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PATOLOGÍA Y PARASITOLOGÍA

Richard vio salir a sus policías por la puerta con alivio. Había ocasiones en las que era excesivamente irritante. Cantoni era un buen policía, con talento para asuntos de gángsters y atracos a mano armada, en gran parte debido a que su mentalidad era muy parecida a la de ellos. Bastante audaz, decidido, muy rápido, y alarmantemente insensible. Lasserre, que el Señor nos perdone, era también un buen policía, incluso a pesar de tener la moralidad de una gaviota y, también la mayoría de las otras características de esa desagradable bestia: duro, codicioso, ruidoso y rencoroso. Castang era el más brillante, y también lo bastante sensible e imaginativo como para valer por dos, pero poco fiable porque estaba lleno de debilidades y tenía tendencia a ponerse a soñar en el momento más inoportuno. Agrupado con el corso, formaban un equipo fuerte, pero se tenían aversión el uno al otro… En cuanto a Lasserre… ¡Se detestaban mutuamente! Castang se las arreglaba bastante bien por su cuenta, si no lo enviaba todo a la mierda con una de sus típicas idioteces.

—Sí —dijo tomando el auricular.

—Siento haberle hecho esperar —era una voz tan áridamente seca y de una tan estudiada falta de emoción, que uno no podía figurárselo fuera de su ambiente esterilizado, aunque Richard sabía que tenía seis hijos—. Ya que sé que tiene prisa y como yo aún no he dictado el informe… Germánica, para empezar. Su hombre tenía razón; la cogieron por detrás con el ángulo del codo, asfixiada por presión del antebrazo. Laringe aplastada, que hace que la persona se asfixie. Una cosa que creo le interesará: estaba embarazada de nueve semanas. Trabajo sedentario, secretaria, jugaba mucho al tenis. Su dentadura era mala; arreglada considerablemente, y aún le faltaban muchos arreglos más. Había andado mucho descalza. Veamos; grupo sanguíneo, pulmones de fumadora. Algo de alcohol en la sangre, de hecho más bien mucho, estaba bastante borracha. Una comida fuerte una o dos horas antes de la muerte. Comida trivial: marisco, bistec, patatas fritas, ensalada, pastel. Por la hora de la comida, podemos fijar la muerte alrededor de medianoche. Contacto sexual entre la comida y la muerte, pero no podemos clasificar el esperma. No diría que hubo lucha; es una palabra demasiado vaga. La trataron con un poco de brutalidad; magulladuras en la parte superior de los brazos y en la zona torácica. Algunas antiguas. No implican una violación: fue una pareja complaciente. ¿Es eso suficiente para empezar o quiere más?

—Es suficiente por el momento, tengo que ver al juez. Tengo una idea general. Y muchas gracias. De todas maneras, ¿ha terminado su trabajo?

—Tengo bastantes para ir tirando. Pero con esta sí, provisionalmente. Tendré el informe tan pronto como lo pasen a máquina.

—Gracias de nuevo —dijo Richard.

—Estoy intentando hablar con usted desde hace media hora —dijo la voz del juez, de mal talante—. Esa chica suya…

—Ella trataba de distraerle —mintió Richard suavemente, sin permitir ningún tipo de charla sobre su Fausta—. Tengo un télex de Tours y el resumen telefónico de los hallazgos patológicos; intentaré condensárselos aún más, ¿de acuerdo?

Se habla de tener la paciencia de Job, pero ¿estuvieron los jueces entre sus aflicciones?

Le dio muchas vueltas a «verlo por sí mismo». ¿Qué era lo que había que ver? El debido proceso de la ley y la separación de poderes, y comprobaciones-y-comparaciones (una barbaridad de frases que salían con facilidad de la boca de los políticos). Muy bien, Richard admitía de buen grado que el juez de instrucción tuviera, por supuesto, el derecho a controlar y supervisar las investigaciones policiales. Sonaba bien. Al público le gustaba bastante la idea de que un magistrado honrado y escrupuloso vigilara severamente al sheriff poco honrado. En realidad no era más que una legislación de mierda cuyos orígenes se remontaban a Fouché; Napoleón había padecido de un muy sano recelo a conspiraciones mientras él estaba fuera, y desconfiaba totalmente de su ministro de Policía.

De cualquier manera, quis custodiet ipsos custodes, o ¿quién vigila a los vigilantes?

En efecto, muchos jueces practicaban una cómoda negligencia y se tomaban algunas molestias para no saber cosas que no les haría ningún bien saber. ¡Te encuentras con un par de asuntos molestos y complicados, y tienes que ir a dar con un pequeño impertinente, pagado de sí mismo, como aquel, apenas recién salido de la facultad de derecho e imaginándose a sí mismo como a un enviado de Dios para cuidar de la ética de Richard! Era pura mala suerte que la casa donde vivía Castang, de ordinario una colmena de parásitos burgueses, sí, pero meramente cómicos, estuviera ahora produciendo el mismo tipo de mequetrefe inquieto. Castang trastornado, para acabarlo de arreglar… Había más de una especie de parásitos. Los rinocerontes tenían un ave parasitaria sobre su cuerno y los tiburones una rémora sujeta a su estómago, y él, Richard, tenía que vivir permanentemente con una solitaria cuya longitud era tal que daba tres vueltas a su oficina.

Incluso sus treinta segundos de soñar despierto debían recibir su castigo: Fausta le llamó por teléfono.

—Ese cónsul pesado está al teléfono otra vez.

—Inmediatamente estoy con él —dijo Richard en su voz normal, controlada.

¡No pensaba tener a ningún cónsul pegado a su estómago!

—No, nada, gracias —esperando que su estómago no hiciera ruidos. No era asunto suyo si el comisario no había almorzado—. No estamos seguros de nada, señor Greene, excepto de que esto es un caso curioso y que hasta ahora no hemos avanzado en su esclarecimiento.

—Es exactamente este adjetivo, comisario, el que sin duda hace que sea obvio que mis compatriotas aquí presentes deben estar de lleno en el campo de acción de sus investigaciones. Curioso es la última palabra que podría decirse que es aplicable.

—Bien, tal como está, no hay discusión posible. ¿No le molesta mi cigarro verdad? No he tenido tiempo; deben ustedes comprender que esto no se va a resolver en veinticuatro horas. El resultado de la investigación sumarial que se hizo en ese hotel demuestra que con toda probabilidad el coche quedó abierto.

—Lo he estado diciendo todo el tiempo, asegurando que aquella gente no era de fiar —empezó la señora con xenofobia.

—Calla —dijo Patience.

—Por lo tanto, debemos asumir que la joven fue introducida en el coche en algún momento durante la noche y ampliar, por consiguiente, el ámbito de nuestra investigación. Deje que me explique, por favor, señor Greene. No tengo ningún deseo de mantener a su familia aquí, y son libres de hacer lo que les parezca.

Se intercambiaron miradas de triunfo.

—Hay una pequeña salvedad —siguió Richard, escogiendo sus palabras—. Debe quedar bien claro que el juez de instrucción tiene el derecho de escuchar y, si es necesario, convocar testigos. Este juez es extremadamente concienzudo y meticuloso, cualidades que sir James aquí presente es quien mejor puede apreciar. ¿Podría traducirlo, señor Greene?

—No es necesario —dijo el juez, cortésmente.

—En el caso, pues, de que aparecieran pruebas que requirieran confirmación por su parte, quizá serían tan amables de decirme dónde les puedo localizar.

—Bueno —dijo Rosemary, un poco agitada—, es que, quiero decir, supongo que es razonable, pero la cosa es que no tenemos planes definidos. Quiero decir, Colin quería esquiar y nosotros pensábamos quedarnos en la costa sur, si el tiempo era bueno. Quizá cerca de Cannes. Pero si hacía mucho frío y viento, pensábamos ir a las montañas.

El rostro de Colin demostró claramente que no iba a suceder así, si él podía evitarlo.

—¿En qué lugar pensaba? —le preguntó Richard.

—No lo sé —dijo a la ligera—. Val quizá, o Tignes, donde haya buena nieve. Incluso podría pasar a Suiza —dijo deliberadamente provocador— arrastrando un abrigo.

¡Como si Richard no supiera que ni todos los jueces de Francia pueden hacer volver a alguien de Suiza!

—No es problema. Yo sugeriría una postal si no fuera porque tardan un mes en llegar. Estamos hablando de las próximas dos semanas. ¿Ustedes estarán aquí aproximadamente ese tiempo?

—Más o menos —dijo Rosemary a regañadientes—. El principio que hemos tenido no es muy animador que digamos. ¡Lugares donde ocurre esto!

—No debe permitir que lo ocurrido, o yo, le estropeemos sus vacaciones, madame —fue tan agradable que alguien le hubiera comprado su coche de segunda mano sin dilación—. Una simple llamada telefónica a la comisaría de Cannes o de Niza, eso no les será una molestia. Tan sólo para decir dónde estarán durante los tres días siguientes, y más o menos cuándo se irán. —Sólo unos rasguños en la pintura, eso no es nada.

—De acuerdo —dijo de mala gana.

—Tratar con ustedes es un gran placer. Uno tiene la completa seguridad de que si han dado su palabra la mantendrán.

—Nuestro consulado en Niza… —empezó a decir el señor Greene con indecisión.

—Excelente sugerencia —dijo Richard, pasando por alto el hecho de que esta no era la sugerencia—. Podría resultar embarazoso el hecho de tener que ir telefoneando a las comisarías de policía. Una palabra a un colega del señor Greene y ellos se ocuparán de hacerlo por ustedes.

—Eso no era exactamente lo que yo, oh, bueno, supongo que sí.

—Déjenme desearles unas agradables vacaciones. Se debe estar maravillosamente bien allí, ahora. No piensen más en esto, ese es mi trabajo. —Se sentía lleno de amor—. Los jueces —dejó volar la fantasía— quieren confirmaciones de testigos irreprochables.

Los ojos azules de sir James Armitage no dejaron entrever su gusto por las extravagancias, pero el mensaje había sido recibido.

—Hemos hecho lavar el coche —dijo como despedida—. Está afuera ahora. Está precioso. —Se apresuró a volver a su despacho.

—Envía un télex, por favor, Fausta —dijo con la boca llena de un tardío bocadillo al que en América llamaban un BLT—. PJ Niza y Grenoble, no, pensándolo mejor dirígelo a todos. Transmítelo a todas las comisarías de la región. Ese condenado parásito del juez no quería dejarles ir. ¡Idiota!

—¿Y si cruzan la frontera?

—No lo harán, parecería como si tuvieran algo que ocultar.

—¿Crees que lo tienen?

—Me sorprendería. Pero odio las sorpresas; encárgate de que no reciba ninguna. El juez quería que entregaran sus pasaportes. ¡Imagínatelo!

—¿Y si regresan rápidamente a casa y dan una conferencia de prensa?

—Entonces habría habido un error judicial del que el juez me culparía. No sería el primero. Pero eso es mejor que un incidente internacional. Todo lo que tenemos ahora es un despilfarro de los fondos públicos. Es menos malo. ¿No estás de acuerdo?

—Tengo mucho trabajo —dijo Fausta, suspirando.