22. PISOS GRANDES QUE TE CAGAS

Te fijas en los putos árboles estos, los que las pasan canutas a la sombra que arrojan los pisos grandes que te cagas. Desnutridos es lo que están, esa es la puta palabra, como los críos, como los putos viejos, que andan de forma tan acobardada y afligida, cagándose al cruzarse con un grupo de jovencitos en las puertas del centro comercial.

Pero yo estoy pasando por ahí ahora y estoy mirando a los jovencitos y oigo cómo bajan la voz que te cagas porque, desde luego, mirándoles estoy. Pero un tiburón no se molesta en perseguir pececitos porque eso no le va a quitar el hambre, joder. Ya, pero esos capullines ya huelen el miedo y se les pone cara de espanto porque se trata del suyo, joder.

Algún cabrón va a recibir… la cabeza me va a estallar… ni siquiera el puto Nurofen da resultado…

Así que pienso en cuando empezó, esta mañana, temprano a tope, antes de ir a la puta casa de mi madre. Todo empezó en casa de Kate, cuando estábamos los dos en la cama. Tenía una pinta tan chachi cuando me desperté y la vi. Le di excusas las dos últimas veces; le dije que iba bolinga. Pero ahora, después de todo ese tiempo, me miraba que te cagas, como si me pasara algo, joder. Como si fuera uno de esos cabrones asquerosos que salen en la mierda de revistas que el hijoputa de los huevos ese me enviaba al trullo.

Pero a mí lo que me gusta son las tías, joder; son las tías las que me van. Lo único que hacía cuando estaba encerrado era cascármela pensando en tías y ahora que estoy fuera y tengo una tía que me gusta, ni siquiera puedo…

EL CABRÓN QUE ME ENVIABA ESA PUTA MIERDA.

Yo no soy un puto bujarrón asqueroso de mierda…

NO SE ME LEVANTA, JODER.

Y si ella hubiera dicho eso, si hubiera dicho: «¿Qué coño te pasa?», igual me habría dado. Pero va y dice: «¿Soy yo? ¿Es que no te gusto?». Así que le cuento toda la puta historia, que si la cárcel, y cómo lo primero que quería hacer al salir era echar un puto polvo, y cómo no se me levanta.

Y ella se limitó a acurrucarse contra mí, mientras yo estaba tenso que te cagas, y volvió a hablarme del cabrón con el que estaba, el tío que le zurraba, que le puso el ojo que llevaba cuando la vi por primera vez. Y yo pensando: joder, tengo que salir de aquí, porque me va a reventar la cabeza. Así que le dije que me iba a casa de mi madre.

Al entrar en el centro comercial me pongo a respirar de la forma esa. Aquí me siento como un puto preso; atrapado por la puta necesidad de coger a algún capullo y meterle. Es como una puta adicción…

Quizá no sea más que el hecho de estar aquí fuera, en el exterior. Joder, es como si no fuera mi lugar, como si no encajara. Mi madre, mi hermano Joe, mi hermana Elspeth. Mis colegas: Lexo, Larry, Sick Boy, Malky. Sí, claro, todos se alegran de verte que te cagas, pero es como si sólo toleraran mi presencia durante un rato. Después desaparecen que te cagas. Sí, claro, son todos muy amables, pero tienen cosas que hacer, siempre tienen putas cosas que hacer. ¿Y qué cojones tienen que hacer? Todo menos lo que antes solíamos hacer juntos, joder, eso es. Luego hablaremos más tranquilamente. Y por dentro me pone furioso, hace que sienta esa puta adicción con mucha más fuerza, esa necesidad de hacerle daño a algún capullo. ¿Cuándo cojones es luego?

Y Lexo. ¿En qué cojones andaba ese cabrón, con la tía esa y su puto restaurante chino-café de postín? ¡Un puto chino en Leith! ¡Hay mogollón de putos chinos en Leith! Un restaurante de postín, me suelta. Pues en Leith ni dios va a salir a cenar con corbata para ir a un puto chino, y menos cuando de día es un puto café sarnoso.

Claro, Lexo en casa de mi madre, metiéndome ese sobre en la puta mano. Dos de los grandes. Comprándome. Y claro, lo cogí porque me hacía falta el puto dinero, pero si Lexo se cree que él y la guarrilla esa con la que está se me van a quitar de encima es que piensa con el puto culo. Se va a enterar.

Pero hay un cabrón, una puta cara que me arde en la memoria más nítidamente que cualquier otro.

Renton.

Renton había sido mi amigo. Mi mejor amigo. Desde la escuela. Y se había sobrado que te cagas. Todo ha sido culpa de Renton. Toda esta puta rabia. Y nunca acabará hasta que se la haya devuelto a ese cabrón. Por su puta culpa acabé en la puta cárcel. El tal Donnelly se puso chulo, pero no le habría metido un palizón tan grande si no hubiera estado fuera de mí por el palo que me habían dado. Le dejé en ese puto aparcamiento en un charco de su propia sangre, y le dejé el destornillador afilado en la mano, moribundo. Después fui a casa y me hundí otro destornillador, una vez en las putas tripas y otra en las costillas. Después me puse un vendaje y fui tambaleándome hasta urgencias. Eso me valió una condena por homicidio en vez de por asesinato. Si no hubiera tenido antecedentes y no me hubieran empurado dos veces por lesiones graves con ensañamiento mientras estaba dentro, habría salido hace años. Es de puto descojono, y todo se reduce a ese puto ladrón de Renton.

Sí, tenía que salir, alejarme de Kate, porque de lo contrario no me habría hecho responsable de lo que hiciera. Su ex novio era un cabrón; la zurraba y eso es pasarse de la raya. Hay algunas tías que se merecen unos guantazos que te cagas, chicas que no se quedan satisfechas hasta que alguien les cierra la boca con el puño. Pero Kate no, ella no es así, fue una sobrada tratar de esa forma a una chavala como ella. Pero la cabeza me palpitaba, era como si estuviera a punto de saltar, así que salí que te cagas.

Pero después, en casa de mi madre, le eché un vistazo a un montón de ropa vieja: un par de bolsas llenas de jodidos efectos personales. Encontré una jodida foto vieja: yo y el cabrón de Renton en Liverpool, en el asqueroso hipódromo Grand National. La tuve en la mano tanto tiempo que me parecía ver que la sonrisa de ese cabrón se agrandaba. Y vi que la jodida sonrisa seguía agrandándose y que sus orejas de asesino de dibujos animados me apuntaban desde su cabeza. Confiar en un cabrón como ese.

Las tripas me empezaron a fabricar ácido que te cagas, la cabeza me zumbaba, y era como si a mi cuerpo le empezaran a dar espasmos que te cagas. Sabía que podía limitarme a quedarme mirando el puto cuadro, y matarme así, mantener la mirada fija en el cuadro hasta que explotara que te cagas. Claro, la sangre hirviéndome y reventándome las putas venas por la presión y luego que me sacaran en camilla con la sangre saliéndome a chorro de las orejas y las narices. Pero le aguanté la mirada, para demostrar que era más fuerte que aquel cabrón, y después casi me desmayo antes de tirar la toalla, y me quedé sentado en el sofá respirando con dificultad y con el corazón latiéndome a toda hostia.

Mi madre entró en la habitación y me vio agitado que te cagas. Me suelta: «¿Qué pasa, hijo?».

Yo no suelto palabra.

Entonces me suelta: «¿Cuándo piensas ir a casa de June a ver a los críos?».

«Dentro de poco», le digo yo. «Primero tengo que atender algunos negocios».

La escuché venga a hablar al fondo, cotorreando consigo misma sin parar, de esa forma en la que en realidad no quiere ni espera que le contestes algo, como si cantara una puta canción o algo así. Maneja algunos nombres nuevos como si yo tuviera que saber de quién coño habla.

Así que ahora he vuelto a subir a Wester Hailes y voy a llevar a Kate por ahí. Así que subimos al centro en un taxi. Le paso unos billetes para pagar al chófer cuando llegamos a la puerta de uno de los clubs, porque reconozco a un viejo colega del fútbol, Mark, trabajando de segurata, y me acerco a hablar con él.

Así que estoy largando que te cagas con Mark en mitad de la calle y me vuelvo y la veo pagar y al taxi largarse. Entonces se le acerca un cabrón y le suelta: «¿Qué, has salido a hacer la calle puta guarra de mierda?», le sisea como si de una puta víbora se tratase, levantándole la mano mientras ella se encoge.

«Davie, no», suplica ella con una especie de alarido agudo que te cagas y se ve por la gran sonrisa de satisfacción que lleva él en la cara que eso ya se lo había escuchado otras veces. Supe inmediatamente quién era. Mark, el portero, da un paso pero le detengo. Entonces me acerco caminando despacio hasta ese cabrón, porque saboreo que te cagas cada puto paso de este puto viajecito. Ahora el muy cabrón tiene a Kate cogida de la muñeca, y me ve aproximarme a ellos con naturalidad y a grandes zancadas.

«¿Tú qué coño quieres? ¡¿Tú también quieres recibir, cacho cabrón?! Tú también…», me grita pero cada vez está más desesperado. Se da cuenta de inmediato de que el ruido sólo molesta a los aficionados y veo cómo las ganas de pelea ya le abandonan. Se da cuenta de inmediato de que está jodido; ¡llevaba los huevos por corbata mucho antes de estar yo a cinco pasos de él! Las gruesas venas que se veían a través de ese cuello delgadísimo, la garganta poniéndosele colorada como un puto sarpullido. Y yo relajado que te cagas.

Le eché al capullo la sonrisa al ralentí y la mirada fija que te cagas; dejé que se cociera agradablemente durante un par de segundos antes de poner fin a sus sufrimientos y partirle la napia con un meneíto de la cabeza. Un puñetazo lo derriba y lo tira sobre los adoquines, y por el bien de Kate, porque hay muchos capullos alrededor, sólo le pateé tres veces: una en la cabeza, otra en la cara y otra más en la rabadilla. Me agacho y le cuchicheo al cagao este: «La próxima vez que te vea, te mato».

Él deja escapar algo a mitad de camino entre una puta súplica y un gemido.

Le digo a Kate que ese tío no volverá a molestarla nunca más. Pero no nos quedamos mucho tiempo en el club porque quería volver a casa pronto. Nos metemos en la cama y me la tiro a saco toda la noche. ¡Me dice que nunca ha visto nada igual! Estoy tumbado en la cama con ella, con las ideas dándome vueltas y después parándose en punto muerto, y veo su cara guay y pienso: joder, esta chavala podría ser mi salvación.