30. PAQUETES

Volví a pasarme un pelín con el caballo, con un poco que le pillé a Seeker. Ali me dijo: si alguna vez estás hecho polvo no vengas a casa; no pienso aguantar eso con Andy de por medio. Lo cual me parece válido, así que no lo hice. La mayor parte de la semana la pasé en una serie de sofás; el de Monny, el de mi madre, el de Parkie, lo que no es muy legal por eso de que él también se está esforzando por darle la vuelta a la situación. El pobre tío no necesita tenerme a mí tiritando y temblando en su careto. Ahora eso es lo peor, una pequeña recaída y lo pagas carísimo. Ahora es cuando la abstinencia se nota de verdad, incluso después del chutecillo ocasional. Es como si el cuerpo se acordara de todo lo que has hecho en el pasado y te soltara: «Perdona, chavalote, pero toma castaña».

Así que llego a casa arrastrándome por primera vez en varios días. Andy estará en el colegio y espero que Ali esté fuera. Sí, el queo está vacío, así que me siento en ese gran sillón desvencijado y pongo mi cinta de Alabama 3 y la acompaño con la voz. Veo a mi amigo Zappa, el gato, el único tío que nunca me juzga. Miro unas cosas que fui y pillé el otro día en la biblioteca de Leith, y tomo algunas notas. Entré sólo para librarme de la lluvia, pero acabé tomando notas acerca de la historia. Recordé que el lema de Leith es «persevera», y eso es exactamente lo que tengo que hacer. Enciendo la tele, con el sonido quitado, y les echo un poco de agua a las plantas, esperando que Zappa no haya vuelto a desenterrar la yuca grandullona.

Pero hoy está escrito que va a ser un día de locos, un día chungo. Porque suena el timbre y cuando salgo a abrir me quedo totalmente patitieso, tío. Es el felino asilvestrado en persona, ahí de pie, delante de mí. Pienso en cuándo habrá salido de la trena, y después el corazón se me hunde en el pecho y pienso uy-uy-uy, ¿qué habrá estado diciendo Sick Boy? Apenas puedo hablar durante un instante; después él sonríe y recupero el habla. «Franco, eh, qué bueno verte, tío. ¿Cuándo saliste?».

«Llevo fuera dos putas semanas», suelta él, pasando por delante de mí y entrando en el piso, mientras yo compruebo que esos tacones con refuerzo metálico no rayan el barniz del suelo de madera. Ali se subiría por las paredes, porque el casero es un gachó de lo más borde. «No perdí un puto minuto, me ligué a una tía en cosa de horas. Follando por Escocia, cacho cabrón», me cuenta. «¿Y tú en qué cojones andas?», suelta, amargándosele de pronto la expresión. «¿No te estarás metiendo jaco, verdad?».

Vaya, cuando ves el ojo de este tigre mirándote, tío, más vale no vacilar demasiado.

«Eh, en realidad no, tío, pero como que un día es un día, alabado sea el Señor, ¿sabes? No me he metido en siglos».

«Más vale que no, joder, porque yo ya estoy hasta los huevos de yonquis. ¿Te apetece una raya de coca?».

«Eh… Eh…». No sabía qué decir, tío. Aunque lo cierto es que nunca lo sé.

Begbie lo toma por un sí y saca una papelina. Vierte una cantidad generosa, y aunque yo no sea farlopero, creo que tengo que hacerlo por puro protocolo, tío. Hay que respetarlo, ¿no? Y una rayita no hace daño.

Franco empieza a hacer rayas. «Me dijeron que pasaste un tiempo en Perth», dice. «Vaya mierda de trullo. Te eché de menos, tonto del culo», me suelta, con una sonrisita, lo que yo interpreto en términos de que el tío me echó de menos a mí y no a mí en el trullo.

De modo que ¿qué puede uno decir? «Eh, yo también te eché de menos, Franco, tío, pero tienes buen aspecto, se te ve cachas y tal, todo hay que decirlo, tío».

Se palpa una rocosa pared abdominal. «Ya, me lo curré en el trullo, no como algunos. Ahora está reportándome beneficios, joder que sí», dice, agachándose para meterse una raya enorme. «Me he liado con una tía joven, estamos en Wester Hailes, pero nos vamos a pillar un piso en Lorne Street. Que le den a quedarnos por ahí. Pero encima está buena», dice, trazando una silueta con forma de reloj de arena con las manos. «Aunque tiene un crío y tal. Estuvo con algún capullo que se pasó de listo, así que le partí la puta boca. Suerte tuvo el cabrón de que eso fuera lo único que le hice. Estaba en casa de mi madre, pero paso que te cagas, lo único que hace es estar dale que te pego con que si nuestra Elspeth y el capullo con el que sale, joder», suelta Franco, bien puesto de nieve y escupiendo sílabas como un fusil de asalto AK-47, tío.

Le pego al bacalao y esnifo y echo la cabeza hacia atrás. Me pongo en pie, frotándome la nariz. «Ya… ¿Cómo están los críos?».

«Fui a verlos el otro día, eh. Están bien, pero esa cabrona de June me pone de los nervios, eh. ¿Para qué cojones me liaría yo nunca con eso? Ni siquiera tenía un polvo decente, debía estar de psiquiatra, eh».

«¿Te has sacado, eh, la cárcel del cuerpo ya?».

Begbie está espitoso de nieve y me mira como si fuera a arrancarme la cabeza. «¿Qué cojones quieres decir con eso? ¿Eh?».

«Eh, sólo que a mí me costó mucho tiempo volver a pillarle el tranquillo a las cosas y sólo estuve encerrado cinco minutos en comparación contigo, tío», le digo. Pero el Pordiosero está lanzado y ahora habla de la cárcel y resulta muy, muy inquietante, porque yo como que pienso en Rent Boy, y en la pasta que me devolvió y en cómo se lo largué a Sick Boy, ¿y qué pasará si se lo piensa decir al Pordiosero?

Franco está preparando más cocaína y a mí aún me da vueltas la cabeza por la de antes. Larga durante un rato acerca de los cabrones retorcidos que había en la cárcel, y luego se queda mirándome con esos ojos de malo, malísimo, y me suelta: «Oye, Spud, cuando estaba en la cárcel, ¿sabes?…, recibí un paquete».

¡Será que Renton también le surtió a él! «Ya, tío. ¡Yo también recibí uno! Era de Mark…».

Begbie se para en seco y me mira directamente al alma, tío. «¿Recibiste un puto paquete de Renton, a tu nombre?».

Los oídos me zumban y no sé qué decir, así que se lo espeto sin más. «Bueno, Franco, el caso es que no sé seguro si era de Rent Boy y tal. Quiero decir, apareció en el buzón de forma anónima y tal. Pero pensé que habría sido él y tal».

Totalmente fuera de sí, Franco estrella un puño contra la palma de la otra mano y empieza a caminar de arriba abajo. Las campanas de alarma están ahora en plena actividad, tío. ¿Cómo puede ponerse así si le han surtido con pasta? «¡Eso es, Spud! ¡Si es lo que yo pensaba, joder! ¡Sólo ese chorizo de mierda, ese puto yonqui asqueroso, enviaría a nuestro nombre paquetes de puta pornografía bujarra, con putos maricones follando unos con otros! ¡Nos lo está refrotando por la cara, Spud! ¡CABRÓN!», ruge Franco, y sacude la mesa, derribando un cenicero de vidrio, que afortunadamente no se rompe.

Pornografía gay…, qué cojones… «Ya, eso estaría muy en la línea de Rent Boy y tal», digo yo, tratando de descifrar lo que pasa, contento de no haber largado acerca de la guita.

«Solía imaginar que todos y cada uno de los cabrones asquerosos a los que curré en la cárcel eran el puto Renton», escupe este felino asilvestrado. A continuación prepara otras dos rayas. Tras esnifarse una de ellas, suelta: «Vi a Sick Boy en su puto pub nuevo, ¡el puto Port Sunshine! Vaya, ese cabrón sí que se lo ha montado a lo grande, ¿eh? Claro que ahora ya no le puedes decir nada; tiene la cabeza ocupada con el próximo chanchullo».

«Si lo sabré yo», asiento, agachándome sobre esa raya, aunque el corazón aún me lata a toda prisa y aún esté sudando a cuenta de la primera.

«Ya, y vi a Segundo Premio en Scrubbers Close, con todos los sin techo esos».

«Oí que el tío había dejado el Christopher Reeve»,[28] jadeo, mientras el bacalao me mete una hostia digna de un tren.

Begbie se recuesta en mi sillón. «Ya, hasta que le dije cuatro frescas. Me lo llevé a rastras al EH1, en la Milla Real. No quería tomar una puta copa, así que le deslicé un par de chupitos de vodka en la puta gaseosa», dice con una especie de risotada pausada y sin alegría. «Ahora ya ha vuelto a beber», suelta. «Tiene que divertirse, joder. ¿Cantarle himnos a unos putos borrachines y leer la puta Biblia todo el día? ¡Pero de qué van! Así que me porté como un buen samaritano y le salvé de una vida de puto aburrimiento. Te lavan el cerebro que te cagas, los putos cabrones de la misión esa. Ya les daré yo cristianismo a esos cabrones…».

Pienso en ello, y en lo bien que se lo había montado Segundo Premio para volver a encarrilar las cosas. «Pero los médicos le dijeron que no podía beber, Franco», digo mientras me paso el dedo por la garganta y simulo un estertor de asfixia, «o sanseacabó».

«A mí también me salió con toda esa puta mierda, que si el médico esto y el médico lo otro, pero se lo dije claro al muy capullo: lo que cuenta es la puta calidad de vida. Más vale un año en condiciones de ir a por todas que cincuenta yendo por la vida de triste. Que le den por culo a acabar como todos esos viejos cabrones del Port Sunshine. Le dije que se hiciera un puto transplante de hígado; borrón y cuenta nueva, joder».

Así que tengo que aguantar todo esto durante siglos, tío, y me siento aliviado cuando el Pordiosero se marcha, porque puede llegar a ser un poco peñazo escuchar todo ese rollo suyo de la violencia. Siempre te preocupa asentir con la cabeza cuando deberías sacudirla, y todo eso. A pesar de que vaya como una moto con el perico este, me aguanto y le doy al menda tiempo para alejarse, y después salgo a la calle bajo la llovizna, programando los controles de los pinreles para la Biblioteca Central, en el puente George IV. Persevera.

La cabeza aún me va a cien cuando llego a los Edinburgh Rooms, y observo a una chica mientras enciende el microfichas ese. «Eh…, disculpa, ¿podrías echarme una mano con esto? Nunca lo he hecho antes y tal», le suelto, señalando una máquina que está libre.

Sólo se me queda mirando un segundo antes de soltar: «Claro», y enseñarme cómo cargarla. El caso es que era sencillísimo, tío; me sentí un tontaina total. ¡Pero ya he arrancado! Pronto me encuentro leyendo acerca de la gran traición de 1920, cuando Leith fue absorbido por Edimburgo en contra de la voluntad del pueblo. ¡Fue entonces cuando empezaron todos los problemas, tío! Cuatro votos a favor por uno en contra, tío, cuatro a favor por uno en contra.

Cuando vuelvo a bajar por el centro en dirección al soleado puerto, el tiempo ha cambiado y empieza a llover con mucha fuerza. No llevo pasta pal billete de autobús así que toca subirse el cuello y apretar el paso. En el centro St. James hay unos jovencillos merodeando; veo que mi amiguete Curtis es uno de ellos. «¿Todo bien, colega?», le suelto; el subidón de la coca ya ha amainado bastante.

«Muy bien, Sp-Sp-Spud», suelta él. El gachó está un poco nervioso a cuenta del tartamudeo, pero si te lo haces de tranqui y no le agobias, enseguida pilla el ritmo adecuado y la comunicación mana como un arroyo, tío. Charlamos un rato antes de que me largue y atraviese los grandes almacenes John Lewis para salir a Picardy Place, enganchando con el Walk y pegándome al lateral para tratar de mantenerme a resguardo de la lluvia.

Al cruzar la frontera de Pilrig para entrar en el ya-no-tan-soleado barrio de Leith, veo a Sick Boy por la calle, y parece de mejor humor. Pensé que haría como que no me había visto pero nah, tío, el menda como que se disculpa, o se aproxima todo lo que es capaz a una disculpa. «Spud. Eh…, olvidemos lo del otro día, tío», dice.

Es evidente que no le ha dado el chivatazo a Franco, pese a que el Generalísimo ha estado en su pub, así que me inspira mejores sentimientos. «Ya, lo siento, Simon. Gracias por, eh, no comentárselo a Franco y tal».

«Que le den por culo a ese cabrón», dice, sacudiendo la cabeza. «Me temo que tengo demasiadas cosas en las que pensar como para preocuparme de los de su ralea». A continuación me hace una señal de que entremos en el pub, el Shrub Bar. «Vamos a tomarnos una cerveza hasta que deje de caer la puta lluvia», dice.

«Guay, pero…, eh, tendrás que invitarme, colega, estoy pelao», le confieso.

Sick Boy exhala con fuerza, pero entra de todos modos, así que le sigo. El primer gachó al que veo allí dentro es al menda del primo Dode, de pie en la barra y como enjaretado con unos memos. Dode está montando el numerito del weedgie en Edimburgo: mejores equipos de fútbol, mejor sistema de transportes, mejores pubs, clubs, taxis más baratos, gente más cariñosa, todo el rollo weedgie de siempre, tío. Y probablemente tenga razón además, pero el menda no deja de estar en Edimburgo.

Cuando se va al tigre, Sick Boy le mira por la espalda con severidad y dice: «¿Quién cojones es ese gilipollas?». Así que se lo cuento todo acerca del primo, y le digo que ojalá me supiera el PIN de Dode, porque si lo supiera, le habría levantado la tarjeta del bolsillo, porque en esa cuenta tiene un pastón. «Ya, no para de soltar aquello de que en el Clydesdale Bank puedes elegir el que tú quieras».

Cuando Dode vuelve sacamos otra ronda y nos sentamos. ¡Pero entonces pasa algo tope desquiciao! El gachó se quita la chaqueta, y Sick Boy y yo nos quedamos mirándonos el uno al otro. ¡Allí está, tío, justo delante de nuestras narices! Se veía el tatuaje del león con la leyenda «Siempre dispuestos» en un brazo, y el rey Guillermo a caballo en el otro. En efecto, y justo debajo del caballo, en un pergamino tatuado, lleva el número de PIN, de forma que nunca se le olvide: 1690.[29]