Los Edinburgh Rooms de la Biblioteca Central, tío: están como llenos de cosas sobre, bueno, Edimburgo. A ver, eso es lógico, así debe ser y eso. A ver, no esperarías encontrarte cosas acerca de Hamburgo o, eh…, Boston en los Edinburgh Rooms. Pero el caso es que también hay cosas sobre Leith, mogollón de cosas, cosas que por derecho tendrían que estar en la Biblioteca Pública de Leith, allá en Ferry Road, tío. Que vale que sí, a ver, que Leith está clasificado como parte de Edimburgo por los gachos del ayuntamiento, aunque por mucha de la basca del viejo puerto, no. Pero por otra parte, yo me acuerdo de la época en que había octavillas acerca de toda la descentralización esa en la que se supone que cree el ayuntamiento. Así que ¿por qué tiene un pavo de Leith como yo que hacer todo el camino hasta Edina sólo para enterarse de los rollos de Leith? ¿A qué viene esa larga marcha hasta el puente George IV en vez de un saltito rápido al lado hasta Ferry Road? ¿Me explico?
Eso sí, resulta un paseíto agradable bajo este sol de marzo empanao. Aunque en la High Street haga un poquito de frío. No he estado por aquí desde el festival y echo de menos a todas las nenas guays que te sonríen y te pasan volantes para sus espectáculos. Aunque queda de lo más mamón esa manera que tienen de convertir una afirmación en pregunta. Te sueltan: «¿Representamos un espectáculo dentro del festival?». «¿Está al lado del Pleasance?». «¿La crítica fue estupenda?». Y te entran ganas de decir: espera un segundo gatita de guay, porque si quieres hacer eso, y convertir una afirmación en pregunta, lo único que tienes que hacer es añadirle «sabes» al final. ¿Sabes?
Pero, por supuesto, siempre acababa cogiendo los volantes de todas formas, porque no es cuestión de que uno de mi cuerda le diga nada a unas chavalas pijas que han ido a la universidad y tal a estudiar arte dramático de primera y eso, ¿sabes?
Aunque ese siempre ha sido mi problema, tío, la confianza. El gran dilema siempre ha sido que, en demasiadas ocasiones, estar libre de drogas equivale a estar libre de confianza. Ahora mismo la confianza no anda baja, pero anda, ¿cuál es el término que usa la peña? Precaria, tío, precaria. Y lo primero en lo que me fijé cuando llegué aquí fue en un pub que hay enfrente de la Biblioteca Central llamado Scruffy Murphy’s.[21] Uno de esos pubs de ambiente irlandés que no se parecen en nada a los pubs de verdad que hay en Irlanda, ¿sabes? Sólo son para empresarios, yupis y estudiantes ricos. Mirarlo hace que me sienta tenso y avergonzado por dentro. Si el mundo fuera justo, los pavos que llevan ese bar deberían pagarle daños y perjuicios emocionales a la gente como yo, tío. A ver, que yo no oía otra cosa cuando iba al colegio, siempre me decían «Scruffy Murphy, Scruffy Murphy». Y todo por el viejo apellido procedente de Erin y los trapos baratos debido a las adversas circunstancias económicas y a la miseria endémica del domicilio de los Murphy en Tennent Strasser y Prince Regent Strasser. Así que es como lo contrario de bueno, tío, lo contrario total de bueno.
Sólo ver el rótulo de ese pub, digamos, me sitúa en desventaja total antes de que hayan dado la salida siquiera, ¿sabes? Así que cuando entro en la biblioteca estoy cabizbajo, pensando para mis adentros: «¿Cómo va a escribir nunca un libro el zarrapastroso de Murphy?», y entrar en el garito resultó raro, raro, raro. R-A-R-O por ambas partes, tío. Desde luego: fue entrar por esas grandes puertas de madera y sentir cómo el corazón me hacía bum, bum, bum. Me sentía como si estuviera allanando el local, tío, como si algún pavo me hubiera metido un montón de nitrato de amilo por la tocha. Me sentí mareado, ¿sabes?, como si fuera a desmayarme o algo así, a caerme redondo ahí mismo. Es una sensación parecida a cuando estás bajo el agua en la piscina o montado en un avión, como con un montón de ruido amortiguado en los oídos. Así que temblaba tío, temblaba a tope. Y cuando se acercó el segurata de uniforme, casi me entra el pánico. Pensé: ahora es cuando me parten la boca; hala, tío, ya me han trincado, y ni he hecho nada ni tampoco iba a hacerlo, sólo mirar unos libros y tal…
«¿Puedo ayudarle?», me pregunta el tío.
Así que pienso: no he hecho nada malo, sólo estoy dentro del local. Ni siquiera he hecho nada, no, nada. Pero digo algo así como: «Eh…, eh…, eh…, sólo me preguntaba si…, si no tienen inconveniente y tal…, si podría…, eh…, echar una miradita en la habitación donde está todo lo que hay sobre Edimburgo…, ver los libros y tal».
Y como que me daba cuenta de que el tío este sabe lo que soy: chori, yonqui, barriobajero, hijo del gueto, celtinegro de tercera generación, taño; es como si lo supiera, ¿sabes, tío?, porque este chaval es un masón Jambo, un gachó de club de rotarios, a ver, que eso se nota, por el uniforme y eso…, por los botones relucientes, tío…
«Bajando las escaleras», dice el tío, y me deja entrar sin más. ¡Como si tal cosa! ¡El tío me deja entrar! Los Edinburgh Rooms. La Biblioteca Central. ¡El puente George IV!
¡Guay!
Así que bajo por la enorme escalinata de mármol y ahí está el letrero: «The Edinburgh Rooms». Así que ahora aquí me tienes, tope contento, tío, como un erudito total. Pero cuando entro, ¿sabes?, es enorme, tío, enorme, y hay mogollón de gente sentada leyendo en los pupitres esos, como si estuvieran otra vez en primaria. No se oye ni respirar y es como si todos me estuvieran mirando, tío. ¿Y qué ven los pavos esos? Un yonqui que igual ha venido a mangar unos libros para venderlos y pillar mandanga.
Así que pienso: no, no, no, tío; tranqui. Inocente hasta que se demuestre lo contrario. Limítate a hacer lo que dice Avs, la del grupo, intenta descolgarte del rollo del autosabotaje. Cuenta hasta cinco cuando te entre el estrés. Un, dos, tres…, ¿qué estará mirando la marujona esa de las gafas…? Cuatro, cinco. Y la cosa mejoró, tío, porque a partir de entonces apartaron la vista a tope, ¿sabes?
Y tampoco es que ahí dentro haya gran cosa que valga la pena mangar. A ver, que algunos de esos libros podrían ser valiosos para un coleccionista, pero no son la clase de bienes que podrías colocar en el Vine Bar, todos esos libros de contabilidad, ¿es así como los llaman, tío, libros de contabilidad? Y todos esos microfilms y ese tipo de cosas, ¿sabes?
De todos modos, voy haciendo mis pesquisas entre los libros esos y dicen que Leith y Edimburgo se unificaron en 1920, después de una especie de referéndum. Sería como la votación esa de «Sí a la autonomía», pal parlamento y tal, cuando habló el pueblo y ahí quedó eso. Me acuerdo de ver el Scotsman, y los notas esos decían: «nah, tío, vota no», pero la peña les salió con: «lo sentimos, basca, no pillamos lo que decís en vuestro periódico, así que a ver si sacamos un sí como una casa». Democracia, tío, democracia. A un gato no se le puede convencer para que elija Félix cuando le están ofreciendo Whiskas.
El caso es que los de Leith rechazaron la unificación por una mayoría de cuatro a uno. ¡Cuatro a uno, tío, pero aun así la movida se llevó a cabo! Yo me acuerdo a medias de que todos los yayos solían hablar de eso cuando éramos ñajos. Ahora los vejestorios esos están bajo tierra, así que ¿quién le va a contar a todo el mundo lo que hicieron contra el pueblo, contra la democracia, en tiempos de Maricastaña? ¡Que llamen al hijo de la señora Murphy! ¡Sí señor, toda la fauna del pasado que reposa en el Stephen King Pet Semetary[22] ya puede dormir tranquila, porque aquí estoy yo! De modo que ese parece un buen punto de partida para mí, 1920: la gran traición, tío.
En efecto, todo empieza a tomar forma en mi cabeza. El problema es que olvidé que para escribir un libro necesitas cosas como papel y bolígrafo. Así que doy un salto al lado, a Bauermeister’s, y chorizo un bloc y un boli. Estoy en un estado de actividad febril y apenas puedo esperar a volver a ese pupitre en el que estaba sentado y ponerme a tomar notas en serio. Eso es, tío, una historia de Leith desde la unificación hasta el presente. Arrancar en 1920, y quizá remontarme un poco, y después otra vez hacia delante, como en todas esas biografías de futbolistas.
¿Sabes?
Por ejemplo, capítulo primero: «No podía creerlo cuando levanté hacia el cielo aquella Copa de Europa, tío. El Alex Ferguson ese se acercó de un bote y me dijo: “Eh, tío, eso te convierte en inmortal, ¿sabes?” No es que recordara gran cosa acerca del gol de la victoria o del partido, ya que había estado en un tugurio craquero toda la noche hasta una media hora antes del comienzo del partido cuando cogí el taxi para llegar al estadio…». Ya te puedes imaginar el guión, tío.
Después viene el siguiente capítulo: «Pero nuestra historia comienza en realidad en el estadio San Siro de Milán. De hecho, hemos de remontarnos hasta una humilde casa de vecinos de Rat Street, The Gorbals, en Glasgow, donde debuté como decimoséptimo hijo de Jimmy y Senga McWeedgie. Se trataba de un barrio muy unido y nunca me faltó de nada…, blah, blah, blah». Ya conoces el percal.
Así que eso es, empezar por ahí e ir remontándome. Estoy que echo humo, macho, ¡echo humo a toda máquina!
Entonces veo que tienen los periódicos de esa época, el Scotsman y el Evening News y todo eso. Ahora bien, a pesar de que los redactaban todos esos pavos Tories pastosos, puede que aún tengan alguna cosilla, como noticias locales y tal, que podría venirme bien. El caso es que están todos en microfilm, y tengo que rellenar un formulario para acceder a ellos. Luego hay un aparato grandísimo, como una especie de tele vieja, y tienes que hacerlos pasar por el aparato, ¿sabes? Bueno, pues todo esto no me mola nada y tal. Tío, en una biblioteca se supone que sólo tiene que tener libros y eso, y a mí nadie me dijo nada de aparatos y tal.
Así que el tío me pasa los microfilms, y estoy listo para empezar, pero cuando veo el cacharro televisivo ese empiezo a pensar: no, no, no, porque no soy tan técnico y me preocupa un tanto romperlo. Le pediría ayuda a alguno de los encargados, pero sé que pensarían que soy corto y tal, ¿sabes?
Nah, no puedo manejar eso, ni hablar; no, así que dejo el material sobre el pupitre y salgo por la puerta, subo la escalinata, encantado de largarme con el corazón haciendo pumba, pumba, pumba. Pero cuando estoy fuera, oigo todas esas voces en la cabeza; todas riéndose, diciéndome que no soy nada, una nulidad, un cero a la izquierda, y veo el rótulo ese de Scruffy Murphy y me duele, tío, me duele tanto que necesito quitarme el dolor. Así que encamino mis pasos a donde Seeker, donde sé que me haré con algo, algo que sé que no me hará sentirme como Scruffy Murphy.