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UNA CONVERSACIÓN ANIMADA

Richard era especialista en conversaciones sin orden ni concierto. Leyó el fajo de hojas mecanografiadas, todas debidamente redactadas en formato oficial y cada página rubricada por todos los interesados conforme era auténtica y exacta, incluyendo el señor Malinowski; tosió, encendió un cigarro, corrigió cinco errores de ortografía que se le habían pasado a Castang, y dijo:

—Bastante fresco, el Colin ese.

En francés es un pescado.

—Colin Maillard —sugirió Castang. Era un palo de ciego—. Ese Greene, quien, por cierto, no causó ninguna molestia, estaba claramente preocupado por si yo lo consideraba una insolencia, declarando amablemente que uno puede no recordar el nombre del hotel y que al no ser un representante no se molesta en guardar la cuenta. Pero descaro, sí.

—Un reto. Un gambito de peón de dama. ¿Lo aceptas o no?

—¿Cuál es la población de Deauville en el mes de marzo? Es un pueblo. Cae bajo la jurisdicción del distrito de Caen, ¿no?

—A menos que el juez insista en comprobarlo, yo diría que no —decidió Richard—. Es una trampa. Durante los últimos doce años ha habido quizá cuatro casos que involucrasen a turistas ingleses, y sólo tengo que recordarte a Gaston Dominici. Cada vez, la prensa inglesa montó un follón inmenso sobre nuestro desprecio de los derechos humanos e intentó crear un incidente diplomático. Si el chico nos incitara a hacer algo interpretable como injerencia irrazonable nos tendrían en sus manos. Tal como está, nos acusarán de hacer campaña para manchar la reputación de los Rolls-Royce.

—Yo lo veo así —dijo Castang, aliviado.

—Esta chica, Patience, un nombre bonito… Sus repetidas y prolongadas visitas al lavabo…

—Sí. No me proponía volver a abrir la gran controversia pro o anti bidet.

—Hay una diversidad de pequeñas discrepancias. ¿Las que se podrían esperar, en tu opinión?

—El juez dice que no se detuvieron esta mañana, mientras que hubo una parada para poner gasolina.

—Y la chica fue al lavabo… está dentro de nuestro distrito. Enviaré a Orthez, es exactamente el trabajo adecuado para él. ¿Dejaron el coche realmente solo durante un rato? Lo pregunto simplemente para que sea irrefutable. Y hay que comprobar a la gente del aparcamiento de Thomas. Si el coche lo dejaron abierto. La gendarmería anda a la caza de los desalmados que birlaron a la abuelita, pero si tienes que deshacerte de un cadáver desnudo, rígido o no, no escoges la terraza del exterior de Thomas para carretearlo. ¿A propósito, encontraron a la abuelita?

—Claro que sí. El carnicero reclama ahora que a la abuelita la estropearon por el camino.

—¿Y el Rolls?

—Las cerraduras no las forzaron, es seguro. Electromagnéticas.

—¿Hay una sola llave que sirva para todas las cerraduras, incluyendo el portaequipajes?

—No tengo el informe todavía. Y esa Patience no sabía qué maleta había cogido mamá la noche anterior. ¿Luynes o Langeais? Pero un minuto después dice «la maleta pequeña». Desde luego tenían habitaciones separadas. ¿Qué haría que se fijase en «la maleta pequeña»?

—Yo diría que no es más que el resultado de hablarlo entre ellas. Tuvieron que permanecer durante una hora en el asqueroso salón para casamientos de Thomas, y deben de haber intentado reconstruir el asunto. «¿Te di la llave, querida?». «Sí, ¿no recuerdas que no podías encontrar la pasta de dientes?» —asintió Richard.

—Si en tres declaraciones diferentes no aparecen al menos cuatro anomalías evidentes uno se olería una historia inventada desde lejos.

—En mi opinión, al menos parecían sinceros. Colin no, desde luego, pero ese es deliberadamente mentiroso. Sólo quise desviarme de lo que realmente ocurrió en Tours.

—Empieza a investigar —dijo Richard secamente— sobre los turistas ingleses que recogieron putas en Deauville, incluso en el mes de marzo, y todo francés que visite Marks and Spencer será arrestado por ratería. Estas fotografías —las cogió— son inútiles para utilizarlas en una identificación.

Castang ni siquiera las miró. Ningún fotógrafo, y ciertamente ningún técnico de la policía, conseguiría convertir en reconocible aquella cara hinchada y distorsionada. Los policías miran los huesos, pero el público mira las facciones. Los policías miran las orejas, a las que no altera la estrangulación, pero esta chica tenía el pelo largo y lacio.

—La dentadura —dijo Castang.

—Desde luego, una vez que vuelva del laboratorio de patología. Obviamente, he pedido todos los expedientes de personas desaparecidas, pero francamente, me sorprendería que hubiera algo ahí, de modo que le di el trabajo a Orthez.

—Los otros huéspedes, en Tours…

—Tan sólo recuerda que estás a menos de dos horas por autopista de París. Todos esos lugares son nidos de amor. Esa es la teoría del juez. Algo va mal a mitad de la noche. El tipo esconde el cadáver en un Rolls-Royce abierto.

—Una gilipollada total. Lo pondría en su propio coche, el único del que estaba seguro que nadie iba a registrar.

—Cuéntales cosas así a los jueces, siempre contestan «el pánico se apoderó de él».

Ninguno se exponía a confundir el juez de instrucción con el juez inglés; a cada uno de los dos se les daba una entonación diferente.

—A ver qué dice Tours mañana —concluyó Richard—. Puedes irte.

Castang se fue a casa. El día había sido lo suficientemente largo.