June mete la llave en la cerradura y abre. Los críos entran a todo correr, mientras el grande grita algo acerca de Sky Sports. June les observa, un equipo de demolición. Después se vuelve hacia mí y suelta: «Te pediría que pasaras a tomar una taza de té, Spud, pero está todo hecho un asco».

No es lo único, tío. June tiene un aspecto cutre currao. Por el modo en que lo dice, es como si necesitara hablar con alguien. Ya sé que he quedado para verme con Sick Boy y el Primo Dode en el pub, pero a mí tampoco me vendría mal un poco de palique. Y no le saco nada a Ali ni a Rosh, que en realidad se moría de ganas de verme desaparecer. «Peor que el nuestro no puede estar», le cuento. Y June me mira, como si le estuviera dando vueltas y después pensara: de acuerdo.

Cuando entro en la casa, está hecha un asco de ropa y juguetes de los críos. Hay un montón de platos en la pila que parecen llevar años ahí. Apenas encuentro sitio en la encimera para dejar las bolsas.

June está temblando; le ofrezco un pitillo y se lo enciendo. Pone la tetera y no encuentra tazas limpias. Intenta fregar una, tratando de extraer un poco de Squeezy de la botella, pero lo único que sale es un ruido de pedo. Se acerca a una de las bolsas y saca una botella nueva, pero no consigue sacarle el tapón con esas manos temblorosas. Rompe a llorar, no unas lagrimillas, sino unos sollozos en condiciones. «Lo siento…, son los nervios, todo ha salido mal…, mira cómo está todo. Son los críos…, dan tanta guerra…, no tengo el apoyo de nadie, a ver, que Frank acaba de salir pero sólo ha venido a verlos una vez, ¡ni siquiera los ha sacado por ahí! Lleva diez minutos fuera de la cárcel y ya lleva camisas y ropa nueva y joyas…, los anillos esos…, no puedo más, Spud…, no puedo más…».

Observo el montón de platos. «A ver qué te parece, te echo una mano con eso; vamos a darle una pasada a la cocina. Hará que te sientas mejor, tía, cuando hayan desaparecido, porque cuando te sientes como una mierda, como si no te quedara nada de energía y ves un montón de platos en el fregadero, es lo peor de lo peor, tía, lo último, como si todas tus fuerzas se fueran por el desagüe, tía, ya está. De modo que un problema compartido es un problema reducido a la mitad y todo eso, June, tía».

«Nah, déjalo…».

«¡Eh! ¡Venga!». Me pongo un delantal. «¡Venga, tía, a por ellos!».

June protesta mientras yo le doy caña a los platos, pero lo hace con poco entusiasmo, y parece animarse cuando empezamos a adelantar un poco, y en un santiamén ha desaparecido, tío, el problema ha desaparecido y todo vuelve a estar claro y a ser posible. Sólo hay que despejar la mente y hacerlo, tío, hacerlo. ¿Sabes? Como lo mío con la escritura, tío, ¡te pones ahí y lo haces!

Pero cuando llego al pub, llego tarde para Sick Boy; el gachó está ya a uno o dos kilómetros de verle la gracia a la cosa. El Primo Dode le está dando la lata; me mira y me planta el reloj delante de la cara.