Ha sido un día atareado en la sauna. He dado un par de masajes que terminaron en pajas, pero le dije a un repulsivo sosias del líder sindical Arthur Scargill que le follaran (amablemente) cuando me pidió que se la chupara.
Bobby, de pie ante mí, con ese jersey de golfista estirado de forma inverosímil sobre su abultado abdomen, me da un toque. «Mira, Nikki, eres popular entre los parro…, entre los clientes y tal. El caso es que a veces tendrías que hacer un poquito más. Quiero decir, ese tipo con el que tuviste el tropiezo era Gordon Johnson. Es un hombre muy conocido en esta ciudad, un cliente especial, ya me entiendes», me explica mientras yo me quedo pasmada por el pelo que vierten sus fosas nasales y la forma tan incongruentemente amanerada que tiene de sostener un cigarrillo.
«¿Qué es lo que intentas decirme, Bobby?».
«Me dolería horrores perderte, cariño, pero si no rematas la faena, no me vales».
Siento un acceso de náusea y cojo las toallas y las meto en el cesto de la ropa.
«¿Me has oído?».
Me vuelvo para mirarle. «Te he oído».
«Vale».
Voy a buscar mi abrigo con Jayne y nos vamos al centro. Pienso en la falta que me hace este empleo y en hasta dónde estoy dispuesta a llegar para conservarlo. Es lo que tiene el trabajo sexual, siempre acaba reduciéndose a las fórmulas más elementales. Si de veras quieres saber cómo funciona el capitalismo, olvídate de la fábrica de alfileres de Adam Smith, este es el sitio que hay que estudiar. Jayne quiere comprarse un par de zapatos nuevos en una tienda que está por Waverley Market, pero yo tengo que ir a encontrarme con los demás en un pub del South Side.
Están todos presentes, y me sorprende que Lauren haya venido aquí con Rab. Es una sorpresa enorme. Pensé que estaría encantada de pasar la noche en casa con Dianne, que habría saltado de alegría ante la oportunidad de quedarse levantada bebiendo vino y dándose un festín de medianoche compuesto de tentempiés congelados con su nueva hermana favorita. Pensé que yo había quedado relegada al papel de tiíta chiflada, estrambótica y promiscua. Me da la impresión de que Lauren está aquí porque ha asumido la responsabilidad de «rescatarme» de una vida disipada. Qué aburrido. El tío del pub dijo que ni hablar de quedarse después de echar el cierre, así que Terry ha querido investigar el sitio este. Después nos llama al móvil y bajamos en un par de taxis. Me asombra que Lauren haya decidido unirse a nosotros, pero Rab le ha asegurado que él no se quitaba la ropa y que no es obligatorio follar.
El nuevo local es un bar de aspecto aún más sórdido en Leith. Mientras nosotros entramos, de nuevo por una puerta lateral, sale un grupo de jóvenes de pésima complexión, y hacen algún que otro comentario soez. Lauren se irrita. Dentro del pub, nos presentan a un tipo con un moreno de rayos UVA, con el pelo engominado y peinado hacia atrás. Con esas cejas oscuras e inclinadas y esa boca malvada y retorcida, se parece un poco a una versión algo más cruel de Steven Seagal. Nos conduce por las escaleras a otra habitación que tiene una barra que recorre toda una pared y varias mesas y sillas. Huele a húmedo y a cerrado, como si hiciera tiempo que no se utiliza. «Este ángel se llama Nikki», dice Terry, recorriéndome la espalda de arriba abajo con las manos. Cuando me quedo mirándole, protesta: «Sólo estaba buscando las alas, muñeca, no puedo creer que no estén…». A continuación se vuelve hacia Lauren y dice: «… Y este bombón se llama Lauren. Mi viejo amigo Simon», dice Terry, dándole una efusiva palmada en la espalda al doble de Steven Seagal. También le presenta al tal Simon a Rab, Gina, Mel, Ursula, Craig y Ronnie.
El tío este, Simon, abre el pestillo de la persiana del bar y nos tiende a todos la mano uno tras otro. Su apretón es fuerte y acogedor y parece de una sinceridad tan completa que tiene que ser puro cuento. Jamás había visto nada semejante antes. «Muchas gracias por haberos acercado hasta aquí», dice. «Me alegra mucho veros. Estoy tomando whisky de malta. Es uno de mis vicios. Estaría encantado de que todos me acompañarais», dice, sirviendo un poco de Glenmorangie en unos vasos. «Mis excusas por lo desordenado que está esto», explica. «Hace muy poco que me he hecho cargo y esta habitación se empleaba para almacenar… Bueno, será mejor que no entre en el tema de lo que se almacenaba aquí», dice riéndose entre dientes mientras mira a Terry, quien responde con una sonrisa cómplice, «pero hemos hecho limpieza».
«Para mí no, gracias», dice Lauren.
«Venga, muñeca, échate un traguito», le insiste Terry.
«Terry», dice Simon con gesto serio, «esto no es el puto ejército. A menos que la lengua inglesa haya sido alterada, por lo general la palabra “no” significa “no”». Mirando a Lauren, le pregunta con aire solemne: «¿Hay alguna otra cosa que pueda ofrecerte?». Acto seguido, junta las manos con una palmada y se las acerca al pecho, los codos apuntando hacia fuera. Tiene los ojos abiertos y una expresión escrutadora y torvamente sincera.
«No quiero nada, gracias», dice Lauren fríamente, manteniéndose firme, aunque estoy segura de ver asomar en sus labios una leve sonrisa.
Las copas van cayendo y pronto estamos todos absortos en la charla. Gina sigue un tanto indecisa respecto a mí, aunque debe de estar acostumbrándose a mi presencia ya que las miradas rencorosas han remitido un tanto. Los demás están amistosos, en particular Melanie. Me ha estado hablando de su hijito y de una historia de terror acerca de las deudas que le dejó el tío con el que estaba. Empezamos a escuchar una conversación de Simon (o «Sick Boy», como Terry a menudo se refiere a él, lo cual le produce la misma reacción que si alguien arañase una pizarra con las uñas) con Rab. Se están emborrachando con el whisky y hablan de rodar una película porno.
«Si necesitas un productor, yo soy el tío que buscas. Trabajé en el negocio en Londres», explica el tal Simon. «Vídeos, clubs de lap-dancing. Se puede ganar mucho dinero».
Rab asiente con la cabeza continuamente, para mayor angustia de Lauren. Ha cambiado de parecer respecto a beber y está trasegando vodkas dobles y dándole caladas a los porros de skunk que van circulando. «Cierto, el porno siempre tiene mejor aspecto en vídeo», afirma Rab, «bueno, al menos el porno duro. Se pierde la pretensión artística. Es como las grabaciones en vídeo y las películas en celuloide».
«Así es», dice Simon. «Me encantaría producir una película porno como mandan los cánones. En plan vieja escuela, en celuloide, una provocación erótica, pero con escenas de sexo hardcore ampliadas, rodadas en vídeo e insertadas en ella. Tengo entendido que para la película esa de Human Traffic, utilizaron vídeo digital, súper 16 y 32 mm».
Rab está ebrio debido al whisky y a la idea en cuestión. «Claro, durante el proceso de edición puedes hacer cualquier cosa, cuando se clasifica la película. Pero lo que hace falta realizar no es un vídeo de pajillero tirado que se vea fatal, sino una película pornográfica en condiciones, con un guión estupendo, un presupuesto decente y una producción esmerada. Una que ingrese en el canon de grandes películas del género».
Lauren mira a Rab con dureza, con expresión escandalizada. «¡Grandes películas del género! ¿Qué grandes películas? Si son todas un montón de basura lucrativa, que apela a los instintos más abyectos de…», mira a su alrededor y topa con la mirada lasciva de Terry, «… la gente».
Terry menea la cabeza y dice algo acerca de las Spice Girls, o algo por el estilo, porque yo voy un poco bolinga y el skunk este es letal. La gente parece dar vueltas a mi alrededor y sólo soy capaz de centrarme en ellos mediante un esfuerzo de voluntad desgarrador.
Rab se mantiene firme ante Lauren, con voz resonante: «Existen grandes películas del género pornográfico. Garganta profunda, El diablo y la señorita Jones…, algunas de las cosas de Russ Meyer, son clásicos y más innovadoras y feministas que mierdas pretenciosas como… ¡El piano!».
Este último comentario ha sido un golpe bajo, e incluso a pesar de mi vista nublada veo que a Lauren le ha dolido casi físicamente. Casi se dobla, y durante una fracción de segundo me preocupa que vaya a desmayarse. «No puedes decir…, no puedes decir que esa bazofia barata y sórdida…, no puedes…». Mira a Rab, casi suplicante: «… Sencillamente no puedes…».
«A la mierda el hablar de cine, hagámoslo», se mofa Rab. Lauren mira a este tío cargado de whisky como si se hubiera convertido en un monstruo que la ha traicionado. «Llevo dos años sin hacer otra cosa que escuchar palabrería», añade. «Mi novia va a tener un crío. ¿Y yo qué he hecho? ¡Quiero hacer algo!».
Yo me encuentro asintiendo entre la neblina, deseando gritar «¡Sí!», pero Terry se me adelanta, rugiendo: «¡Así se habla, Birrell!», mientras le sacude un trompazo en la espalda. «¡Hay que probar suerte!». A continuación nos mira a todos y dice con grandilocuencia: «La cuestión no es por qué habríamos de hacerlo, sino qué otra cosa deberíamos hacer, cojones».
Mientras Craig asiente de forma crispada y Ursula y Ronnie sonríen de oreja a oreja, Simon canturrea para corroborar lo dicho: «¡Ya lo creo, Terry!». Señalando a su amigo, sostiene: «Este hombre es un puto genio. Siempre lo ha sido, siempre lo será. Y punto pelota», nos canturrea. Después se vuelve hacia Terry y dice, con genuina reverencia: «Divino, Terry, divino».
Está borracho, por supuesto, como lo estamos todos. Pero no son sólo el alcohol y el porro lo que hacen que me sienta ebria; es la conversación, la compañía, la idea de la película. Me encanta, quiero formar parte de ello, y no me importa lo que piense nadie. Un acceso de euforia se levanta y amaina cuando caigo en la cuenta: esta es la verdadera razón por la que acabé en Edimburgo. Es el karma, es el destino. «Quiero ser una estrella porno. Quiero que los hombres se masturben ante mis imágenes por todo el mundo, ¡hombres de cuya existencia ni siquiera estoy enterada!», digo entre dientes, directamente a la cara de la pobre Lauren, deshaciéndome en una risotada fumada y brujeril.
«Pero te estarías convirtiendo en mercancía, en objeto; ¡no puedes hacerlo, Nikki, no puedes!», chilla.
«No es cierto», le dice Simon. «Los actores convencionales son más putas que las estrellas del porno», insiste. «El hecho de dejar que alguien utilice tu cuerpo o las imágenes de él que tú creas, no es nada. La verdadera prostitución consiste en dejar que utilicen tus emociones. ¡Esas jamás deben prostituirse!», dice con impresionante grandilocuencia.
Lauren parece a punto de ponerse a gritar, como si intentara recobrar el aliento. Se lleva la mano al pecho mientras la sensación de malestar hace que se le arrugue la cara. «No, no, porque…».
«Cálmate, Lauren, joder. Lo único que pasa es que nos hemos sobrao un poco con el skunk y el whisky», dice Rab, cogiéndola del brazo con suavidad. «Vamos a rodar una película. Vale, es porno. ¿Y qué? El caso es hacerlo, mostrarle al mundo que somos capaces».
La miro y le digo: «Soy yo quien controla la producción de mi propia imagen. La zorra que imaginan y construyen mentalmente, el papel que interpreto en la pantalla, esa persona será mi creación y no guardará semejanza alguna con mi verdadero yo», le digo.
«No puedes…», jadea ella, al borde de las lágrimas.
«Sí que puedo».
«Pero…».
«Lauren, eres una mojigata y tienes unos puntos de vista de lo más anticuados».
Exasperada y colérica, se levanta de forma vacilante, lanzándose hacia la ventana, aferrándose al alféizar y asomándose a la calle. Hay unas cuantas cejas enarcadas ante la brusquedad de su salida, pero la mayoría estamos demasiado a gusto bebiendo y charlando para fijarnos o para que nos moleste. Rab se acerca a ella y empieza a hablarle. Asiente de forma apaciguadora y después se acerca y me dice: «Voy a acompañarla a casa en taxi. ¿Quieres venir?».
«No, voy a quedarme aquí un rato», le digo, mirando a Terry y Simon e intercambiando sonrisas perversas.
«Está alterada y bastante hecha polvo por el skunk; alguien debería hacerle compañía, no vaya a ser que le dé la pálida», dice Rab.
Terry vuelve a darle a Rab una palmada en la espalda, esta vez con fuerza suficiente para que todos notemos la intención punitiva latente bajo la camaradería. «Hostia puta, Birrell, métele el rabo a esa putilla, a ver si así se deshiela».
Rab mira a Terry con acero frío en la mirada. «Tengo que volver a casa con Charlene».
Terry se encoge de hombros como diciendo: tú te lo pierdes. «Por lo que se ve, tendré que volver a ser yo quien lo resuelva», dice con una sonrisa. «Terapeuta sexual Lawson. Puramente como servicio profesional y tal. A ver qué te parece esto Rab: tú la arropas y yo me paso por ahí luego», dice riéndose.
Rab me echa una mirada un poco más larga, pero yo paso de ir a casa a sentarme y justificarme ante esa pequeña moralista lesbiana de tapadillo. Quiero la tajada que me corresponde. Llevo toda la vida tras ella y este año cumplo un cuarto de siglo. ¿Cuánto tiempo me queda antes de perder mi belleza? La gente no para de hablar de Madonna, pero ella es la excepción. Son las Britneys, las Steps, las Billies, las Atomic Kittens y las S-Club Sevens las que cuentan y todas ellas son unas putas crías en comparación conmigo. Lo quiero ahora, lo necesito ahora, porque el mañana no existe. Si eres mujer y eres bella, posees el único recurso perecedero que vale la pena: eso es lo que te dicen a gritos en las revistas, en la tele, en las pantallas de cine. JODER, EN TODAS PARTES: ¡BELLEZA IGUAL A JUVENTUD, HAZLO AHORA! «Que Dianne se quede con ella», le digo a Rab. A continuación me vuelvo hacia los demás. «¡Yo quiero marcha!», grito.
«¡Tú sí que sabes!», dice Terry, mientras me abraza con auténtico y delirante júbilo. Ahora la cabeza me da vueltas; Simon baja por las escaleras con un Rab de aspecto crispado y una Lauren temblorosa para dejarles salir.
Craig está montando la cámara, una simple lente DVC sobre un trípode, mientras Terry y Mel empiezan a morrearse. Ursula ha caído de rodillas a los pies de Ronnie y le está desabrochando la bragueta. Mientras Simon sube por las escaleras, pienso que debería hacer algo ahora, pero al ponerme en pie, siento algo en el pecho y empiezo a respirar agitadamente. Noto que alguien, creo que es Gina, me ayuda a llegar al retrete, pero la habitación me da vueltas y oigo risas y gemidos y a Terry diciendo: «Aficionados»; quiero poner mis pensamientos en orden pero oigo a Gina gritando: «¡Vete a tomar por culo, Terry, no se encuentra bien!», y tiemblo y me estremezco y lo último que escucho es la voz de Simon haciendo un estentóreo brindis: «Por el éxito, queridos amigos. Va a hacerse realidad. ¡Sucederá! Tenemos el equipo, obtendremos la pasta. ¡Sencillamente, soy incapaz de ver nubarrones en el horizonte!».