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EL ESCRITORIO DE RICHARD

Cuando el juez entró en las oficinas de la PJ y anunció que deseaba ver al señor Castang, creó un poco de confusión. La planta, para empezar no excesivamente grande, estaba atestada por catorce imbéciles recogidos después de una fiesta con drogas. El que hacía el número quince estaba en cuidados intensivos con una sobredosis, y no iba a recuperarse.

Había la pequeña y escuálida «sala de confesiones», pero no era lugar para un juez. Además estaba ocupada por Colin, al que habían dejado ahí solo para que meditase.

—Sería mejor que te encargases tú de esto —sugirió Castang a Richard con optimismo.

—No, no, intérpretes, ¡gracias! Subidlo aquí, pero yo me iré a la cama con Fausta. Muévete, señorita.

A Castang debiera haberle divertido aquella original promoción al despacho de Richard, pero la diversión no era lo primero en este momento. También se había quedado sin cigarrillos. ¡Y uno no sabía nunca cómo dirigirse a aquel hombre! Cada vez que decía «sir James» se sentía como un tonto…

La vida estaba llena de molestias. Intente no rascarse el estómago; el señor Goltz es aún un pretérito imperfecto. Las noticias de aquella mañana sobre monsieur Bianchi eran satisfactorias; se estaba quejando mucho con su forzada inmovilidad.

Un policía de la PJ en el escritorio de Richard es como un doctor. Ante cualquier cosa que se le diga, y no importa cuántas mentiras, no demuestra sorpresa, sino interés, comprensión. Pero las confidencias de la sala de consultas no son tan fáciles como las que se hacen en los bancos del parque.

No hay intérpretes —dijo Castang—. Tendrá que perdonar cualquier pequeña torpeza.

—He estado hablando con su esposa. Nos las arreglamos extraordinariamente bien en alemán. No encuentro que esto sea un obstáculo; su inglés es bueno.

La sonrisa de Castang fue débil y mecánica. ¿Qué ha estado tramando Vera?

—Dejaré de lado los preliminares —dijo el juez—. Las explicaciones tienden a necesitar más explicación.

»Me encuentro en una posición que no puedo mantener. El que usted lo adivinara o no; el que sus sospechas, expresadas ayer, fueran o no en gran parte fingidas, planeadas para presionarme, no importa. Usted no me debe ninguna explicación tampoco. Quizá esté tan ansioso de evitarlas como yo.

—Si lo entiendo correctamente, usted confiesa este crimen. ¿Es correcto?

—No puedo meter a mi familia en esto… También necesito una oportunidad de regularizar mi posición profesional. ¿Puede usted permitirme una breve entrevista con el señor Brooke?

—Eso se puede arreglar fácilmente.

—No sé por dónde empezar. Si desea hacerme preguntas le responderé lo mejor que pueda.

Castang asintió y tomó un pedazo de papel.

—No tiene por qué ser formal. Si tomo notas, es para evitar confusiones. Un juez de instrucción le hará preguntas precisas en su momento, y esperará respuestas exactas. Por ahora, me interesa verificar. Verá, la gente hace confesiones, pero no siempre son… comprenda; no estoy sugiriendo que usted me vaya a engañar. Pero hay varias clases de verdad. Algunas tan sólo son verdad en la mente del que las dice. Usted comprende que necesito información basada en hechos y que se pueda verificar.

El juez sonrió brevemente.

—No necesita elegir sus palabras con tanto cuidado. Tengo experiencia sobre confesiones falsas hechas a agentes de policía. Desearía hacer una observación, no busco proteger a mi familia. Igualmente, no puedo permitir que se pongan en peligro intentando protegerme.

—¿Puede que ocurra?

—¿Si lo ponemos como hipótesis?

—Creo que puedo garantizarle que quedarán libres de toda persecución, si la información falsa se acaba en este punto.

—Se lo garantizo.

—Entonces no se les acosará.

—Me gustaría verles libres de toda culpa.

—Es un punto legal. Yo sólo soy un oficial de policía. Si estuvieron en complicidad, o conspiraron de antemano, eso es decisión del juez. Si a usted le preocupa el que callaran u ocultaran información, quizá tan sólo la sospecha, entonces puedo tranquilizarle. La lealtad familiar no convierte a las personas en cómplices.

—La definición legal que utilizamos es «encubridor».

—No tengo la facultad de hacer tratos; eso también concierne al juez de instrucción. Sin embargo le doy mi palabra en esto: su familia, fuese lo que fuese lo que supiesen o adivinasen, mantuvieron silencio por lealtad a usted, ¿es así? ¿Sólo eso?

—Mi hija Patience se deshizo de ese coche; sin saber ni sospechar nada en aquel momento, lo prometo.

—Ya veo. Nadie utilizará eso contra ella, y no quiero que piense que estoy intentado embaucarle colgando incentivos ante sus narices.

—Habiendo hablado con su esposa, puedo creerle —dijo con sencillez.

—Es como en Inglaterra —dijo Castang tristemente—. Estamos gobernados por un código de comportamiento rígido y escrupuloso. Hay policías corruptos.

—También en Gran Bretaña, señor Castang.

—Empecemos por este punto —dijo Castang—. Aclara mucho acerca de lo que nos preocupaba. ¿Su hija condujo el coche y lo aparcó en Tours?

—Le dije simplemente que el coche pertenecía a una amiga de Colin, que nos había pedido que nos encargásemos de que se guardara en un sitio seguro para recogerlo más tarde.

—Esto la convenció, tras el descubrimiento del cadáver, de que su hermano era el autor del crimen.

—Me temo que así podría ser.

—¿Podemos retroceder a la noche anterior? ¿Le gustaría una taza de café? ¿O una cerveza? —preguntó Castang con optimismo, deseando una.

—Creo que preferiría una cerveza —dijo el juez, que se estaba volviendo humano a pasos agigantados ante los ojos de Castang.

Castang agarró el teléfono de Richard.

—Envía a alguien a por cuatro botellas de cerveza y un paquete de cigarrillos para mí… ¿Dónde estábamos? Sí, la noche anterior.

—Creo que tendremos que retroceder aún más.