VERA
Encontró a Richard haciendo tranquilamente la digestión, y de charla con Bianchi, lo que le dio un susto. Pero cada cosa a su tiempo.
—¿Dónde está el CID?
—Cogieron prestado un coche del consulado y se han ido a ver la zona de aparcamiento de Thomas. Quizá piensen que Laetitia vino haciendo autoestop con el carnicero. Pretenden verlo por sí mismos, y se están preparando para dudar de nuestro laboratorio IJ.
—No lo harán, ¿sabes? Y ella no lo hizo. —Mostró su trofeo, en una bolsa de plástico de la cooperativa del pueblo.
Richard hurgó con su pluma estilográfica.
—Apesta. Bájalo rápidamente a la IJ. Y espera un momento, tendrán que identificarlo. ¿Cómo se llamaba el de Caen? ¿Robin? Fausta, télex a Caen. Y llame al juez de instrucción.
—Y si te da lo mismo —dijo Castang—, me voy a tomar el resto del día libre.
—Sí, te lo has merecido. Con esos guardapolvos parecéis algo que sobró de Le Mans. Mañana, cuando hayas descansado bien me gustaría que escucharas lo que monsieur Bianchi, aquí presente, tiene que decirte.
—Pero…
—No, amigo mío. El juez, ya lo sabes, no va a arrastrar a esos ingleses esposados a través de media Francia. Tranquilízate. Grenoble se dio un susto, ya que perdieron al chico. Pero le han encontrado de nuevo. Les dejaremos que vengan a su debido tiempo.
—Evidencia —dijo Castang—, in-con-tri-ver-table —disfrutando con la palabra.
Estaba tendido en el sofá como el marinero desalmado que tuesta al sol su peluda espalda.
—No entiendo nada —dijo Vera.
—Tampoco yo. Nadie lo hace. Aunque empieza con Laetitia. Una persona excéntrica, coleccionaba gente excéntrica, como policías. Encontramos un vestido en un cubo de la basura, ¿y qué? La gente que va en coche tira cualquier cosa. Pero es el suyo y lo reconocerá un policía. En Caen, entró en una oficina de la PJ precisamente y charló con un policía llamado Robin. Él reconoció el dibujo que hiciste.
—Tenía un rostro singular. Pero ¿significa eso que estas personas la asesinaron, o lo sabían, o qué?
—Hay un montón de textos sobre desfiguración de la verdad y encubrimiento que el juez puede utilizar. No extenderá un mandato judicial. Tal como dice Richard, no puede arrastrar a esa gente esposada a través de media Francia. Es mejor enviarles una notificación para que se presenten en la comisaría cuando vayan de vuelta a casa.
—Pero seguramente huirán; el chico lo hará de todos modos.
—Lo que yo dije. Tal como Richard lo ve, los otros son una garantía de que él se comportará bien; yo personalmente pienso que tan pronto como reciba una citación pondrá pies en polvorosa. Richard puede pedir que un par de policías locales se disfracen de profesores de esquí, sin hacer nada, excepto esperar a que lo intente; la huida equivale a culpabilidad. Creo que ahora está bastante claro; cargó a su papá con el cadáver.
—Pero ¿por qué?
—No sé por qué —dijo Castang malhumorado—. No quiero saberlo. Todos estos porqués incumben al magistrado. Bien como tapadera, como se pensó en un principio; sólo como una especie de doble farol, ¿entiendes? Quizá por algún rencor o resentimiento desconocidos. De ninguna manera algo sin precedentes. El padre es un juez, excesivamente respetable y satisfecho consigo mismo para el gusto del chico. ¿Cómo se sabe? —dijo soñolientamente—. El interrogatorio lo descubrirá.
Pero Vera una vez que había empezado algo lo proseguía con severa obstinación.
—¿Se supone que la siguió el chico hasta Tours? ¿Y arrojó el vestido en el cubo de la basura para implicar aún más a la familia? Yo pensaba que el vestido hubiera sido irreconocible, a no ser por el policía de Caen. Me suena todo de lo más improbable.
—Bien, el asunto todavía es oscuro. Pero a menudo es así. Una investigación alcanza un punto en el que se pide explicación a la gente y se le pregunta seriamente porque hay pruebas materiales que demuestran una conexión. El hecho de esconder sus ropas y su bolso demuestran una intención de encubrir. No necesariamente de implicar. Si el chico siguió la carretera desde Tours, esa estación de servicio podría ser una coincidencia; el encargado del surtidor recordaba el Rolls, pero uno de esos pequeños Triumphs…, hay muchos de esos.
—Esa chica, ¿por qué tenía un arma en su bolso?
—Cariño, no lo sé. Le gustaban las armas, tenía un interés morboso por ellas, eso está claro. Dos más en casa. Se lo justificaba a sí misma pretendiendo que necesitaba protección, sola en un coche en un pícaro país extranjero. La excitaba llevarlo encima. —Vera emitió un sonido despreciativo—. Mujer, déjame en paz.
—¿Y qué van a pensar los ingleses de esta peculiar historia?
—Sin duda, no les va a gustar nada —dijo con una nota de regocijo—. Richard les verá, no es cosa mía, y me alegro de ello. Ha estado coleccionando todos esos comentarios sarcásticos ingleses (ya sabes, como que la principal contribución del Mercado Común a Inglaterra ha sido la rabia). Se está preparando para ser devastadoramente dulce; bien, si ustedes persisten en enviarnos a ninfómanas descalzas con pistolas, qué le vamos a hacer.
—Ella es más que eso —murmuró Vera obstinadamente, pero se le había dicho que callase.