16

LAS MARIONETAS WAYANG

Richard dijo:

—Vaguedades de un viejo chocho… La prueba de que no tiene valor, si se necesitase alguna, es que en once intentos nunca consigue dar un solo dato relevante.

Pero Richard estaba equivocado y el juez demostró un inesperado entusiasmo.

—Tienen valor. Se hubiera podido evitar la muerte de este viejo, es una muestra gratuita de violencia. Una plausible explicación obvia sería que sorprendió a algunos delincuentes juveniles rondando por ahí, forzando las puertas, y le estrangularon para evitar que hiciera sonar la alarma.

Richard no dijo nada. ¿Desde cuándo los delincuentes juveniles se tomaban la molestia de disfrazar de suicidio sus crímenes? Pero si le gustaba escucharse a sí mismo…

—Como yo lo veo —siguió el juez pesadamente—, ese vagabundo fue testigo de la salida o entrada del asesino en la casa. Todo ese montaje de Castang sobre qué mano usa uno para cortarse el cuello no me impresiona. La botella vacía en la otra mano… el informe de la autopsia mostrará el grado de alcohol que había en su sangre. Sospecho que no estaba en condiciones de afilar un lápiz, y mucho menos de cortar el cuello de nadie. De todos modos ¿dónde está el informe de la autopsia? —dijo malhumorado.

—La mujer que los pasa a máquina está fuera de circulación, tiene varices —contestó resistiendo la tentación de hacer algún comentario irónico.

El juez elevó las manos al cielo.

—¡Y se quejan de la lentitud de la ley! ¡El tribunal juzga un caso, y el personal de oficinas consigue pasarlo a máquina trece semanas después!

La policía judicial se pasaba las tres cuartas partes de su tiempo escribiendo a máquina, pero, evidentemente, cualquier comentario de este tipo sería ocioso.

—Será mejor que hagamos un registro. Esto apareció en la casa, si he entendido este inconexo relato; pueden producirse otros descubrimientos interesantes.

—Si la frase «existen y las he visto» significa algo, quiere decir que no disponía de pruebas físicas. Chocho pero no tan chocho; el tipo se tomó muchas molestias con su redacción. Lo encontró difícil porque quería expresar exactamente lo que decía. Se da el mismo problema con todos los informes escritos. Se utilizan frases en una jerga especial porque tienen un significado legal preciso, sin tener en cuenta si tienen sentido o no.

—Sí, sí —dijo dejándolo de lado—. Sigo pensando que un registro… esa anciana evidentemente lo revolvería todo a conciencia, pero no sabía qué tenía que buscar.

—Tampoco lo sabemos nosotros. ¿Qué prueba, y al mismo tiempo prueba de qué? Yo sugeriría una investigación por el vecindario.

—Hum… —musitó el juez—. No me gustan demasiado, ya lo sabe. Absorben una inmensa cantidad de energía, sacan a la luz una multitud de trivialidades irrelevantes y raramente algo de valor. Con todo, entiendo lo que quiere. Castang es la persona adecuada. Vive ahí; puede ocuparse del caso discretamente.

—El hecho de vivir allí es una buena razón para que no esté demasiado dispuesto a hacerlo. Desearía mantenerle en ese asunto del coche inglés. Estoy de acuerdo en lo de la discreción. Hablé con la anciana, y desde luego está extremadamente ansiosa de echar tierra encima. He ahí la razón. Si nuestro hombre está conectado con el vecindario, tal como parecen sugerir las circunstancias, no tenemos que alarmarle y que haga alguna barbaridad mientras aún no sabemos nada. Todavía falta para que una indiscreción deliberada le haga salir cuando sepamos que está ahí. Veré a quién puedo encontrar.

Por una vez, el señor Castang no estaba escribiendo a máquina, sino sentado a su escritorio tirándose del labio mientras leía los informes de las autopsias, que acababan de aterrizar allí con un ruido sordo. Patología, demostrando un celo que en otras ocasiones hubiera encontrado excesivo, había enviado tres a la vez. Habían hecho incluso la autopsia del clochard… pero se dio cuenta de que más que un deseo de ayudar, era un excelente ejercicio clínico para los estudiantes. El catedrático había escogido simplemente una demostración clásica de los diferentes síntomas que podían observarse: malnutrición, cirrosis de hígado, blablablabla, hasta llegar a los uñeros. Había estado trabajando en ello todo un grupo de estudiantes, lo que explicaba aquella sorprendente rapidez. Todo aquel material sobre el páncreas le enseñó mucho, mucho más de lo que quería saber sobre enzimas.

De todas maneras, encontró un hecho sólido, el pan de cada día de la policía. Veamos ¿cuántos miligramos integran el nivel permisible de alcohol cuando se sopla en una bolsa de papel? Hum…, el nivel de tolerancia variaba ampliamente, y podías tener a un carnicero conduciendo con un riego sanguíneo que haría que cualquiera se cayera de espaldas menos ese… todo lo que se podía decir era que si el pobre cabrón se había cortado sus propias arterias, al mismo tiempo habría estado bailando la rumba. Volvió a la parte que hablaba de la herida.

«Incisión de menos de 2 cm de longitud pero de casi 9 mm de profundidad».

¡Un trabajo notablemente preciso!

Por otro lado el informe sobre Auguste… Las iniciales del informe eran las de un patólogo con una falta de sentido del humor congénita, y no se le había ocurrido escribir otra cosa que: «Tomando en cuenta todos los achaques que se relacionan en el informe es difícil encontrar algo que le hubiera impedido llegar a los cien».

La calidad del informe sobre la mujer del coche era totalmente diferente, como era de esperar, ya que lo había hecho el catedrático. ¿Quién más se hubiera dado cuenta de que estaba acostumbrada a andar por ahí descalza? Animó a Castang. Sabía que estaba trabajando para la policía, de modo que había muchas menos medidas y cifras, y muchos más detalles externos. ¡Empezaba a verla con más nitidez!

No era aún una persona, pero sí unas facciones en las sombras. Se encontró recordando, sin saber por qué, algo que había visto en la televisión; sí, el teatro de sombras javanés. Las marionetas que utilizan son extremadamente estilizadas. Frágiles tiras de bambú unidas con pedazos de papel o seda, de manera que la sombra que proyectan es un garabato, abstracta, casi fortuita. Sin embargo, parecen más vivas que una marioneta hecha con proporciones cuidadosas y esmeradas. Las marionetas wayang dependían, como cualquier marioneta, de la habilidad y la flexibilidad de los dedos del manipulador, pero aquellas sombras garabateadas eran más siniestras y fascinadoras. No se podía seguir la historia, explicada en javanés o lo que fuera, pero el tono invariable y chirriante era extrañamente parecido a la voz fría y sin energía del catedrático.

«Pelvis gruesa y caída, piernas cortas, no muy derechas y bien cebadas. Crecimiento abundante de áspero vello corporal. No estaba excesivamente limpia, y mientras que los cosméticos habían sido usados con prodigalidad, un poco de agua y jabón no le hubiera ido mal».

Aún más, en el último párrafo.

«Aunque la hinchazón facial y la distorsión, y especialmente los ojos, le quitan todo el significado a la frase, era una chica extremadamente bonita. La tosca morfología, la aspereza de la piel y el pelo, no contradicen la impresión de una abundante vitalidad, aunque contribuyen poco. Ninguna adición de detalles fisiológicos expresaría el extraordinario atractivo que poseía. A riesgo de ser acusado de ser contradictorio, había una lozanía en ella, un cierto brillo. Ni la ausencia de alma ni la brutal supresión de esa alma puede borrar los rastros de este sorprendente hecho».

Únicamente el profesor Deutz razonaba de esta manera. No había la menor intención en él de ser travieso o provocativo, o de hacer uso de paradojas para realzar sus argumentos. Castang sintió la seducción que una inteligencia excepcional tiene para una inteligencia mediana. El hombre no intentaba impresionar; nunca lo hacía. Si decía cosas como aquellas era porque las había visto. Esta es la misión de un auténtico experto, para ampliar e intensificar nuestro campo de visión. Tú o yo andamos por un museo de pintura, observando mientras pasamos «Mujer anciana de Rembrandt», «Mujer gorda de Rubens». ¡Pero hagamos eso en la compañía de un auténtico experto, y será totalmente diferente!

Si Castang hubiera estado allí con él para poder poner la iluminación, las visiones, los olores, dejando de lado las técnicas improcedentes, hubiera podido mostrarle; hubiera visto.

Incluso, tan sólo con las palabras aburridas e inexpresivas de un informe escrito podía llegar lejos.

En su pantalla habían aparecido las sombras de dos marionetas wayang, al principio unas manchas oscilantes, volviéndose gradualmente más nítidas, más claras. Una, un asesino, furtivo y rápido, con una eficiente brutalidad para eliminar los obstáculos que bloqueaban su acceso al placer. La otra una víctima, una chica de largo pelo negro y de facciones toscas y acentuadas, a quien le gustaba bailar con los pies descalzos, flexible y atlética, con un inusual buen sentido del ritmo y de la coordinación. Sin embargo, detrás de la pantalla no eran más que muñecas de madera, papel y cola.

Deutz había visto en los tejidos muertos y congelados, que no volverían a estar vivos, el rápido centelleo de la sangre viva. Pasa de nuevo las páginas del informe, haz un esfuerzo.

«Muñecas y tobillos de huesos menudos. Las manos y los pies, de perfectas proporciones y dibujo», y por muy borrosas que estuvieran las facciones, «orejas de rara belleza, labios magníficamente moldeados», y el cuerpo mismo. «Cavidad torácica, grande y bien desarrollada. Abdomen escultural, fuertemente musculado», y el poco frecuente toque sardónico que Deutz se había permitido: «pechos, espléndidos». Releyendo, Castang llegó de nuevo a las originales observaciones superficiales: «Raza, mestiza (euroasiática) o cuarterona. Sangre de Indochina o Indonesia pero yo no soy etnólogo. Cráneo, latino».

Y Castang, que le había echado una mirada bajo circunstancias muy malas, eso hay que admitirlo, se había preguntado vagamente si no había algo eslavo ahí, ¡él que tenía una esposa eslava!

El informe del dentista estaba sujeto con un clip, ¡todo él una jerga de estomatológica ampulosidad! Castang se abrió camino valientemente.

Traducido, sus dientes no estaban bien: descalcificación, una muela del juicio incrustada, algo prognato. Tralará, ¿dónde estaba la miga ahí? ¿Por qué había querido Deutz un informe extra? Bueno, le habían hecho muchas cosas en los dientes. Normal ¿no?, es importante para una chica y especialmente para esta. Su boca era excesivamente grande para su mandíbula; sí, lo podía entender pero… ¡Eh! En la última línea recibió una sorpresa:

«Una gran parte del trabajo dentario, por no decir todo, diría que es de mala calidad. Algunas de las decisiones tomadas fueron imprudentes, por no decir otra cosa, y los métodos empleados discutibles. El estilo de trabajo no es europeo ni tampoco diría yo, americano. Si se me pidiera una opinión me arriesgaría a decir que su origen es inglés».

¿Era inglesa? Y si lo era… ¿qué diría Richard de eso?

Al igual que Castang, Richard dijo «¡eh!», y volvió a leer el párrafo.

—Si era inglesa… —aventuró Castang.

Richard se palpó la mandíbula cuidadosamente, como el hombre de un antiguo anuncio de espuma de afeitar, insatisfecho con los resultados obtenidos. No utilice Gloop y nunca recibirá un ascenso.

—¿Sabes que eres una endemoniada molestia?