UN VIAJE A LA COSTA
—Ese gusto que tienes por las coincidencias es realmente vicioso.
Pero la palabra vicieux es una trampa y significa más bien «pervertido».
—¡Primero tu maldito clochard y ahora esto!
Pobre Castang, él un pervertido.
—No es culpa mía —se defendió— si alguien mete cadáveres ingleses en el Rolls-Royce de otros.
—Esperas que vaya al galope a ver al juez y le diga que hemos descubierto que la chica desnuda del coche tenía la boca arreglada en Inglaterra, de modo que prácticamente es inglesa. Y él me preguntará —añadió con ferocidad—, ¿cómo que prácticamente? ¿Y qué le voy a decir? ¿Eh?
—Imagino —dijo Castang suavemente—, que se te podría ocurrir que la chica desnuda podría estar de alguna manera conectada o incluso ser conocida de aquellas buenas personas. No tuvo por qué viajar necesariamente con ellos, pero sí haberse encontrado a propósito, puesto que «por casualidad» sería otra coincidencia y ya hemos tenido demasiadas.
—Ante lo cual —dijo con peligrosa dulzura—, el juez sugiere que pidamos al CID inglés que investigue los antecedentes de esta familia, con vistas a obtener una identificación positiva de la chica desnuda. ¿No es así?
—Algo parecido.
—No, no haremos esto, Castang, y tampoco lo hará el juez. Porque al CID no le gustará la idea de que un puñado de palurdos policías franceses, quienes en su opinión son todos y cada uno de ellos gángsters corsos, sugieren que su prestigioso juez se lleva putas de Yakarta como compañeras de viaje.
—Las famosas repercusiones diplomáticas. De modo que nos preguntamos si la familia del juez no podía conocer de ninguna manera putas de Yakarta. Quizá él trabajó en Hong Kong o Singapur; son colonias inglesas, ¿no?, y tuvo una hija ilegítima a la que sólo se atreve a ver en Francia.
—Castang, no seas sarcástico conmigo, te lo ruego. Lo que vas a hacer, simplemente, es no mencionar al juez para nada. Haz que retoquen la fotografía, dejando los ojos y el resto en su estado normal. Convierte la descripción física que tenemos aquí en algo que los ingleses puedan entender. El viejo Deutz es una maravilla haciendo estas cosas, pero deja fuera lo de los pies descalzos y los pechos estupendos; el CID nos tomaría por un puñado de maníacos sexuales. Envías el gráfico dental y el informe, que están en código, de modo que no necesitarán traducción. Si ellos no pueden hacer nada con esta descripción tan extremadamente completa y detallada, nadie lo podrá.
—Les encantará eso. Trotando por todos los dentistas.
—No seas ridículo, hombre, se hace todos los días. Eso nos cubre a nosotros. No sabemos nada de un juez; pedimos una identificación, de una mujer muerta, quizá inglesa, encontrada en circunstancias que sugieren homicidio. Eso es todo lo que necesitan saber. Una vez que tengamos un nombre y una dirección, hablas discretamente con ese policía al que conociste en Londres, cuando lo del asunto La Touche, y le pides que mire sus antecedentes discretamente.
—Es demasiado inteligente; se lo olerá en seguida. De todas maneras está en la Brigada especial. Me presentó a un inspector de homicidios cuando estuve allí, que era un auténtico hijoputa. Sólo eso.
—Muy bien —dijo Richard—. Hazlo de la manera más difícil, si quieres. En lugar de enviar todo tu material para una identificación a Tours de la manera ordinaria, ve tú mismo. Pasó en su terreno y ellos son los responsables. Deberían prestar más atención a los coches aparcados. De todas maneras eso es lo que quiere el juez; tiene que comprobarse a los visitantes y al personal del hotel. El juez está de acuerdo además en que la historia del chico Armitage, que era vaga, evasiva e insolente, en lo que se refiere a su paradero, debe comprobarse, pero no quiere pedir oficialmente a Caen que lo haga. Sin embargo, está dispuesto a que tú vayas, con un gasto razonable; hablaré con Rougerie en Caen para explicarle tu presencia en su sector. Te vas a Deauville. ¡Vaya suerte, un viaje a la costa!
—¿Y qué pasa con el pobre Auguste?
—Monsieur Bianchi se ocupará de ello mientras estás fuera.
Monsieur Bianchi pertenecía a una raza de policías en extinción, la de los oficiales sin un título de derecho, sin diplomas estrafalarios y no le importaba en lo más mínimo aquel deplorable estado de cosas. Simplemente, había sido un policía durante treinta años, concretamente desde la guerra. Debido a que lo mencionaba algunas veces al personal joven (atiborrado de títulos) le encantaba decir con divertido énfasis: «monsieur Bianchi ha sido policía desde mil novecientos diecinueve». Tenía una mención por servicios distinguidos durante la guerra y en el ojal de la solapa de su sucia chaqueta descolorida lleva un sucio pedazo de descolorido cordón de seda. El personal joven no sabe lo que significa, y no le interesa en absoluto; monsieur Bianchi (con o sin sarcasmo siempre le llaman «Mossieu») no habla de ello. Una o dos veces al año se pone su traje de los domingos y se llena el pecho de medallas, pero nunca en la oficina; es un Caballero de la Liberación y muchas otras cosas además. Dice la leyenda que una vez, cuando André Malraux vino a inaugurar una sala de cultura y dar una conferencia sobre Jean Moulin, monsieur Bianchi (que debía de haber estado engullendo champán municipal hasta la saciedad) le palmeó la espalda y le tuteó. Muchas otras leyendas le rodean. Una dice que no come nunca y que subsiste a base de café y de los cigarrillos más fuertes, los Boyards fabricados por la Seita. Parece tener buena salud y nunca está enfermo.
¿Quién le reemplazará cuando se vaya? Ya que la gente que se cierra como una almeja ante los elegantes muchachos de hablar rápido, le habla a él. Atrae confidencias. Consigue terminar una inmensa cantidad de trabajo, y Richard dice de él melancólicamente: «El equivalente de Bianchi serían cuatro mujeres eficientes con doble sueldo». Puesto que no tiene diplomas nunca ha llegado a comisario, pero también ante esto se comporta con serena indiferencia.
Adolescentes que se escapan de casa, respetables hombres de negocios que se vuelven locos repentinamente, esposas que le dan a la botella, rateros de tiendas o amantes inadecuados, y todas las investigaciones que se hacen en beneficio de las familias (todavía un porcentaje sorprendente del trabajo de la PJ), todo esto es el pan de cada día de monsieur Bianchi. Castang se sintió bastante satisfecho. Lo cual significaba que hubiera estado aún más satisfecho si monsieur Bianchi hubiera heredado el viaje a la costa, pero qué le iba a hacer; había que intentar no quejarse. Vera odiaba que estuviera fuera, pero tenía el buen gusto de no mostrar nunca su inquietud. Marzo en la costa de Normandía; seguro que haría más viento que en el infierno. Richard interrumpió sus meditaciones.
—Puesto que vas a tener un día ocupado, será mejor que te muevas —dijo con voz ofensivamente alegre.
El fotógrafo levantó las manos al cielo cuando se le pidió que consiguiese algo reconocible.
—No seas ridículo, estaba hinchada como una goma de mascar.
—Bien, entonces haz un dibujo —dijo, consciente de que eso se decía con mucha facilidad.
Sucede dos o tres veces al año, que se encuentre a alguien en una cantera de grava en desuso y decididamente en malas condiciones. Los «húmedos» son horribles, pero los «secos», a los que han visitado cuervos, ratas y otras bestias inmundas, no son mejores. El arte policial nunca ha ido más allá del nivel de los tipos atrasados que les ponen bigotes a las damas de los anuncios de sostenes. Incluso si le planteaba el problema a Vera…
Al final, lo hizo.
—No tienes por qué mirarlo, si no quieres. No es agradable. Los intentos de retoque son siempre catastróficos. No sé, si se intentara por el otro extremo hacer un dibujo y luego fotografiarlo, ¿se conseguiría un mayor parecido?
Vera miró, apretó los dientes, miró fijamente de nuevo y luego dijo:
—No.
—Comprendo.
—No es tan malo, uno tiene que acostumbrarse y yo puedo. Pero todo lo que puedo hacer es una ilustración, una reconstrucción imaginaria. No conseguiría ningún parecido.
—¿Lo intentarás?
Cogió un pedazo de papel sin decir una palabra. Sin que se lo dijera, utilizó un carboncillo litográfico que se podría fotografiar bien. Al final hizo tres, haciendo trampas con ellos; tres cuartos de un rostro mirando de reojo con ojos oblicuos.
—Gitana, hecha por Kate Kollwitz. Horrible. No puedo superar el problema; únicamente puedo ponerme sentimental. No puedo hacer nada más.
—No importa. Recuerdan a alguien vivo, y así es como si alguien la ve la recordará. Haré que hagan copias. ¿Quieres prepararme la bolsa? Si quiero estar en la costa por la mañana, tendré que empezar a hacer carretera.
—Vuelve intacto —le dijo ella.
—No es el tipo de asunto que implique un riesgo. Incluso si lo hubiera, hace tiempo que lo decidí: prefiero ser un prudente policía cobarde.
Era tan sólo un poco menos que la verdad. Ella conocía la existencia de las estadísticas del Ministerio del Interior. Lo que no sabía, o él esperaba que no lo supiese, era que uno puede ser prudente como una compañía de seguros, y de una cobardía total, y a pesar de todo pasar a engrosar las estadísticas. Hay que ser indiferente a las estadísticas y tener la habilidad de saber apartarse de los accidentes de los demás, que los periodistas llaman baraca. Igual que «una vida encantadora», no es una frase que los policías utilicen.